Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

miércoles, 29 de junio de 2022

Joseph Ratzinger / Benedicto XVI y el Concilio Vaticano II (2 de 5)

 


El segundo documento que luego resultaría importante para el encuentro de la Iglesia con la modernidad nació casi por casualidad, y creció en varios estratos. Me refiero a la Declaración  “Nostra aetate” sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas. Inicialmente se tenía la intención de preparar una declaración sobre las relaciones entre la Iglesia y el judaísmo, texto que resultaba intrínsecamente necesario después de los horrores de la Shoah. Los padres conciliares de los países árabes no se opusieron a ese texto, pero explicaron que, si se quería hablar del judaísmo, también se debía hablar del islam. Hasta qué punto tenían razón al respecto, lo hemos ido comprendiendo en Occidente sólo poco a poco. Por último, creció la intuición de que era justo hablar también de otras dos grandes religiones — el hinduismo y el budismo —, así como del tema de la religión en general. A eso se añadió luego espontáneamente una breve instrucción sobre el diálogo y la colaboración con las religiones, cuyos valores espirituales, morales y socioculturales debían ser reconocidos, conservados y desarrollados (n. 2). Así, en un documento preciso y extraordinariamente denso, se inauguró un tema cuya importancia todavía no era previsible en aquel momento. La tarea que ello implica, el esfuerzo que es necesario hacer aún para distinguir, clarificar y comprender, resulta cada vez más patente. En el proceso de recepción activa poco a poco se  fue viendo también  una debilidad de este texto de por sí extraordinario: habla de las religiones sólo de un modo positivo, ignorando las formas enfermizas y distorsionadas de religión, que desde el punto de vista histórico y teológico tienen un gran alcance; por eso la fe cristiana ha sido muy crítica desde el principio respecto a la religión, tanto hacia el interior como hacia el exterior.

Mientras que al comienzo del concilio habían prevalecido los episcopados del centro de Europa con sus teólogos, en el curso de las fases conciliares se amplió cada vez más el radio del trabajo y de la responsabilidad común. Los obispos se consideraban aprendices en la escuela del Espíritu Santo y en la escuela de la colaboración recíproca, pero lo hacían como servidores de la Palabra de Dios, que vivían y actuaban en la fe. Los padres conciliares no podían y no querían crear una Iglesia nueva, diversa. No tenían ni el mandato ni el encargo de hacerlo. Eran padres del Concilio con una voz y un derecho de decisión sólo en cuanto obispos, es decir, en virtud del Sacramento y en la Iglesia del Sacramento. Por eso no podían y no querían crear una fe distinta o una Iglesia nueva, sino comprenderlas de modo más profundo y, por consiguiente, realmente “renovarlas”. Por eso una hermenéutica de la ruptura es absurda, contraria al espíritu y a la voluntad de los padres conciliares.

En el cardenal Frings tuve un “padre” que vivió de modo ejemplar este espíritu del Concilio. Era un hombre de gran apertura y amplitud de miras, pero sabía también que sólo la fe permite salir al aire libre, al espacio que queda vedado al espíritu positivista. Esta es la visión a la que quería servir con el mandato recibido a través del Sacramento de la ordenación episcopal. No puedo menos que estarle siempre agradecido por haberme llevado a mí  — el profesor más joven de la Facultad teológica católica de la universidad de Bonn — como su consultor a la gran asamblea de la Iglesia, permitiéndome frecuentar esa escuela y recorrer desde dentro el camino del concilio. En este volumen se han recogido varios escritos con los cuales, en esa escuela, he pedido la palabra. Peticiones de palabra totalmente fragmentarias, en las que se refleja también el proceso de aprendizaje que el concilio y su recepción han significado y significan aún para mí. Espero que estas diversas contribuciones, con todos sus límites, puedan ayudar en su conjunto a comprender mejor el concilio y a traducirlo en una justa vida eclesial. Agradezco de corazón al arzobispo Gerhard Ludwig Müller y a sus colaboradores del Institut Papst Benedikt XVI el extraordinario empeño que han puesto para la realización de este volumen.

(Papa Benedicto XVI  con ocasión del 50 aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II ) 

Joseph Ratzinger / Benedicto XVI y el Concilio Vaticano II (1 de 5)

 


Maravillado y emocionado recordaba el Papa Benedicto aquellos días:

Fue un día espléndido aquel  11 de octubre de 1962, (straordinaria attesa dice el texto en italiano)   en el que, con el ingreso solemne de más de dos mil padres conciliares en la basílica de San Pedro en Roma, se inauguró el concilio Vaticano II. En 1931 Pío XI había dedicado este día a la fiesta de la Divina Maternidad de María, para conmemorar que 1500 años antes, en 431, el concilio de Éfeso había reconocido solemnemente a María ese título, con el fin de expresar así la unión indisoluble de Dios y del hombre en Cristo. El Papa Juan XXIII había fijado para ese día el inicio del concilio con la intención de encomendar la gran asamblea eclesial que había convocado a la bondad maternal de María, y de anclar firmemente el trabajo del concilio en el misterio de Jesucristo. Fue emocionante ver entrar a los obispos procedentes de todo el mundo, de todos los pueblos y razas: era una imagen de la Iglesia de Jesucristo que abraza todo el mundo, en la que los pueblos de la tierra se saben unidos en su paz.

Fue un momento de extraordinaria expectación. Grandes cosas debían suceder. Los concilios anteriores habían sido convocados casi siempre para una cuestión concreta a la que debían responder. Esta vez no había un problema particular que resolver. Pero precisamente por esto aleteaba en el aire un sentido de expectativa general: el cristianismo, que había construido y plasmado el mundo occidental, parecía perder cada vez más su fuerza creativa. Se le veía cansado y daba la impresión de que el futuro era decidido por otros poderes espirituales. El sentido de esta pérdida del presente por parte del cristianismo, y de la tarea que ello comportaba, se compendiaba bien en la palabra “aggiornamento” (actualización). El cristianismo debe estar en el presente para poder forjar el futuro. Para que pudiera volver a ser una fuerza que moldeara el futuro, Juan XXIII había convocado el concilio sin indicarle problemas o programas concretos. Esta fue la grandeza y al mismo tiempo la dificultad del cometido que se presentaba a la asamblea eclesial.

