«Todos deseamos la paz; muchas personas la construyen cada
día con pequeños gestos; muchos sufren y soportan pacientemente la fatiga de
intentar edificarla»[24]. En el
2017, comprometámonos con nuestra oración y acción a ser personas que aparten
de su corazón, de sus palabras y de sus gestos la violencia, y a construir
comunidades no violentas, que cuiden de la casa común. «Nada es imposible si
nos dirigimos a Dios con nuestra oración. Todos podemos ser artesanos de la paz
»[25].
un blog pensado para un grupo de amigos que fue extendiéndose por el mundo. Gracias a todos por compartir!
viernes, 30 de diciembre de 2016
miércoles, 28 de diciembre de 2016
El tiempo del Evangelio, tiempo de bodas (2 de 2)
(Maurycy Gottlieb, Cristo predicando en la Sinagoga de Cafarnaúm, óleo, 1878-79. Museo Nacional de Polonia, Varsovia - Wikipedia)
“El tiempo del Evangelio
abre la puerta a un profundo conocimiento de la persona de Cristo. A este
propósito, podemos recordar las palabras del conmovedor reproche que hace Jesús
a Felipe: «¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces, Felipe? »
(Jn 14, 9). Jesús esperaba
un conocimiento penetrante y lleno de amor por parte de quien, siendo apóstol,
vivía en una relación muy estrecha con el Maestro y, precisamente por esta intimidad,
hubiera debido comprender que en él se manifestaba el rostro del Padre. «El que
me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Jn 14,
9). El discípulo está llamado a descubrir en el rostro de Cristo, con la mirada
de la fe, el rostro invisible del Padre.
El Evangelio presenta el arco de la vida terrena de Cristo
como tiempo de bodas. Es
un tiempo para difundir la alegría. «¿Pueden acaso ayunar los invitados a la
boda mientras el novio está con ellos? Mientras tengan consigo al novio no
pueden ayunar» (Mc 2, 19).
Jesús usa aquí una imagen sencilla y sugestiva. Él es el esposo que inaugura la
fiesta de sus bodas, bodas del amor entre Dios y la humanidad. Él es el esposo
que quiere comunicar su alegría. Los amigos del esposo son invitados a
compartirla, participando en el banquete.
Sin embargo, precisamente en el mismo marco nupcial, Jesús
anuncia el momento en el que ya no estará presente: «Días vendrán en que les
será arrebatado el novio; entonces ayunarán» (Mc 2, 20): es una clara alusión a su
sacrificio. Jesús sabe que a la alegría seguirá la tristeza. Sus discípulos
entonces «ayunarán», o sea, sufrirán participando en su pasión.
La venida de Cristo a la tierra, con toda la alegría que
conlleva para la humanidad, está relacionada indisolublemente con el sufrimiento.
La fiesta nupcial está marcada por el drama de la cruz, pero culminará en la
alegría pascual.
Este drama es el fruto del inevitable enfrentamiento de
Cristo con la potencia del mal: «La luz brilla en las tinieblas, y las
tinieblas no la vencieron» (Jn1,5). Los pecados de todos los hombres
desempeñan un papel esencial en este drama. Pero fue particularmente doloroso
para Cristo que una parte de su pueblo no lo reconociera. Dirigiéndose a la
ciudad de Jerusalén, le reprocha: «No has conocido el tiempo de tu visita» (Lc 19,
44).
El tiempo de la presencia terrena de Cristo era el tiempo
de la visita de Dios. Ciertamente, no faltaron quienes dieron una respuesta
positiva, la respuesta de la fe. Antes de referirse al llanto de Jesús sobre la
ciudad rebelde (cf. Lc 19, 41-44), san Lucas nos describe
su ingreso «real», «mesiánico» en Jerusalén, cuando «toda la multitud de los
discípulos, con gran alegría, se puso a alabar a Dios a grandes voces, por
todos los milagros que habían visto. Decían: "Bendito el rey que viene en
nombre del Señor. Paz en el cielo y gloria en las alturas"» (Lc 19, 37-38). Pero este entusiasmo
no podía ocultar, a los ojos de Jesús, la amarga evidencia de ser rechazado por
los jefes de su pueblo y por la multitud que ellos instigaban.
Por lo demás, antes de la entrada triunfal en Jerusalén,
Jesús había anunciado su sacrificio: «El Hijo del hombre no ha venido a ser
servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mc 10, 45; cf. Mt 20, 28).
Así, el tiempo de la vida terrena de Cristo se caracteriza
por su ofrenda redentora. Es el tiempo del misterio pascual de muerte y
resurrección, de la que brota la salvación de los hombres.”
(Juan
Pablo II Audiencia General 17 de diciembre de 1997)
El tiempo del Evangelio, tiempo de bodas (1 de 2)
(El Greco: La curación del ciego - Wikipedia)
“La
entrada de la eternidad en el tiempo a través del misterio de la Encarnación
hace que toda la vida de Cristo en la tierra sea un período excepcional. El
arco de esta vida constituye un tiempo único, tiempo de la plenitud de la
Revelación, en la que el Dios eterno nos habla en su Verbo encarnado a través
del velo de su existencia humana.
Se trata del
tiempo que permanecerá para siempre como punto de referencia normativo: el
tiempo del Evangelio. Todos los cristianos lo reconocen como el tiempo en
el que comienza su fe.
Es el tiempo de
una vida humana que ha cambiado todas las vidas humanas. La vida de Cristo fue
más bien breve; pero su intensidad y su valor son incomparables. Nos
encontramos ante la mayor riqueza para la historia de la humanidad. Riqueza
inagotable, porque es la riqueza de la eternidad y de la divinidad.
