Nadie
podrá asegurar jamás que parte ha jugado Juan Pablo II en aquel empujón del pueblo
que llevo a la caída del muro comunista.
El mismo lo ignora, porque no es posible medir las afrentas a un imperio
con palabras pronunciadas por un
Papa. Pero es muy cierto que hay una
parte le pertenece y por la otra todos lo reconocen, aun a menudo exagerando en la estimación de su alcance, tal vez
movidos por el arquetipo del Papa Leon enfrentando a Atila.
Ya la misma elección de Juan Pablo había alentado a los polacos y alarmado al Kremlin. Aquel aliento toma vigor con la primer visita a Polonia (2-10 junio 1979); durante nueve días la fe cristiana – que el sistema había relegado a las iglesias – se vuelca a la escena pública y la domina, mostrando que es capaz de convocar mayores multitudes que las que la propaganda haya logrado jamás en Polonia ni en otra región del imperio, en casi sesenta años de férreo dominio. Aquella propaganda quedo acallada y enmudeció por si sola.
Volviendo a su patria, Juan Pablo moviliza multitudes que ya no podrán silenciarse. De las asambleas en las iglesias surgirán uniones sindicales e infinidad de manifestaciones políticas. Es en la fase naciente de las manifestaciones de los polacos contra las órdenes del régimen que debe buscarse la primera parte del rol desempeñado por el Papa eslavo en la preparación de las «sublevaciones» - como las llamara – de 1989. La segunda parte consiste en proteger las reacciones de Moscú al movimiento que entonces surge. (…)
Ya sabemos que Juan Pablo se aboca por entero a aquello que hace como si cada acto que realizase fuera el más importante, o el último que le es concedido. Pero en el caso del «regreso a Polonia» como el mismo lo llama, la intervención emotiva se halla al máximo: «Hago todo lo posible para no dejarme dominar por los sentimientos» le reconocerá a los periodistas durante el vuelo Roma-Varsovia la mañana del 2 de junio.
Pero ese torrente de sentimientos brota ya del saludo en el aeropuerto y caracterizará toda la gira por Polonia que comienza a transitar.
«¡Oh, queridísimos hermanos y hermanas!
¡Oh, compatriotas!
Llego a vosotros como hijo de esta tierra, de
esta nación, y al mismo tiempo —por inescrutables designios de la Providencia—
como Sucesor de San Pedro en la Sede de Roma.
Os doy las gracias porque no me habéis
olvidado, y desde el día de mi elección, no cesáis de ayudarme con vuestra
oración, manifestándome, al mismo tiempo, tanta benevolencia humana.
Os doy las gracias porque me habéis invitado.
Saludo en espíritu y abrazo con el corazón a
cada uno de los hombres que viven en la tierra polaca.»
El secreto del viaje, que
asombrará al mundo y preocupará al Kremlin es la comunión del Papa con el pueblo
que se manifiesta inesperada en semejantes dimensiones y milagrosa en la proximidad al Gran Jubileo. Estuve allí
como vaticanista del cotidiano italiano La Repubblica y el recuerdo más fuerte
y constante es aquel de esta unidad, que veíamos nosotros los invitados
internacionales ya desde la salida del aeropuerto y que redescribiríamos durante
nueve días: la multitud lo envuelve de inmediato como en un abrazo y no lo
abandona mas, lo sigue por las callecitas,, lo espera en cualquier intersección,
lo saluda al paso de caseríos o pueblos
como para llevarlo a sus casitas en un relevo de afecto que involucra a todo el
pueblo. Y es la primavera que lleva al
verano, Polonia desborda de flores, todas las casas, todos los cruces, todas
las mujeres trayendo a brazadas. Las calles cubiertas de flores por donde
pasará, coronadas con flores que se
arrojan desde los balcones cuando finalmente pasa. .
El abrazo de la nación
naturalmente es expresado en plenitud cuando el Papa se encuentra ante las grandes multitudes. El primero más increíble
lo encuentra apenas entrado en Varsovia,en la plaza de la Victoria: es la plaza
de las celebraciones del régimen, pero ahora rescatada por una gran cruz y que
desde entonces será la plaza de la Misa del Papa. Aquí Juan Pablo pronuncia las
primeras palabras de desafío al comunismo ateo
impuesto a su pueblo:
« No se puede
excluir a Cristo de la historia del hombre en ninguna parte del globo, y en
ninguna longitud y latitud geográfica. Excluir a Cristo de la historia del
hombre es un acto contra el hombre (…)
Es imposible entender sin Cristo a esta nación con un pasado tan
espléndido y al mismo tiempo tan terriblemente difícil. »
El coro
llega a su punto máximo cuando el Papa polaco
habla de la patria : entonces los aplausos se confunden con el mensaje: «Me pregunto si debo prohibir o aceptar estos
aplausos. Pero creo que debo aceptarlos porque con ellos el pueblo participa de
la prédica del Papa» , dice, siempre
en Varsovia, el 4 de junio de 1979.
Hasta el
pontificado el cardenal Wojtyla, se mantuvo a la sombra del primado Wyszynski, no era un personaje popular
en Polonia, pero ahora surge – bajo los ojos de todo el pueblo – el personaje
del testimonio: presentándose siempre juntos, el primado y el Papa, conmovidos
ambos frente a las multitudes, es como si uno encomendase la patria a las manos
del otro, tal como se ve en ciertas pinturas antiguas que un santo le entrega
al otro una iglesia, teniéndola en sus manos. «Sin tu fe no estaría en la Cátedra de Pedro este Papa polaco» ,
había dicho Juan Pablo al Primado delante de sus compatriotas pronto después de la elección (Aula de
Audiencias, 23 de octubre de 1978): el viaje a Polonia fue como una continuidad
a aquella ocurrencia.
Pero el
mensaje que «el primer Papa eslavo de la historia» fue a proclamar a su patria
no se limita a sus compatriotas. Después de Varsovia la primer etapa fue
Gniezno, la antigua sede primacal, una de las capitales de la evangelización de
los pueblos eslavos y es desde allí que Juan Pablo clama, casi reclama, a todos
los pueblos eslavos, croatas y eslovenos, búlgaros, moravios y eslovacos,
checos y eslavos de serbia, nombrándolos según la historia de sus «batismos» individuales y encuentra en el manifiesto su extensión a Oriente:
«este Papa, sangre de vuestra sangre, hueso de vuestros huesos…viene hoy a
este lugar … para hablar ante toda la Iglesia, a Europa y al mundo, de aquellas
naciones y poblaciones frecuentemente olvidadas. Viene para gritar "a viva
voz"…. Viene para abrazar a todos estos pueblos —junto con la propia
nación— y estrecharlos en
el corazón de la Iglesia…No quiere quizá Cristo, no dispone quizá el Espíritu
Santo que este Papa polaco, este Papa eslavo, manifieste precisamente ahora la
unidad espiritual de la Europa cristiana? Sabemos que esta unidad cristiana de
Europa está compuesta por dos
grandes tradiciones: del Occidente y del Oriente…que profesan una sola fe, un solo bautismo, un
solo Dios Padre de todos, Quizá precisamente para esto lo eligió Cristo, quizá
para esto lo trajo el Espíritu Santo; para que introdujese en la comunión de la
Iglesia la comprensión de las palabras y lenguas que todavía resuenan como
extranjeras en los oídos habituados a los sonidos romanos, germánicos,
anglosajones, celtas, etc» (Gniezno 4 junio)
(Luigi Accattoli: GIOVANNI PAOLO La prima
biografia completa, San Paolo, Milano, 2006)
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