«Todos deseamos la paz; muchas personas la construyen cada
día con pequeños gestos; muchos sufren y soportan pacientemente la fatiga de
intentar edificarla»[24]. En el
2017, comprometámonos con nuestra oración y acción a ser personas que aparten
de su corazón, de sus palabras y de sus gestos la violencia, y a construir
comunidades no violentas, que cuiden de la casa común. «Nada es imposible si
nos dirigimos a Dios con nuestra oración. Todos podemos ser artesanos de la paz
»[25].
un blog pensado para un grupo de amigos que fue extendiéndose por el mundo. Gracias a todos por compartir!
viernes, 30 de diciembre de 2016
miércoles, 28 de diciembre de 2016
El tiempo del Evangelio, tiempo de bodas (2 de 2)
(Maurycy Gottlieb, Cristo predicando en la Sinagoga de Cafarnaúm, óleo, 1878-79. Museo Nacional de Polonia, Varsovia - Wikipedia)
“El tiempo del Evangelio
abre la puerta a un profundo conocimiento de la persona de Cristo. A este
propósito, podemos recordar las palabras del conmovedor reproche que hace Jesús
a Felipe: «¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces, Felipe? »
(Jn 14, 9). Jesús esperaba
un conocimiento penetrante y lleno de amor por parte de quien, siendo apóstol,
vivía en una relación muy estrecha con el Maestro y, precisamente por esta intimidad,
hubiera debido comprender que en él se manifestaba el rostro del Padre. «El que
me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Jn 14,
9). El discípulo está llamado a descubrir en el rostro de Cristo, con la mirada
de la fe, el rostro invisible del Padre.
El Evangelio presenta el arco de la vida terrena de Cristo
como tiempo de bodas. Es
un tiempo para difundir la alegría. «¿Pueden acaso ayunar los invitados a la
boda mientras el novio está con ellos? Mientras tengan consigo al novio no
pueden ayunar» (Mc 2, 19).
Jesús usa aquí una imagen sencilla y sugestiva. Él es el esposo que inaugura la
fiesta de sus bodas, bodas del amor entre Dios y la humanidad. Él es el esposo
que quiere comunicar su alegría. Los amigos del esposo son invitados a
compartirla, participando en el banquete.
Sin embargo, precisamente en el mismo marco nupcial, Jesús
anuncia el momento en el que ya no estará presente: «Días vendrán en que les
será arrebatado el novio; entonces ayunarán» (Mc 2, 20): es una clara alusión a su
sacrificio. Jesús sabe que a la alegría seguirá la tristeza. Sus discípulos
entonces «ayunarán», o sea, sufrirán participando en su pasión.
La venida de Cristo a la tierra, con toda la alegría que
conlleva para la humanidad, está relacionada indisolublemente con el sufrimiento.
La fiesta nupcial está marcada por el drama de la cruz, pero culminará en la
alegría pascual.
Este drama es el fruto del inevitable enfrentamiento de
Cristo con la potencia del mal: «La luz brilla en las tinieblas, y las
tinieblas no la vencieron» (Jn1,5). Los pecados de todos los hombres
desempeñan un papel esencial en este drama. Pero fue particularmente doloroso
para Cristo que una parte de su pueblo no lo reconociera. Dirigiéndose a la
ciudad de Jerusalén, le reprocha: «No has conocido el tiempo de tu visita» (Lc 19,
44).
El tiempo de la presencia terrena de Cristo era el tiempo
de la visita de Dios. Ciertamente, no faltaron quienes dieron una respuesta
positiva, la respuesta de la fe. Antes de referirse al llanto de Jesús sobre la
ciudad rebelde (cf. Lc 19, 41-44), san Lucas nos describe
su ingreso «real», «mesiánico» en Jerusalén, cuando «toda la multitud de los
discípulos, con gran alegría, se puso a alabar a Dios a grandes voces, por
todos los milagros que habían visto. Decían: "Bendito el rey que viene en
nombre del Señor. Paz en el cielo y gloria en las alturas"» (Lc 19, 37-38). Pero este entusiasmo
no podía ocultar, a los ojos de Jesús, la amarga evidencia de ser rechazado por
los jefes de su pueblo y por la multitud que ellos instigaban.