Particularmente
afortunados fueron quienes, viviendo en el tiempo de Jesús, tuvieron la alegría
de estar a su lado, verlo y escucharlo. Jesús mismo los llama bienaventurados:
«¡Dichosos los ojos que ven lo que veis! Porque os digo que muchos profetas y
reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que
vosotros oís, pero no lo oyeron» (Lc 10, 23-24).
La fórmula «os
digo» permite comprender que la afirmación va más allá de una simple
constatación del hecho histórico. Jesús pronuncia una palabra de revelación,
que ilumina el sentido profundo de la historia. En el pasado que lo precede
Jesús no ve sólo los acontecimientos externos que preparan su venida; contempla
las aspiraciones profundas de los corazones, que subyacen en esos
acontecimientos y anticipan su éxito final.
Gran parte de
los contemporáneos de Jesús no se dan cuenta de su privilegio. Ven y oyen al
Mesías sin reconocerlo como el Salvador esperado. Se dirigen a él sin saber que
están hablando con el Ungido de Dios que anunciaron los profetas.
Jesús, al
decirles «lo que vosotros veis», «lo que vosotros oís», los invita a captar el
misterio, yendo más allá del velo de los sentidos. En esta penetración, ayuda sobre
todo a sus discípulos: «A vosotros se os ha confiado el misterio del reino de
Dios» (Mc 4,
11).
En este camino
de los discípulos hacia el descubrimiento del misterio se enraiza nuestra fe,
fundada precisamente en su testimonio. Nosotros no tenemos el privilegio de ver
y oír a Jesús como era posible en los días de su vida terrena; pero, con la fe,
recibimos la gracia inconmensurable de entrar en el misterio de Cristo y de su
Reino.”
sábado, 24 de diciembre de 2016
Navidad 2016 Una alegría que el mundo no puede dar
“¿Qué poder se da sobre los hombros de este Niño que nace en la
soledad y el vacío de la noche de Belén?
En efecto, dice el Profeta: "Lleva al hombro el
principado" (Is 9, 6).
Y añade a continuación: "Para dilatar el principado con una paz sin límites... desde ahora
y por siempre..." (Is 9, 6).
Nada parece confirmar esta soberanía y dominio en el vacío y
soledad de la noche de Belén.
Antes bien, todo habla de pobreza, de "desheredación"....
La primera noche terrena del Hijo del Hombre contiene ya en sí
como un lejano presagio
de la última noche, cuando
"se humilló haciéndose obediente hasta la muerte..." (Flp 2, 8).
Esta primera noche sin techo del Hijo que se nos ha dado, está libre de cualquier signo de poderío y fuerza humana.
Todo lo contrario...
Y, sin embargo, esta noche de Belén, que recordamos cada año con
la mayor emoción posible, suscita esperanza
y es portadora de alegría: una
alegría que el mundo no puede dar a pesar de todos y sus bien conocidos medios
de poderío y fuerza terrena.
De esta alegría está llena la liturgia de la Iglesia, que
"canta al Señor un cántico nuevo" (Sal 95 [96], 1), e invita "toda la
tierra" a este canto.
"Alégrese el cielo, goce la tierra, retumbe el mar y cuanto
lo llena; vitoreen los campos y cuanto hay en ellos, aclamen los árboles del
bosque" (Sal 95 [96],
11-12).
El reino de Dios sobre la tierra comienza en el transcurso de la
noche de esta vigilia, no con los signos del poderío y la fuerza humana, sino
con la alegría de las almas y los corazones, que llena a todos los que le han acogido.”
¡Gloria a Dios en los cielos y en la tierra paz a los hombres de
buena voluntad! Así sea.
(Juan Pablo II)
(Juan Pablo II)
viernes, 23 de diciembre de 2016
Navidad 2016 La gracia de Dios, el amor que dona
“Escribe el Apóstol Pablo: "Ha aparecido la gracia de Dios,
que trae la salvación para todos los hombres" (Tit 2, 11).
¿Qué es la gracia? Es precisamente el amor que dona.
En el vacío y en la soledad de esa noche de Belén, el amor
"que dona" el Padre, viene al mundo en el Hijo, nacido de la Virgen:
un Hijo se nos ha dado.
Ya desde el primer instante de su venida: "nos enseña —como
escribe el Apóstol— a renunciar a la vida sin religión y a los deseos mundanos,
y a llevar ya desde
ahora una vida sobria, honrada
y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa..." (Tit 2, 12-13).
Esto nos enseña el Niño que ha nacido, el Hijo que se nos ha dado.
Sin embargo, en este momento, ninguno parece escuchar su voz. Da
la impresión que nadie siente su nacimiento. Nadie, excepto María y José.
¿Nadie? Y, con todo, hay ya algunos que han sido los primeros en
conocerlo. Han sido los primeros en acoger la buena noticia. Y han venido los
primeros.
Son los pastores. El Ángel les había
dicho: "Encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un
pesebre" (Lc 2, 12).
Se encaminaron a la dirección indicada.
Son los primeros entre los habitantes de la tierra que se unieron
"al ejército celestial", proclamando la llegada del Hijo Eterno y el
comienzo del reino de Dios en el corazón de los hombres.”
Juan Pablo II
Juan Pablo II
jueves, 22 de diciembre de 2016
Cada dia debe ser Adviento, cada dia Navidad
“Este
Adviento, en el que el hombre se inserta, impulsado por la gracia, imitando las
actitudes interiores de todos los que esperaron, buscaron, creyeron y amaron a
Jesús, está vivificado por la constante meditación y asimilación
de la Palabra de Dios, que para el cristiano sigue siendo el primero y
fundamental punto de referencia para su vida espiritual; está fecundado y
animado por la plegaria
de adoración y alabanza a Dios, de la cual son modelos
incomparables los cánticos del "Benedictus" de Zacarías, el
"Nunc dimittis" de Simeón, pero especialmente el
"Magnificat" de María Santísima. Este Adviento interior se refuerza
con la práctica constante de los sacramentos, en particular el de
la reconciliación y el de la Eucaristía, que, purificándonos y enriqueciéndonos
con la gracia de Cristo, nos hacen "hombres nuevos", en sintonía con
la invitación urgente de Jesús: "Convertíos" (cf. Mt 3, 2;
4, 17; Lc 5,
32; Mc 1,
15).
