La
Carta encíclica Dominum et vivificantem, sobre el Espiritu Santo en la Vida de la Iglesia y del Mundo de S.S. Juan Pablo
II fue promulgada el 18 de mayo y publicada el 30 de mayo de 1986.
Decia
Juan Pablo II:
“En
la Encíclica Dominum et Vivificantem he escrito: El Espíritu Santo,
consubstancial al Padre y al Hijo en la divinidad, es amor y don (increado),
del que deriva como de una fuente (fons vivus) toda dádiva a las criaturas (don
creado): la donación de la existencia a todas las cosas mediante la creación;
la donación de la gracia a los hombres mediante toda la economía de la
salvación' (n. 10).
…….En el Espíritu Santo se halla, pues, la revelación de la profundidad de la
Divinidad: el misterio de la Trinidad en el que subsisten las Personas divinas,
pero abierto al hombre para darle vida y salvación. A ello se refiere San Pablo
en la Primera Carta a los Corintios, cuando escribe: 'El Espíritu todo lo
sondea, hasta las profundidades de Dios'. Como leemos en la Encíclica Dominum et
Vivificantem todo 'lo que dice (Jesús) del Padre y de sí como Hijo, brota de la
plenitud del Espíritu que está en Él y que se derrama en su corazón, penetra su
mismo 'yo', inspira y vivifica profunda mente su acción' (n. 21). Por eso el Evangelio
puede decir que Jesús 'se llenó de gozo en el Espíritu Santo' (Lc 10,21). Así
la 'plenitud' del Espíritu Santo, que se halla en Cristo, se manifestó el día
de Pentecostés llenando de Espíritu Santo' a todos aquellos que estaban
reunidos en el Cenáculo. Así se constituyó aquella realidad cristológico
eclesiológica a que alude el apóstol Pablo: 'alcanzáis la plenitud en él, que
es la Cabeza' (Col 2, 10). (1 Cor 2, 10).
………. En la Encíclica sobre el Espíritu Santo Dominum et
Vivificantem escribí: 'Pentecostés es un nuevo inicio en relación con el
primero, inicio originario de la donación salvífica de Dios, que se identifica
con el misterio de la creación. Así leemos ya en las primeras páginas del libro
del Génesis: 'En el principio creó Dios los cielos y la tierra... y el Espíritu
de Dios (ruah Elohim) aleteaba por encima de las aguas' (1, 1 ss.). Este
concepto bíblico de creación comporta no sólo la llamada del ser mismo del
cosmos a la existencia, es decir, el dar la existencia, sino también la
presencia del Espíritu de Dios en la creación, o sea, el inicio de la
comunicación salvífica de Dios a las cosas que crea. Lo cual es válido ante
todo para el hombre, que ha sido creado a imagen y semejanza de Dios' (n. 12).
En Pentecostés el 'nuevo inicio' del donarse salvífico de Dios se funde con el
misterio pascual, fuente de nueva vida”
Y
el entonces Cardenal Joseph Ratzinger (ahora Santo Padre emérito Benedicto
XVI) en su conferencia acerca de Las catorce enciclicas del Santo Padre
Juan Pablo II con ocasión del Congreso “Juan Pablo II 25 años de Pontificado. La
Iglesia al servicio del hombre” en la Pontificia Universidad
Lateranense realizado entre el 8 y el 10 de mayo de 2003expresó,
entre otros
…“Las encíclicas se deben dividir por grupos de temas afines. Conviene
recordar ante todo el tríptico trinitario de los años 1979-1986, que abarca las
encíclicas Redemptor hominis, Dives in misericordia y Dominum et vivificantem
Quiero dedicar también unas pocas palabras a la encíclica sobre el
Espíritu Santo, en la cual se trata el tema de la verdad y de la conciencia.
Según el Papa, el auténtico don del Espíritu Santo es "el don de la verdad
de la conciencia y el don de la certeza de la redención" («Dominum et
vivificantem», 31). Así pues, en la raíz del pecado está la mentira, el rechazo
de la verdad. "La "desobediencia", como dimensión originaria del
pecado, significa rechazo de esta fuente por la pretensión del hombre de llegar
a ser fuente autónoma y exclusiva en decidir sobre el bien y el mal" (ib.,
36). La perspectiva fundamental de la encíclica «Veritatis splendor» ya aparece
aquí muy claramente. Es evidente que el Papa, precisamente en la encíclica
sobre el Espíritu Santo, no se detiene en el diagnóstico de nuestra situación
de peligro, sino que hace ese diagnóstico para preparar el camino a la
curación. En la conversión, el afán de la conciencia se transforma en amor que
sana, que sabe sufrir: "El dispensador oculto de esa fuerza salvadora es
el Espíritu Santo" (ib., 5)”
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