Con motivo de la preparación para el Jubileo del año
2000 el Papa Juan Pablo II dedico el año 1998 al Espiritu Santo con 23
Audiencias de los días miércoles,
comenzando el miércoles 13 de
mayo, primer audiencia que comenzaba
diciendo:
“En la preparación para el gran jubileo del año 2000, el
presente año está particularmente dedicado al Espíritu Santo. Prosiguiendo por
el camino iniciado por toda la Iglesia, después de haber concluido la temática
cristológica, comenzamos hoy una reflexión sistemática sobre el Espíritu Santo,
«Señor y dador de vida». De la tercera persona de la santísima Trinidad he
hablado ampliamente en muchas ocasiones. Recuerdo, en particular, la encíclica
Dominum et vivificantem y la catequesis sobre el Credo. La perspectiva del
jubileo inminente me brinda la ocasión para volver una vez más a la
contemplación del Espíritu Santo, a fin de escrutar, con espíritu de adoración,
la acción que realiza en el decurso del tiempo y de la historia.”
[…]
Una primera alusión,
aunque velada, al Espíritu se encuentra ya en las primeras líneas de la Biblia,
en el himno a Dios creador con que comienza el libro del Génesis: «el Espíritu
de Dios aleteaba por encima de las aguas» (Gn 1, 2).
[…]
Ya en el Antiguo
Testamento aparecen dos rasgos de la misteriosa identidad del Espíritu Santo,
que luego fueron ampliamente confirmados por la revelación del Nuevo
Testamento.
El primero es la
absoluta trascendencia del Espíritu, que por eso se llama
«santo» (Is 63, 10. 11; Sal 51, 13). El Espíritu
de Dios es «divino» a todos los efectos. No es una realidad que el hombre pueda
conquistar con sus fuerzas, sino un don que viene de lo alto: sólo se puede
invocar y acoger. El Espíritu, infinitamente diferente con respecto al hombre,
es comunicado con total gratuidad a cuantos son llamados a colaborar con él en
la historia de la salvación. Y cuando esta energía divina encuentra una acogida
humilde y disponible, el hombre es arrancado de su egoísmo y liberado de sus
temores, y en el mundo florecen el amor y la verdad, la libertad y la paz.
El segundo rasgo del
Espíritu de Dios es la fuerza dinámica que manifiesta en sus
intervenciones en la historia. A veces se corre el riesgo de proyectar sobre la
imagen bíblica del Espíritu concepciones vinculadas a otras culturas como, por
ejemplo, la idea del espíritu como algo etéreo, estático e
inerte. Por el contrario, la concepción bíblica del ruah indica
una energía sumamente activa, poderosa e irresistible: el Espíritu del Señor
—leemos en Isaías— «es como torrente desbordado» (Is 30, 28). Por
eso, cuando el Padre interviene con su Espíritu, el caos se transforma en
cosmos, en el mundo aparece la vida, y la historia se pone en marcha.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario