sábado, 29 de julio de 2017

Velad, vigilad y orad


Velar, vigilar, orar…. palabras sencillas pero tan llenas de vida que Juan Pablo II solía reiterar a menudo en su propia patria,  basándose en la frase evangélica (Mc 14, 38) y en las de Jesús mismo,  porque sabía de la imperante necesidad de estar siempre atentos, de velar y vigilar y no perderse momento para orar
Pero que significa velar?  y para que orar se preguntaba Juan Pablo II ante los jóvenes presentes en la Basilica de San Pedro el 14 de marzo de 1979.
  
«¿Qué quiere decir “velo”?» Quiere decir: me esfuerzo para ser un hombre de conciencia. No apago esta conciencia y no la deformo; llamo por su nombre al bien y al mal, no los confundo; hago crecer en mí el bien y trato de corregirme del mal, superándolo en mí mismo. Éste es el problema fundamental, que nunca se podrá disminuir, ni trasladar a un plano secundario. ¡No!, siempre y en todo lugar, se trata de un problema de primer plano. Tanto más importante, cuanto más numerosas son las circunstancias que parecen favorecer nuestra tolerancia del mal, y el hecho de que fácilmente nos absolvemos de él, particularmente si así hacen los demás... «Velo» quiere decir, además, veo a los otros… Velo quiere decir: amor al prójimo; quiere decir: fundamental solidaridad «interhumana».

Debemos orar, lo primero de todo, porque somos creyentes…. debemos orar como cristianos….debemos orar porque somos frágiles y culpables. — La oración da fuerza para los grandes ideales, para mantener la fe, la caridad, la pureza, la generosidad; — La oración da ánimo para salir de la indiferencia y de la culpa, si por desgracia se ha cedido a la tentación y a la debilidad..” 

A pocos meses después,  durante aquel emocionante y delicado primer viaje (1979) a su patria Polonia,  ante la querida Madre y Patrona de los polacos de Jasna Gora en Czestochowa lo recordaba 

“Vigilar significa custodiar un gran bien. hay que vigilar y cuidar con gran celo todo bien del hombre, porque ésa es la gran tarea que nos corresponde a cada uno de nosotros. No puede permitirse que se pierda nada de lo que es humano, polaco, cristiano sobre esta tierra….. "¡Sed sobrios y vigilad!"…. ¡No sucumbáis en la debilidad! “


Y “Estad atentos a no permitir que se debilite en vosotros el sentido de Dios. Mirad al Señor con ojos atentos y descubriréis en El el rostro mismo de Dios.” Les decía a los jóvenes durante su visita a Chile en 1987.  

viernes, 14 de julio de 2017

Juan Pablo II sobre la indisolubilidad de la comunión conyugal


Unidad indivisible de la comunión conyugal

19. La comunión primera es la que se instaura y se desarrolla entre los cónyuges; en virtud del pacto de amor conyugal, el hombre y la mujer «no son ya dos, sino una sola carne»[46] y están llamados a crecer continuamente en su comunión a través de la fidelidad cotidiana a la promesa matrimonial de la recíproca donación total.
Esta comunión conyugal hunde sus raíces en el complemento natural que existe entre el hombre y la mujer y se alimenta mediante la voluntad personal de los esposos de compartir todo su proyecto de vida, lo que tienen y lo que son; por esto tal comunión es el fruto y el signo de una exigencia profundamente humana. Pero, en Cristo Señor, Dios asume esta exigencia humana, la confirma, la purifica y la eleva conduciéndola a perfección con el sacramento del matrimonio: el Espíritu Santo infundido en la celebración sacramental ofrece a los esposos cristianos el don de una comunión nueva de amor, que es imagen viva y real de la singularísima unidad que hace de la Iglesia el indivisible Cuerpo místico del Señor Jesús.
El don del Espíritu Santo es mandamiento de vida para los esposos cristianos y al mismo tiempo impulso estimulante, a fin de que cada día progresen hacia una unión cada vez más rica entre ellos, a todos los niveles —del cuerpo, del carácter, del corazón, de la inteligencia y voluntad, del alma[47]—, revelando así a la Iglesia y al mundo la nueva comunión de amor, donada por la gracia de Cristo.
Semejante comunión queda radicalmente contradicha por la poligamia; ésta, en efecto, niega directamente el designio de Dios tal como es revelado desde los orígenes, porque es contraria a la igual dignidad personal del hombre y de la mujer, que en el matrimonio se dan con un amor total y por lo mismo único y exclusivo. Así lo dice el Concilio Vaticano II: «La unidad matrimonial confirmada por el Señor aparece de modo claro incluso por la igual dignidad personal del hombre y de la mujer, que debe ser reconocida en el mutuo y pleno amor»[48].

