martes, 31 de diciembre de 2024

Agradecer las gracias de Dios

 


“La gracia es una realidad interior. Es una pulsación misteriosa de la vida divina en las almas humanas. Es un ritmo interior de la intimidad de Dios con nosotros, y por lo tanto también de nuestra intimidad con Dios. Es la fuente de todo verdadero bien en nuestra vida. Y es el fundamento del bien que no pasa. Mediante la gracia vivimos ya en Dios, en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, aunque nuestra vida se desarrolle aún en este mundo. La gracia da valor sobrenatural a cada vida, aunque esta vida sea, humanamente y según los criterios de la temporalidad. muy pobre, no llamativa y difícil.

Es necesario, pues, agradecer hoy cada una de las gracias de Dios que ha sido comunicada a cualquier hombre: no sólo a cada uno de nosotros aquí presentes, sino a cada uno de nuestros hermanos y hermanas en todas las partes de la tierra.

De este modo nuestro himno de acción de gracias unido al último día del año, que está para acabar, se convertirá como en una gran síntesis. En esta síntesis estará presente toda la Iglesia, porque ella es, como nos enseña el Concilio, un sacramento de la salvación humana (cf. Constitución dogmática Lumen gentium, 1, 1).

Cristo, de cuya plenitud recibimos todos gracia sobre gracia, es precisamente el "Cristo de la Iglesia"; y la Iglesia es ese Cuerpo místico que reviste constantemente el Verbo Eterno nacido de la Virgen en el tiempo.”

 

(Juan Pablo II Acción de Gracias en la Iglesia  Del Gesù – 31 de diciembre de 1979)

 

Dos dimensiones del tiempo - Te deus laudamus - Cristo en el centro de la historia y del cosmos

 


“1. Te Deum laudamus! Así canta la Iglesia su gratitud a Dios, mientras se alegra aún por la Navidad del Señor. En la sugestiva celebración de esta tarde nuestra atención se centra en el encuentro ideal del año solar con el litúrgico, dos ciclos temporales que implican dos dimensiones del tiempo.

En la primera dimensión, los días, los meses y los años se suceden según un ritmo cósmico, en el que la mente humana reconoce la huella de la Sabiduría creadora de Dios. Por eso la Iglesia exclama: Te Deum laudamus!

2. La segunda dimensión del tiempo que la celebración de esta tarde nos manifiesta es la de la historia de la salvación. En su centro y cumbre está el misterio de Cristo. Nos lo acaba de recordar el apóstol san Pablo: "Cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo" (Ga 4, 4). Cristo es el centro de la historia y del cosmos; es el nuevo Sol que surgió en el mundo "de lo alto" (cf. Lc 1, 78), un Sol que lo orienta todo hacia el fin último de la historia.

En estos días, entre Navidad y fin de año, estas dos dimensiones del tiempo se entrelazan con particular elocuencia. Es como si la eternidad de Dios viniera a visitar el tiempo del hombre. De este modo, el Eterno se hace "instante" presente, para que la repetición cíclica de los días y los años no acabe en el vacío del sin sentido.

3. Te Deum laudamus! Sí, te alabamos, Padre, Señor del cielo y de la tierra. Te damos gracias porque has enviado a tu Hijo, hecho Niño pequeño, para dar plenitud al tiempo. Así te ha complacido a ti (cf. Mt 11, 25-26). En él, tu Hijo unigénito, has abierto a la humanidad el camino de la salvación eterna.

Te elevamos nuestra solemne acción de gracias por los innumerables beneficios que nos has concedido a lo largo de este año. Te alabamos y te damos gracias juntamente con María, "que dio al mundo al autor de la vida" (Antífona de la liturgia).”


 

 

sábado, 28 de diciembre de 2024

La Navidad: tiempo de reflexión y de decisión

 



Y nos hemos arrodillado en adoración ante este Niño, que es el Verbo divino, hecho hombre por nuestra salvación: "En el principio existía el Verbo y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios... Todo se hizo por Él... Y el Verbo se hizo carne, y puso su morada entre nosotros" (Jn 1, 1-3. 14).


 

La Navidad es, por consiguiente, un tiempo de reflexión que no puede menos de tener impacto en toda la vida. En efecto, con la Navidad comienza la nueva historia de la humanidad, historia en la que la salvación divina sale al encuentro del pecado del hombre.

 

Nuestro mundo está distraído por muchos intereses y atractivos; se halla desconcertado, a menudo decepcionado, preocupado, e incluso a veces angustiado, porque persisten amenazas, enfrentamientos y sufrimientos. En Navidad se siente la necesidad de revisar el sentido auténtico de la propia vida y afloran al espíritu las más elevadas aspiraciones a la solidaridad y a la paz.

 

En muchas personas queda, sin embargo, una sensación de perplejidad y de malestar espiritual ante el misterio de la Encarnación. Estarían dispuestas a aceptarlo "como una dulce y profunda alegoría, pero no como una verdad desnuda y cruda". Ya lo notaba Romano Guardini (El Señor, parte I, cap. III), el cual observaba: Es preciso "rodear este misterio, que es el misterio central del cristianismo, de vigilancia sosegada, temblorosa y suplicante; entonces, por fin, se nos revelara también su sentido. Y, mientras tanto, valga como consigna: Estas cosas las hace el Amor".

Con la ayuda de la gracia es necesario ponerse en la perspectiva del misterio y del amor para llegar a la certeza de la verdadera identidad del Niño nacido en Belén.

(…)

La reflexión que la Navidad suscita en los creyentes se convierte, por tanto también en momento de alegría íntima y profunda. Es la alegría que experimenta María por su maternidad divina (cf. Lc 1, 46-47); es la alegría que el ángel anuncia a los pastores de Belén en la noche santa; es la alegría de los Magos cuando vuelven a ver la estrella misteriosa de su viaje (cf. Mt 2, 10); y es, por último, la alegría que Jesús promete y da a los Apóstoles y a sus fieles, y que hará exclamar a san Pablo: "Estoy lleno de consuelo y sobreabundó de gozo en todas nuestras tribulaciones" (2 Co 7, 4).