Por lo demás, antes de la entrada triunfal en Jerusalén,
Jesús había anunciado su sacrificio: «El Hijo del hombre no ha venido a ser
servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mc 10, 45; cf. Mt 20, 28).
Así, el tiempo de la vida terrena de Cristo se caracteriza
por su ofrenda redentora. Es el tiempo del misterio pascual de muerte y
resurrección, de la que brota la salvación de los hombres.”
(Juan
Pablo II Audiencia General 17 de diciembre de 1997)
El tiempo del Evangelio, tiempo de bodas (1 de 2)
(El Greco: La curación del ciego - Wikipedia)
“La
entrada de la eternidad en el tiempo a través del misterio de la Encarnación
hace que toda la vida de Cristo en la tierra sea un período excepcional. El
arco de esta vida constituye un tiempo único, tiempo de la plenitud de la
Revelación, en la que el Dios eterno nos habla en su Verbo encarnado a través
del velo de su existencia humana.
Se trata del
tiempo que permanecerá para siempre como punto de referencia normativo: el
tiempo del Evangelio. Todos los cristianos lo reconocen como el tiempo en
el que comienza su fe.
Es el tiempo de
una vida humana que ha cambiado todas las vidas humanas. La vida de Cristo fue
más bien breve; pero su intensidad y su valor son incomparables. Nos
encontramos ante la mayor riqueza para la historia de la humanidad. Riqueza
inagotable, porque es la riqueza de la eternidad y de la divinidad.
Particularmente
afortunados fueron quienes, viviendo en el tiempo de Jesús, tuvieron la alegría
de estar a su lado, verlo y escucharlo. Jesús mismo los llama bienaventurados:
«¡Dichosos los ojos que ven lo que veis! Porque os digo que muchos profetas y
reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que
vosotros oís, pero no lo oyeron» (Lc 10, 23-24).
La fórmula «os
digo» permite comprender que la afirmación va más allá de una simple
constatación del hecho histórico. Jesús pronuncia una palabra de revelación,
que ilumina el sentido profundo de la historia. En el pasado que lo precede
Jesús no ve sólo los acontecimientos externos que preparan su venida; contempla
las aspiraciones profundas de los corazones, que subyacen en esos
acontecimientos y anticipan su éxito final.
Gran parte de
los contemporáneos de Jesús no se dan cuenta de su privilegio. Ven y oyen al
Mesías sin reconocerlo como el Salvador esperado. Se dirigen a él sin saber que
están hablando con el Ungido de Dios que anunciaron los profetas.
Jesús, al
decirles «lo que vosotros veis», «lo que vosotros oís», los invita a captar el
misterio, yendo más allá del velo de los sentidos. En esta penetración, ayuda sobre
todo a sus discípulos: «A vosotros se os ha confiado el misterio del reino de
Dios» (Mc 4,
11).
En este camino
de los discípulos hacia el descubrimiento del misterio se enraiza nuestra fe,
fundada precisamente en su testimonio. Nosotros no tenemos el privilegio de ver
y oír a Jesús como era posible en los días de su vida terrena; pero, con la fe,
recibimos la gracia inconmensurable de entrar en el misterio de Cristo y de su
Reino.”
sábado, 24 de diciembre de 2016
Navidad 2016 Una alegría que el mundo no puede dar
“¿Qué poder se da sobre los hombros de este Niño que nace en la
soledad y el vacío de la noche de Belén?
En efecto, dice el Profeta: "Lleva al hombro el
principado" (Is 9, 6).
Y añade a continuación: "Para dilatar el principado con una paz sin límites... desde ahora
y por siempre..." (Is 9, 6).
Nada parece confirmar esta soberanía y dominio en el vacío y
soledad de la noche de Belén.
Antes bien, todo habla de pobreza, de "desheredación"....
La primera noche terrena del Hijo del Hombre contiene ya en sí
como un lejano presagio
de la última noche, cuando
"se humilló haciéndose obediente hasta la muerte..." (Flp 2, 8).
Esta primera noche sin techo del Hijo que se nos ha dado, está libre de cualquier signo de poderío y fuerza humana.
Todo lo contrario...
Y, sin embargo, esta noche de Belén, que recordamos cada año con
la mayor emoción posible, suscita esperanza
y es portadora de alegría: una
alegría que el mundo no puede dar a pesar de todos y sus bien conocidos medios
de poderío y fuerza terrena.
De esta alegría está llena la liturgia de la Iglesia, que
"canta al Señor un cántico nuevo" (Sal 95 [96], 1), e invita "toda la
tierra" a este canto.
"Alégrese el cielo, goce la tierra, retumbe el mar y cuanto
lo llena; vitoreen los campos y cuanto hay en ellos, aclamen los árboles del
bosque" (Sal 95 [96],
11-12).
El reino de Dios sobre la tierra comienza en el transcurso de la
noche de esta vigilia, no con los signos del poderío y la fuerza humana, sino
con la alegría de las almas y los corazones, que llena a todos los que le han acogido.”
¡Gloria a Dios en los cielos y en la tierra paz a los hombres de
buena voluntad! Así sea.
(Juan Pablo II)
(Juan Pablo II)
viernes, 23 de diciembre de 2016
Navidad 2016 La gracia de Dios, el amor que dona
“Escribe el Apóstol Pablo: "Ha aparecido la gracia de Dios,
que trae la salvación para todos los hombres" (Tit 2, 11).
¿Qué es la gracia? Es precisamente el amor que dona.
En el vacío y en la soledad de esa noche de Belén, el amor
"que dona" el Padre, viene al mundo en el Hijo, nacido de la Virgen:
un Hijo se nos ha dado.
Ya desde el primer instante de su venida: "nos enseña —como
escribe el Apóstol— a renunciar a la vida sin religión y a los deseos mundanos,
y a llevar ya desde
ahora una vida sobria, honrada
y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa..." (Tit 2, 12-13).
Esto nos enseña el Niño que ha nacido, el Hijo que se nos ha dado.
Sin embargo, en este momento, ninguno parece escuchar su voz. Da
la impresión que nadie siente su nacimiento. Nadie, excepto María y José.
¿Nadie? Y, con todo, hay ya algunos que han sido los primeros en
conocerlo. Han sido los primeros en acoger la buena noticia. Y han venido los
primeros.
Son los pastores. El Ángel les había
dicho: "Encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un
pesebre" (Lc 2, 12).
Se encaminaron a la dirección indicada.
Son los primeros entre los habitantes de la tierra que se unieron
"al ejército celestial", proclamando la llegada del Hijo Eterno y el
comienzo del reino de Dios en el corazón de los hombres.”
Juan Pablo II
Juan Pablo II
jueves, 22 de diciembre de 2016
Cada dia debe ser Adviento, cada dia Navidad
“Este
Adviento, en el que el hombre se inserta, impulsado por la gracia, imitando las
actitudes interiores de todos los que esperaron, buscaron, creyeron y amaron a
Jesús, está vivificado por la constante meditación y asimilación
de la Palabra de Dios, que para el cristiano sigue siendo el primero y
fundamental punto de referencia para su vida espiritual; está fecundado y
animado por la plegaria
de adoración y alabanza a Dios, de la cual son modelos
incomparables los cánticos del "Benedictus" de Zacarías, el
"Nunc dimittis" de Simeón, pero especialmente el
"Magnificat" de María Santísima. Este Adviento interior se refuerza
con la práctica constante de los sacramentos, en particular el de
la reconciliación y el de la Eucaristía, que, purificándonos y enriqueciéndonos
con la gracia de Cristo, nos hacen "hombres nuevos", en sintonía con
la invitación urgente de Jesús: "Convertíos" (cf. Mt 3, 2;
4, 17; Lc 5,
32; Mc 1,
15).
En esta
perspectiva, para nosotros, cristianos, cada día puede y debe ser Adviento,
puede y debe ser Navidad. Porque, cuanto más purifiquemos nuestras almas,
cuanto más espacio demos al amor de Dios en nuestro corazón, tanto más podrá venir
y nacer en
nosotros Cristo. "Isabel —escribe San Ambrosio— es colmada después de
haber concebido, María, antes... Se alegra de que María no haya dudado, sino
creído, y por esto, había conseguido el fruto de su fe. "Feliz", le
dice "tú que has creído". Pero felices también vosotros, los que
habéis oído y creído; pues toda alma creyente concibe y engendra la Palabra de
Dios y reconoce sus obras. Que en todos resida el alma de María para glorificar
al Señor; que en todos esté el espíritu de María para alegrarse en Dios" (Expos.
