¿Qué relación existe entre la verdad y la política?
¿Puede considerarse conforma a verdad una decisión tomada por la mayoría de las parlamentarios? Juan Pablo II trata de este argumento en el n. 89 de la
Fides et Ratio, donde denuncia: «En
particular se ha ido afirmando un
concepto de democracia que no contempla la referencia a fundamentos de orden
axiológico y por tanto inmutables. La admisibilidad o no de un determinado
comportamiento se decide con el voto de la mayoría parlamentaria. 105 Las
consecuencias de semejante planteamiento son evidentes: las grandes decisiones
morales del hombre se subordinan, de hecho, a las deliberaciones tomadas cada
vez por los órganos institucionales. Más aún, la misma antropología está
fuertemente condicionada por una visión unidimensional del ser humano, ajena a
los grandes dilemas éticos y a los análisis existenciales sobre el sentido del
sufrimiento y del sacrificio, de la vida y de la muerte.»
Sobre esta cuestión se expresa Rocco Buttiglione, Político y filosofo. Profesor de Ciencias políticas Universidad Libre San Pío V de Roma.
En un sistema democrático, la ley la hacen los representantes del pueblo ¿Quién sino el pueblo, puede ser juez de aquello que debe ser considerado bueno o malo dentro de un pais o estado? La voluntad del pueblo indica lo que debe tener valor de ley, cuales son los comportamientos a ser castigados o premiados. De este estado de cosas muchos teóricos de la democracia infieren que no es la voluntad de Dios sobre la naturaleza de las cosas que hace las leyes, sino la voluntad de los hombres, la voluntad del pueblo soberano. Obviamente los creyentes (y no solamente los creyentes, sino también muchos hombres de solidas convicciones morales) nunca han podido aceptar este relativismo. ¿Es realmente el relativismo ético esa filosofía que necesita la democracia? Al Papa Juan Pablo II le parece que no, busquemos entonces el porque. Para entrar en la lógica del razonamiento del Papa es necesario hacer una distinción básica: una cosa es la verdad y otra es aquello que es reconocido como verdad dentro de una comunidad política. La verdad no depende de la voluntad del pueblo sino de la naturaleza de las cosas. Esto surge con claridad de la estructura de la argumentación política. Cuando los políticos discuten entre ellos en el Parlamento no debaten tratando de adivinar que piensa la mayoría, sino que, ante todo, discuten sobre que seria lo mas justo y oportuno respecto al tema mismo sobre el cual se debe deliberar y tratan de convencer uno a otro del debido respeto a la naturaleza del tema.
Naturalmente, la discusión no puede continuar indefinidamente y el voto (por mayoría) pone termino provisorio al debate. El voto por mayoría no decide sobre la verdad en si, sino de lo que será considerado como verdadero en aquella comunidad nacional. En este sentido, el Parlamento funciona como una especie de conciencia colectiva de la nación. Como la conciencia individual no constituye la versad pero la reconoce, de la misma manera la conciencia colectiva de la nación reconoce la verdad pero no la crea. Quien compone la minoría no necesariamente esta equivocado y tiene el derecho de volver a someter el resultado en la primera ocasión que se presente, quizás utilizando los resultados negativos que aquella ley hubiese producido. En la democracia, no hay resultados definitivos: toda ley errónea puede ser cambiada, y puede ser cambiada toda ley buena. Siempre está abierto el camino para anular leyes malas y siempre es necesario mantener la guardia para defender las leyes buenas. Esta visión contradice otra visión, relativista y además potencialmente totalitaria de las democracia. Se trata de la tesis según la cual la mayoría decide sobre la verdad en si, y la minoría no tiene el derecho de disentir o de volver a poner en discusión la ley mala (que no merece ser ley y debe ser revocada). Naturalmente existe el deber de obedecer también leyes injustas porque si no el bien superior de la paz civil se haria trizas. Este deber de obediencia siempre tiene un limite. Ninguna ley puede imponer el deber de hacer un mal directamente. En tal caso la ley debe proveer el derecho a la objeción de conciencia. La conciencia colectiva del Estado no puede prevalecer sobre la conciencia dela persona, obligándola a hacer aquello que esta considera un mal. Precisamente el instituto de objeción de conciencia muestra que la conciencia colectiva del Estado no constituye la verdad sino que es solamente un órgano para su conciencia.
En otras palabras: el pueblo soberano no hace
la verdad, la reconoce. La soberanía del pueblo no significa que el pueblo sea
infalible. El pueblo puede equivocarse y de hecho a veces se equivoca. ¿Qué
quiere decir “soberano”? Soberano solo quiere decir que no existe una autoridad
superior que pueda reformar la decisión del pueblo. Contra una decisión errónea
del pueblo es necesario convocar nuevamente al pueblo. Cuenta una historia de
tiempos antiguos que una vez un macedonio recurrió al rey Felipe para solicitar
justicias. El rey Felipe estaba ebrio y rechazo hacer justicia. Entonces el
macedonio le dijo “… y yo recurro a la
apelación”. Felipe indignado le dijo “a quien apelaras? Yo soy el rey, no hay
una autoridad mayor que la mia”. Y el macedonio: “apelare a Felipe, pero
sobrio”. También el pueblo a veces se embriaga y entonces es necesario trabajar
pacientemente para que se interrumpa la intoxicación y vuelva la razón”.
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