En efecto, frente al misterio de la Encarnación se puede descubrir que la vida de cada persona y de todo el género humano tiene un significado que sobrepasa el tiempo y desemboca en la eternidad.

 Jesús el Verbo encarnado, al insertarse en la historia humana nos garantiza que en ella se hallan presentes Dios y su providencia su amor y su misericordia. Dios tiene un plan de salvación para todos y espera nuestra adhesión.

La Navidad, por lo tanto, se transforma también en momento de decisión…Con motivo de la crisis de la cultura moderna, los creyentes se encuentran ante tres grandes clases de personas en dificultad: "Quienes no creen todavía; quienes han nacido en el seno de pueblos cristianos considerados entre los más fieles, pero que hoy ya no creen; y quienes, aunque tienen el don de la fe, no son capaces de conformar su propia vida con el Evangelio" (Discurso en la Pontificia Universidad de Santo Tomás de Aquino, 24 de noviembre de 1994, n. 3; cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 16 de diciembre de 1994, p. 8). Quiera Dios que la solemnidad de la Navidad impulse a todo bautizado a ser testigo intrépido de la fe cristiana, mediante la palabra y el ejemplo, la oración asidua y la caridad generosa hacia todos los hermanos, especialmente hacia los más necesitados.

 

(Juan Pablo II Audiencia General 28 de diciembre de 1994)

 

Navidad “Fiesta de la Luz”

 

La Navidad se llama también la “Fiesta de la Luz”, porque Jesús es la Verdad que nace en Belén para ser la “Luz” del mundo. San Pablo dice que “Él es imagen de Dios invisible”, que nos “libró del poder de las tinieblas (cf. Col 1, 13-15). El Concilio Vaticano II, por su parte, después de haber puesto de relieve que el hombre con sus dramáticos interrogantes “resulta para sí mismo un problema no resuelto, percibido con cierta oscuridad”, afirma que el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado... Cristo, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación” (Gaudium et spes, 21d y 22a).

Y es precisamente el mensaje de la Navidad el que arroja luz sobre el hecho temporal, pero también profundamente existencial, del final del año.

(…)

Nuestra vida se consume; nuestros años se van... Y ¿dónde? ¿Dónde va a parar este tiempo, que arrastra inexorablemente a la historia humana y la existencia personal de cada uno? Y aquí es donde la Navidad extiende ya su primera y maravillosa luz: La historia humana no es un laberinto absurdo y nuestra vida no va a parar a la muerte y a la nada. Jesús, con su divina e inefable Palabra, nos dice que Dios ha creado al hombre por amor y que espera de él, durante la existencia terrena, una respuesta de amor, para hacerlo partícipe después, más allá del tiempo, de su Amor eterno. Sabemos por la Sagrada Escritura que “no tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos buscando la del futuro” (Heb 13, 14). 

(…)

La luz de Belén ilumina también el paso al Año Nuevo. En efecto, a Belén ―como dice el Evangelista Juan― llegó “la luz verdadera que ilumina a todo hombre... Pues de su plenitud hemos recibido todos, y gracia por gracia” (Jn 1, 9. 16). La Navidad nos exhorta y nos impele a tener confianza y valor para hacer el bien, para dar testimonio de la fe cristiana con la integridad de la doctrina y la coherencia de vida, para comprometernos en la labor de santificación personal, levantando siempre la mirada del tiempo hacia la eternidad: “¡Oh día luminosísimo de la eternidad ―exclama el autor de la Imitación de Cristo―, que la noche no puede oscurecer porque la suma Verdad lo hace siempre resplandecer: Día siempre alegre, siempre seguro y que nunca sufre cambios!” (L. III, cap. 48, n. 1).

¡Amadísimos! La luz de Navidad ilumine y acompañe a cada uno de vosotros en vuestro trabajo, en vuestros afanes, en la dedicación a vuestras familias, durante todo el Año Nuevo que vamos a comenzar,

 

(JuanPablo II Audiencia General 28 de diciembre de 1988)

lunes, 23 de diciembre de 2024

El Belen. El árbol de la vida y la Navidad

 


“Sea pequeño o grande, sencillo o elaborado, el belén constituye una representación familiar y muy expresiva de la Navidad. Es un elemento de nuestra cultura y del arte, pero sobre todo un signo de fe en Dios, que en Belén "vino a habitar entre nosotros" (cf. Jn 1, 14).”

La fiesta de Navidad, quizá la más querida por la tradición popular, está llena de símbolos, vinculados a las diversas culturas. Entre todos, el más importante es ciertamente el belén.

Junto al belén, como en esta plaza de San Pedro, encontramos el tradicional "árbol de Navidad". Se trata de una costumbre igualmente antigua, que exalta el valor de la vida, porque en la estación invernal el abeto siempre verde se convierte en signo de la vida que no muere. Por lo general, en el árbol adornado y en su base se ponen los regalos navideños. Así, el símbolo se hace elocuente también en sentido típicamente cristiano: nos recuerda el "árbol de la vida" (cf. Gn 2, 9), figura de Cristo, don supremo de Dios a la humanidad.



or tanto, el mensaje del árbol de Navidad es que la vida permanece "siempre verde" si se convierte en don: no tanto de cosas materiales, cuanto de sí mismos: en la amistad y en el afecto sincero, en la ayuda fraterna y en el perdón, en el tiempo compartido y en la escucha recíproca.

Que María nos ayude a vivir la Navidad como ocasión para gustar la alegría de entregarnos a nosotros mismos a los hermanos, especialmente a los más necesitados.”

FELIZ Y SANTA NAVIDAD A TODOS!!!

 (Juan Pablo II Ángelus 12 de diciembre 2004 y 19 de diciembre 2004

viernes, 20 de diciembre de 2024

Última semana de Adviento: el tiempo de la invitación

 


“Todo el Adviento es un período de espera y preparación a la venida del Salvador. La última semana de Adviento podría llamarse el tiempo de la invitación. En estos días que preceden inmediatamente a Navidad, la Iglesia invita. Invita a través de toda su liturgia en la que ocupan puesto particular a lo largo de estos días, las llamadas "Antífonas mayores", unidas al canto del Magníficat durante las Vísperas. Son preciosas y, al mismo tiempo sencillas y profundas de contenido. La Antífona de hoy, última de este ciclo (en efecto mañana es la Vigilia), se dirige con estas palabras a Aquel que debe venir:


 "O Emmanuel, rex et Legifer noster, exspectatio gentium et salvator earum: veni ad salvandum nos, Domine Deus noster


".

