En una habitación del Palacio Apostólico, junto a su cama
Juan Pablo II atesoraba una fotografía con marco de plata de sus padres, tomada
poco después de su boda. La fotografía le fue regalada después de su elección y le acompañó durante todo su pontificado, al
igual que el relicario de su madre grabado con un trébol. Estos dos objetos le
recordaban a ella. Eran un signo de unión espiritual, de anhelo y también del
respeto y la gratitud que sentía no sólo por su propia madre, sino por todas
las mujeres.
Un
recuerdo recurrente
Karol Wojtyla conservaba un recuerdo “bastante vago” de su
madre. Sin embargo, era consciente de su contribución a su educación religiosa.
Confesó que el misterio de la fe “le fue
enseñado por las manos de su madre, que –doblando las manitas de un niño para
rezar– le mostró cómo dibujar la cruz, el signo de Cristo…”. (Wadowice,
1991). También era consciente que su madre “no
vivió para ver el día de su primera comunión”. Emilia murió el 13 de abril
de 1929, es decir, más de un mes antes de la primera comunión de su hijo (25 de
mayo); seguramente ambos hubieran deseado intensamente vivir ese dia juntos.
Karol recordaba, con tristeza, a mamá todo una persona enferma que buscaba el consejo de
los médicos, debilitada y a menudo acostada. Cuando Emilia murió, Karol
(“Lolek”, nombre cariñoso, familiar)
se encontraba en la escuela. El padre fue allí y pidió a uno de los profesores
que le diera la triste noticia al niño. Juntos volvieron a casa. El funeral
tuvo lugar tres días después, el 16 de abril, en Wadowice. Al día siguiente, el
entierro tuvo lugar en el cementerio Rakowicki de Cracovia, en la tumba de la
familia Kaczorowski.
El
consuelo de la pérdida
Al día siguiente del funeral, el padre llevó a sus hijos en peregrinación al santuario mariano de Kalwaria Zebrzydowska, https://juanpablo2do.blogspot.com/search/label/Kalwaria
y delante de la imagen de la Madre de Dios, dijo a Lolek, de nueve años:
“Ahora será tu madre”… Con el tiempo,
el vínculo con María se convirtió en su vida en una cura y un consuelo ante la
pérdida de su madre. Sin embargo, el Papa reconoció que la pérdida de su madre
no era sólo un triste recuerdo, sino una conciencia siempre presente e incluso
creciente de ausencia, a pesar del paso de los años.
Así lo demuestra uno de los poemas de juventud de Karol
Wojtyla, “Sobre ti, blanca tumba”,
escrito en la primavera de 1939, dedicado a “Emilia,
mi madre”.
Inexplicable como la muerte
Sobre la tumba blanca Madre : una oración:
Dale a ella el reposo eterno.
Fuente: JPdoc.pl
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