Evang. sec. Lucam II,
23. 26: CCL 14,
págs. 41, 42).”
sábado, 17 de diciembre de 2016
«Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos» (Mt 19, 17)
12.
Sólo Dios puede responder a la pregunta sobre el bien porque él es el Bien.
Pero Dios ya respondió a esta pregunta: lo hizo creando
al hombre y ordenándolo a su fin con sabiduría y amor,
mediante la ley inscrita en su corazón (cf. Rm 2, 15), la «ley natural». Ésta «no
es más que la luz de la inteligencia infundida en nosotros por Dios. Gracias a
ella conocemos lo que se debe hacer y lo que se debe evitar. Dios dio esta luz
y esta ley en la creación» 19.
Después lo hizo en
la historia de Israel, particularmente con las «diez
palabras», o sea, con los mandamientos del Sinaí, mediante
los cuales él fundó el pueblo de la Alianza (cf. Ex 24)
y lo llamó a ser su «propiedad personal entre todos los pueblos», «una nación
santa» (Ex 19,
5-6), que hiciera resplandecer su santidad entre todas las naciones (cf. Sb 18,
4; Ez 20,
41). La entrega del Decálogo es promesa y signo de la alianza
nueva, cuando
la ley será escrita nuevamente y de modo definitivo en el corazón del hombre
(cf. Jr 31,
31-34), para sustituir la ley del pecado, que había desfigurado aquel corazón
(cf. Jr 17,
1). Entonces será dado «un corazón nuevo» porque en él habitará «un espíritu
nuevo», el Espíritu de Dios (cf. Ez 36, 24-28) 20.
Por esto, y tras
precisar que «uno solo es el Bueno», Jesús responde al joven: «Si quieres
entrar en la vida, guarda los mandamientos» (Mt 19,
17). De este modo, se enuncia una estrecha relación entre la vida
eterna y la obediencia a los mandamientos de Dios: los
mandamientos indican al hombre el camino de la vida eterna y a ella conducen.
Por boca del mismo Jesús, nuevo Moisés, los mandamientos del Decálogo son
nuevamente dados a los hombres; él mismo los confirma definitivamente y nos los
propone como camino y condición de salvación. El mandamiento se vincula con una
promesa: en
la antigua alianza el objeto de la promesa era la posesión de la tierra en la
que el pueblo gozaría de una existencia libre y según justicia (cf. Dt 6,
20-25); en la nueva alianza el objeto de la promesa es el «reino de los
cielos», tal como lo afirma Jesús al comienzo del «Sermón de la montaña»
—discurso que contiene la formulación más amplia y completa de la Ley nueva
(cf. Mt 5-7)—,
en clara conexión con el Decálogo entregado por Dios a Moisés en el monte
Sinaí. A esta misma realidad del reino se refiere la expresión vida
eterna, que
es participación en la vida misma de Dios; aquélla se realiza en toda su
perfección sólo después de la muerte, pero, desde la fe, se convierte ya desde
ahora en luz de la verdad, fuente de sentido para la vida, incipiente
participación de una plenitud en el seguimiento de Cristo. En efecto, Jesús
dice a sus discípulos después del encuentro con el joven rico: «Todo aquel que
haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o hacienda por mi
nombre, recibirá el ciento por uno y heredará la vida eterna» (Mt 19,
29).
(de
la Encíclica Veritatis Splendor de San Juan Pablo II)
Henryk Kobierowski: Karol Wojtyla, valentía y dialogo
“Karol
Wojtyla, como ustedes saben, perdió todos los miembros de su familia. Nacido en
Wadowice, después vivió y estudió en Cracovia. Durante sus estudios empezó la
Segunda Guerra Mundial, con la invasión brutal de los alemanes a Polonia. Los
nazis de inmediato organizaron unos campos de concentración, en un programa de
exterminio de naciones como la polaca, la judía, la gitana. Cerca, muy cerca, más o menos como
a 50 kilómetros de Wadowice y a 60 kilómetros de Cracovia, ubicaron los campos
de concentración conocidos aquí como Auschwitz-Birkenau –en polaco,
Oświęcim-Brzezinka–, en donde centenas, miles, millones de personas perdieron
la vida; no perdieron, los mataron. El joven Karol Wojtyla fue testigo de estos
acontecimientos, de esta horrible guerra, de esta matanza, no solamente en los
campos de concentración, sino también, en razón de algún capricho alemán; por
ejemplo, algunos polacos fueron obligados a fijar un escudo encima de su ropa.
