El Señor Jesús, antes de ascender
al cielo, confió a sus discípulos el mandato de anunciar el Evangelio al mundo
entero y de bautizar a todas las naciones: « Id al mundo entero y proclamad el
Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista
a creer, será condenado » (Mc 16,15-16); « Me ha sido dado todo
poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las
gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y
enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y he aquí que yo estoy con
vosotros todos los días hasta el fin del mundo » (Mt 28,18-20; cf.
también Lc 24,46-48; Jn 17,18; 20,21; Hch 1,8).
La misión universal de la Iglesia nace del mandato
de Jesucristo y se cumple en el curso de los siglos en la proclamación del
misterio de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y del misterio de la
encarnación del Hijo, como evento de salvación para toda la humanidad. Es éste
el contenido fundamental de la profesión de fe cristiana: « Creo en un solo Dios,
Padre todopoderoso, Creador de cielo y tierra [...].
La Iglesia, en el curso de los siglos, ha
proclamado y testimoniado con fidelidad el Evangelio de Jesús. Al final del
segundo milenio, sin embargo, esta misión está todavía lejos de su cumplimiento.2 Por
eso, hoy más que nunca, es actual el grito del apóstol Pablo sobre el
compromiso misionero de cada bautizado: « Predicar el Evangelio no es para mí
ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no
predicara el Evangelio! » (1 Co 9,16). Eso explica la particular
atención que el Magisterio ha dedicado a motivar y a sostener la misión
evangelizadora de la Iglesia, sobre todo en relación con las tradiciones
religiosas del mundo.3
Teniendo en cuenta los valores que éstas
testimonian y ofrecen a la humanidad, con una actitud abierta y positiva, la
Declaración conciliar sobre la relación de la Iglesia con las religiones no
cristianas afirma: « La Iglesia católica no rechaza nada de lo que en estas
religiones hay de santo y verdadero. Considera con sincero respeto los modos de
obrar y de vivir, los preceptos y las doctrinas, que, por más que discrepen en
mucho de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de
aquella Verdad que ilumina a todos los hombres ».4 Prosiguiendo
en esta línea, el compromiso eclesial de anunciar a Jesucristo, « el camino, la
verdad y la vida » (Jn 14,6), se sirve hoy también de la práctica
del diálogo interreligioso, que ciertamente no sustituye sino que acompaña
la missio ad gentes, en virtud de aquel « misterio de unidad », del
cual « deriva que todos los hombres y mujeres que son salvados participan,
aunque en modos diferentes, del mismo misterio de salvación en Jesucristo por
medio de su Espíritu ».5 Dicho diálogo, que forma parte de la
misión evangelizadora de la Iglesia,6 comporta una actitud de
comprensión y una relación de conocimiento recíproco y de mutuo
enriquecimiento, en la obediencia a la verdad y en el respeto de la libertad.
(de la Introducción a la Declaración Dominus Iesus, sobre la unicidad y la universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia - Congregación para la Doctrina de la Fe)
Al respecto de esta Declaración comentaba el Papa Emérito Benedicto XVI en Accanto a
Giovanni Paolo II :
Y Sandro Magister en un articulo en Chiesa:
En la cumbre del Año jubilar, con la declaración Dominus Iesus —Jesús es el Señor—,
que aprobé de forma especial, quise invitar a todos los cristianos a renovar su
adhesión a él con la alegría de la fe, testimoniando unánimemente que él es,
también hoy y mañana, "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,
6). Nuestra confesión de Cristo como Hijo único, mediante el cual nosotros
mismos vemos el rostro del Padre (cf. Jn 14, 8), no es
arrogancia que desprecie las demás religiones, sino reconocimiento gozoso
porque Cristo se nos ha manifestado sin ningún mérito de nuestra parte. Y él,
al mismo tiempo, nos ha comprometido a seguir dando lo que hemos recibido y
también a comunicar a los demás lo que se nos ha dado, porque la verdad dada y
el amor que es Dios pertenecen a todos los hombres.
Con el apóstol san Pedro confesamos que "en
ningún otro nombre hay salvación" (Hch 4, 12). La
declaración Dominus Iesus, siguiendo las huellas del
Vaticano II, muestra que con ello no se niega la salvación a los no cristianos,
sino que se señala que su fuente última es Cristo, en quien están unidos Dios y
el hombre. Dios da la luz a todos de manera adecuada a su situación interior y
ambiental, concediéndoles su gracia salvífica a través de caminos que sólo él
conoce (cf. Dominus Iesus, VI, 20-21). El documento
aclara los elementos cristianos esenciales, que no obstaculizan el diálogo,
sino que muestran sus bases, porque un diálogo sin fundamentos estaría
destinado a degenerar en palabrería sin contenido.
Eso mismo vale también en lo que atañe a la
cuestión ecuménica. Si el documento, con el Vaticano II, declara que "la
única Iglesia de Cristo subsiste en la Iglesia católica", no quiere
expresar con ello poca consideración por las demás Iglesias y comunidades
eclesiales. Esta convicción va acompañada por la conciencia de que esto no es
mérito humano, sino un signo de la fidelidad de Dios, que es más fuerte que las
debilidades humanas y los pecados, confesados de modo solemne ante Dios y ante
los hombres al inicio de la Cuaresma. Como afirma la Declaración, la Iglesia
católica sufre por el hecho de que verdaderas Iglesias particulares y
comunidades eclesiales, con elementos valiosos de salvación, están separadas de
ella.
El documento expresa así, una vez más, el mismo
anhelo ecuménico que inspira mi encíclica Ut unum sint. Espero que esta Declaración,
que tanto aprecio, después de tantas interpretaciones equivocadas, cumpla
finalmente su función clarificadora y, al mismo tiempo, de apertura. María, que
el Señor en la cruz nos encomendó a todos como Madre, nos ayude a crecer juntos
en la fe en Cristo, Redentor de todos los hombres, en la esperanza de la
salvación, ofrecida por Cristo a todos, y en el amor, que es signo de los hijos
de Dios.
“Accanto a Giovanni Paolo
II. Gli amici e i collaboratori raccontano” con una contribución exclusiva del Papa
emérito Benedicto XVI, editado por Wlodzimierz Redzioch, Ediciones Ares, Milan,
2014)
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