"¡Oh Emmanuel, / nuestro Rey, Salvador de las naciones, / esperanza de los pueblos, / ven a libertarnos, Señor; no tardes ya! / Ven pronto, Señor. ¡Ven, Salvador!".

 

¡Emmanuel! Es la última invocación; la última palabra de estas Antífonas invitantes. Parece testimoniar que la invitación ha sido correspondida porque "Emmanuel" habla de que Dios está con nosotros. De modo que la última de estas grandes Antífonas de Adviento expresa la certeza de la venida del Señor. Habla ya de su presencia en medio de nosotros.

 

Si tenemos en cuenta las circunstancias del nacimiento de Dios, si recordamos que "no había sitio para ellos en el mesón" (Lc 2, 7), comprenderemos todavía mejor la invitación de la liturgia de Adviento y la expresaremos con paz interior muy profunda. Y con amor muy grande a Aquel que está a punto de llegar.”

 

(Juan Pablo II –Ángelus 23 de diciembre de 1979

 

jueves, 19 de diciembre de 2024

La humanidad de nuestro tiempo, ¿espera todavía un Salvador?

 


Da la impresión de que muchos consideran que Dios es ajeno a sus intereses. Aparentemente no tienen necesidad de él, viven como si no existiera y, peor aún, como si fuera un "obstáculo" que hay que quitar para poder realizarse. Seguramente también entre los creyentes algunos se dejan atraer por seductoras quimeras y desviar por doctrinas engañosas que proponen atajos ilusorios para alcanzar la felicidad.

Sin embargo, a pesar de sus contradicciones, angustias y dramas, y quizá precisamente por ellos, la humanidad de hoy busca un camino de renovación, de salvación; busca un Salvador y espera, a veces sin saberlo, la venida del Señor que renueva el mundo y nuestra vida, la venida de Cristo, el único Redentor verdadero del hombre y de todo el hombre. Ciertamente, falsos profetas siguen proponiendo una salvación "barata", que acaba siempre por provocar fuertes decepciones.

Precisamente la historia de los últimos años demuestra esta búsqueda de un Salvador "barato" y pone de manifiesto todas las decepciones que se han derivado de ello. Los cristianos tenemos la misión de difundir, con el testimonio de la vida, la verdad de la Navidad, que Cristo trae a todo hombre y mujer de buena voluntad. Al nacer en la pobreza del pesebre, Jesús viene a ofrecer a todos la única alegría y la única paz que pueden colmar las expectativas del alma humana.

Pero, ¿cómo prepararnos para abrir el corazón al Señor que viene? La actitud espiritual de la espera vigilante y orante sigue siendo la característica fundamental del cristiano en este tiempo de Adviento. Es la actitud que adoptaron los protagonistas de entonces:  Zacarías e Isabel, los pastores, los Magos, el pueblo sencillo y humilde, pero, sobre todo, la espera de María y de José. Estos últimos, más que nadie, experimentaron personalmente la emoción y la trepidación por el Niño que debía nacer. No es difícil imaginar cómo pasaron los últimos días, esperando abrazar al recién nacido entre sus brazos. Hagamos nuestra su actitud, queridos hermanos y hermanas.

Escuchemos, a este respecto, la exhortación de san Máximo, obispo de Turín…:  "Mientras nos preparamos a acoger la Navidad del Señor, revistámonos con vestidos limpios, sin mancha. Hablo de la vestidura del alma, no del cuerpo. No tenemos que vestirnos con vestiduras de seda, sino con obras santas. Los vestidos lujosos pueden cubrir los miembros del cuerpo, pero no adornan la conciencia" (ib.).

Que el Niño Jesús, al nacer entre nosotros, no nos encuentre distraídos o dedicados simplemente a decorar con luces nuestra casa. Más bien, preparemos en nuestra alma y en nuestra familia una digna morada en la que él se sienta acogido con fe y amor. Que nos ayuden la Virgen y san José a vivir el misterio de la Navidad con nuevo asombro y serenidad tranquilizante.

(Benedicto XVI de laAudiencia General 20 de diciembre de 2006)

La fe de María a partir del gran misterio de la Anunciación.

 


«Chaîre kecharitomene, ho Kyrios meta sou»

 «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1, 28)…

(…)  Pero, ¿por qué se invita a María a alegrarse de este modo? La respuesta se encuentra en la segunda parte del saludo: «El Señor está contigo». También aquí para comprender bien el sentido de la expresión, debemos recurrir al Antiguo Testamento. En el Libro de Sofonías encontramos esta expresión «Alégrate, hija de Sión... El Rey de Israel, el Señor, está en medio de ti... El Señor tu Dios está en medio de ti, valiente y salvador» (3, 14-17). En estas palabras hay una doble promesa hecha a Israel, a la hija de Sión: Dios vendrá como salvador y establecerá su morada precisamente en medio de su pueblo, en el seno de la hija de Sión. En el diálogo entre el ángel y María se realiza exactamente esta promesa: María se identifica con el pueblo al que Dios tomó como esposa, es realmente la Hija de Sión en persona; en ella se cumple la espera de la venida definitiva de Dios, en ella establece su morada el Dios viviente.

En el saludo del ángel, se llama a María «llena de gracia»; en griego el término «gracia», charis, tiene la misma raíz lingüística de la palabra «alegría». También en esta expresión se clarifica ulteriormente la fuente de la alegría de María: la alegría proviene de la gracia; es decir, proviene de la comunión con Dios, del tener una conexión vital con Él, del ser morada del Espíritu Santo, totalmente plasmada por la acción de Dios. María es la criatura que de modo único ha abierto de par en par la puerta a su Creador, se puso en sus manos, sin límites. Ella vive totalmente de la y en relación con el Señor; está en actitud de escucha, atenta a captar los signos de Dios en el camino de su pueblo; está inserta en una historia de fe y de esperanza en las promesas de Dios, que constituye el tejido de su existencia. Y se somete libremente a la palabra recibida, a la voluntad divina en la obediencia de la fe.