Los distintos episcopados se presentaron  sin duda al gran evento con ideas diversas. Algunos llegaron más bien con una actitud de espera ante el programa que se debía desarrollar. Fue el episcopado del centro de Europa —Bélgica, Francia y Alemania— el que llegó con las ideas más claras. En general, el énfasis se ponía en aspectos completamente diferentes, pero había algunas prioridades comunes. Un tema fundamental era la eclesiología, que debía profundizarse desde el punto de vista de la historia de la salvación, trinitario y sacramental; a este se añadía la exigencia de completar la doctrina del primado del concilio Vaticano I a través de una revalorización del ministerio episcopal. Un tema importante para los episcopados del centro de Europa era la renovación litúrgica, que Pío XII ya había comenzado a poner en marcha. Otro aspecto central, especialmente para el episcopado alemán, era el ecumenismo:  haber sufrido juntos la persecución del nazismo había acercado mucho a los cristianos protestantes y a los católicos; ahora, esto se debía comprender y llevar adelante también en el ámbito de toda la Iglesia. A eso se añadía el ciclo temático Revelación – Escritura – Tradición – Magisterio. Los franceses destacaban cada vez más el tema de la relación entre la Iglesia y el mundo moderno, es decir, el trabajo en el llamado Esquema XIII, del que luego nació la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual. Aquí se tocaba el punto de la verdadera expectativa del Concilio. La Iglesia, que todavía en época barroca había plasmado el mundo, en un sentido lato, a partir del siglo XIX había entrado de manera cada vez más visible en una relación negativa con la edad moderna, sólo entonces plenamente iniciada. ¿Debían permanecer así las cosas? ¿Podía dar la Iglesia un paso positivo en la nueva era? Detrás de la vaga expresión “mundo de hoy” está la cuestión de la relación con la edad moderna. Para clarificarla era necesario definir con mayor precisión lo que era esencial y constitutivo de la era moderna. El “Esquema XIII” no lo consiguió. Aunque esta Constitución pastoral afirma muchas cosas importantes para comprender el “mundo” y da contribuciones notables a la cuestión de la ética cristiana, en este punto no logró ofrecer una aclaración sustancial.

Contrariamente a lo que cabría esperar, el encuentro con los grandes temas de la época moderna no se produjo en la gran Constitución pastoral, sino en dos documentos menores cuya importancia sólo se puso de relieve poco a poco con la recepción del concilio. El primero es la Declaración sobre la libertad religiosa, solicitada y preparada con gran esmero especialmente por el episcopado americano. La doctrina sobre la tolerancia, tal como había sido elaborada en sus detalles por Pío XII, no resultaba suficiente ante la evolución del pensamiento filosófico y la autocomprensión del Estado moderno. Se trataba de la libertad de elegir y de practicar la religión, y de la libertad de cambiarla, como derechos a las libertades fundamentales del hombre. Dadas sus razones más íntimas, esa concepción no podía ser ajena a la fe cristiana, que había entrado en el mundo con la pretensión de que el Estado no pudiera decidir sobre la verdad y no pudiera exigir ningún tipo de culto. La fe cristiana reivindicaba la libertad a la convicción religiosa y a practicarla en el culto, sin que se violara con ello el derecho del Estado en su propio ordenamiento: los cristianos rezaban por el emperador, pero no lo veneraban. Desde este punto de vista, se puede afirmar que el cristianismo trajo al mundo con su nacimiento el principio de la libertad de religión. Sin embargo, la interpretación de este derecho a la libertad en el contexto del pensamiento moderno en cualquier caso era difícil, pues podía parecer que la versión moderna de la libertad de religión presuponía la imposibilidad de que el hombre accediera a la verdad, y desplazaba así la religión de su propio fundamento hacia el ámbito de lo subjetivo. Fue ciertamente providencial que, trece años después de la conclusión del concilio, el Papa Juan Pablo II llegara de un país en el que la libertad de religión era rechazada a causa del marxismo, es decir, de una forma particular de filosofía estatal moderna. El Papa procedía también de una situación parecida a la de la Iglesia antigua, de modo que resultó nuevamente visible el íntimo ordenamiento de la fe al tema de la libertad, sobre todo a la libertad de religión y de culto.

jueves, 23 de junio de 2022

Sagrado Corazon de Maria

 


En su discurso a quienes habían participado del Simposio Internacional de la Alianza de los dos corazones d Jesús y Maria; en el ya lejano 1986 el Siervo de Dios Juan Pablo II decía:


“En el corazón de Maria vemos simbolizado su amor maternal, su singular santidad y su rol central en la misión redentora de su Hijo. Es precisamente en relación a ese rol especial en la misión de su Hijo que la devoción al Corazón de Maria adquiere primordial importancia, porque mediante el amor a su Hijo y a toda la humanidad ella actúa de instrumento para llevarnos a El. El acto de confiarnos al Inmaculado Corazón de María que solemnemente proclame en Fátima el 13 de mayo de 1982, y nuevamente el 25 de Marzo de 1984, a la clausura del Año Santo Extraordinario de la Redención, radica en esta verdad del amor maternal de Maria y de su particular papel de intercesora. Si nos confiamos al Sagrado Corazón de Maria ella con seguridad nos ayudara a vencer la amenaza del mal, que tan fácilmente se arraiga en el corazón de los hombres de hoy y que en sus efectos inconmensurables ya grava sobre la vida presente y parece cerrar los caminos hacia el futuro!.”

Invito visitar Corazones de Jesús y Maria : http://www.corazones.org/jesus_maria_cor/a_corazones.htm
y
Fiesta del Inmaculado Corazón de Maria EWTN

Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios;
no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades,
antes bien, líbranos de todo peligro,
¡oh siempre Virgen, gloriosa y bendita.


martes, 21 de junio de 2022

Juan Pablo II en Montserrat

 

(Imagen de Wikimedia)

Aunque ya había concluido el Año Mariano 1987-1988 el Papa Juan Pablo II extendió sus peregrinaciones espirituales durante varios domingos después del 15 de agosto de 1988,  y el domingo 6 de noviembre recordaba su visita a la patrona de Cataluña, la Virgen de Montserrat,  realizada durante su viaje apostólico a España en 1982,  con estas palabras:

Al pueblo cristiano le gusta invocar a la Virgen con el título de "Stella Matutina", "Estrella de la Mañana", porque María apareció en la historia humana precediendo y anunciando la salvación en Cristo.

Con una invocación parecida, la de "Stella Orientis", suelen dirigirse los fieles a la Señora en el famoso santuario de Montserrat, en las montañas de Cataluña, no lejos de la ciudad de Barcelona. Allí, ante la Virgen, tuve la alegría de rezar el 7 de noviembre de hace seis años, durante mi viaje apostólico a España.

Las primeras noticias que se tienen sobre la existencia en aquel lugar de una capillita dedicada a la Virgen se remontan al siglo IX: a la imagen de la Virgen, que se venera allí, se le llama popularmente la "Moreneta" debido a su color oscuro, característico de la iconografía Mariana del siglo XII, a la que se atribuye ese icono.

