Precioso texto del Papa Francisco que nos recuerda aquellas memorables
palabras de San Juan Pablo II en Auschwitz (Oświęcim) – Birkenau (Brzezinka) durante
su primer visita a Polonia en 1979 en la
Misa en el Campo de Concentración y del Papa Benedicto XVI en el 2006.
Palabras diferentes, inolvidables todas!
(24-26 DE MAYO DE 2014)
Visita al Memoria de Yad Vashem, Jerusalén, 26 de
mayo de 2014
“Adán, ¿dónde estás?” (cf. Gn 3,9).
¿Dónde estás, hombre? ¿Dónde te has metido?
En este lugar, memorial de la Shoah, resuena
esta pregunta de Dios: “Adán, ¿dónde estás?”.
Esta pregunta contiene todo el dolor del Padre que
ha perdido a su hijo.
El Padre conocía el riesgo de la libertad; sabía que
el hijo podría perderse… pero quizás ni siquiera el Padre podía imaginar una
caída como ésta, un abismo tan grande.
Ese grito: “¿Dónde estás?”, aquí, ante la tragedia
inconmensurable del Holocausto, resuena como una voz que se pierde en un abismo
sin fondo…
Hombre, ¿quién eres? Ya no te reconozco.
¿Quién eres, hombre? ¿En qué te has convertido?
¿Cómo has sido capaz de este horror?
¿Qué te ha hecho caer tan bajo?
No ha sido el polvo de la tierra, del que estás
hecho. El polvo de la tierra es bueno, obra de mis manos.
No ha sido el aliento de vida que soplé en tu nariz.
Ese soplo viene de mí; es muy bueno (cf. Gn 2,7).
No, este abismo no puede ser sólo obra tuya, de tus
manos, de tu corazón… ¿Quién te ha corrompido? ¿Quién te ha desfigurado?
¿Quién te ha contagiado la presunción de apropiarte
del bien y del mal?
¿Quién te ha convencido de que eres dios? No sólo
has torturado y asesinado a tus hermanos, sino que te los has ofrecido en
sacrificio a ti mismo, porque te has erigido en dios?
Hoy volvemos a escuchar aquí la voz de Dios: “Adán,
¿dónde estás?”.
De la tierra se levanta un tímido gemido: Ten piedad
de nosotros, Señor.
A ti, Señor Dios nuestro, la justicia; nosotros
llevamos la deshonra en el rostro, la vergüenza (cf. Ba 1,15).
Se nos ha venido encima un mal como jamás sucedió
bajo el cielo (cf. Ba 2,2). Señor, escucha nuestra oración, escucha nuestra
súplica, sálvanos por tu misericordia. Sálvanos de esta monstruosidad.
Señor omnipotente, un alma afligida clama a ti.
Escucha, Señor, ten piedad.
Hemos pecado contra ti. Tú reinas por siempre (cf. Ba
3,1-2).
Acuérdate de nosotros en tu misericordia. Danos la
gracia de avergonzarnos de lo que, como hombres, hemos sido capaces de hacer,
de avergonzarnos de esta máxima idolatría, de haber despreciado y destruido
nuestra carne, esa carne que tú modelaste del barro, que tú vivificaste con tu
aliento de vida.
¡Nunca más, Señor, nunca más!
“Adán, ¿dónde estás?”. Aquí estoy, Señor, con la
vergüenza de lo que el hombre, creado a tu imagen y semejanza, ha sido capaz de
hacer.
Acuérdate de nosotros en tu misericordia.”
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