(imagen de Visit Malopolska)
No se puede disociar la cruz del trabajo humano. No se puede separar a Cristo del trabajo humano…
El cristianismo y la Iglesia no tienen miedo del
mundo del trabajo. No tienen miedo del sistema basado sobre el trabajo. El Papa
no tiene miedo a los hombres del trabajo. Los ha sentido siempre muy cerca de
él. Ha salido de su ambiente. Ha salido de las canteras de piedra de Zakrowek,
de las calderas de Solvay en Borek Falecki, después de Nowa Huta. A través de
todos estos ambientes, a través de las experiencias personales de trabajo —me
permito decir—, el Papa ha aprendido nuevamente el Evangelio. Se ha
dado cuenta y se ha convencido de cuán profundamente está grabada en el
Evangelio la problemática contemporánea del trabajo humano. De cómo sea
imposible resolverla a fondo sin el Evangelio.
De hecho, la problemática contemporánea del
trabajo humano (¿sólo la contemporánea, realmente?), en última instancia, no se
reduce —me perdonen todos los especialista,— ni a la técnica ni tanto menos a
la economía, sino a una categoría fundamental, a saber, a la categoría
de la dignidad del trabajo, o sea, de la dignidad del hombre.
La economía, la técnica y tantas otras especialidades y disciplinas, tienen su
razón de ser en esa única categoría esencial. Si no se inspiran en ella y se
forman fuera de la dignidad del trabajo humano, están en error, son nocivas y
van contra el hombre.
Esta categoría fundamental es humanista.
Me permito decir que esta categoría fundamental: categoría del trabajo como
medida de la dignidad del hombre, es cristiana. La encontramos, en
su más alto grado de intensidad, en Cristo… Pero recordad esta antigua cosa:
Cristo no aprobará jamás que el hombre sea considerado —o que se considere a sí
mismo— únicamente como instrumento de producción, que sea
apreciado, estimado y valorado según este principio. ¡Cristo no lo aprobará
jamás! Por esto se dejó clavar en la cruz, como sobre el gran umbral de la
historia espiritual del hombre, para oponerse a cualquier degradación del
hombre, incluso la degradación mediante el trabajo. Cristo permanece ante
nuestros ojos en su cruz, para que todo hombre sea consciente de la
fuerza que él le ha dado: "Dioles poder de venir a ser hijos de
Dios" (Jn 1, 12).
De esto debe acordarse tanto el trabajador como
el patrón, el sistema del trabajo y el de la retribución; lo deben recordar el
Estado, la nación y la Iglesia.
(de la Homilia de JuanPablo II en el Santuario de la Santa Cruz, Mogila,8 de julio de 1979)
PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A POLONIA
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