En esta
perspectiva, para nosotros, cristianos, cada día puede y debe ser Adviento,
puede y debe ser Navidad. Porque, cuanto más purifiquemos nuestras almas,
cuanto más espacio demos al amor de Dios en nuestro corazón, tanto más podrá venir
y nacer en
nosotros Cristo. "Isabel —escribe San Ambrosio— es colmada después de
haber concebido, María, antes... Se alegra de que María no haya dudado, sino
creído, y por esto, había conseguido el fruto de su fe. "Feliz", le
dice "tú que has creído". Pero felices también vosotros, los que
habéis oído y creído; pues toda alma creyente concibe y engendra la Palabra de
Dios y reconoce sus obras. Que en todos resida el alma de María para glorificar
al Señor; que en todos esté el espíritu de María para alegrarse en Dios" (Expos.
Evang. sec. Lucam II,
23. 26: CCL 14,
págs. 41, 42).”
sábado, 17 de diciembre de 2016
«Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos» (Mt 19, 17)
12.
Sólo Dios puede responder a la pregunta sobre el bien porque él es el Bien.
Pero Dios ya respondió a esta pregunta: lo hizo creando
al hombre y ordenándolo a su fin con sabiduría y amor,
mediante la ley inscrita en su corazón (cf. Rm 2, 15), la «ley natural». Ésta «no
es más que la luz de la inteligencia infundida en nosotros por Dios. Gracias a
ella conocemos lo que se debe hacer y lo que se debe evitar. Dios dio esta luz
y esta ley en la creación» 19.
Después lo hizo en
la historia de Israel, particularmente con las «diez
palabras», o sea, con los mandamientos del Sinaí, mediante
los cuales él fundó el pueblo de la Alianza (cf. Ex 24)
y lo llamó a ser su «propiedad personal entre todos los pueblos», «una nación
santa» (Ex 19,
5-6), que hiciera resplandecer su santidad entre todas las naciones (cf. Sb 18,
4; Ez 20,
41). La entrega del Decálogo es promesa y signo de la alianza
nueva, cuando
la ley será escrita nuevamente y de modo definitivo en el corazón del hombre
(cf. Jr 31,
31-34), para sustituir la ley del pecado, que había desfigurado aquel corazón
(cf. Jr 17,
1). Entonces será dado «un corazón nuevo» porque en él habitará «un espíritu
nuevo», el Espíritu de Dios (cf. Ez 36, 24-28) 20.
Por esto, y tras
precisar que «uno solo es el Bueno», Jesús responde al joven: «Si quieres
entrar en la vida, guarda los mandamientos» (Mt 19,
17). De este modo, se enuncia una estrecha relación entre la vida
eterna y la obediencia a los mandamientos de Dios: los
mandamientos indican al hombre el camino de la vida eterna y a ella conducen.
Por boca del mismo Jesús, nuevo Moisés, los mandamientos del Decálogo son
nuevamente dados a los hombres; él mismo los confirma definitivamente y nos los
propone como camino y condición de salvación. El mandamiento se vincula con una
promesa: en
la antigua alianza el objeto de la promesa era la posesión de la tierra en la
que el pueblo gozaría de una existencia libre y según justicia (cf. Dt 6,
20-25); en la nueva alianza el objeto de la promesa es el «reino de los
cielos», tal como lo afirma Jesús al comienzo del «Sermón de la montaña»
—discurso que contiene la formulación más amplia y completa de la Ley nueva
(cf. Mt 5-7)—,
en clara conexión con el Decálogo entregado por Dios a Moisés en el monte
Sinaí. A esta misma realidad del reino se refiere la expresión vida
eterna, que
es participación en la vida misma de Dios; aquélla se realiza en toda su
perfección sólo después de la muerte, pero, desde la fe, se convierte ya desde
ahora en luz de la verdad, fuente de sentido para la vida, incipiente
participación de una plenitud en el seguimiento de Cristo. En efecto, Jesús
dice a sus discípulos después del encuentro con el joven rico: «Todo aquel que
haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o hacienda por mi
nombre, recibirá el ciento por uno y heredará la vida eterna» (Mt 19,
29).
(de
la Encíclica Veritatis Splendor de San Juan Pablo II)
Henryk Kobierowski: Karol Wojtyla, valentía y dialogo
“Karol
Wojtyla, como ustedes saben, perdió todos los miembros de su familia. Nacido en
Wadowice, después vivió y estudió en Cracovia. Durante sus estudios empezó la
Segunda Guerra Mundial, con la invasión brutal de los alemanes a Polonia. Los
nazis de inmediato organizaron unos campos de concentración, en un programa de
exterminio de naciones como la polaca, la judía, la gitana. Cerca, muy cerca, más o menos como
a 50 kilómetros de Wadowice y a 60 kilómetros de Cracovia, ubicaron los campos
de concentración conocidos aquí como Auschwitz-Birkenau –en polaco,
Oświęcim-Brzezinka–, en donde centenas, miles, millones de personas perdieron
la vida; no perdieron, los mataron. El joven Karol Wojtyla fue testigo de estos
acontecimientos, de esta horrible guerra, de esta matanza, no solamente en los
campos de concentración, sino también, en razón de algún capricho alemán; por
ejemplo, algunos polacos fueron obligados a fijar un escudo encima de su ropa.
