“Ha sido un rasgo de
confianza y al mismo tiempo de gran valentía el que hayáis querido llamar a ser
Obispo de Roma a un "no italiano". Más no se puede decir; sólo
inclinar la cabeza ante tal decisión del Sacro Colegio.
Jamás
quizá, como en estos últimos acontecimientos que tan profundamente han afectado
a la Iglesia dejándola privada de su Pastor universal dos veces en dos meses,
el pueblo cristiano ha sentido y experimentado la importancia, la delicadeza y
la responsabilidad de las tareas que debía llevar a cabo el Sacro Colegio de
los Cardenales; y nunca como en este tiempo —debemos reconocerlo con auténtica
satisfacción— los fieles han demostrado estima tan grande y afectuosa y tanta
comprensión y benevolencia a los Eminentísimos Padres.
Los
aplausos intensos y prolongados que os dedicaron al final de la Misa Pro
eligendo Papa y cuando se anunció la elección del nuevo Pontífice, han
sido la prueba mas expresiva, exaltante y conmovedora de ello.
Los
fieles han comprendido de verdad, venerados hermanos, que la púrpura que
lleváis es signo de aquella fidelidad usque ad effusionem sanguinis (hasta
derramar la sangre), que prometisteis al Papa con juramento solemne.
Vuestras
vestiduras son vestiduras de sangre que recuerdan y hacen presente la sangre
que derramaron por Cristo los apóstoles, obispos y cardenales, a través de los
siglos. En este momento me viene al pensamiento la figura de un gran obispo,
San Juan Fisher, creado cardenal —como es sabido— mientras se encontraba prisionero
por su fidelidad al Papa de Roma. La mañana del 22 de junio de 1535, cuando se
disponía a ofrecer la cabeza a la espada del verdugo, dirigiéndose a la
muchedumbre exclamó: «Pueblo cristiano, he llegado a la muerte por la fe en la
Santa Iglesia católica de Cristo».
Me
atrevería a añadir que tampoco en nuestra época faltan personas a quienes no se
ha ahorrado ni se ahorra ahora la experiencia de la cárcel, de los sufrimientos
y de la humillación por Cristo.
Sea
siempre esta invencible fidelidad a la Esposa de Cristo el distintivo y la
gloria mayor del Colegio Cardenalicio.
Otro
elemento quisiera subrayar en este breve encuentro: el sentido de
hermandad que en este último tiempo se ha manifestado cada vez más y
se ha consolidado en el ámbito del Sacro Colegio: «Oh quam bonum et quam
iucundum habitare fratres in unum: Ved cuán bueno y deleitoso es habitar en
uno los hermanos» (Sal 132 -133-, 1).
El
Sacro Colegio ha tenido que afrontar dos veces, y a brevísima distancia de
tiempo, uno de los problemas más delicados de la Iglesia, el de la elección del
Romano Pontífice. Y en tal ocasión ha resplandecido la auténtica universalidad
de la Iglesia. Se ha podido constatar realmente lo que afirma San Agustín: «Ipsa
Ecclesia linguis omnium gentium loquitur... Diffusa Ecclesia per gentes
loquitur omnibus linguis: La Iglesia habla en la lengua de todas las
gentes... Difundida la Iglesia entre las gentes habla en todas las lenguas» (In
Ioannis Evang. Tractat., XXXII, 7; PL 35, 1645).
Experiencias,
exigencias, problemas eclesiales complejos, varios e incluso, a veces,
diferentes. Pero tal variedad ha sido —y seguirá siendo sin duda— concorde
siempre en una única fe, como nos recuerda el mismo obispo de Hipona cuando
subraya la belleza y variedad del manto de la Iglesia-reina: «Faciunt istae
linguae varietatem vestis reginae huius. Quomodo autem omnes varietas vestis in
unitate concordat, sic et omnes linguae ad unam fidem: Estas lenguas
comunican variedad al manto de la misma reina. Pero del mismo modo que la
variedad del manto se hace concorde en la unidad, así también las lenguas en
una única fe» (Enarrat. in Psal. XLIV, 23; PL 36, 509).
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