El santuario recibió un gran impulso cuando el anexo monasterio fue elevado a la categoría de abadía.

Durante siglos, la abadía ha sido y continúa siendo un centro eminente de evangelización, de renovación litúrgica, de estudio de la Sagrada Escritura y, sobre todo, un faro para la fe del Pueblo de Dios que busca refugio y protección en la Virgen.

Pero el acontecimiento decisivo que dio al santuario su actual relieve fue la proclamación de la Virgen de Montserrat, por el Papa León XIII, como Patrona de Cataluña.

3. Entre los cristianos de aquella región existe la costumbre de la "visita espiritual" a la Virgen de Montserrat; consiste en dirigir el pensamiento, durante las actividades de la jornada, al santuario de la Virgen recogiéndose espiritualmente en breve oración. Quisiera invitaros a todos vosotros a que os unáis a mí en este momento, para realizar una visita espiritual así a la "Mare de Déu", y, en la lengua de aquella región, rezar la oración confiada "Seu de la saviesa... aconseguiu-nos aquella fe que enfonsa les muntanyes, omple les valls, i fa planer el camí de la vida".

Pidamos a la "Moreneta" la fortaleza de la fe, la honestidad en la vida pública y privada, la fraternidad de los corazones, la unidad entre los pueblos, la paz y el bien de todos los hombres de buena voluntad. ¡Que los fieles y las familias cristianas vuelvan a invocarla con asiduidad y fervor, especialmente mediante la bella oración del rosario! María obtendrá del Señor la gracia de una nueva primavera para la Iglesia en el ya próximo amanecer del tercer milenio de la era cristiana.

 

lunes, 20 de junio de 2022

Santa Josefina Bakhiata : Madre Morita

 


Cuando fue canonizada el 1 de octubre de 2000,  el papa Juan Pablo II dijo: “Alégrate África toda!  Bakhita ha vuelto a ti: la hija del Sudán, vendida en la esclavitud como mercancía viva, ahora es libre para siempre: libre con la libertad de los santos”. De Bakhita el Papa también dijo: “En este tiempo, en que la carrera desenfrenada al poder, al dinero y al placer es causa de tanta desconfianza, violencia y soledad, Sor Bakhita ha sido donada una vez más por el Señor como una religiosa universal, para que pueda revelarnos el secreto del verdadero felicidad: las bienaventuranzas… He aqui el mensaje de bondad heroica modelada en la bondad de nuestro Padre celestial” (Beatificación 17 de mayo de 1992)

Para nosotros, que vivimos desde siempre con el concepto cristiano de Dios y nos hemos acostumbrado a él, el tener esperanza, que proviene del encuentro real con este Dios, resulta ya casi imperceptible. El ejemplo de una santa de nuestro tiempo puede en cierta medida ayudarnos a entender lo que significa encontrar por primera vez y realmente a este Dios. Me refiero a la africana Josefina Bakhita, canonizada por el Papa Juan Pablo II.

Nació aproximadamente en 1869 –ni ella misma sabía la fecha exacta– en Darfur, Sudán. Cuando tenía nueve años fue secuestrada por traficantes de esclavos, golpeada y vendida cinco veces en los mercados de Sudán. Terminó como esclava al servicio de la madre y la mujer de un general, donde cada día era azotada hasta sangrar; como consecuencia de ello le quedaron 144 cicatrices para el resto de su vida. Por fin, en 1882 fue comprada por un mercader italiano para el cónsul italiano Callisto Legnani que, ante el avance de los mahdistas, volvió a Italia. Aquí, después de los terribles « dueños » de los que había sido propiedad hasta aquel momento, Bakhita llegó a conocer un « dueño » totalmente diferente –que llamó « paron » en el dialecto veneciano que ahora había aprendido–, al Dios vivo, el Dios de Jesucristo. Hasta aquel momento sólo había conocido dueños que la despreciaban y maltrataban o, en el mejor de los casos, la consideraban una esclava útil. Ahora, por el contrario, oía decir que había un « Paron » por encima de todos los dueños, el Señor de todos los señores, y que este Señor es bueno, la bondad en persona. Se enteró de que este Señor también la conocía, que la había creado también a ella; más aún, que la quería. También ella era amada, y precisamente por el « Paron » supremo, ante el cual todos los demás no son más que míseros siervos. Ella era conocida y amada, y era esperada. Incluso más: este Dueño había afrontado personalmente el destino de ser maltratado y ahora la esperaba « a la derecha de Dios Padre ». En este momento tuvo « esperanza »; no sólo la pequeña esperanza de encontrar dueños menos crueles, sino la gran esperanza: yo soy definitivamente amada, suceda lo que suceda; este gran Amor me espera. Por eso mi vida es hermosa. 

A través del conocimiento de esta esperanza ella fue « redimida », ya no se sentía esclava, sino hija libre de Dios. Entendió lo que Pablo quería decir cuando recordó a los Efesios que antes estaban en el mundo sin esperanza y sin Dios; sin esperanza porque estaban sin Dios. Así, cuando se quiso devolverla a Sudán, Bakhita se negó; no estaba dispuesta a que la separaran de nuevo de su « Paron ». El 9 de enero de 1890 recibió el Bautismo, la Confirmación y la primera Comunión de manos del Patriarca de Venecia. El 8 de diciembre de 1896 hizo los votos en Verona, en la Congregación de las hermanas Canosianas, y desde entonces –junto con sus labores en la sacristía y en la portería del claustro– intentó sobre todo, en varios viajes por Italia, exhortar a la misión: sentía el deber de extender la liberación que había recibido mediante el encuentro con el Dios de Jesucristo; que la debían recibir otros, el mayor número posible de personas. La esperanza que en ella había nacido y la había « redimido » no podía guardársela para sí sola; esta esperanza debía llegar a muchos, llegar a todos.

 

Benedicto XVI : Carta Enciclica Spe Salvi 

 


 

miércoles, 15 de junio de 2022

Karol Wojtyla - Cracovia, fiesta del Corpus Domini 1976

 


Palabras del Cardenal Karol Wojtyla, previas a la procesión de Corpus Christi en Cracovia, 1976 en plena época de comunismo en Polonia.

“Te reconozco Padre, Señor del cielo y de la tierra”. Palabras que pronuncio Jesucristo. Y con estas palabras hoy nosotros junto a Cristo en el Sacramento de la Eucaristía, bajo la especie del pan, salimos a las calles de Cracovia para proclamar a Dios. “Te reconozco Padre, Señor del cielo y de la tierra!”


Esta proclamación es un deber nuestro particular, pero también es una necesidad particular de nuestro espíritu. Vivimos en tiempos en que se olvida a Dios, en tiempos que no se lo reconoce, que se le quita lugar en publicaciones, libros y vida pública. Un mundo privado de Dios, privado de principio y de fin: un mundo que ha extirpado a su Creador, es esta la imagen, esta la ideología que se busca inculcar de diferentes maneras al hombre de hoy: un mundo sin Dios.


Y precisamente debido a estos proyectos nace la necesidad de nuestro encuentro con Cristo que dice “Te reconozco, Padre, Señor del cielo y de la tierra!”. La necesidad de proclamar a Dios es un signo peculiar de los tiempos que vivimos, de estos tiempos en que se intenta borrar el nombre de Dios en lo más profundo del alma humana. Y esto es algo terrible desde el punto de vista de nuestro sentido cristiano de la realidad. Dios de hecho significa Creador y Padre. Arrancarse del Creador, anular a Dios: que le queda a la criatura? Que queda del hombre?


Y es precisamente en el ámbito de esta lucha por la presencia de Dios en nuestra vida que adquiere particular significado que nosotros salgamos junto a Cristo por las calles de Cracovia y junto a El digamos “Te reconozco Padre, Señor del cielo y de la tierra!”. Reconozco! Cristo es el primer testimonio del Dios vivo y Cristo es también el Maestro de todos sus discípulos. El llama al hombre a ser discípulo. No puede ser un hombre tibio, neutro: debe ser confesor, porque en la profesión de fe se expresa la relación plena con la verdad, con Dios que es la verdad.


Nuestros tiempos tienen especial necesidad de confesores y crean confesores. Citare un ejemplo que ha llegado a mis manos en estas últimas semanas y que se encuentra entre las actas de la Curia Metropolitana. Se trata de un hecho doloroso pero por otro lado extremadamente constructivo.


Un joven que asistía a la escuela profesional llevaba como la mayoría de los cristianos, jóvenes o ancianos, una cruz sobre el pecho. Le fue ordenado quitarse la cruz y no asistir mas a la escuela con aquella cruz, no presentarse a las clases con ella. El joven respondió que no. Fue expulsado de la escuela y se convoco a la madre. Al presentarse la madre se trato de convencerla que el comportamiento de su hijo era inapropiado y ella respondió: estoy orgullosa de mi hijo!


Recordamos también el caso de los niños polacos en Wrzesnia que eran perseguidos y expulsados de la escuela porque rezaban en polaco!
Hace falta poner un freno. Estamos en presencia de una clase de personas que buscan construir su propia carrera violando la libertad de conciencia y de religión. Hace falta poner un freno. Tenemos una constitución que hoy como en el pasado se expresa sobre este tema de manera inequívoca y que prevé sanciones para aquellos que ofenden los sentimientos religiosos y buscan impedir la practica religiosa. Portar una cruz es una práctica religiosa y nadie puede prohibirla.


Si por un lado este episodio suscita pensamientos dolorosos, por el otro sin embargo es edificante. No vivimos solamente en una época de oportunistas, vivimos también una época de confesores, madres e hijos, padres e hijos.


Al hablar de esto querido hermanos y hermanas, pienso en todos los niños que al fin del año escolar se irán de vacaciones, a una colonia, a un campamento. Pensamos con angustia si también le arrancaran las cruces del pecho. Si les prohibirán ir a la iglesia. Es necesario que madres y padres apoyen a sus hijos, como aquella madre que exclamo: Estoy orgullosa de mi hijo!


Y otro ejemplo: en una gran ciudad fuera de Cracovia, se construyo un nuevo barrio. Junto al barrio se sintió la necesidad de contar con un espacio para catequesis. Obviamente la Curia metropolitana, los párrocos, en estos casos hacemos lo imposible para conseguir un lugar para el servicio divino, para el catecismo, para la iglesia. Estad seguros que siempre lo hacemos siguiendo los caminos legítimos. Pero nuestros esfuerzos quedan sin respuesta.


Entonces en la ciudad que mencionaba, había una pequeña casa particular que contaba con una habitación libre porque los jóvenes de la familia residían en otra parte. Por lo tanto la dueña de casa, de acuerdo con el esposo, la ofreció como espacio para catequesis. Y al ser convocada y amenazada con ser castigada declaró: El Señor Dios no me abandonara. Si me suspenden iré a limpiar. Y la habitación finalmente tuvo su uso. Tenemos necesidad de este testimonio de fe viva, de la fe valiente de esta mujer intrépida y de su marido y de sus hijos porque en aquel lugar en aquel nuevo barrio y recordémoslo, en todo nuestro país nacen nuevos barrios con la intención de ser lugares sin Dios y que no existan lugares para la catequesis donde los niños junto a su sacerdote y por su intermedio junto a Cristo puedan decir “Te reconozco, Padre, Señor del cielo y de la tierra!”.


“…estas palabras fueron reveladas a los humildes…”


Y quizás en este ultimo caso se confirma otro paso de las palabras de Cristo “Haz revelado estas palabras a los humildes”. Una mujer humilde, una mujer pequeña ha tenido una visión esplendida, digna de los grandes genios, de la verdad sobre Dios! Y lo ha testimoniado tal como lo habían hecho el niño y su madre.


Hermanos y hermanas, vivimos en una época de confesores. En otras épocas la Iglesia registraba estos hechos en el libro de los mártires, Acta Martyrum. Mártir es una palabra que nos viene del griego y significa testimonio, confesor delante de todos. También hoy es necesario escribir estas Actas Martyrum contemporáneas, documentos de confesores, para alentarnos mutuamente, para saber unos de otros, para que una repentina injusticia hacia alguien debido a sus convicciones, o por motivos de su fe o de su conciencia se convierta también en un asunto nuestro. A veces se enfadan conmigo porque digo estas cosas. Pero como podría no hablar? Como podría no escribir? Y como podría no intervenir? Cada caso, de cada niño, de cada madre, de cada uno de nosotros, modesto o culto, profesor universitario o estudiante, cada caso es algo que atañe a todos nosotros. Y yo obispo debo ser el primero en ponerme al servicio de esta causa! De esta gran causa del hombre! Porque la causa de la libertad espiritual del hombre, la causa de la libertad de conciencia, de la libertad de religión, es la gran causa del hombre! Del hombre de todos los tiempos, del hombre de nuestros tiempos!


Hermanos y hermanas, mientras permanecemos aquí por la gracia de Dios reunidos alrededor de Cristo, en torno a la Eucaristía, mientras junto a el nos congregamos en la unidad de la profesión de fe, pensemos en todos nuestros hermanos y hermanas en cualquier parte del mundo que comparten nuestra comunión de fe pero no tienen la posibilidad de confesarla públicamente y son perseguidos y maltratados por este motivo. Pensemos en toda la humanidad, en todo el mundo, porque Cristo esta en el centro de la entera familia humana y en nombre de toda la familia humana le dice a Dios ”Te reconozco Padre, Señor del cielo y de la tierra”.

La confesión de fe necesidad de este momento


La confesión de la fe es una necesidad peculiar de nuestros tiempos. El reconocimiento de Dios es la fuente de la libertad del hombre. Satanás, el príncipe de las tinieblas ha tratado desde el comienzo mismo de erradicar a Dios del hombre. Desde el principio el príncipe de las tinieblas se ha empeñado en satisfacer al hombre con el espíritu de este mundo como si este mundo pudiese bastarle al hombre. El corazón del hombre no tiene paz hasta que no descansa en Ti exclamo San Agustín. Esta es la gran verdad sobre el hombre. Este es el gran fundamento de la libertad cuya fuente se halla en Dios.
Queridos hermanas y hermanos, no permitamos que nos quiten a Dios! No permitamos que a ningún costo se le quite Dios a nuestros niños, a nuestros jóvenes cualquiera fuese el precio. Seamos testimonios de Jesucristo. Sea El nuestro alimento..


El sale en procesión con nosotros bajo la especie del pan para decirnos ante todo que es nuestro alimento. Quiere ser el alimento de cada hombre envuelto en la tempestad, en las vicisitudes del mundo, que no logra encontrar a Dios, que lo ha perdido de vista, que piensa que el mundo le puede bastar, que pueden satisfacerle autos y construcciones, fabricas y grandes empresas industriales, conquistas espaciales y otros adelantos: que piensa que todo esto le basta….


Cristo es el alimento de nuestras almas, para que seamos confesores de Dios, testimonios de Dios y de El mismo. Es el quien ha dicho: “Al que me reconozca ante los hombres, Yo lo reconoceré ante mi Padre” También ha dicho “cualquiera que me negare delante de los hombres, le negaré yo también delante de mi Padre”.
Durante esta procesión oremos para que crezca una generación de confesores, que no se llegue a renegar de Dios y de Cristro en nuestra nacion que desde hace siglos esta unida al Verbo de la Vida, a la Luz del mundo, a Jesucristo, a nuestro maestro y pan eucarístico. Amen.”


Cracovia, fiesta del Corpus Domini, 1976


 

Corpus Christi 1982 Juan Pablo II en la Argentina

 




Era sábado 12 de junio de 1982 y allí en Palermo celebrábamos por anticipado la Fiesta de Corpus Christi (del día siguiente domingo 13 de junio) durante aquella brevísima visita del Santo Padre Juan Pablo II que había venido para suplicar por la paz entre nosotros,  en ese momento histórico doloroso el venia “impulsado por el amor de Cristo y por la solicitud impelente que, como Sucesor del Príncipe de los Apóstolos, debo a la Iglesia una y universal, que se encarna en todos los pueblos, naciones y culturas, para anunciar la salvación en Jesucristo y la comunión de destino que todo hombre tiene bajo un Padre común...  simplemente un encuentro del padre en la fe con los hijos que sufren; del hermano en Cristo que muestra nuevamente a Este como camino de paz, de reconciliación y esperanza.”

 La homilía del Santo Padre, en la Misa allí frente al monumento a los españoles,  ya en su despedida de aquel viaje de tan solo dos días, se centro en la conmemoración del misterio del amor del Cuerpo y Sangre del Señor, “el Santísimo Sacramento de la Nueva Alianza. El mayor tesoro de la Iglesia. El tesoro de la fe de todo el Pueblo de Dios”.

 La solemnidad de este día – decía el santo Padre - nos invita a volver al cenáculo del Jueves Santo “¿Dónde está el lugar, en que pueda comer la Pascua con mis discípulos?”. Así preguntaron los discípulos de Jesús de Nazaret a un hombre que encontraron por el camino“. Lo hicieron siguiendo las instrucciones del Maestro. Y también según las instrucciones “prepararon la Pascua”. Mientras comían, Jesús “tomó el pan y bendiciéndolo, lo partió, se lo dio y dijo: Tomad, esto es mi cuerpo…” En aquel momento, al obrar según su orden, ¿aparecerían quizás en su memoria las palabras que Jesús pronunció un día cerca de Cafarnaúm: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo; si alguno come de este pan vivirá para siempre”?

 Aquel día santo, en el Cenáculo, ¿se dieron quizá cuenta de que había llegado el tiempo del cumplimiento de aquella promesa hecha junto a Cafarnaúm, promesa que a tantos parecía muy difícil de aceptar?

Cristo dice: “Tomad, éste es mi cuerpo . . .”, dándoles a comer el Pan. Este Pan se convierte en su Cuerpo, Cuerpo que al día siguiente será entregado en el sacrificio de la cruz. Cuerpo martirizado que destilará Sangre.

Cristo en el cenáculo toma el cáliz, y después de haber dado gracias se lo da a beber diciendo: “Esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos”.

Bajo la especie del vino los discípulos reciben la Sangre del Señor, y al mismo tiempo participan de la nueva y Eterna Alianza, que es estipulada con la Sangre del Cordero de Dios.

La fiesta del “Corpus Christi” - solemnidad de la Eucaristía - es, al mismo tiempo, la fiesta de la Nueva y Eterna Alianza, que Dios ha sellado con la humanidad en la Sangre de su Hijo.”

 

(de la homilía en la Misa para la Nacion Argentina – 12 dejunio de 1982) 

 

Viaje apostolico a laArgentina 


domingo, 12 de junio de 2022

40 años de la primera visita del Papa Juan Pablo II a la Argentina

 


Hoy recordamos el viaje de Juan Pablo II a la Argentina en momentos sumamente difíciles, fuera de programa,  pero la Providencia hizo lo suyo.

Teniendo programado su viaje a Gran Bretaña en momentos tan delicados y de conflicto el Pastor de la Iglesia Universal no quiso dejar de visitarnos. Venia “en nombre de la paz en momentos dolorosos de nuestra historia”

Llego el 11 de junio de 1982 y partiría al día siguiente 12 de junio, pero nos dejo recuerdos imborrables, que nunca olvidaremos.

Y nos dejo su lema  “No tengáis miedo” profundamente grabado en nuestros corazones.

 

Gracias San Juan Pablo II, padre, maestro, pastor y amigo!