Una comunión indisoluble
20. La comunión conyugal se caracteriza no sólo por su unidad, sino también por su indisolubilidad: «Esta unión íntima, en cuanto donación mutua de dos personas, lo mismo que el bien de los hijos, exigen la plena fidelidad de los cónyuges y reclaman su indisoluble unidad»[49].
Es deber fundamental de la Iglesia reafirmar con fuerza —como han hecho los Padres del Sínodo— la doctrina de la indisolubilidad del matrimonio; a cuantos, en nuestros días, consideran difícil o incluso imposible vincularse a una persona por toda la vida y a cuantos son arrastrados por una cultura que rechaza la indisolubilidad matrimonial y que se mofa abiertamente del compromiso de los esposos a la fidelidad, es necesario repetir el buen anuncio de la perennidad del amor conyugal que tiene en Cristo su fundamento y su fuerza[50].
Enraizada en la donación personal y total de los cónyuges y exigida por el bien de los hijos, la indisolubilidad del matrimonio halla su verdad última en el designio que Dios ha manifestado en su Revelación: Él quiere y da la indisolubilidad del matrimonio como fruto, signo y exigencia del amor absolutamente fiel que Dios tiene al hombre y que el Señor Jesús vive hacia su Iglesia.
Cristo renueva el designio primitivo que el Creador ha inscrito en el corazón del hombre y de la mujer, y en la celebración del sacramento del matrimonio ofrece un «corazón nuevo»: de este modo los cónyuges no sólo pueden superar la «dureza de corazón»[51], sino que también y principalmente pueden compartir el amor pleno y definitivo de Cristo, nueva y eterna Alianza hecha carne. Así como el Señor Jesús es el «testigo fiel»[52], es el «sí» de las promesas de Dios[53] y consiguientemente la realización suprema de la fidelidad incondicional con la que Dios ama a su pueblo, así también los cónyuges cristianos están llamados a participar realmente en la indisolubilidad irrevocable, que une a Cristo con la Iglesia su esposa, amada por Él hasta el fin[54].
El don del sacramento es al mismo tiempo vocación y mandamiento para los esposos cristianos, para que permanezcan siempre fieles entre sí, por encima de toda prueba y dificultad, en generosa obediencia a la santa voluntad del Señor: «lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre»[55].
Dar testimonio del inestimable valor de la indisolubilidad y fidelidad matrimonial es uno de los deberes más preciosos y urgentes de las parejas cristianas de nuestro tiempo. Por esto, junto con todos los Hermanos en el Episcopado que han tomado parte en el Sínodo de los Obispos, alabo y aliento a las numerosas parejas que, aun encontrando no leves dificultades, conservan y desarrollan el bien de la indisolubilidad; cumplen así, de manera útil y valiente, el cometido a ellas confiado de ser un «signo» en el mundo —un signo pequeño y precioso, a veces expuesto a tentación, pero siempre renovado— de la incansable fidelidad con que Dios y Jesucristo aman a todos los hombres y a cada hombre. Pero es obligado también reconocer el valor del testimonio de aquellos cónyuges que, aun habiendo sido abandonados por el otro cónyuge, con la fuerza de la fe y de la esperanza cristiana no han pasado a una nueva unión: también estos dan un auténtico testimonio de fidelidad, de la que el mundo tiene hoy gran necesidad. Por ello deben ser animados y ayudados por los pastores y por los fieles de la Iglesia.”


viernes, 7 de julio de 2017

Juan Pablo II y los laicos


El obispo – y aun antes ya como novel sacerdote – Karol Wojtyla supo valorar la colaboración de los laicos; la descubrió, la valoró, y agradeció ese “don de los laicos”.  Fueron quizás aquellas primeras experiencias con los jóvenes que tan bien describe  Stanislaw Grygiel, discípulo y amigo de Karol Wojtyla,   aquellas vivencias tan particulares con los grupos de jóvenes y ese encuentro tan providencial con el obispo Jan Pietraszko, que dejaron marcados indeleblemente los dos años de sus vivencias en la querida parroquia de San Florián, su punta de lanza para valorar a pleno ese  don singular de los laicos.