Si un polaco, al decir “buenos días”, no lo hacía bien delante de un alemán, de
un nazi, podían matarlo sin ninguna excusa, y de hecho mataron mucha gente. En
este ambiente, Karol Wojtyla tenía que vivir, y vivía, observando esta vida
cotidiana, estos acontecimientos, que se conservaron en su mente.
Después de la
liberación, después de la Segunda Guerra Mundial, la gente fue muy entusiasta
con Polonia, pensando que por fin había llegado la libertad. Como en el siglo
xix, cuando Polonia no existía –porque desde 1795 hasta 1918 Polonia fue
ocupada por Rusia, Alemania y el Imperio Austro Húngaro–, todos los ocupantes
tenían un objetivo: eliminar la nación polaca, eliminar la cultura polaca,
eliminar el idioma polaco. Los únicos sitios en donde se podría practicar y
usar el idioma polaco, cantar en polaco, enseñar la cultura polaca, y donde se
conservó la cultura polaca, fueron las iglesias. Los ocupantes no tenían coraje
de entrar a las iglesias. Lo mismo ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial:
los alemanes destruyeron las iglesias, bombardearon las iglesias, pero nunca se
atrevieron a entrar en ellas, en donde los polacos muchas veces se defendieron.
La Iglesia fue
una red en la que se salvaron muchos polacos, mucha gente, muchos judíos, en
especial los niños judíos, que fueron guardados por los sacerdotes, que también
pagaron muchas veces con su vida, que fueron condenados a la muerte. Llegó
entonces la liberación, la libertad, después de la Segunda Guerra Mundial.
Pensamos que desde ahora podríamos vivir de una forma democrática y abierta.
No. Como ustedes saben, Polonia entonces pasó a pertenecer al sistema
socialista y a depender de Moscú. Los comunistas propusieron un régimen que iba
dirigido sobre todo contra la Iglesia, y ocurrió lo mismo que durante el siglo
xix, durante la Segunda Guerra Mundial: la gente se salvó en las iglesias,
sitios donde los miembros de Solidaridad, por ejemplo, podían enseñar sus
obras, hablar de forma libre, divulgar sus ideas de libertad, y fueron las
iglesias, fueron los sacerdotes los que lo hicieron posible. Durante la
ocupación, la gente que trabajaba en instituciones oficiales, en el gobierno,
por ejemplo, para bautizar a sus hijos tenían que ir por la noche a las
iglesias, y así profesar su religión de este modo un poco clandestino. Mis
hijos, por ejemplo, fueron bautizados durante la noche en un pueblo cerca de
Varsovia. Fui a donde el sacerdote con mi hijo para bautizarlo y él me dijo:
“hijo no te preocupes, para mí la Segunda Guerra Mundial no ha terminado,
durante la guerra trabajamos por la noche y ahora también lo hacemos, tráigalo
a la una de la madrugada”. Ésta fue la época que vivió Juan Pablo II. Él, como
yo recuerdo, en esta época fue más valiente, tenía más coraje. Yo recuerdo
cuando él luchó para construir nuevas iglesias, junto a Katowice, y en otros
sitios; claro que los comunistas tenían miedo de hacer algo, por eso lo
respetaron. En esta época, la vida de Karol Wojtyla fue bien controlada. No se
podía leer libremente, por ejemplo, las obras que él presentó en la
universidad, no se publicó ninguna comunicación sobre su vida, sobre el
desarrollo de su trabajo, etc.
Fue
todo un acontecimiento cuando un grupo de obispos escribió una carta a los
obispos de Alemania pidiendo perdón a propósito de la Segunda Guerra Mundial.
En esta época, recuerdo que un duro político lanzó un comunicado condenándolo
moralmente: ¿cómo es que un polaco perdona a los alemanes? Fue algo curioso.
Pero ésta fue la consecuencia de su filosofía profunda. Él sabía que no se
puede vivir guardando odio, por ejemplo, por los acontecimientos de la Segunda
Guerra Mundial; que hay que buscar el diálogo, que hay que buscar las cosas que
unen. Por eso empezó conectándose con la Iglesia alemana, para que esta idea de
destrucción pasara. Y así, él también obtuvo mucha experiencia de cómo luchar
contra los regímenes antihumanitarios, y así lo hizo después, cuando llegó el
momento y lo eligieron Papa.
