En un mundo en llamas, al borde del abismo de un nuevo conflicto mundial; en un mundo marcado por la incapacidad de escuchar y por el odio que fomenta las guerras y la violencia reflejada también en el continente digital, que cuatrocientas personas se hayan reunido durante un mes lejos de casa para rezar, escucharse, debatir es sin duda una noticia. La Iglesia sinodal en la que insiste hoy el Papa Francisco representa una pequeña semilla de esperanza: todavía es posible dialogar, acogerse, dejando de lado el protagonismo del propio ego para superar polarizaciones y llegar a consensos ampliamente compartidos. Vivimos una hora oscura, una hora en la que las guerras y el terrorismo, que masacran civiles y masacran niños, se sostienen con el puntal de la violencia verbal y el pensamiento único. Una hora oscura en la que incluso "paz", "diálogo", "negociación" y "alto el fuego" se han convertido en palabras impronunciables. Una hora oscura marcada por la falta a todos los niveles -empezando por los gobiernos y las clases dirigentes- de valor, previsión y creatividad diplomática.
En efecto, hay una oración a la que aferrarse. Hay, en efecto, una voz profética capaz de alzarse y elevarse por encima de intereses, ideologías y partidismos que hay que apoyar y seguir: la del Obispo de Roma. En el mundo en llamas, el sínodo celebrado este mes de octubre representa una pequeña semilla, que esperamos esté preñada de consecuencias para el futuro de la Iglesia y de toda la humanidad.