(…) quiero venerar con vosotros a San Esteban,
primer mártir cristiano, tal como lo hace la Iglesia el día después de la
solemnidad de Navidad.
"Ayer celebramos el nacimiento temporal de
nuestro Rey eterno; hoy celebramos el triunfal martirio de su soldado. Ayer,
nuestro Rey, revestido con el manto de la carne, saliendo del seno virginal, se
ha dignado visitar el mundo; hoy el soldado, saliendo del tabernáculo de su
cuerpo, triunfador, ha emigrado al cielo". Estas son las sugestivas
expresiones de un santo de la Iglesia antigua, San Fulgencio (Sermo 3,
1), y ellas conservan intacto su significado porque aclaran una relación no
sólo de continuidad litúrgica entre la fiesta de Navidad y la del Protomártir,
sino también, sobre todo, de intrínseca conexión en el orden de la
santidad y de la gracia. Cristo, Rey de la historia y Redentor del
hombre, se sitúa en el centro de ese itinerario hacia la perfección, a
la que llama al hombre, a todo hombre.
Mientras veneramos a San Esteban y su invicto
ejemplo de testigo de Cristo. como él se demostró con su palabra valiente, con
la diligencia en el servicio a los pobres, con su constancia durante el proceso
y, sobre todo, con su muerte heroica, vemos que su figura se ilumina y se
agiganta a la luz de su Señor y Maestro; al que quiere seguir en el sacrificio
supremo. Sólo el Señor Jesús da la ayuda y el consuelo necesarios a las almas
para ser fieles hasta la muerte.
De esto se deriva una preciosa lección para
nosotros: al mirar a San Esteban en la perspectiva de la Navidad, debemos recoger
su ejemplo y su enseñanza, que claramente nos llevan a Cristo, el
cual, nacido en la gruta de Belén, se encamina ya ―en la intención de la
finalidad de su obra redentora― hacia el monte Calvario. Hechos por Él hijos de
Dios, llamados a vivir como hijos de Dios, también nosotros seremos coronados
como Esteban allá arriba, en la patria, si somos fieles.
(Juan Pablo II Ángelus 26de diciembre de 1980, Fiesta de San Esteban)
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