 

Sitio de la Santa Sede Juan Pablo II visita apostólica a la Argentina

 

 

viernes, 10 de junio de 2022

Benedicto XVI: “Cada uno de nosotros el pintor de su propia vida”

 


En una preciosa serie de Audiencias dedicadas a los apóstoles que va desde marzo 2006, todo 2007 hasta noviembre del 2008 (extensamente dedicadas a San Pablo) y  2011 con los santos,  descubrí estas preciosas palabras (citadas en la revista de la Postulación) en la 2da Audiencia dedicada a San Gregorio deNisa 

 "La divinidad es pureza, es liberación de las pasiones y remoción de todo mal: si todo esto está en ti, Dios está realmente en ti" (ib.PG 44, 1272 c).

Cuando tenemos a Dios en nosotros, cuando el hombre ama a Dios, por la reciprocidad propia de la ley del amor, quiere lo que Dios mismo quiere (cf. Homilia in Canticum 9: PG 44, 956 ac), y, por tanto, coopera con Dios para modelar en sí mismo la imagen divina, de manera que "nuestro nacimiento espiritual es el resultado de una opción libre, y en cierto sentido nosotros somos los padres de nosotros mismos, creándonos como nosotros mismos queremos ser y formándonos por nuestra voluntad según el modelo que escogemos" (Vita Moysis 2, 3: SC 1 bis, 108).

Para ascender hacia Dios el hombre debe purificarse: "El camino que lleva la naturaleza humana al cielo no es sino el alejamiento de los males de este mundo. (...) Hacerse semejante a Dios significa llegar a ser justo, santo y bueno. (...) Por tanto, si, según el Eclesiastés (Qo 5, 1), "Dios está en el cielo" y si, según el profeta (Sal 72, 28), vosotros "estáis con Dios", se sigue necesariamente que debéis estar donde se encuentra Dios, pues estáis unidos a él. Dado que él os ha ordenado que, cuando oréis, llaméis a Dios Padre, os dice que os asemejéis a vuestro Padre celestial, con una vida digna de Dios, como el Señor nos ordena con más claridad en otra ocasión, cuando dice: "Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial" (Mt 5, 48)" (De oratione dominica 2: PG 44, 1145 ac).

En este camino de ascenso espiritual, Cristo es el modelo y el maestro, que nos permite ver la bella imagen de Dios (cf. De perfectione christianaPG 46, 272 a). Cada uno de nosotros, contemplándolo a él, se convierte en "el pintor de su propia vida"; su voluntad es la que realiza el trabajo, y las virtudes son como las pinturas de las que se sirve (ib.PG 46, 272 b).”

 Palabras del Papa Benedicto que  trajeron a mi memoria aquellas de San Juan Pablo II  en su Carta a los artistas:  

No todos están llamados a ser artistas en el sentido específico de la palabra. Sin embargo, según la expresión del Génesis, a cada hombre se le confía la tarea de ser artífice de la propia vida; en cierto modo, debe hacer de ella una obra de arte, una obra maestra.

jueves, 9 de junio de 2022

La virginidad en el arte – P. Marko Ivan Rupnik, S.I. (3 de 3)

 


El otro momento es en la Redemptoris Mater, sobre la pared de la Ascensión de Cristo, o sea del retorno de los hombres como hijos en le Hijo al Padre A esta escena se agrega el don del Espíritu Santo, o sea Pentecostés,  aquella fuerza que hace posible el retorno de la humanidad a Dios porque es el Espíritu Santo quien vivifica y sostiene en nosotros nuestra realidad de hijos constantemente clamando Abba, pero también porque es el Espíritu santo quien nos dona el amor, y que lo que nos hace semejantes a Dios es el amor.  Es más: es sólo gracias al Espíritu Santo que podemos reconocer a Cristo como Señor y encontrar en Él el verdadero y definitivo significado de todo aquello que vivimos. En esta pared está representada santa Teresa Benedicta de la Cruz, Edith Stein al lado del arbusto ardiente, arrodillada frente al Misterio. El arbusto ardiente es el antiguo símbolo de la vida monástica porque es símbolo de la contemplación. Moisés vio el arbusto y encontró la relación y el diálogo con el Señor. En medio de las llamas del arbusto ardiente que ya han prendido fuego a la ropa de Edith he colocado la alambrada que nos recuerda a Auschwitz, el campo de concentración donde fue calcinada. Pero Edith Stein acaricia esta llama con su mano. En una meditación sobre la contemplación santa Edith sostiene que la verdadera contemplación consiste en la maduración de nuestra inteligencia hasta el amor, llegando al agrado de reconocer el bien hasta en el mal. Esto es  indudablemente un grado supremo de sabiduría y de pureza de corazón. Esta imagen que gustó muchísimo, si se me permite decirlo, a Su santidad Juan Pablo II, presenta la virginidad como aquella vocación escatológica d ela pureza del corazón que ya aquí, aunque sea en el infierno de la historia, ve a Dios. La beatitud de los puros de corazón como madurez de inteligencia sapiencial es la caridad encarnada.

 El antiguo monaquismo del Oriente Cristiano consideraba de hecho la virginidad como un estado de perfección espiritual sapiencial una perfección de la contemplación a la cual son llamados todos los bautizados, una estructura eclesial no horizontal, sino vertical. Este grado supremo corresponde a los monjes que contemplan a Dios, porque su vida fue llamada también angélica. Y hacia este estado vamos caminando todos.

 También los casados están de hecho llamados a la virginidad, como sostenía ya san Juan Crisóstomo. En realidad, también el amor de los esposos mira hacia aquella gratuidad, a aquella amistad, a aquel amor sapiencial y contemplativo, tan cierto que cuando más madura un amor esponsal, tanto más los esposos desean trasmitir no solo vida sino también sabiduría a fin de vivir de modo tal quela vida no perezca, sino que permanezca.  La tradición de la Iglesia ha encontrado en el abrazo de los santos Joaquín y Ana la imagen de esta madurez  esponsal.

 P. Marko Ivan Rupnik, S.I. Director del Centro de Estudios e investigaciòn Ezio Aletti

(Publicado en Totus Tuus, Boletin mensual de la Postulación  Nr 9 septiembre 2008)

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(Marko Ivan Rupnik, virginidad, La virginidad en el arte, Totus Tuus Publicacion

 

La virginidad en el arte – P. Marko Ivan Rupnik, S.I. (2 de 3)

 


En cierto sentido, la virginidad no sólo es testimonio de la plenitud de la vida en Cristo o sea del tiempo que vendrá, sino también es iluminación de la vida que la humanidad vive aquí abajo, como si fuese una presencia del mundo de allá en el mundo de aquí. La virginidad es participación real de la plenitud en Cristo y es por eso que estando arraigada en el más allá, posee la sabiduría para saber vivir ya hoy aquí abajo.  En realidad, es esto lo que distingue una virginidad que podemos llamar “ontológica” de una virginidad a la cual el hombre puede apelar moralmente y esforzarse por ella. La virginidad es un don que la persona con vocación adopta y vive, cada vez más plenamente.