El evangelista Lucas narra la vicisitud de María a través de un fino paralelismo con la vicisitud de Abrahán. Como el gran Patriarca es el padre de los creyentes, que ha respondido a la llamada de Dios para que saliera de la tierra donde vivía, de sus seguridades, a fin de comenzar el camino hacia una tierra desconocida y que poseía sólo en la promesa divina, igual María se abandona con plena confianza en la palabra que le anuncia el mensajero de Dios y se convierte en modelo y madre de todos los creyentes.

 (De la Audiencia General del Papa Benedicto XVI del 19 de diciembre de 2012)

viernes, 6 de diciembre de 2024

"Yo soy la Inmaculada Concepción".

 


Era el año que se celebraba el 150º Aniversario de la definición solemne del dogma proclamado el 8 de diciembre de 1984 por Pío IX "Ineffabilis Deus"sobre la Inmaculada Concepciòn.


Era la última peregrinación del Siervo de Dios Juan Pablo II a la gruta de Massabielle
Su última celebración de la solemnidad de la Inmaculada entre nosotros y desde Lourdes, en la  homilia de la Santa Misa nos recordaba:
  

Hoy la Iglesia celebra la gloriosa Asunción de María al cielo en cuerpo y alma.

Los dogmas de la Inmaculada Concepción y la Asunción están íntimamente unidos entre sí. Ambos proclaman la gloria de Cristo Redentor y la santidad de María, cuyo destino humano ya desde ahora está perfecta y definitivamente realizado en Dios. "Cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros", nos ha dicho Jesús (Jn 14, 3).

María es la prenda del cumplimiento de la promesa de Cristo. Su Asunción se convierte así, para nosotros, en "signo de esperanza segura y de consuelo" (cf.  Lumen Gentium, 68)

 Y, como siempre, tenia palabras para todos:

“La Virgen Inmaculada nos habla también a nosotros... Escuchémosla. Escuchad ante todo vosotros, jóvenes, que buscáis una respuesta capaz de dar sentido a vuestra vida. Aquí la podéis encontrar. Es una respuesta exigente, pero es la única respuesta que vale. En ella reside el secreto de la alegría verdadera y de la paz.

Desde esta gruta os hago una llamada especial a vosotras, las mujeres. Al aparecerse en la gruta, María encomendó su mensaje a una muchacha, como para subrayar la misión peculiar que corresponde a la mujer en nuestro tiempo, tentado por el materialismo y la secularización: ser en la sociedad de hoy testigo de los valores esenciales que sólo se perciben con los ojos del corazón. A vosotras, las mujeres, corresponde ser centinelas del Invisible.

 A todos vosotros, queridos hermanos y hermanas, os dirijo un apremiante llamamiento para que hagáis todo cuanto esté a vuestro alcance a fin de que la vida, toda vida, sea respetada desde la concepción hasta su término natural. La vida es un don sagrado, del que nadie puede hacerse dueño.

La Virgen de Lourdes tiene, por último, un mensaje para todos.

Es este: sed mujeres y hombres libres. Pero recordad: la libertad humana es una libertad marcada por el pecado. Ella misma necesita también ser liberada. Cristo es su liberador, pues "para ser libres nos ha liberado" (Ga 5, 1). Defended vuestra libertad. Sabemos que para esto podemos contar con Aquella que, al no haber cedido jamás al pecado, es la única criatura perfectamente libre. A ella os encomiendo.

 

Caminad con María por las sendas de la plena realización de vuestra humanidad.”

Segundo Domingo de Adviento

 


«Preparad el camino del Señor, allanad su senderos. Todos verán la salvación de Dios» (Aleluya; cf. Lc 3, 4. 6).

“El eco de la predicación de Juan Bautista, la «voz que grita en el desierto» (Lc 3, 4; cf. Is 40, 3), llega hasta nosotros en este segundo domingo de Adviento. Él, que es el Precursor, el que recibió la misión de preparar al pueblo elegido para la venida del Salvador prometido, sigue invitándonos también hoy a la conversión, para salir al encuentro del Señor que viene.

«Revístete de las galas perpetuas de la gloria que Dios te da» (Ba 5, 1). Con esta exhortación, en la época del exilio babilónico, el profeta Baruc invitaba a sus compatriotas a recorrer el sendero de la santidad. Y ahora nos impulsa también a nosotros a tender siempre a la santidad, para salir al encuentro, del Señor que viene, con las buenas obras. En efecto, para este fin estamos llamados a rebajar «todos los montes elevados, todas las colinas encumbradas» y a «llenar los barrancos» (Ba 5, 7).

Es lo mismo que nos recomienda el profeta Isaías, cuyas palabras san Lucas refiere a la misión del Bautista. Nos exhortan a enderezar los senderos de la injusticia y allanar los lugares escabrosos de la mentira, a rebajar los montes del orgullo y llenar los barrancos de la duda y del desaliento (cf. Lc 3, 4-5).

(de la homilía de Juan Pablo II en su visita a la parroquia romana de Santo Domingo Savio el domingo 7 de diciembre de 1997)

 

Adviento: el sentido de una presencia

 


“…el apóstol san Pablo nos invita a preparar la "venida de nuestro Señor Jesucristo" (1 Ts 5, 23) conservándonos sin mancha, con la gracia de Dios. San Pablo usa precisamente la palabra "venida", parousia, en latín adventus, de donde viene el término Adviento.
"presencia", "llegada", "venida” "visita"…
“El Adviento, este tiempo litúrgico fuerte …nos invita a detenernos, en silencio, para captar una presencia…”


[…]


“En la vida, el hombre está constantemente a la espera: cuando es niño quiere crecer; cuando es adulto busca la realización y el éxito; cuando es de edad avanzada aspira al merecido descanso. Pero llega el momento en que descubre que ha esperado demasiado poco si, fuera de la profesión o de la posición social, no le queda nada más que esperar. La esperanza marca el camino de la humanidad, pero para los cristianos está animada por una certeza: el Señor está presente a lo largo de nuestra vida, nos acompaña y un día enjugará también nuestras lágrimas. Un día, no lejano, todo encontrará su cumplimiento en el reino de Dios, reino de justicia y de paz.


