Durante el Gran
Jubileo del año 2000, tuve ocasión de celebrar la Eucaristía en el Cenáculo de
Jerusalén, donde, según la tradición, esa fue celebrada por primera vez por
Cristo mismo. El Cenáculo es el lugar de la institución de este Santísimo
Sacramento. Allí Cristo tomo en sus manos el pan, lo partió y se lo dio a los
discípulos diciendo: “tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo, que
será entregado por vosotros” (Mt 26,26;
Lc 22,19:1; 1 Co ll, 24). Después, tomo en sus manos el cáliz del vino y
les dijo: “Tomad y bebed todos de él, porque este es el cáliz de mi sangre,
sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por
todos los hombres para el perdón de los pecados” (Mc 14,24; Lc 22,20: 1 Co
11,25) Agradezco al Señor Jesus que me permitió repetir en aquel mismo lugar, obedeciendo
su mandato «haced esto en conmemoración mía (Lc 22,19), las palabras pronunciadas
por El hace dos mil años (EE, 2)
Leyendo estas
palabras, alguien podría preguntarse ¿Dónde se encuentra (encontraba) este Cenáculo?
¿Qué ha quedado de él? ¿Qué nos puede
decir hoy? En tiempos de Jesus y de la primera comunidad cristiana, esta sala
grande y amueblada se encontraba dentro de los muros de la ciudad de Jerusalén.
Allí tuvieron lugar hechos memorables: la
última cena con la institución del sacerdocio ministerial y el mandato del amor
fraterno: las primeras apariciones de Jesus resucitado, la espera y la venida del
Espíritu Santo el día de Pentecostés; lugar de reunión de la primitiva
comunidad cristiana.
Después de ser
concedida la libertad de profesar libremente la fe cristiana (edicto de Milano,
312), en este lugar se construiría una gran Basilica que llevaría el nombre de “Santo
Sion” (Hagia Sion). Es imposible
recorrer en pocas líneas la tan atormentada y dolorosa historia de este lugar.
La primera propiedad que la realeza de Nápoles, Roberto d´Angio y Sancha de Mallorca donan a
la recién nacida ”Custodia de Tierra
santa” se convierte en el primer convento de los padres franciscanos: no es
casual que el titulo del Custodio sea “Guardián del Monasterio de Monte Sion”, según
antiguos registros.
La reconstrucción de
los muros de Jerusalén, ordenada por Soliman el Magnifico y realizada por su
gran arquitecto Sinan (mitad del siglo XVI) excluye le Monte Sion de la Ciudad
Antigua: a partir de entonces queda fuera de la muralla circular, que, aun hoy,
rodea a Jerusalén. La propiedad del Cenáculo y de los espacios anexos será expropiada
a los franciscanos y allí se levantara una mezquita (en el interior aun puede
verse le mihrab que indica la quibla, la dirección en que debe mirarse para
orar). En tiempos no lejanos, la propiedad fue reivindicada por el Estado de Israel,
que se ocupa de su administración, horarios de apertura y cierre. Este h echo, que podría parecer una anomalía, está
vinculado a la presencia, en el piso inferior, de un cenotafio (tumba
honorifica al rey David) que los Hebreos practicantes consideran la tumba del Rey
o Profeta David.
El primer papa que
visito Tierra santa fue PabloVI, en enero de 1964. Para su inmenso dolor en su
visita la Cenáculo no le fue permitido – tampoco se permite hoy a nadie – celebrar
la Eucaristía, precisamente en el lugar de su institución. La sola excepción fue
hecha con Juan Pablo, quien el 23 de marzo de 2000 pudo celebrarla allí.
Aquella visita despertó grandes esperanzas. Respetar los derechos de propiedad
y restituir aquel lugar, tan caro a todo cristiano, a su función de lugar de memoria
y de oración. *
A la espera de
aquel día, teniendo presente que en Medio Oriente, y particularmente en Tierra
Santa, el tiempo es una variable de discreción,
no nos queda otro camino que orar, reflexionar sobre le don que el Señor Jesus
nos ha dado en aquel lugar, entregando su Cuerpo y su Sangre, para nuestra
vida. Es significativo que en el capitel de una de las pequeñas columnas del ciborio
este esculpida la figura del pelicano: símbolo muy antiguo identificado con la Eucaristía:
mirando esta ave, hubo quienes imaginaron que nutria a sus pequeños rompiendo
su propia carne con el pico.
La sexta estrofa
del famoso himno “Adoro te devote”, dice: Señor Jesus, Pelicano bueno, límpiame,
a mi inmundo, con tu Sangre, de la que una sola gota puede liberar de todos los
crímenes al mundo entero. Jesus es el verdadero “Pelicano” que nos nutre con su
Cuerpo y con su Sangre.
* En su visita a
Tierra Santa en 2014 el Papa Francisco pudo celebrar allí la Santa Misa
Homilía del PapaFrancisco en el Cenáculo de Jerusalén
Articulo publicado en la revista de la Postulacion Totus Tuus Nr 6 Dic 2020/Enero 2011)