 Este aspecto escatológico de la virginidad está muy bien indicado por el gran teólogo ruso Pavel Florenski. El, para hablar de la virginidad, o sea de la castidad, usa el término celomudrije (de celij, “integro”), precisamente para poder expresar mejor que la castidad es la sencillez, la unidad orgánica y la integridad de la persona porque está incluida en la comunión de toda la unidad eclesial. La castidad, pues, indica aquella integración sapiencial o, si se quiere, aquella sabiduría integral que ya hoy, aquí abajo sabe ver, discernir la historia según Cristo, aquella sabiduría que lleva a encontrar el nexo de todo aquello que se vive, que se comprende, que sucede con Cristo. Y cuando se dice “con Cristo” se dice también con su Cuerpo que esla Iglesia, por lo tanto es también relación con los hermanos y hermanas.

He tratado de expresar algo de esta realidad en dos momentos de mi creatividad artística. Uno se muestra en el mosaico titulado “La comida de Betania”. Aquí he querido integrar todos los textos evangélicos que se relacionan con Betania y la amistad entre Marta, Maria, Lázaro y Cristo El mosaico quiere centrarse precisamente sobre dos dimensiones contemplativas de las dos hermanas: a Maria la encontramos ungiendo los pies de Cristo, toda atenta a la palabra que el Maestro le dice. Marta le sirve y le ofrece un pescado sobre un mantel, que es el mismo con el que Maria envuelve los pies de Cristo, indicando así la unidad y la diversidad del amor y de la contemplación de las dos hermanas. Sólo de Marta se ha dicho explícitamente en el evangelio de Juan que reconoce en el Maestro al Hijo de Dios. Si tomamos como una de las definiciones más profundas de la contemplación aquella de san Máximo el Confesor, que señala que la contemplación es reconocer en una realidad aún más profunda hasta el rostro del Señor Jesucristo, entonces Marta es verdaderamente contemplativa. “Si, oh Señor, yo creo que tu eres Cristo, el HIjo de Dios que debe venir al mundo ((Jn 11,27). El mosaico expresa estas palabras de Marta con el pescado que ella le ofrece a Cristo, ichthys Jesucristo Hijo de Dios, Salvador.   Y de hecho Cristo con la mano derecha indica hacia lo alto, o sea al Padre.

 

P. Marko Ivan Rupnik, S.I. Director del Centro de Estudios e investigaciòn Ezio Aletti

 (Publicado en Totus Tuus, Boletin mensual de la Postulación  Nr 9 septiembre 2008)

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La virginidad en el arte – P. Marko Ivan Rupnik, S.I. (1 de 3)

 


“Así pues, esa situación escatológica en la que “no tomarán mujer ni marido”, tiene su fundamento sólido en el estado futuro del sujeto personal, cuando después de la visión de Dios “cara a cara” nacerá en él un amor de tal profundidad y fuerza de concentración en Dios mismo, que absorberá completamente toda su subjetividad psicosomática”.  (Audiencia General Juan Pablo II 16/12/1981)  

Esta afirmación de Juan Pablo II coloca la virginidad bajo la óptica teológico espiritual conforme a la gran Tradición de un modo nuevo, utilizando palabras que la cultura de hoy pueda sentir como propias. La era del racionalismo y del moralismo no han favorecido ciertamente una visión espiritual, ni tampoco lo  hizo el periodo siguiente que dirigía – casi en forma de reacción pendular – toda la atención al enfoque de la ciencia auxiliar. Situar de hecho a la castidad en el campo de la psicología y de la sociología implica reducir la posibilidad de comprenderla y de vivirla en toda su amplitud. La virginidad tampoco puede ser entendida y vivida integralmente si no es en pos de Cristo Debe ser colocada en la antropología teológica, basada en la vida nueva recibida en el bautismo, o sea en la vida en Cristo, don del Espíritu Santo. Y esta vida tiene su fundamento inquebrantable en la plenitud escatológica, en aquella plenitud de Cristo de la que nosotros, mediante el sacramento de bautismo, participamos desde ahora y en la santa Eucaristía, que se nos ofrece como don continuo haciéndonos madurar hacia aquella plenitud.

 Jean Cobon señala muy acertadamente un aspecto de esta nueva vida al sostener que “Dios nos dona a nosotros los hombres la vida por medio del Espíritu Santo constituyéndose en cuerpo de Cristo”. De esta manera se resalta el aspecto eclesial de la vida nueva. La vida nueva no se recibe de modo individualista que después va siendo perfeccionada de manera altruista. La esencia de la vida nueva, que de hecho es Cristo, es la comunión. Se resucita a la vida nueva del bautismo descubriendo a los hermanos y hermanas en Cristo y participando por medio de Él, como criaturas, en la comunión trinitaria. Ya los antiguos monjes habían dejado en claro que la virginidad es el don de vivir ya hoy este amor que encuentra su único motivo en el amor de Cristo. Vivir ya hoy un amor que es libre de todos los móviles del do ut des que otros amores aun puedan requerir, significa testimoniar hoy aquella plenitud del tiempo en el cual Cristo será todo en todos.  La virginidad anuncia de esta manera al mundo la madurez de la Iglesia, aquella dimensión trinitaria – mejor dicho cristológica y pneumatológica – de las relaciones entre la personas, que en la historia viven según el misterio pascual, la dinámica de la muerte y la resurrección, camino que realza el amor.

 La virginidad está pues tan profundamente enraizada en la realidad escatológica que se nutre de su fuerza y convicción para saber morir, porque cree en la resurrección.  

  P. Marko Ivan Rupnik, S.I. Director del Centro de Estudios e investigaciòn Ezio Aletti

( Publicado en Totus Tuus, Boletin mensual de la Postulación  Nr 9 septiembre 2008)

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miércoles, 8 de junio de 2022

Santa Jadwiga (Eduviges) reina de Polonia

 


Hoy la Iglesia católica (muy solemnemente la iglesia polaca) celebra la memoria litúrgica de Santa Eduviges (santa Jadwiga) reina polaca.  Nada más apropiado que recordar solo algunas palabras de la extensa,  pero emotiva homilía,  de su compatriota el Papa Juan Pablo II en la ceremonia de canonización de la santa celebrada el 8 de junio de 1997 en Cracovia, 
donde el papa polaco expresa su profunda admiración por la nueva santa y su entrañable amor a la patria polaca y a la historia de su amada nación.

