FELIZ DIA A TODAS LAS MADRES!
“La
maternidad de la mujer, en el período comprendido entre la concepción y el
nacimiento del niño, es un proceso biofisiológico y psíquico que hoy día se
conoce mejor que en tiempos pasados y que es objeto de profundos estudios. El
análisis científico confirma plenamente que la misma constitución física de la
mujer y su organismo tienen una disposición natural para la maternidad, es
decir, para la concepción, gestación y parto del niño, como fruto de la unión
matrimonial con el hombre. Al mismo tiempo, todo esto corresponde también a la
estructura psíquico-física de la mujer. Todo lo que las diversas ramas de la
ciencia dicen sobre esta materia es importante y útil, a condición de que no se
limiten a una interpretación exclusivamente biofisiológica de la mujer y de la
maternidad. Una imagen
así «empequeñecida» estaría
a la misma altura de la concepción materialista del hombre y del mundo. En tal
caso se habría perdido lo que verdaderamente es esencial: la maternidad, como
hecho y fenómeno humano, tiene su explicación plena en base a la verdad sobre
la persona. La maternidad está unida a la estructura personal del
ser mujer y a la dimensión personal del don: «He adquirido un varón con el
favor de Yahveh» (Gén 4, 1). El Creador concede a los
padres el don de un hijo. Por parte de la mujer, este hecho está unido de modo
especial a «un don sincero de sí». Las palabras de María en la Anunciación
«hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38) significan la disponibilidad de
la mujer al don de sí, y a la aceptación de la nueva vida.
En la maternidad
de la mujer, unida a la paternidad del hombre, se refleja el eterno misterio
del engendrar que existe en Dios mismo, uno y trino (cf. Ef 3,
14-15). El humano engendrar es común al hombre y a la mujer. Y si la mujer,
guiada por el amor hacia su marido, dice: «te he dado un hijo», sus palabras
significan al mismo tiempo: «este es nuestro hijo». Sin embargo, aunque los dos
sean padres de su niño, la maternidad de la mujer constituye
una «parte» especial de este ser padres en común, así
como la parte más cualificada. Aunque el hecho de ser padres pertenece a los
dos, es una realidad más profunda en la mujer, especialmente en el período
prenatal. La mujer es «la que paga» directamente por este común engendrar, que
absorbe literalmente las energías de su cuerpo y de su alma. Por consiguiente,
es necesario que el
hombre sea
plenamente consciente de que en este ser padres en común, él contrae
una deuda especial con la mujer. Ningún programa de «igualdad de
derechos» del hombre y de la mujer es válido si no se tiene en cuenta esto de
un modo totalmente esencial.
La maternidad
conlleva una comunión especial con el misterio de la vida que madura en el seno
de la mujer. La madre admira este misterio y con intuición singular «comprende»
lo que lleva en su interior. A la luz del «principio» la madre acepta y ama al
hijo que lleva en su seno como una persona. Este modo único de contacto con el
nuevo hombre que se está formando crea a su vez una actitud hacia el hombre —no
sólo hacia el propio hijo, sino hacia el hombre en general—, que caracteriza
profundamente toda la personalidad de la mujer. Comúnmente se piensa que la
mujer es
más capaz que el hombre de dirigir su atención hacia
la persona concreta y que la maternidad desarrolla todavía
más esta disposición. El hombre, no obstante toda su participación en el ser
padre, se encuentra siempre «fuera» del proceso de gestación y nacimiento del
niño y debe, en tantos aspectos, conocer por la madre su
propia «paternidad». Podríamos decir que esto forma
parte del normal mecanismo humano de ser padres, incluso cuando se trata de las
etapas sucesivas al nacimiento del niño, especialmente al comienzo. La
educación del hijo —entendida globalmente— debería abarcar en sí la doble
aportación de los padres: la materna y la paterna. Sin embargo, la contribución
materna es decisiva y básica para la nueva personalidad humana.”
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