Lo ratificaba en Don y Misterio  “porque cada uno de ellos ha ofrecido su propia aportación a la realización de mi sacerdocio. En cierto modo me han indicado el camino, ayudándome a comprender mejor mi ministerio y a vivirlo en plenitud….Entre ellos había simples obreros, hombres dedicados a la cultura y al arte, grandes científicos. En verdad, me ha acompañado siempre la profunda conciencia de la necesidad urgente del apostolado de los laicos en la Iglesia. Cuando el Concilio Vaticano II habló de la vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo, pude experimentar una gran alegría: lo que el Concilio enseñaba respondía a las convicciones que habían guiado mi acción desde los primeros años de mi ministerio sacerdotal.”

Con fecha 30 de diciembre de 1988 se dio a conocer su Exhortación apostólica post-sinodal  (Sinodo de Obispos 1987 – Roma 10 al 30 de octubre de 1987) Christifideles Laici  sobre la vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo en cuya introducción se lee:
“Los fieles laicos (Christifideles laici), cuya «vocación y misión en la Iglesia y en el mundo a los veinte años del Concilio Vaticano II» ha sido el tema del Sínodo de los Obispos de 1987, pertenecen a aquel Pueblo de Dios representado en los obreros de la viña, de los que habla el Evangelio de Mateo: «El Reino de los Cielos es semejante a un propietario, que salió a primera hora de la mañana a contratar obreros para su viña. Habiéndose ajustado con los obreros en un denario al día, los envió a su viña» (Mt 20, 1-2). La parábola evangélica despliega ante nuestra mirada la inmensidad de la viña del Señor y la multitud de personas, hombres y mujeres, que son llamadas por Él y enviadas para que tengan trabajo en ella. La viña es el mundo entero (cf. Mt 13, 38), que debe ser transformado según el designio divino en vista de la venida definitiva del Reino de Dios.”

Juan Pablo II mantuvo una serie de audiencias dedicadas a los laicos, comenzando con la Audiencia General del 27 de octubre de 1993  La identidad eclesial de los laicos donde en la introducción explicaba la naturalidad de ocuparse del papel de los laicos :  “A lo largo de las catequesis eclesiológicas después de haber reflexionado sobre la Iglesia como pueblo de Dios, como comunidad sacerdotal y sacramental, nos hemos detenido en varios oficios y ministerios. Así, hemos pasado de los Apóstoles, elegidos y mandados por Cristo, a los obispos, sus sucesores, a los presbíteros, colaboradores de los obispos, y a los diáconos. Es lógico que nos ocupemos ahora de la condición y del papel de los laicos, que constituyen la gran mayoría del populus Dei. Trataremos este tema siguiendo la línea del concilio Vaticano II, pero también recogiendo las directrices y las orientaciones de la exhortación apostólica Christifideles laici, publicada el 30 de diciembre de 1988, como fruto del Sínodo de los obispos de 1987.”

A aquella primera Audiencia General introductoria sobre  los laicos, le siguieron cinco más:





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En su homilía del26 de noviembre de 2000 con ocasión del Jubileo del apostolado de los laicos afirmaba:    “En la maduración de esta conciencia, el concilio ecuménico Vaticano II marcó una etapa decisiva. Con el Concilio, en la Iglesia llegó verdaderamente la hora del laicado, y numerosos fieles laicos, hombres y mujeres, han comprendido con mayor claridad su vocación cristiana, que, por su misma naturaleza, es vocación al apostolado (cf. Apostolicam actuositatem)

“Pero ¿qué implica esta misión? - Preguntaba allí mismo -   ¿Qué significa ser cristianos hoy, aquí y ahora?
Ser cristianos jamás ha sido fácil, y tampoco lo es hoy. Seguir a Cristo exige valentía para hacer opciones radicales, a menudo yendo contra corriente. "¡Nosotros somos Cristo!", exclamaba san Agustín. Los mártires y los testigos de la fe de ayer y de hoy, entre los cuales se cuentan numerosos fieles laicos, demuestran que, si es necesario, ni siquiera hay que dudar en dar la vida por Jesucristo y a modo de ejemplo citaba palabras del Papa Pablo VI en su exhortación apostólica Evangelii nuntiandi:  "El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los testigos que a los maestros (...), o si escucha a los maestros es porque son testigos" 