Existen maneras muy distintas de esperar. Si el tiempo no está lleno de un presente cargado de sentido, la espera puede resultar insoportable; si se espera algo, pero en este momento no hay nada, es decir, si el presente está vacío, cada instante que pasa parece exageradamente largo, y la espera se transforma en un peso demasiado grande, porque el futuro es del todo incierto. En cambio, cuando el tiempo está cargado de sentido, y en cada instante percibimos algo específico y positivo, entonces la alegría de la espera hace más valioso el presente… vivamos intensamente el presente, donde ya nos alcanzan los dones del Señor, vivámoslo proyectados hacia el futuro, un futuro lleno de esperanza. De este modo, el Adviento cristiano es una ocasión para despertar de nuevo en nosotros el sentido verdadero de la espera, volviendo al corazón de nuestra fe, que es el misterio de Cristo, el Mesías esperado durante muchos siglos y que nació en la pobreza de Belén. Al venir entre nosotros, nos trajo y sigue ofreciéndonos el don de su amor y de su salvación. Presente entre nosotros, nos habla de muchas maneras: en la Sagrada Escritura, en el año litúrgico, en los santos, en los acontecimientos de la vida cotidiana, en toda la creación, que cambia de aspecto si detrás de ella se encuentra él o si está ofuscada por la niebla de un origen y un futuro inciertos.”

 (de la homilia del Papa Benedicto XVI para las primeras vísperas de Adviento noviembre 2009)


lunes, 2 de diciembre de 2024

El Adviento en la audiencias de Juan Pablo II (3 de 4) - Porqué viene el Señor - La liturgia del Adviento

 


“La liturgia del Adviento se funda principalmente en textos de los Profetas del Antiguo Testamento. En ella habla casi todos los días el Profeta Isaías. En la historia del Pueblo de Dios de la Antigua Alianza, él era un “intérprete” particular de la promesa que este pueblo había recibido de Dios hacía tiempo en la persona del fundador de su estirpe: Abraham. Como todos los demás profetas, y quizá más que todos, Isaías reforzaba en sus contemporáneos la fe en las promesas de Dios confirmadas por la Alianza al pie del Monte Sinaí. Inculcaba sobre todo perseverancia en la expectación y fidelidad: “Pueblo de Sión, el Señor vendrá a salvar a los pueblos y hará oír su voz majestuosa para dar gozo a vuestro corazón” (cf. Is 30, 19. 30).

Cuando Cristo estaba en el mundo aludió una y otra vez a las palabras de Isaías. Decía claramente: “Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír” (Lc 4, 21).

2. La liturgia del Adviento es de carácter histórico. La expectación de la venida del Ungido (Mesías) fue un proceso histórico. De hecho impregnó toda la historia de Israel, que fue elegido precisamente para preparar la venida del Salvador.

Pero en cierto modo nuestras consideraciones van más allá de la liturgia diaria del Adviento. Volvamos pues a la pregunta fundamental: ¿Por qué viene Dios? ¿Por qué quiere venir hasta el hombre, hasta la humanidad? Busquemos respuestas adecuadas a estas preguntas; y busquémoslas en los orígenes mismos, es decir, antes de que comenzara la historia del pueblo elegido. Este año enfocamos la atención hacia los capítulos primeros del libro del Génesis. El Adviento “histórico” no sería inteligible sin la lectura cuidadosa y el análisis de esos capítulos.

Por tanto, buscando una respuesta a la pregunta ¿”por qué” el Adviento?, debemos volver a leer otra vez atentamente toda la descripción de la creación del mundo y, en particular, de la creación del hombre. Es significativo (y ya he tenido ocasión de aludir a ello) cómo cada uno de los días de la creación terminan constatando “vio Dios ser bueno”. Y después de la creación del hombre: “...vio ser muy bueno”. Como ya dije la semana pasada, esta constatación se enlaza con la bendición de la creación y, sobre todo, con la bendición explícita del hombre.

 

En toda esta descripción está ante nosotros un Dios que se complace en la verdad y en el bien, según la expresión de San Pablo (cf. 1 Cor 13, 6). Allí donde está la alegría que brota del bien, allí está el amor. Y sólo donde hay amor, existe la alegría que procede del bien. El libro del Génesis, desde los primeros capítulos, nos revela a Dios que es amor (si bien esta expresión la utilizará San Juan mucho más tarde). Es amor porque goza con el bien. Por consiguiente, la creación es a la vez donación auténtica: donde hay amor, hay don.

 

El libro del Génesis señala el comienzo de la existencia del mundo y del hombre. Al interpretarla, debemos ciertamente construir, como lo ha hecho Santo Tomás de Aquino, una consiguiente filosofía del ser, filosofía en la que quedará expresado el orden mismo de la existencia. Sin embargo, el libro del Génesis habla de la creación como don. Al crear el mundo visible, Dios es el donante, y el hombre es el que recibe el don. Es aquel para quien Dios crea el mundo visible, aquel a quien Dios introduce desde los comienzos no sólo en el orden de la existencia, sino también en el orden de la donación. El hecho de que el hombre es “imagen y semejanza” de Dios significa, entre otras cosas, que es capaz de recibir el don, que es sensible a este don y que es capaz de corresponder a él. Por esto precisamente establece Dios desde el principio con el hombre —y sólo con él— la alianza. El libro del Génesis nos revela no sólo el orden natural de la existencia, sino también, a la vez y desde el principio, el orden sobrenatural de la gracia. De la gracia podemos hablar sólo si admitimos la realidad del don. Recordemos el catecismo: la gracia es el don sobrenatural de Dios por el que llegamos a ser hijos de Dios y herederos del cielo.”

 (Juan Pablo II Audiencia General del 13 de diciembre de 1978)


 (es republicacion)

El Adviento en las Audiencias de Juan Pablo II (2 de 4) La realidad del hombre

 


“El Adviento significa “la Venida”. Si Dios “viene” al hombre, lo hace porque en su ser humano ha puesto una “dimensión de espera” por cuyo medio el hombre puede “acoger” a Dios, es capaz de hacerlo.”

