Leer la historia de esta santa africana enaltece el alma,
fortalece el espíritu y nos ayuda a aceptar nuestros propios sufrimientos
pequeños y grandes, alentándonos porque un gran Amor nos espera, como la
esperaba a ella. No obstante a nuestros ojos humanos creo que hay que tener un
alma verdaderamente grande para decir :"Si volviese a encontrar a aquellos negreros que me
raptaron y torturaron, me arrodillaría para besar sus manos porque, si no
hubiese sucedido esto, ahora no sería cristiana y religiosa". Gracias
Santa Josefina Bakhita por tu ejemplo.
Santa Josefina fue canonizada por el Santo Padre Juan Pablo II el 1ro de
octubre de 2000 junto a otros santos mártires. Habia sido beatificada en la
misma ceremonia en que fue beatificado Josemaría Escrivá el 17 de mayo de 1992.
En la Misa de canonización el Santo Padre Juan
Pablo II nos recordó que en santa Josefina Bakhita encontramos una abogada brillante de la
auténtica emancipación. La historia de su vida no inspira una aceptación
pasiva, sino más bien una firme decisión de trabajar efectivamente por librar a
niñas y mujeres de la opresión y la violencia, y devolverles su dignidad en el
ejercicio pleno de sus derechos…….
Mi
pensamiento se dirige al país de la nueva santa, que, durante los pasados
diecisiete años, se ha visto desgarrado por una guerra cruel, para la que se
vislumbra una pequeña señal de solución. En nombre de la humanidad que sufre,
exhorto una vez más a los responsables: abrid vuestro corazón al clamor de
millones de víctimas inocentes y seguid el camino de la negociación. Insto a la
comunidad internacional a no seguir ignorando esta inmensa tragedia humana. Invito
a toda la Iglesia a invocar la intercesión de santa Bakhita sobre todos
nuestros hermanos y hermanas perseguidos y esclavizados, especialmente en
África y en su tierra natal, Sudán, para que experimenten la reconciliación y
la paz.
Y el Santo Padre Benedicto XVI en su Carta Encíclica Spe Salvi sobre la
esperanza cristiana, en el primer capítulo, inmediatamente después de la introducción,
titulado La fe es esperanza nos brinda un resumen de
su historia y comienza preguntando:
(...) ¿en qué consiste esta esperanza que, en
cuanto esperanza, es « redención »? Pues bien, el núcleo de la respuesta se da
en el pasaje antes citado de la Carta a los Efesios: antes del encuentro con
Cristo, los Efesios estaban sin esperanza, porque estaban en el mundo « sin
Dios ». Llegar a conocer a Dios, al Dios verdadero, eso es lo que significa
recibir esperanza. Para nosotros, que vivimos desde siempre con el concepto
cristiano de Dios y nos hemos acostumbrado a él, el tener esperanza, que
proviene del encuentro real con este Dios, resulta ya casi imperceptible. El
ejemplo de una santa de nuestro tiempo puede en cierta medida ayudarnos a
entender lo que significa encontrar por primera vez y realmente a este Dios. Me
refiero a la africana Josefina Bakhita, canonizada por el Papa Juan Pablo II.
Nació aproximadamente en 1869 –ni ella misma sabía la fecha exacta– en Darfur,
Sudán. Cuando tenía nueve años fue secuestrada por traficantes de esclavos,
golpeada y vendida cinco veces en los mercados de Sudán. Terminó como esclava
al servicio de la madre y la mujer de un general, donde cada día era azotada
hasta sangrar; como consecuencia de ello le quedaron 144 cicatrices para el
resto de su vida. Por fin, en 1882 fue comprada por un mercader italiano para
el cónsul italiano Callisto Legnani que, ante el avance de los mahdistas,
volvió a Italia. Aquí, después de los terribles « dueños » de los que había
sido propiedad hasta aquel momento, Bakhita llegó a conocer un « dueño »
totalmente diferente –que llamó « paron » en el dialecto veneciano que ahora
había aprendido–, al Dios vivo, el Dios de Jesucristo. Hasta aquel momento sólo
había conocido dueños que la despreciaban y maltrataban o, en el mejor de los
casos, la consideraban una esclava útil. Ahora, por el contrario, oía decir que
había un « Paron » por encima de todos los dueños, el Señor de todos los
señores, y que este Señor es bueno, la bondad en persona. Se enteró de que este
Señor también la conocía, que la había creado también a ella; más aún, que la
quería. También ella era amada, y precisamente por el « Paron » supremo, ante
el cual todos los demás no son más que míseros siervos. Ella era conocida y
amada, y era esperada. Incluso más: este Dueño había afrontado personalmente el
destino de ser maltratado y ahora la esperaba « a la derecha de Dios Padre ».
En este momento tuvo « esperanza »; no sólo la pequeña esperanza de encontrar
dueños menos crueles, sino la gran esperanza: yo soy definitivamente amada,
suceda lo que suceda; este gran Amor me espera. Por eso mi vida es hermosa. A
través del conocimiento de esta esperanza ella fue « redimida », ya no se
sentía esclava, sino hija libre de Dios. Entendió lo que Pablo quería decir
cuando recordó a los Efesios que antes estaban en el mundo sin esperanza y sin
Dios; sin esperanza porque estaban sin Dios. Así, cuando se quiso devolverla a
Sudán, Bakhita se negó; no estaba dispuesta a que la separaran de nuevo de su «
Paron ». El 9 de enero de 1890 recibió el Bautismo, la Confirmación y la
primera Comunión de manos del Patriarca de Venecia. El 8 de diciembre de 1896
hizo los votos en Verona, en la Congregación de las hermanas Canosianas, y
desde entonces –junto con sus labores en la sacristía y en la portería del
claustro– intentó sobre todo, en varios viajes por Italia, exhortar a la
misión: sentía el deber de extender la liberación que había recibido mediante
el encuentro con el Dios de Jesucristo; que la debían recibir otros, el mayor
número posible de personas. La esperanza que en ella había nacido y la había «
redimido » no podía guardársela para sí sola; esta esperanza debía llegar a
muchos, llegar a todos.
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