sábado, 1 de julio de 2017

Basílica de Nuestra Señora del Monte, Bandra, India


En aquel extenso  primer viaje (10 dias) deJuan Pablo II a la India,   considerando que la visita coincidía con el Año Mariano,  en el Ángelus del Domingo durante su visita no solo hacia una visita espiritual a un Santuario mariano como lo hacia todos los domingos de ese periodo 1986-1987, sino que esta ceremonia la llevaba a cabo personalmente en la Basílica de Nuestra Señora del Monte, en Bandra, Mumbai,  recordando la visita al santuario de supredecesor el Papa Pablo VI 
 El Papa recordaba a su vez otros santuarios marianos famosos en la India como el de Nuestra Señora de las Gracias en Sardhana,  Nuestra Señora de Lourdes en Vijayawada,  y Nuestra Señora de la Salud enVailankanni. 

En una visita extenuante y difícil el Santo Padre recordaba la unidad de los cristianos y el significado tan especial al que el Concilio Vaticano II le adjudicaba a Maria, la Madre de Dios y Madre de la Iglesia.

“María de Nazaret – decia el Papa - es sin duda alguna digna de nuestra veneración y amor filial. "Cooperó de forma enteramente impar a la obra del Salvador con la obediencia, la fe, la y la ardiente caridad" (Lumen gentium, 61). Cambió toda la historia humana con su "Fiat", con su libre aceptación de la voluntad de Dios. Mediante este acto de fe y amor, Ella se dejó transformar por Dios. Sometiéndose totalmente a Dios, aceptó ser la Madre del Redentor del mundo: el Verbo eterno hecho carne, Dios se hizo hombre. Desde el momento de la Anunciación, se dedicó a su Hijo, a su persona y a su obra, al misterio de la redención que Él llevó a cabo. Desde ese día siempre asiste a su Hijo en su misión de salvación. En todas las épocas, María está cerca de la Iglesia, el Cuerpo de Cristo. Y así, a Ella, se le llama acertadamente "Madre de la Iglesia"…...De forma especial, la Santísima Virgen nos asiste en nuestros esfuerzos de promover la reconciliación y la paz en el mundo y fortalecer la unidad de todos los cristianos. Hace esto guiando nuestra atención hacia su Divino Hijo e instruyéndonos como les instruyó a ellos en las bodas de Caná: "Haced lo que Él os diga" (Jn 2, 5). Si permanecemos fieles en hacer lo que Cristo nos dice, si continuamente decimos junto a María "hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38), habrá paz y reconciliación en el mundo, y seremos uno en Cristo. Precisamente teniendo presente el papel de María en la obra de la unidad de los cristianos, el Concilio Vaticano II exhortó a los fieles con las siguientes palabras: "Ofrezcan todos los fieles súplicas apremiantes a la Madre de Dios y Madre de los hombres, para que Ella, que ayudó con sus oraciones a la Iglesia naciente, también ahora, ensalzada en el cielo por encima de todos los ángeles y bienaventurados, interceda en la comunión de todos los santos ante su Hijo, hasta que todas las familias de los pueblos, tanto los que se honran con el título de cristianos como los que todavía desconocen a su Salvador, lleguen a reunirse felizmente, en paz y concordia, en un solo Pueblo de Dios, para gloria de la Santísima e Indivisible Trinidad" (Lumen gentium, 69).”

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La entonces capilla católica del Monte de Maria, fue construida alrededor de 1640 por los Portugueses y luego destruida en 1738 por los Marathas durante la invasión.  La estatua de Maria fue recuperada del mar por unos pescadores entre 1700 y 1760. y temporariamente instalada en la Iglesia de San Andres antes de ser nuevamente posicionada en la Iglesia de Maria del Monte en 1761. En ese año comenzó a celebrarse la fiesta de Nuestra Señora del Monte, conocida también como la Fiesta del Monte o la Fiesta de Bandra.  El arquitecto de la Iglesia de Maria del Monte fue Shahpoorjee Chandabhoy. La Basilica fue construida en 1904 y es visitada por fieles de todas las religiones y comunidades. La fiesta litúrgica de la Virgen se celebra el primer Domingo después del 8 de septiembre, dia que se recuerda el nacimiento dela Virgen Maria. La muy frecuentada fiesta dura toda la semana con celebraciones locales conocidas como la Feria de Bandra.


La Basílica está ubicada en una pequeña elevación de unos 80 mts con vistas al Mar de Arabia.  

Sitio oficial de la Basilica con abundantes fotografías..