Antes de celebrar los misterios centrales de la salvación, cada comunidad diocesana se reúne esta mañana en torno a su pastor para la bendición de los santos óleos, que son instrumentos de la salvación en los diversos sacramentos: bautismo, confirmación, orden sagrado y unción de los enfermos. La eficacia de estos signos de la gracia divina deriva del misterio pascual, de la muerte y resurrección de Cristo. Por eso la Iglesia sitúa este rito en el umbral del Triduo sacro, en el día en que, con el supremo acto sacerdotal, el Hijo de Dios hecho hombre se ofreció al Padre como rescate por toda la humanidad.
“Ha
hecho de nosotros un reino de sacerdotes". Entendemos esta expresión en
dos niveles. El primero, como recuerda también el concilio Vaticano II, con
referencia a todos los bautizados, que "son consagrados como casa
espiritual y sacerdocio santo para que ofrezcan, a través de las obras propias
del cristiano, sacrificios espirituales" (Lumen gentium, 10). Todo
cristiano es sacerdote. Se trata aquí del sacerdocio llamado "común",
que compromete a los bautizados a vivir su oblación a Dios mediante la
participación en la Eucaristía y en los sacramentos, en el testimonio de una
vida santa, en la abnegación y en la caridad activa (cf. ib.).
Imagende Wikimedia Commons: Bloch El Sermón dela Montaña
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