Si un polaco, al decir “buenos días”, no lo hacía bien delante de un alemán, de
un nazi, podían matarlo sin ninguna excusa, y de hecho mataron mucha gente. En
este ambiente, Karol Wojtyla tenía que vivir, y vivía, observando esta vida
cotidiana, estos acontecimientos, que se conservaron en su mente.
Después de la
liberación, después de la Segunda Guerra Mundial, la gente fue muy entusiasta
con Polonia, pensando que por fin había llegado la libertad. Como en el siglo
xix, cuando Polonia no existía –porque desde 1795 hasta 1918 Polonia fue
ocupada por Rusia, Alemania y el Imperio Austro Húngaro–, todos los ocupantes
tenían un objetivo: eliminar la nación polaca, eliminar la cultura polaca,
eliminar el idioma polaco. Los únicos sitios en donde se podría practicar y
usar el idioma polaco, cantar en polaco, enseñar la cultura polaca, y donde se
conservó la cultura polaca, fueron las iglesias. Los ocupantes no tenían coraje
de entrar a las iglesias. Lo mismo ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial:
los alemanes destruyeron las iglesias, bombardearon las iglesias, pero nunca se
atrevieron a entrar en ellas, en donde los polacos muchas veces se defendieron.
La Iglesia fue
una red en la que se salvaron muchos polacos, mucha gente, muchos judíos, en
especial los niños judíos, que fueron guardados por los sacerdotes, que también
pagaron muchas veces con su vida, que fueron condenados a la muerte. Llegó
entonces la liberación, la libertad, después de la Segunda Guerra Mundial.
Pensamos que desde ahora podríamos vivir de una forma democrática y abierta.
No. Como ustedes saben, Polonia entonces pasó a pertenecer al sistema
socialista y a depender de Moscú. Los comunistas propusieron un régimen que iba
dirigido sobre todo contra la Iglesia, y ocurrió lo mismo que durante el siglo
xix, durante la Segunda Guerra Mundial: la gente se salvó en las iglesias,
sitios donde los miembros de Solidaridad, por ejemplo, podían enseñar sus
obras, hablar de forma libre, divulgar sus ideas de libertad, y fueron las
iglesias, fueron los sacerdotes los que lo hicieron posible. Durante la
ocupación, la gente que trabajaba en instituciones oficiales, en el gobierno,
por ejemplo, para bautizar a sus hijos tenían que ir por la noche a las
iglesias, y así profesar su religión de este modo un poco clandestino. Mis
hijos, por ejemplo, fueron bautizados durante la noche en un pueblo cerca de
Varsovia. Fui a donde el sacerdote con mi hijo para bautizarlo y él me dijo:
“hijo no te preocupes, para mí la Segunda Guerra Mundial no ha terminado,
durante la guerra trabajamos por la noche y ahora también lo hacemos, tráigalo
a la una de la madrugada”. Ésta fue la época que vivió Juan Pablo II. Él, como
yo recuerdo, en esta época fue más valiente, tenía más coraje. Yo recuerdo
cuando él luchó para construir nuevas iglesias, junto a Katowice, y en otros
sitios; claro que los comunistas tenían miedo de hacer algo, por eso lo
respetaron. En esta época, la vida de Karol Wojtyla fue bien controlada. No se
podía leer libremente, por ejemplo, las obras que él presentó en la
universidad, no se publicó ninguna comunicación sobre su vida, sobre el
desarrollo de su trabajo, etc.
Fue
todo un acontecimiento cuando un grupo de obispos escribió una carta a los
obispos de Alemania pidiendo perdón a propósito de la Segunda Guerra Mundial.
En esta época, recuerdo que un duro político lanzó un comunicado condenándolo
moralmente: ¿cómo es que un polaco perdona a los alemanes? Fue algo curioso.
Pero ésta fue la consecuencia de su filosofía profunda. Él sabía que no se
puede vivir guardando odio, por ejemplo, por los acontecimientos de la Segunda
Guerra Mundial; que hay que buscar el diálogo, que hay que buscar las cosas que
unen. Por eso empezó conectándose con la Iglesia alemana, para que esta idea de
destrucción pasara. Y así, él también obtuvo mucha experiencia de cómo luchar
contra los regímenes antihumanitarios, y así lo hizo después, cuando llegó el
momento y lo eligieron Papa.
Primero el poder
comunista se mantuvo en silencio, tres días sin comunicados, pero la gente pasó
de inmediato esta información a Polonia. Yo me sorprendí, porque, sin ninguna
información, fui al trabajo y escuchaba tocar todas las campanas de las iglesias,
durante unas cinco horas. Pensé que alguien había muerto. Por la noche,
escuchando la emisora Europa Libre, emitida en polaco desde Múnich, desde
Alemania, comunicaron que Karol Wojtyla había sido elegido como el Papa. Eso
fue una alegría para todos. Pero nadie sabía del cardenal, poco conocido en
Polonia. Porque en Polonia, como he dicho, toda la información sobre Karol
Wojtyla fue clandestina. Oficialmente no se hablaba de él. La gente estaba un
poco preocupada: ¿cómo podría dirigir la Iglesia Universal un joven cardenal de una provincia como
Cracovia? Y cuando él empezó su trabajo, fue una sorpresa…”
viernes, 9 de diciembre de 2016
Nuevo Arzobispo de Cracovia
El Papa Francisco acaba de nombrar nuevo arzobispo
de Cracovia.
Es Mons. Marek Jedraszewski
(Poznan, 1949) actual vicepresidente de la Conferencia Episcopal de Polonia y quien
hasta su nombramiento había sido Arzobispo de Lodz.
De acuerdo al Código de Derecho Canónico
se solicita al obispo diocesano que una vez cumplidos los setenta y cinco años
presente su renuncia al Santo Padre. El cardenal Dziwisz presentó su renuncia
ya en 2014, pero como se estaba preparando la JMJ 2016 que se realizo en Cracovia
se había postergado tal nombramiento.
Desde este sitio saludamos al nuevo arzobispo y agradecemos sinceramente
al cardenal Dziwisz por los servicios prestados al Papa Juan Pablo II durante
su extenso pontificado y aun antes de haber sido elegido Papa. Stanislaw Dziwisz
lo había acompañado ya desde muy joven.
En este blog hay mucha información del fiel secretario de Juan Pablo II
que invito visitar.
miércoles, 7 de diciembre de 2016
"Salve, llena de gracia, el Señor es contigo" (Lc 1, 28).
“"Salve,
llena de gracia, el Señor es contigo" (Lc 1,
28).
Estas son las
palabras de Dios que el Ángel dirige a una pobre muchacha de Nazaret, llamada
Miriam (María), cuyos padres, según la tradición, eran Joaquín y Ana, y que
desde sus más tiernos años deseaba pertenecer sin reserva, completamente, al
Señor, como atestigua la conmemoración de la Presentación, que se celebra cada
año el 21 de noviembre.
Salve, llena de
gracia. ¿Qué significan estas palabras? El evangelista San Lucas escribe que
María (Miriam), al oír estas palabras pronunciadas por el Ángel, "se turbó
y discurría qué podría significar aquella salutación" (Lc 1,
29).
Estas palabras
expresan una elección singular. Gracia significa una plenitud particular de la
creación a través de la cual el ser, que se asemeja a Dios, participa de la
misma vida íntima de Dios. Gracia quiere decir el amor y el don de Dios mismo,
el don totalmente libre ("dado gratuitamente") por el que Dios confía
al hombre su misterio, dándole, al mismo tiempo, la capacidad de poder ser
testigo del misterio, de colmar con él su ser humano, la vida, los
pensamientos, la voluntad y el corazón.
La plenitud de
gracia es Cristo mismo. María de Nazaret recibe a Cristo, y juntamente con
Cristo y por Cristo recibe la participación más plena en el misterio eterno, en
la vida íntima de Dios: del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Esta
participación es la más plena de todo lo creado, supera cuanto separa al hombre
de Dios. Excluye también el pecado original: la herencia de Adán. Cristo, que
es el artífice de la vida divina, es decir, de la gracia en cada hombre,
mediante la redención que llevó a cabo, debe ser particularmente generoso con
su Madre. Debe redimirla del pecado de modo singularmente sobreabundante
("copiosa apud eum redemptio: en Él está abundante redención", Sal 129,
7). Esta generosidad del Hijo para con su Madre comienza en el momento mismo de
su existencia.
Se llama Inmaculada Concepción.”
domingo, 13 de noviembre de 2016
El Evangelio: una invitación a la alegría
“Evangelio
quiere decir buena noticia, y la Buena Noticia es siempre una
invitación
a la alegría. ¿Qué es el Evangelio? Es una gran afirmación del
mundo
y del hombre, porque es la revelación de la verdad de su Dios. Dios
es
la primera fuente de alegría y de esperanza para el hombre. Un Dios tal
como
nos lo ha revelado Cristo. Dios es Creador y Padre; Dios, que «amó
tanto
al mundo hasta entregar a su Hijo unigénito, para que el hombre no
muera,
sino que tenga la vida eterna» (cfr. Juan 3,16).
Evangelio
es, antes que ninguna otra cosa, la alegría de la creación. Dios, al
crear,
ve que lo que crea es bueno (cfr. Juan 1,1-25), que es fuente de
alegría
para todas las criaturas, y en sumo grado lo es para el hombre. Dios
Creador
parece decir a toda la creación: «Es bueno que tú existas.» Y esta
alegría
Suya se transmite especialmente mediante la Buena Noticia, según
la
cual el bien es más grande que todo lo que en el mundo hay de mal. El
mal
no es ni fundamental ni definitivo. También en este punto el
cristianismo
se distingue de modo tajante de cualquier forma de pesimismo
existencial.
La
creación ha sido dada y confiada como tarea al hombre con el fin de que
constituya
para él no una fuente de sufrimientos, sino para que sea el
fundamento
de una existencia creativa en el mundo. Un hombre que cree en
la
bondad esencial de las criaturas está en condiciones de descubrir todos
los
secretos de la creación, de perfeccionar continuamente la obra que Dios
le
ha asignado. Para quien acoge la Revelación, y en particular el Evangelio,
tiene
que resultar obvio que es mejor existir que no existir; y por eso en el
horizonte
del Evangelio no hay sitio para ningún nirvana, para ninguna
apatía
o resignación. Hay, en cambio, un gran reto para perfeccionar todo lo
que
ha sido creado, tanto a uno mismo como al mundo.
Esta
alegría esencial de la creación se completa a su vez con la alegría de la
Salvación,
con la alegria de la Redención. El Evangelio es en primer lugar
una
gran alegría por la salvación del hombre. El Creador del hombre es
también
su Redentor. La salvación no sólo se enfrenta con el mal en todas
las
formas de su existir en el mundo, sino que proclama la victoria sobre el
mal.
«Yo he vencido al mundo», dice Cristo (cfr. Juan 16,33). Son palabras
que
tienen su plena garantía en el Misterio pascual, en el suceso de la
Pasión,
Muerte y Resurrección de Jesús. Durante la vigilia de Pascua, la
Iglesia
canta como transportada: O felix culpa, quae talem ac tantum meruit
habere
Redemptorem («¡Oh feliz culpa, que nos hizo merecer un tal y tan
gran
Redentor!» Exultet).
El
motivo de nuestra alegría es pues tener la fuerza con la que derrotar el
mal,
y es recibir la filiación divina, que constituye la esencia de la Buena
Nueva.