 Gaude, mater Polonia! 

Repito hoy esta exhortación a la alegría, que durante siglos los polacos cantaban en recuerdo de san Estanislao. La repito, porque el lugar y la circunstancia impulsan a hacerlo de modo particular. En efecto, debemos volver nuevamente a la colina de Wawel, a la catedral real y situarnos ante las reliquias de la Reina, Señora de Wawel. Ha llegado el gran día de su canonización. Por eso, cantamos:

 

«Gaude, mater Polonia. 

Prole fecunda nobili, 

Summi Regis magnalia 

Laude frequenta vigili».

  


(globo imperial y cetro de la reina Jadwiga en la catedral de  Wawel, Cracovia)

 Eduvigis, ¡has esperado tanto tiempo este día solemne! Han transcurrido casi seiscientos años desde tu muerte, en plena juventud. Amada por toda la nación, tú, que estás en el origen de la época de los Jaguellones, iniciadora de la dinastía, fundadora de la Universidad Jaguellónica en la antiquísima Cracovia, has esperado largo tiempo el día de tu canonización, el día en que la Iglesia proclamaría solemnemente que tú eres la santa patrona de Polonia en su dimensión hereditaria, de la Polonia unida por obra tuya con Lituania y con la Rus’: de la República de tres naciones.

 Hoy ha llegado este día. Muchos han deseado presenciar este momento y no lo han logrado. Han transcurrido los años y los siglos, y parecía que tu canonización era, incluso, imposible. Que este día sea un día de alegría no solamente para nosotros, los que vivimos en estos tiempos, sino también para todos los que no han llegado a él en esta tierra. Que sea el gran día de la comunión de los santos. Gaude, mater Polonia!

(…)

¡Cuánto habría gozado hoy el Primado del milenio, el siervo de Dios cardenal Stefan Wyszynski, si hubiera tenido la oportunidad de participar, junto con nosotros, en este gran día de la canonización. Era una ilusión que tenía, al igual que los grandes metropolitanos de Cracovia, el príncipe cardenal Adam Stefan Sapieha y todo el Episcopado de Polonia. Todos intuían que la canonización de la reina Eduvigis constituiría la coronación del milenio del bautismo de Polonia. Lo es también porque, por obra de la reina Eduvigis, los polacos, bautizados en el siglo X, cuatro siglos después emprendieron la misión apostólica y contribuyeron a la evangelización y al bautismo de sus vecinos. Eduvigis estaba convencida de que su misión consistía en llevar el Evangelio a sus hermanos lituanos. Y lo hizo, juntamente con su esposo el rey Ladislao Jaguellón. En el Báltico surgió un nuevo país cristiano, renacido en las aguas del bautismo, como en el siglo X esas mismas aguas habían hecho renacer a los hijos e hijas de la nación polaca.

(…)

 En muchas ocasiones te arrodillaste a los pies del Crucifijo de Wawel para aprender de Cristo mismo ese amor generoso. Y lo aprendiste. Supiste demostrar con tu vida que lo más grande es el amor. En un antiquísimo canto polaco cantamos:

 


 (el Cristo en el altar en honor a Santa Jadwiga, catedral de Wawel, Cracovia)

 

«¡Oh cruz santa, 

árbol único en nobleza! 

Jamás el bosque dio mejor tributo 

que este que da a Dios mismo (...). 

Inaudita bondad es morir 

en cruz por otro. 

¿Quién puede hacerlo hoy? 

¿Por quién dar la propia vida? 

Sólo el Señor Jesús lo hizo, 

porque nos amó fielmente»

(cf. Crux fidelis, siglo XVI).

 

 De este Cristo crucificado de Wawel, de este Crucifijo negro, al que los habitantes de Cracovia vienen cada año en peregrinación el Viernes santo, aprendiste, reina Eduvigis, a dar la vida por tus hermanos. Tu profunda sabiduría y tu intensa actividad brotaban de la contemplación, del vínculo personal con el Crucifijo. Aquí la contemplación y la vida activa encontraban el justo equilibrio. Por eso, nunca perdiste la «parte mejor », la presencia de Cristo. Hoy queremos arrodillarnos junto contigo, Eduvigis, a los pies del Crucifijo de Wawel, para oír el eco de esa lección de amor, que tu escuchabas. Queremos aprender de ti el modo de actuarla en nuestros tiempos.

 (…)

 El espíritu de servicio animaba su compromiso social. Con gran esmero se consagró a la vida política de su época. Y, además, ella, que era hija del rey de Hungría, supo unir la fidelidad a los principios cristianos con la coherencia en la defensa de la razón de Estado polaca. Emprendiendo grandes obras, tanto en el ámbito estatal como en el internacional, no deseaba nada para sí misma. Enriquecía con liberalidad a su segunda patria con todo tipo de bienes materiales y espirituales. Experta en el arte de la diplomacia, puso los cimientos de la grandeza de la Polonia del siglo XV. Impulsó la cooperación religiosa y cultural entre las naciones y su sensibilidad con respecto a las injusticias sociales fue a menudo alabada por sus súbditos.

 (…)

 «¡Alégrate hoy, Cracovia!».

Alégrate, porque ha llegado, por fin, el momento en que todas las generaciones de tus habitantes pueden rendir homenaje de gratitud a la santa Señora de Wawel. Tú, sede real, debes a la profundidad de su mente el hecho de haberte convertido en un importante centro de pensamiento en Europa, en cuna de la cultura polaca y en puente entre el Occidente cristiano y el Oriente, dando una incalculable contribución a la formación del espíritu europeo.

(…)

 ¡Alégrate, Cracovia! 

Me complace poder compartir hoy tu alegría, aquí, en Błonia Krakowskie, en compañía de tu arzobispo, el cardenal Franciszek Macharski, los obispos auxiliares y los eméritos, los cabildos de la catedral y de la colegiata de Santa Ana, los sacerdotes, las personas de vida consagrada y todo el pueblo de Dios.

¡Cuánto deseaba venir a ti, Cracovia, mi amada ciudad, y, en nombre de la Iglesia, asegurarte solemnemente que no errabas cuando venerabas como santa, desde hace siglos, a la reina Eduvigis. Doy gracias a la divina Providencia porque me ha sido posible, porque me concede el poder contemplar, juntamente con vosotros, esta figura que brilla con el resplandor de Cristo y aprender lo que quiere decir «lo más grande es el amor».

 

(Invito leer completa la preciosa homilía