En la segunda reflexión para el Adviento de 1978  Juan Pablo II nos recuerda conceptos de la reflexion anterior en la que hablaba de las primeras palabras del libro del génesis: “Al principio creó Dios” (Beresit bara Elohim) y señala que “Para penetrar en la plenitud bíblica y litúrgica del significado del Adviento, es necesario seguir dos direcciones. Hay que “remontarse” a los comienzos y al mismo tiempo “descender” en profundidad. El significado pleno del Adviento brota de la reflexión sobre la realidad de Dios que crea y, al crear, se revela a Sí mismo (ésta es la Revelación primera y fundamental, y también la verdad primera y fundamental de nuestro Credo). Pero al mismo tiempo, el significado pleno del Adviento aflora de la reflexión profunda sobre la realidad del hombre.”

En esta meditación el Papa nos invita reflexionar sobre esta segunda realidad y la diferencia entre la creación del hombre como “imagen y semejanza de Dios” y el resto de lo creado, notando la diferencia entre “Dijo Dios... hágase” y “Díjose entonces Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y a nuestra semejanza” (Gén 1, 26) “Como si el Creador entrase en sí mismo; como si al crear, no sólo llamase de la nada a la existencia con la palabra “hágase”, sino que de forma particular sacase al hombre del misterio de su propio Ser.” “Sólo después de estas palabras que dan fe, por así decirlo, del designio de Dios-Creador, la Biblia habla del acto mismo de la creación del hombre: “Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, y los creó varón y mujer” (Gén 1, 27)” Esta descripción – agrega el Papa - se completa con la bendición. Por tanto constan aquí el designio, el acto mismo de la creación y la bendición: “Y los bendijo Dios diciéndoles: Procread y multiplicaos, y henchid la tierra; sometedla y dominad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre los ganados y sobre todo cuanto vive y se mueve sobre la tierra” (Gén 1, 28).”

 

 (es republicacion)

sábado, 30 de noviembre de 2024

El Adviento en las Audiencias de Juan Pablo II - Significado y origen (1 de 4)



“El cristianismo no es sólo una “religión de adviento”, sino el Adviento mismo”

En una serie de Audiencias al comienzo de su Pontificado en 1978,  Juan Pablo II nos invita a reflexionar sobre el ciclo del Adviento.

En la primera de estas Audiencias trata sobre el significado, el origen y el sentido del Adviento y nos habla sobre la profunda relación entre Dios y el hombre.

“Adviento quiere decir “venida”…. ¿Quién es el que viene?, y ¿para qué viene? -

“……muchos son los interrogantes que se plantean. El hombre tiene el derecho e incluso el deber de preguntar para saber. Hay asimismo quienes dudan y parecen ajenos a la verdad que encierra la Navidad, aunque participen de su alegría. Precisamente para esto disponemos del tiempo de Adviento, para que podamos penetrar en esta verdad esencial del cristianismo cada año de nuevo….. Hasta los niños saben que es Jesús quien viene para ellos y para todos los hombres. Viene una noche en Belén, nace en una gruta..”

Y enseguida nos lleva a reflexionar más profundamente, sin perder de vista el corazón de niño que llevamos adentro:

“La verdad del cristianismo corresponde a dos realidades fundamentales que no podemos perder nunca de vista. Las dos están estrechamente relacionadas entre sí. Y justamente este vínculo íntimo, hasta el punto de que una realidad parece explicar la otra, es la nota característica del cristianismo. La primera realidad se llama “Dios”, y la segunda “el hombre”. El cristianismo brota de una relación particular entre Dios y el hombre. En los últimos tiempos —en especial durante el Concilio Vaticano II— se discutía mucho sobre si dicha relación es teocéntrica o antropocéntrica. Si seguimos considerando por separado los dos términos de la cuestión, jamás se obtendrá una respuesta satisfactoria a esta pregunta. De hecho el cristianismo es antropocéntrico precisamente porque es plenamente teocéntrico; y al mismo tiempo es teocéntrico gracias a su antropocentrismo singular. Pero es cabalmente el misterio de la Encarnación el que explica por sí mismo esta relación. Y justamente por esto el cristianismo no es sólo una “religión de adviento”, sino el Adviento mismo. El cristianismo vive el misterio de la venida real de Dios hacia el hombre, y de esta realidad palpita y late constantemente. Esta es sencillamente la vida misma del cristianismo. Se trata de una realidad profunda y sencilla a un tiempo, que resulta cercana a la comprensión y sensibilidad de todos los hombres y, sobre todo, de quien sabe hacerse niño con ocasión de la noche de Navidad. No en vano dijo Jesús una vez: “Si no os volviereis y os hiciereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mt 18, 3).”

“Pero para comprender el fondo de esta doble realidad” – agrega el Papa – “hay que remontarse hasta los comienzos mismos de la Revelación o, mejor, hasta los comienzos casi del pensamiento humano….y “precisamente en los comienzos nos encontramos enseguida con la vinculación fundamental de estas dos realidades: Dios y el hombre……….en el mismo libro del Génesis—, y ya en el primer capítulo, encontramos la verdad fundamental acerca del hombre que Dios (Elohim) crea a su “imagen y semejanza”. Leemos en él: “Díjose entonces Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y a nuestra semejanza” (Gén 1, 26), y a continuación: “Creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, y los creó varón y mujer” (Gén 1, 27).

Hacia el final de la Audiencia Juan Pablo II vuelve a plantearnos la pregunta inicial y nos invita a la reflexión sobre el Adviento y su “relación particular entre Dios y su imagen, que es el hombre…Esta relación ilumina las bases mismas del cristianismo. Nos permite además dar una respuesta fundamental a dos preguntas: primera, ¿qué significa el Adviento?; y segunda, ¿por qué precisamente el Adviento forma parte de la sustancia misma del cristianismo?” y termina diciendo:

 “La realidad del Adviento está llena de la más profunda verdad sobre Dios y sobre el hombre.”

(es re publicacion de un post de 2011)

viernes, 29 de noviembre de 2024

Primer domingo de Adviento de 1978 - El primer Adviento de Juan Pablo II

 

"Ven, Señor Jesús" (Ap 22, 20)



En el Ángelus de su primer domingo de Adviento, como Sumo Pontífice, el Papa Juan Pablo II nos invitaba a prepararnos para la “venida” de Dios al hombre:


“Hoy es el primer domingo de Adviento. Comienza el nuevo año litúrgico: cada año, en efecto, empezando desde el primer domingo de Adviento, la Iglesia, a través del ciclo de domingos y fiestas, procura hacernos partícipes de la obra salvífica de Dios en la historia del hombre, de la humanidad y del mundo. Precisamente por este "adviento", que quiere decir "venida", Dios viene al hombre, y ésta es una dimensión fundamental de nuestra fe. Nosotros vivimos nuestra fe cuando estamos abiertos a la venida de Dios, cuando perseveramos en el Adviento. […]


Pienso sobre todo en el Adviento que se realiza en el sacramento del santo bautismo. Un hombre viene al mundo: nace como hijo de sus padres; viene al mundo con la herencia del pecado original. Los padres, conscientes de tal herencia e inspirados por la fe en la palabra de Cristo, llevan a su hijo al bautismo. Desean abrir el alma de su niño a la venida del Salvador, a su "Adviento". De esta manera el Adviento señala el comienzo de la nueva vida: en cierto sentido se le quita a ese niño el sello del pecado original y se le injerta el principio de la vida nueva, de la vida divina. Porque Cristo no viene "con las manos vacías"; nos trae la vida divina; quiere que nosotros tengamos vida y la tengamos en abundancia (cf. Jn 10, 10)”


Ese primer domingo de adviento – 3 de diciembre de 1978- como obispo de Roma realizaba su primera visita pastoral a una parroquia romana: San Francisco Javier en la Garbatella, que habia frecuentado ya durante su permanencia en Roma como estudiante, para ayudar en la pastoral (invito ver mi entrada San Francisco Javier en la Garbatella)


Recordamos recordamos tambièn un nuevo aniversario de la publicación de la encíclica  Dives in Misericordia dada a conocer un primer domingo de adviento, el 30 de noviembre de 1980.






 

miércoles, 27 de noviembre de 2024

La metáfora de las “dos alas” Fides et ratio – Filippo Morlacchi

 


«La fe y la razón son como las dos alas con que el espíritu   humano se eleva hacia la contemplación de la verdad. Es Dios quien ha puesto en el corazón del hombre el dseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerlo a Él para que, conociéndolo y amándolo, pueda alcanzar la verdad plena sobre el mismo.»

La metáfora de las “dos alas” con que comienza la Encíclica Fides et Ratio (1998)  se ha hecho famosa, y encierra en una imagen poética y sugerente la idea principal de este texto, que se encuentra ciertamente entre los documentos más relevantes del magisterio de Juan Pablo II. 

Hay que reencontrar – afirma con convicción el Pontífice – esa armoniosa colaboración entre la búsqueda racional de la verdad y su acogida por la fe, algo que caracterizó durante tantos siglos la historia de Occidente, y que, sin embargo, parece haberse diluido en el curso de los últimos siglos. Y ello  no para reivindicar un privilegio de la Iglesia, sino para el bien del hombre, que esta naturalmente abierto a la Verdad y al Bien.  «Ad te vivendum factus sumn; et nondum feci propter quod factus sum» - «fui creado para contemplarte, pero aún no he realizado aquello para lo que he sido creado», confiesa humildemente a Dios San Anselmo, citado en la Fides et Ratio n.42. Todas las personas llevan en su corazón la imagen de Dios y la nostalgia de El, y por lo tanto pueden llegar a realizarse sólo si se abren a la fe; tal encuentro, realizado en Cristo, revelará al hombre también su misterio.

Por ello la fe que acoge el misterio de Dios en la propia vida se “esposa”  perfectamente con la aspiración humanísima de la razón hacia la verdad, como dos alas que hacen volar juntas al espíritu humano. Para alcanzar ese objetivo de armonía reencontrada, la razón humana y, en particular, la filosofía, deben recuperar su dimensión sapiencial original, interrogándose sobre el sentido del ser en su totalidad y aprendiendo a reflejar el amor del Creador: «La palabra de Dios revela el fin último del hombre y da un sentido global a su actuar en el mundo. Es por ello que la palabra invita a la filosofía a ocuparse de la búsqueda del fundamento natural de este sentido, que es la religiosidad constitutiva de cada persona.

Una filosofía que quisiera negar la posibilidad de un sentido último y global sería no sólo inadecuada, sino también errónea» (n.81). En otras palabras, el hombre s invitado a no quedarse en la superficie de las cosas, sino a profundizar, a «dar el paso, tan necesario como urgente, del fenómeno al fundamento» (n.83) de la apariencia a la sustancia de las coas. Tanto la fe como la recta ratio revelan por tanto que el fundamento de todo lo que existe es amor sapiencial del Padre: el mundo no es un simple montón de objetos arrojados al escenario del universo, sino la señal de que existe una inteligencia amante que sólo desea ser reconocida y acogida.

Una antigua historia causídica cuenta que un niño jugaba al escondite; salió de su escondrijo y se dio cuenta de que se había quedado solo, sin que ningún amigo lo siguiese buscando. Fue a casa de su abuelo llorando, a desahogarse por aquel abandono inesperado e inmerecido. Los ojos del abuelo se llenaron de lágrimas y dijo:  «También dice Dios: Yo me escondo, pero nadie me quiere buscar». Juan pablo II ha querido inspirar al hombre del tercer milenio el deseo de buscar de nuevo a Dios, y la fe para poder encontrarlo.”

Filippo Morlacchi “El deseo de buscar y la confianza de encontrar” Totus Tuus, Nr 3 mayo/junio/julio 2010  edición “Alianza entre fe y razón”   


 

jueves, 21 de noviembre de 2024

Karol Wojtyla: su amada Cracovia (2 de 2)

 


El sacerdote Karol Wojtyła vivió en la calle Kanonicza, donde hoy se encuentra el Museo del Arzobispado, no sólo a partir de su nombramiento como obispo sino ya antes, en los años cincuenta, cuando era profesor en la Universidad de Lublin. Hoy, en aquel palacio, su habitación y sus objetos personales ocupan un lugar privilegiado.