Este poder lo da Dios al hombre en Cristo. «El Hijo unigénito viene al
mundo
no para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve del mal»
(cfr.
Juan 3,17).
La
obra de la Redención es la elevación de la obra de la Creación a un nuevo
nivel.
Lo que ha sido creado queda penetrado por una santificación
redentora,
más aún, por una divinización, queda como atraído por la órbita
de
la divinidad y de la vida íntima de Dios. En esta dimensión es vencida la
fuerza
destructiva del pecado. La vida indestructible, que se revela en la
Resurrección
de Cristo, «se traga», por así decir, la muerte. «¿Dónde está,
oh
muerte, tu victoria?», pregunta el apóstol Pablo fijando su mirada en
Cristo
resucitado (1 Corintios 15,55).”
(Juan
Pablo II: Cruzando el umbral de la esperanza, pag 41-43, Plaza Janes, 1994)
sábado, 12 de noviembre de 2016
El horror, el santo y nuestros días (4 de 4)
Auschwitz/Oswiecim
– Maximiliano Kolbe
El
mensaje de Kolbe es de un equilibrio católico integral: el oprimido puede y
debe luchar por la justicia con armas de este mundo pero la verdadera victoria
es la victoria espiritual, y es la que recupera y reconstruye la verdad en uno
mismo y en los demás. Es solamente con
la mirada fija puesta en esta victoria que es posible evitar cruzar
inadvertidamente el límite hacia la injusticia y perder de vista las razones
humanas que convierten la lucha en digna y noble. Kolbe no tiene nada que ver
en las consecuencias de secularización (que algunos suponen pueden surgir del
pensamiento de Bonhoeffer.) Su vida demuestra que en esta tormentosa era de la
historia del hombre, es cada vez mas imperiosa la capacidad del hombre por la
humanización a fin de que el corazón humano no se rinda ante la barbarie.
Si
tratamos de abreviar en pocas palabras el dictamen sobre la historia contemporánea
que surge de lo que hemos tratado de exponer podemos decir que el conflicto que marca la historia
contemporánea es un conflicto por o contra la imagen cristiana de lo humano. Existieron varias formas de totalitarismos
que intentaron construir una ciudad sin Dios en la cual (no obstante sus
ocasionales reclamos humanísticos) el hombre se halla inexorablemente reducido
a ser un mero instrumento del poder. En
vista de este conflicto fundamental, en
cierto sentido, todos los demás
esfuerzos son secundarios. Nuestra intención no es minimizar la lucha que divide clases y naciones sino argumentar
que estos conflictos pueden resolverse de manera equitativa, justa y humana
solamente si están orientados por una visión cristiana del hombre: de otra manera
terminan por provocar un aumento de injusticia y finalmente la auto destrucción de la humanidad.
Es
bien fácil establecer como esta visión de historia contemporánea difiere de
aquella que se halla mas divulgada entre nosotros – la idea que las raíces de
la crisis de la civilización europea, que nos ha cargado con terribles y
continuos ciclos de guerras mundiales, debe buscarse en la esfera de la
economía, en la lucha entre clases y entre naciones. Lo que se vislumbra en
primer plano y ocupa mayormente nuestra atención es la lucha entre las
diferentes formas de totalitarismo moderno. Sin dudas, el caos de intereses
conflictivos nos vuelve sordos a la pacifica resistencia de todos aquellos que
rechazan renunciar a su dignidad humana y, en lugar de ponerse de un lado u
otro de estas formas de totalitarismos que compiten entre si por la dominación
mundial, buscan construir una alternativa.
Polonia
se ha visto envuelta en dos de las formas más violentas de totalitarismos
modernos, y frente a estas adversidades reafirmó otra visión del hombre creando
una oposición esencialmente moral. En
septiembre de 1939 las estructuras físicas del estado polaco se rindieron
inmediatamente ante la superioridad alemana. Sin embargo, los nazis no lograron
destruir la resistencia moral del pueblo.
Exterminaron a los intelectuales
y mataron una sexta parte de los sacerdotes con la intención de
destruir la conciencia espiritual de la nación. La resistencia moral se
reconstruyo a si misma alrededor de la presencia de testigos de la iglesia
católica y, por medio de ella, por algunos grandes hombres de fe. Ya hemos
hablado del padre Maximiliano Kolbe. En este contexto, debemos mencionar
también al cardenal Sapieha, arzobispo metropolitano de Cracovia, figura
gigante de obispo y sacerdote y símbolo de la resistencia espiritual, en cuya
esfera de influencia maduró la vocación sacerdotal del joven Karol Wojtyla.
Guiada
por otra gran figura de sacerdote y obispo, el Cardenal Stefan Wyszyński,
la iglesia también se opuso al totalitarismo comunista a través de su propia
resistencia moral anclada en la visión del hombre como “imagen visible del Dios
invisible”. Este testigo estimuló la
conciencia de la gente. Englobaba la voluntad de continuar la lucha por la
verdad y la libertad, y al mismo tiempo mantenía viva la conciencia que más
importante que la reforma política del régimen dominante es la reforma de la
conciencia – el redescubrimiento,
individual y comunitario, de una perseverancia esencial y una constante humanidad
frente a los reclamos del poder. Los hechos de Danzig en 1979, la protesta pacífica
y firme de todo un pueblo en defensa de la verdad y el derecho, habla de una
manifestación practica de una inclinación espiritual nueva, de la cual habla, quizás en el testimonio más lúcido que se haya
escrito, Józef Stanisław Tischner en
su The Ethics of Solidarity.”
Traducido de Rocco Buttiglione: KAROL
WOJTYLA – The thought of the man who became Pope por (William B.