Primero el poder
comunista se mantuvo en silencio, tres días sin comunicados, pero la gente pasó
de inmediato esta información a Polonia. Yo me sorprendí, porque, sin ninguna
información, fui al trabajo y escuchaba tocar todas las campanas de las iglesias,
durante unas cinco horas. Pensé que alguien había muerto. Por la noche,
escuchando la emisora Europa Libre, emitida en polaco desde Múnich, desde
Alemania, comunicaron que Karol Wojtyla había sido elegido como el Papa. Eso
fue una alegría para todos. Pero nadie sabía del cardenal, poco conocido en
Polonia. Porque en Polonia, como he dicho, toda la información sobre Karol
Wojtyla fue clandestina. Oficialmente no se hablaba de él. La gente estaba un
poco preocupada: ¿cómo podría dirigir la Iglesia Universal un joven cardenal de una provincia como
Cracovia? Y cuando él empezó su trabajo, fue una sorpresa…”
viernes, 9 de diciembre de 2016
Nuevo Arzobispo de Cracovia
El Papa Francisco acaba de nombrar nuevo arzobispo
de Cracovia.
Es Mons. Marek Jedraszewski
(Poznan, 1949) actual vicepresidente de la Conferencia Episcopal de Polonia y quien
hasta su nombramiento había sido Arzobispo de Lodz.
De acuerdo al Código de Derecho Canónico
se solicita al obispo diocesano que una vez cumplidos los setenta y cinco años
presente su renuncia al Santo Padre. El cardenal Dziwisz presentó su renuncia
ya en 2014, pero como se estaba preparando la JMJ 2016 que se realizo en Cracovia
se había postergado tal nombramiento.
Desde este sitio saludamos al nuevo arzobispo y agradecemos sinceramente
al cardenal Dziwisz por los servicios prestados al Papa Juan Pablo II durante
su extenso pontificado y aun antes de haber sido elegido Papa. Stanislaw Dziwisz
lo había acompañado ya desde muy joven.
En este blog hay mucha información del fiel secretario de Juan Pablo II
que invito visitar.
miércoles, 7 de diciembre de 2016
"Salve, llena de gracia, el Señor es contigo" (Lc 1, 28).
“"Salve,
llena de gracia, el Señor es contigo" (Lc 1,
28).
Estas son las
palabras de Dios que el Ángel dirige a una pobre muchacha de Nazaret, llamada
Miriam (María), cuyos padres, según la tradición, eran Joaquín y Ana, y que
desde sus más tiernos años deseaba pertenecer sin reserva, completamente, al
Señor, como atestigua la conmemoración de la Presentación, que se celebra cada
año el 21 de noviembre.
Salve, llena de
gracia. ¿Qué significan estas palabras? El evangelista San Lucas escribe que
María (Miriam), al oír estas palabras pronunciadas por el Ángel, "se turbó
y discurría qué podría significar aquella salutación" (Lc 1,
29).
Estas palabras
expresan una elección singular. Gracia significa una plenitud particular de la
creación a través de la cual el ser, que se asemeja a Dios, participa de la
misma vida íntima de Dios. Gracia quiere decir el amor y el don de Dios mismo,
el don totalmente libre ("dado gratuitamente") por el que Dios confía
al hombre su misterio, dándole, al mismo tiempo, la capacidad de poder ser
testigo del misterio, de colmar con él su ser humano, la vida, los
pensamientos, la voluntad y el corazón.
La plenitud de
gracia es Cristo mismo. María de Nazaret recibe a Cristo, y juntamente con
Cristo y por Cristo recibe la participación más plena en el misterio eterno, en
la vida íntima de Dios: del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Esta
participación es la más plena de todo lo creado, supera cuanto separa al hombre
de Dios. Excluye también el pecado original: la herencia de Adán. Cristo, que
es el artífice de la vida divina, es decir, de la gracia en cada hombre,
mediante la redención que llevó a cabo, debe ser particularmente generoso con
su Madre. Debe redimirla del pecado de modo singularmente sobreabundante
("copiosa apud eum redemptio: en Él está abundante redención", Sal 129,
7). Esta generosidad del Hijo para con su Madre comienza en el momento mismo de
su existencia.
Se llama Inmaculada Concepción.”