 Las religiosas que trabajaban allí en aquel tiempo recuerdan que el joven profesor, ya con su doctorado bajo el brazo, cuando se acercaba la hora de sacar agua del aljibe, estaba siempre dispuesto a darle una mano a la religiosa de turno.  “Y ya obispo y cardenal siempre veía junto a si al prójimo” recuerda el señor Jozef Mucha, su chofer durante 14 años. Recuerda también la tarta de tres pisos que el Cardenal confiscó durante una fiesta para llevarla al grupo de pastoral juvenil. “Nosotros no necesitamos comer esta tarta – le dijo al casero – llevémosla a los jóvenes”…. Al Cardenal Wojtyła le gustaba mucho la lecha cuajada y era capaz de sacrificar cualquier comida – prosigue el señor Mucha sonriendo – antes de algún almuerzo especial,  pero sobre todo antes de las grandes festividades, las religiosas debían esconderla muy bien”.

 La calle Franciszkánska está estrechamente ligada a la persona de Karol Wojtył. Fue ordenado sacerdote en la capilla del Palacio Arzobispal, y regresó allì como cardenal.  Ocupaba el primer piso con la famosa ventana  desde donde se asomó como Papa, durante su primer viaje apostólico a Polonia. Todos los días los habitantes de Cracovia, mirándola, esperaban ver aparecer una figura blanca. ¡Cuánta alegría se apdoerò de sus corazones cuando elnuevo Pontìfice Benedicto XVI, siguiendo a su predecesor, les saludò desde aquella misma ventana!  En frente esta la Basìlia de San Francisco, donde el Cardenal  Wojtyła pasaba tantas horas en oración. Hoy su “banco” lleva una pequeña placa.

 


Desde aquí mismo, desde la calle Franciszkanska, Karol Wojtyła partió para el Conclave de 1978 para no regresar más a su amada Cracovia. Aquel momento el señor Mucha lo recuerda asì: “Cuando le llevé la noticia de la muerte del Papa Juan Pablo I,  el cardenal Wojtyła estaba sentado a la mesa almorzando. Escuche un fuerte ruido. Al recibir la noticia algo se le cayó de las manos al Cardenal. Después lo acompaño al aeropuerto, “Buen viaje, Eminencia, y hasta muy pronto” le dije. El cardenal después de un profundo y triste suspiro me respondió “Nunca se sabe”.

  Aleksandra  Zapotoczny, Boletin Totus Tuus Nro 5, mayo 2007

 


 

martes, 19 de noviembre de 2024

Karol Wojtyla: su amada Cracovia (1 de 2)

 


Karol Wojtyła pasó 40 años de su vida en Cracovia. Por las calles de la ciudad caminaba de estudiante y de seminarista, de sacerdote, profesor, obispo y cardenal. Observaba el río Vístula, se detenía a escuchar el Heynal (son de la trompeta que se oye cada hora) de la Torre de la Basílica de Nuestra Señora, rezaba ante las tumbas de reyes y de poetas polacos.



Corría el año 1938 cuando comenzó a estudiar literatura en la Universidad Jagelloniana. 


En aquel tiempo vivía con su padre en un apartamento húmedo de la calle Tyniecka 10, vivienda que actualmente está a la espera de reformas incentivadas por el interés despertado por turistas y peregrinos que allí se detienen. En ese mismo periodo Karol frecuentaba el seminario clandestino y trabajaba en la cantera. Era el periodo en que Cracovia estaba bajo el régimen alemán.



Después, ya como sacerdote, Wojtyła comenzó su trabajo pastoral en Debniki, en la orilla opuesta del rio Vístula con respecto al centro de Cracovia, en la Parroquia de San Estanislao Kostka.  




Por eso cuando llego a Roma para estudiar, se encariñó tanto con la iglesia de San Andrés en el Quirinale, que guarda las reliquias del santo polaco, y le recordaba a su primera parroquia en Cracovia.

A dos pasos de Debniki, sobre el puente de Grunwald, se puede observar el panorama del Castillo de Wavel, residencia de los reyes polacos, y de la iglesia de Skalka, uno de los Santuarios Marianos más importantes de Polonia, donde fue asesinado uno de los primeros obispos polacos, San Estanislao Mártir (1079). Fue allí mismo, frente a su ataúd, donde rezó el joven sacerdote Wojtyla, el día de su ordenación sacerdotal. Y su Primera Misa la celebró en Wavel, en la cripta del siglo XVI dedicada a San Leonardo, el 2 de noviembre de 1946.


Otro lugar estrechamente ligado a la personal de Karol Wojtyła es la  Iglesia de San Florian,  donde le joven sacerdote desarrolla su primera tarea de pastoral académica. Fue un día, avanzada ya la tarde, cuando dos estudiantes se cruzaron en la calle con un joven sacerdote. Ya lo habían visto antes en la iglesia: venían buscando a alguien que guiara espiritualmente su grupo académico. Años más tarde habrían de escribir: “La Misa había terminado. Nosotros aún estábamos en el banco cuando lo vimos por primera vez. Había algo particular en su persona mientras recorría toda la iglesia. Caminaba de modo muy ligero, levemente inclinado hacia adelante, con un  mechón de cabellos que le caía sobre la frente.



Su rostro marcaba una extraña ausencia, como si estuviera ensimismado, pero al mismo tiempo viese todo a su alrededor. Esta figura contrastaba con la de otros sacerdotes de “reciente ordenación”. Ellos eran cuidadosos en su porte, sus cabellos alisados, hábito elegante y zapatos tan lustrados que suscitaban dudas: pero ¿es que con estos zapatos es posible acercarse a quien los necesita atravesando las calles sucias y llenas de barro?  En cambio el sacerdote que aminaba a lo largo de la iglesia llevaba puesto un hábito algo raído y calzaba un par de zapatos gastados. Fueron precisamente esos zapatos que nos revelaron del joven sacerdote mucho más de cuanto podría hacerlo una homilía cuidadosamente preparada….”

 

Aleksandra  Zapotoczny, Boletin Totus Tuus Nro 5, mayo 2007