Erdman Publishing Co. 1997
sábado, 5 de noviembre de 2016
El horror, el santo y nuestros días (3 de 4)
(peregrinaciòn a Auschwitz durante el Congreso de la Misericordia en Cracovia, 2011)
Auschwitz/Oswiecim – Maximiliano Kolbe
“Reflexionemos
por un momento sobre estas palabras. Auschwitz es un lugar construido para la
destrucción del hombre, para el aniquilamiento de su dignidad. El poder, por
cierto, no puede matar a todos los
hombres porque los necesita como sirvientes e instrumentos. Pero para garantizarse estos instrumentos
primero debe aniquilar su dignidad, su auto estima. En el campo de exterminio,
el hombre es reducido a pura animalidad, y de acuerdo a la destrucción
programada de su personalidad espiritual se demuestra científicamente que no
conlleva valores superiores sino que es tan solo un animal levemente mas
evolucionado que los demás. Es como un
mono entrenado que puede ser domesticado, pero que está siempre dispuesto a
regresar a la ley de la jungla. Desde ese punto de vista la humanidad no consiste en lo que es mas profundo
en el hombre sino en lo que es más superficial. Observando la brutalidad de las
victimas (y la de sus asesinos) cada uno
de ellos se ve forzado a pensar en su dimensión más profunda y en que podría
convertirse en cualquier momento en caso que ofendiera a los poderes existentes
o si no se mostrase totalmente obediente a sus órdenes. El fin último del campo de extermino es, en
cierta manera, metafísico: muestra que los valores humanos en cuyo nombre sería
posible desafiar al poder no existen, porque el hombre solo es materia sujeta a
coerción por medios materiales cualquiera fuese su fin. Por lo tanto, si en el
hombre no hay verdad ni justicia, si solo se trata de palabras huecas, entonces,
en principio, la razón de toda oposición al poder
totalitario desaparece. Entonces cualquier posible oposición debiera radicar –
si así pudiera – tan solo en el plano de la fuerza. Precisamente por esta razón y en virtud de la
profundidad metafísica que responde al horror de Auschwitz, el testimonio del
padre Kolbe no es mero testimonio sino una victoria. Porque al sacrificar su vida convierte en
inútil el campo de exterminio: lo anula espiritualmente mostrando al mismo
tiempo que la humanidad es lo más profundo que existe en el hombre. Es más
fundamental para él y le pertenece más íntimamente que el instinto de
supervivencia y cualquier otra tendencia que el hombre tiene en común con otros
animales. En el lugar construido para el aniquilamiento del hombre, para la
negación de su naturaleza espiritual, Kolbe muestra la esencia de la grandeza
humana.
Ningún
éxito de la alianza anti nazi puede anular lo que ocurrió en Auschwitz,
ningún castigo para con los asesinos puede equipararse con el
sufrimiento de víctimas inocentes. No es posible borrar Auschwitz o lugares de
muerte similares de la historia humana. Pero el padre Kolbe impregnó de una
profundidad inesperada la lectura de su significado. Porque esos lugares son los la cruz de Cristo
sobre la cual gime el hombre contemporáneo.
El cristiano sabe que, vivido en el espíritu de Cristo, como participación
de su sufrimiento y su testimonio para el hombre, son lugares de victoria
fundamental del hombre y para el hombre.
Para
comprender mejor el pensamiento de Juan Pablo II, debemos prestar atención al
texto polaco de su discurso porque en un punto la traducción (al ingles) no es
enteramente fiel. Cuando nuestra traducción dice “se lleva a cabo una victoria
particular para la fe” las palabras exactas que el Santo Padre pronunciara son:
“dokonalo sie szczegolne zwycietwo czlowieka przez wiare” – literalmente, “se
lleva a cabo una victoria particular del hombre por medio de la fe”. Lo que se conquista, por medio de Kolbe, no
es la fe cristiana sino el hombre, el hombre que por medio de la fe llega a la
total posesión de su propia humanidad.
Esta posesión coincide con el reconocimiento que su propia verdad humana
es un don que brota continuamente de la misericordia de Dios. En el campo, el hombre como tal experimenta la
prueba de la cruz, pero es la fe la que le permite superar la prueba, para
recuperar completa y definitivamente, por medio de la prueba, su propia verdad
y su dignidad humana.”
Traducido de Rocco
Buttiglione: KAROL WOJTYLA – The thought of the man who became
Pope por (William B. Erdman Publishing Co. 1997)
viernes, 4 de noviembre de 2016
San Carlos Borromeo - La fiesta onomástica y la gracia de nuestro bautismo
“La
fiesta de hoy atrae ahora nuestra atención hacia el gran obispo y confesor de
la fe, San Carlos Borromeo, cuyo nombre yo recibí en el bautismo. A cuantos se
unen en la oración conmigo en la fiesta de hoy, quiero repetirles —como ya lo hice el pasado miércoles— las
palabras de San Pablo en la Carta a los Efesios: "Rezad... por todos los
santos, y también
por mi, para
que, al abrir mi boca, se me conceda la palabra para dar a conocer con
franqueza el misterio del Evangelio..." (Ef 6,
18-20). Este servicio al Evangelio de Jesucristo lo realizó heroicamente San
Carlos con todas sus fuerzas. Su celo pastoral y su infatigable entrega al
Pueblo de Dios a él encomendado han sido siempre un ejemplo para mí.
La fiesta
onomástica nos recuerda igualmente la gracia de nuestro bautismo, a través del
cual hemos sido sepultados con Cristo para resucitar también con El de entre
los muertos. Sólo si estamos dispuestos a caer en tierra, como el grano de
trigo, y morir con Cristo, podemos realmente dar fruto. El mismo Cristo nos ha
anunciado: "El que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su
vida por mí, la hallará" (Mt 16,
25). Pidamos unos para otros el coraje necesario para arriesgar como creyentes
nuestra vida por Cristo y su Reino. Para ello, con mis mejores deseos de un día
feliz y dichoso en la Ciudad Eterna, os imparto cordial-mente a todos vosotros
mi bendición apostólica.”
