(…)
Y, a propósito de
caridad, quisiera contarles ahora una historia, especialmente a ustedes los más
pequeños, que puede que no la conozcan. Es la historia real de un joven
portugués que vivió hace mucho tiempo. Se llamaba Juan Ciudad y habitaba en
Montemor-o-Novo. Soñaba con una vida de aventuras y por eso, siendo un
muchacho, se fue de casa buscando la felicidad. La encontró después de muchos
años y peripecias, cuando halló a Jesús. Y se alegró tanto de ese
descubrimiento que decidió incluso cambiarse el nombre y no llamarse más Juan
Ciudad, sino Juan de Dios. E hizo una cosa audaz, fue a la ciudad y
se puso a pedir limosna por la calle, diciendo a la gente: "Hermanos,
haced bien a vosotros mismos". ¿Entienden? Pedía caridad, y a quienes le
daban les decía que, ayudándolo a él, en realidad se ayudaban ante todo a ellos
mismos. Es decir, explicaba que los gestos de amor son, en primer lugar, un don
para el que los hace, antes incluso que para quien los recibe; porque todo lo
que se acapara para uno mismo se perderá, mientras que lo que se da por amor no
se desperdiciará nunca, sino que será nuestro tesoro en el cielo.
Por eso decía: "Hermanos, haced bien a
vosotros mismos". Pero el amor no nos hará felices sólo cuando estemos en
el cielo, sino que lo hace ya aquí en la tierra, porque dilata el corazón y nos
permite abrazar el sentido de la existencia. Si queremos ser verdaderamente
felices, aprendamos a trasformar todo en amor, ofreciendo a los demás nuestro
trabajo y nuestro tiempo, pronunciando palabras y realizando gestos buenos;
incluso con una sonrisa, con un abrazo, con la escucha, con una mirada.
Queridos chicos, hermanos y hermanas, vivamos de ese modo. Todos podemos
hacerlo y todos lo necesitamos, aquí y en cualquier parte del mundo.
¿Saben lo que le sucedió a Juan? Que no lo
entendieron. Pensaban que estaba loco y lo encerraron en un manicomio. Pero él
no se desmoralizó, porque el amor no se rinde, porque quien sigue a Jesús no
pierde la paz ni se lamenta. Y precisamente allí, en el manicomio, llevando la
cruz, llegó la inspiración de Dios. Juan se dio cuenta de las necesidades que
tenían los enfermos y, cuando finalmente lo dejaron salir, después de algunos
meses, comenzó a hacerse cargo de ellos con otros compañeros, fundando una orden
religiosa: los Hermanos Hospitalarios. Pero algunos empezaron a
llamarlos de otro modo, con las palabras que aquel joven repetía a todos,
"Hermanos, haced bien". Nosotros en Roma los llamamos así: Fatebenefratelli.
Qué hermoso nombre, qué enseñanza importante. Ayudar a los demás es un don para
uno mismo y hace bien a todos.
Sí, amar es un don para todos. Recordemos que
"o amor é um presente para todos!". Repitámoslo
juntos: o amor é um presente para todos!
(del discurso del Santo Padre en el Encuentro con los representantes de algunos centros de asistencia y caridad)
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