En su discurso dehoy a los superiores y a los oficiales de la Secretaria de Estado del Vaticano el Papa Leon XIV agradece las palabras y la colaboración del Secretario de Estado, el Cardenal Pietro Parolin, y expone la historia de la institucion.
Estoy
muy contento de encontrarme con ustedes, que ofrecen un precioso servicio a la
vida de la Iglesia ayudándome a sacar adelante la misión que me ha sido
confiada. En efecto, como afirma la Praedicate Evangelium, la Secretaría de Estado, en cuanto secretaría
papal regida por el Secretario de Estado, ayuda de cerca al Romano Pontífice en
el ejercicio de su suprema misión (cf. art. 44-45). Me consuela saber que no
estoy solo y que comparto la responsabilidad de mi ministerio universal junto
con ustedes.
Esto no esta en el texto preparado - , pero digo muy sinceramente que en estas pocas semanas ―aún no
se ha cumplido un mes de mi servicio en este ministerio petrino―, está claro
que el Papa solo no puede ir adelante y que es necesario, es muy necesario,
poder contar con la colaboración de muchos en la Santa Sede, pero de manera
especial con todos ustedes, de la Secretaría de Estado. Se lo agradezco de
corazón.
La
historia de esta Institución se remonta, como sabemos, a finales del siglo XV.
Con el tiempo, ha ido asumiendo un rostro cada vez más universal y se ha
ampliado considerablemente, con una progresión que la ha llevado a asumir nuevas
tareas, a causa de las nuevas exigencias tanto en el ámbito eclesial como en
las relaciones con los Estados y las Organizaciones internacionales.
Actualmente, casi la mitad de ustedes son laicos. Y las mujeres, laicas y
religiosas, son más de cincuenta.
Este
desarrollo ha hecho que hoy la Secretaría de Estado refleje en sí misma
el rostro de la Iglesia. Se trata de una gran comunidad que trabaja junto con
el Papa: juntos compartimos las interrogantes, las dificultades, los desafíos y
las esperanzas del Pueblo de Dios, presentes en el mundo entero. Lo hacemos expresando
siempre dos dimensiones esenciales: la encarnación y la catolicidad.
Estamos
encarnados en el tiempo y en la historia, porque si Dios ha elegido el camino
humano y el lenguaje de los hombres, también la Iglesia está llamada a seguir
esta senda, de manera que la alegría del Evangelio pueda alcanzar a todos y sea
transmitida a las culturas y a los lenguajes actuales. Y, al mismo tiempo,
tratamos de mantener siempre una mirada católica, universal, que nos permita
valorar las diversas culturas y sensibilidades. De este modo podremos ser un
centro promotor, comprometido en la construcción de la comunión entre la
Iglesia de Roma y las Iglesias locales, así como con las relaciones de amistad
dentro de la comunidad internacional.
En las últimas décadas, estas dos dimensiones —estar encarnados en el tiempo y tener una mirada universal— se han vuelto más constitutivas del trabajo de la Curia. Hacia este camino nos ha llevado la reforma de la Curia Romana llevada a cabo por san Pablo VI, el cual, inspirándose en la visión del Concilio Vaticano II, percibió con fuerza la urgencia de que la Iglesia estuviera atenta a los desafíos de la historia, considerando «el ritmo sumamente acelerado de la vida actual» y cómo han «cambiado las circunstancias de nuestros tiempos» (Regimini Ecclesiae universae, 15 agosto 1967). Al mismo tiempo, él subrayó la necesidad de un servicio que exprese la catolicidad de la Iglesia y, con ese propósito, dispuso que «todos los que ayuden a la Sede Apostólica en su gobierno, sean llamados de todas partes» (ibíd.).
Mientras que la encarnación nos lleva a lo concreto de la realidad y a temas específicos y particulares, tratados por los distintos organismos de la Curia, la universalidad, recordando el misterio de la unidad multiforme de la Iglesia, nos pide un trabajo de síntesis que pueda ayudar a la acción del Papa. Y el vínculo de conjunción y de síntesis, es precisamente la Secretaría de Estado. Por eso, san Pablo VI —experto en la Curia Romana— quiso dar a esta Oficina una nueva estructura, constituyéndola de hecho como un punto de conexión y, consecuentemente, estableciéndola en su rol fundamental de coordinación de los Dicasterios y de las Instituciones de la Sede Apostólica.
Este
rol de coordinación de la Secretaría de Estado se retoma en la reciente
Constitución Apostólica Praedicate Evangelium, entre las múltiples
tareas confiadas a la Sección para los Asuntos Generales, bajo la dirección del
Sustituto con la ayuda del Asesor (cf. art. 45-46). Junto a la Sección para los
Asuntos Generales, la misma Constitución identifica a la Sección para las
Relaciones con los Estados y Organismos Internacionales, guiada por el
Secretario con la ayuda de dos Subsecretarios, a la que corresponde el cuidado
de las relaciones diplomáticas y políticas de la Sede Apostólica con los
Estados y demás sujetos de derecho internacional en este delicado momento de la
historia. La Sección para el Personal Diplomático de la Santa Sede, con su
Secretario y el Subsecretario, trabaja en cambio en el cuidado de las Representaciones
Pontificias y de los Miembros del Cuerpo Diplomático aquí en Roma y el mundo.
Sé
que estas tareas son muy exigentes y, algunas veces, pueden ser incomprendidas.
Por ello, quisiera expresarles mi cercanía y, sobre todo, mi profunda gratitud.
Gracias por las competencias que ponen a disposición de la Iglesia, por su
trabajo casi siempre escondido y por el espíritu evangélico que lo inspira. Y
permítanme, precisamente por este reconocimiento que hago, dirigirles una
exhortación refiriéndome una vez más a san Pablo VI: que este lugar no sea
contaminado por las ambiciones y antagonismos, al contrario, sean una verdadera
comunidad de fe y de caridad, «de hermanos y de hijos del Papa», que se
desviven generosamente por el bien de la Iglesia (cf. Discurso a la Curia Romana, 21 septiembre
1963).
Los encomiendo a todos a la intercesión de la Santísima Virgen María, Madre de la Iglesia. Y, mientras les agradezco ―porque sé que rezan por mí todos los días, y lo espero tanto―, los bendigo de todo corazón; a ustedes, a sus seres queridos y a su trabajo. Muchas gracias.
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