Invito visitar posts etiquetados San Carlos Borromeo
miércoles, 2 de noviembre de 2016
70 años de la "primera Misa"de Karol Wojtyla
Precisamente por esto, como he
dicho, elegí celebrar mis primeras Misas en la cripta de San Leonardo. Quería
destacar mi particular vínculo espiritual con la historia de Polonia, de la
cual la colina del Wawel representa casi una síntesis emblemática. Pero no sólo
eso. Había, en esa elección, una especial dimensión teológica. Como he dicho,
fui ordenado el día anterior, en la Solemnidad de Todos los Santos, cuando la
Iglesia expresa litúrgicamente la verdad de la Comunión de los Santos -Communio
Sanctorum-. Los Santos son aquellos que, habiendo acogido en la fe el
misterio pascual de Cristo, esperan ahora la resurrección final.
También las personas, cuyos
restos reposan en los sarcófagos de la catedral del Wawel, esperan allí la
resurrección. Toda la catedral parece repetir las palabras del Símbolo de los
Apóstoles: "Creo en la resurrección de los muertos y en la vida eterna''.
Esta verdad de fe ilumina la historia de las Naciones. Aquellas personas son
como "los grandes espíritus" que guían la Nación a través de los
siglos. No se encuentran allí solamente soberanos junto con sus esposas, u obispos
y cardenales; también hay poetas, grandes maestros de la palabra, que han
tenido una importancia enorme para mi formación cristiana y patriótica.
Fueron pocos los participantes
en aquellas primeras Misas celebradas sobre la colina del Wawel. Recuerdo que,
entre otros, estaba presente mi madrina Maria Wiadrowska, hermana mayor de mi
madre. Me asistía en el altar Mieczyslaw Malinski, que hacía presente de algún
modo el ambiente y la persona de Jan Tyranowski, ya entonces gravemente
enfermo.
Después, como sacerdote y como
obispo, he visitado siempre con gran emoción la cripta de San Leonardo. ¡Cuánto
hubiera deseado poder celebrar allí la Santa Misa con ocasión del quincuagésimo
aniversario de mi Ordenación sacerdotal!
Después hubo otras "primeras
Misas'': en la iglesia parroquial de San Estanislao de Kostka en Debniki y, el
domingo siguiente, en la iglesia de la Presentación de la Madre de Dios en
Wadowice. Celebré también una Misa en la confesión de San Estanislao, en la
catedral del Wawel, para los amigos del teatro rapsódico y para la organización
clandestina "Unia" (Unión), a la cual estuve vinculado durante la
ocupación.”
viernes, 28 de octubre de 2016
La ausencia de Dios lleva al decaimiento del hombre y del humanismo
“La
ausencia de Dios lleva al decaimiento del hombre y del humanismo. Pero, ¿dónde
está Dios? ¿Lo conocemos y lo podemos mostrar de nuevo a la humanidad para
fundar una verdadera paz? Resumamos ante todo brevemente las reflexiones que
hemos hecho hasta ahora. He dicho que hay una concepción y un uso de la
religión por la que esta se convierte en fuente de violencia, mientras que la
orientación del hombre hacia Dios, vivido rectamente, es una fuerza de paz. En
este contexto me he referido a la necesidad del diálogo, y he hablado de la
purificación, siempre necesaria, de la religión vivida. Por otro lado, he
afirmado que la negación de Dios corrompe al hombre, le priva de medidas y le
lleva a la violencia.
Junto a estas
dos formas de religión y anti-religión, existe también en el mundo en expansión
del agnosticismo otra orientación de fondo: personas a las que no les ha sido
dado el don de poder creer y que, sin embargo, buscan la verdad, están en la
búsqueda de Dios. Personas como éstas no afirman simplemente: «No existe ningún
Dios». Sufren a causa de su ausencia y, buscando lo auténtico y lo bueno, están
interiormente en camino hacia Él. Son «peregrinos de la verdad, peregrinos de
la paz». Plantean preguntas tanto a una como a la otra parte. Despojan a los
ateos combativos de su falsa certeza, con la cual pretenden saber que no hay un
Dios, y los invitan a que, en vez de polémicos, se conviertan en personas en
búsqueda, que no pierden la esperanza de que la verdad exista y que nosotros
podemos y debemos vivir en función de ella. Pero también llaman en causa a los
seguidores de las religiones, para que no consideren a Dios como una propiedad
que les pertenece a ellos hasta el punto de sentirse autorizados a la violencia
respecto a los demás. Estas personas buscan la verdad, buscan al verdadero
Dios, cuya imagen en las religiones, por el modo en que muchas veces se
practican, queda frecuentemente oculta. Que ellos no logren encontrar a Dios,
depende también de los creyentes, con su imagen reducida o deformada de Dios.
Así, su lucha interior y su interrogarse es también una llamada a nosotros
creyentes, a todos los creyentes a purificar su propia fe, para que Dios –el
verdadero Dios– se haga accesible. Por eso he invitado de propósito a
representantes de este tercer grupo a nuestro encuentro en Asís, que no sólo
reúne representantes de instituciones religiosas. Se trata más bien del estar
juntos en camino hacia la verdad, del compromiso decidido por la dignidad del
hombre y de hacerse cargo en común de la causa de la paz, contra toda especie
de violencia destructora del derecho. Para concluir, quisiera aseguraros que la
Iglesia católica no cejará en la lucha contra la violencia, en su compromiso
por la paz en el mundo. Estamos animados por el deseo común de ser «peregrinos
de la verdad, peregrinos de la paz».”