El proyecto KUL se definió por un cuarteto de hombres
relativamente jóvenes que, gracias a un buen golpe de ironía, se había
convertido en profesores de KUL porque los gobernantes estalinistas de Polonia
habían expulsado a los docentes de mayor edad. Ellos fueron Jerzy Kalinowski
(especialista en lógica y filosofía de la ley); Stefan Swiezawski (historiador
de la filosofía y seguidor de Jacques Maritain y Étienne Gilson); el Padre Mieczyslaw
Albert Krapiec, OP (especialista en la metafísica Dominica); y el padre Karol
Wojtyla. Este cuarteto se vio posteriormente ampliado por los Padres Marian
Kurdzialek (especialista en filosofía antigua) y Stanislaw Kaminski
(especialista en epistemología). Los filósofos Lublin tenían personalidades
diferentes, con intereses y especialidades académicas divergentes. Ellos, sin
embargo, lograron lo que el profesor Swiezawski más tarde llamó una
"colaboración rara y excepcionalmente fructífera", construida en
torno a cuatro acuerdos que resultaron cruciales para el proyecto filosófico de
Karol Wojtyla.
a) Comenzaron con una convicción antigua —
serían radicalmente realistas acerca del mundo y acerca de la capacidad humana
de conocer. Los filósofos de KUL creían que si nuestro pensamiento y nuestras
elecciones carecen de una atadura a la realidad, la fuerza bruta se apodera del
mundo y la verdad se convierte en una función del poder, no una expresión de
las cosas-como-son. Una broma de la era comunista en Polonia expresó este
imperativo realista de manera que todo el mundo pudiera entender: "El jefe
del partido pregunta: «¿Cuánto es 2 + 2?». El trabajador polaco responde:
«¿Cuánto le gustaría que fuese?». (El significado "político" de la suposición
realista de los filósofos de KUL se expresó más tarde en el famoso cartel
electoral de Solidaridad que decía: «Para que Polonia sea Polonia, 2 + 2 debe
ser siempre = 4»). Los seres humanos sólo puede ser libre en la verdad, y la
medida de la verdad es la realidad.
b) Los filósofos de KUL también acordaron un
punto de partida para la moderna investigación filosófica: debería comenzar con
una reflexión disciplinada sobre la persona humana y sobre la experiencia
humana, más que con la cosmología. En esto había mucho en juego. Si la
filosofía podría alcanzar la verdad de las cosas-como-son a través de un
análisis de la experiencia humana, entonces el camino para una reconciliación
entre la filosofía católica y el método científico se podría abrir, mientras
que, al mismo tiempo, la modernidad podría liberarse de las arenas movedizas de
pensar-sobre-pensar-sobre-pensar. La adopción de este punto de partida también
fue importante en la confrontación con el marxismo. Allí, las cuestiones más
serias no implicaban que se entendía mejor la física, sino ciertas cuestiones
muy básicas: ¿Qué es la vocación humana? ¿Cómo construimos la historia? ¿Es la
historia mejor entendida en términos materiales y políticos, o tiene una
dimensión trascendente?
c) Los filósofos de KUL también compartieron un
profundo compromiso con la razón. Otros pueden haber tenido la libertad
cultural, económica y política para especular sobre el supuesto absurdo de la
vida. Los filósofos KUL, veteranos de la resistencia cultural contra el
nazismo, no tenían ese lujo. Habían vivido a través de una brutal ocupación
nazi y por lo tanto sabían lo que el irracionalismo puede hacer si anda suelto
en la historia con suficiente fuerza material. Pero el compromiso de los
filósofos KUL con el método de la razón se complementó con la determinación de
iluminar el bien, y la capacidad humana de conocer y elegir el bien, de modo
que los hombres y las mujeres pudieran, de hecho, elegir el bien.
d) Por último, los filósofos KUL acordaron
practicar un ecumenismo del tiempo. Si se negaban a ser encarcelados dentro de
su propia conciencia, también se negaron a ser esclavos de lo contemporáneo.
Ellos creían que la historia de la filosofía tenía cosas que enseñar el
presente, que el pasado no se había convertido en completamente desechable por
la modernidad.
Estos eran hombres con la convicción vocacional
de que las ideas no eran juguetes intelectuales, hecho ampliamente confirmado
por una dura experiencia. Las ideas tenían consecuencias, para bien y para mal.
Las comprensiones erróneas sobre la persona humana, sobre la comunidad humana y
sobre el destino humano fueron responsables de montañas de cadáveres y de
océanos de sangre en la primera mitad del siglo XX. Si la filosofía pudiese
ayudar al mundo a conseguir una adquisición firme de la verdad de la condición
humana, de una manera que fuese a la vez distintivamente moderna y basada en la
gran tradición filosófica de Occidente, el futuro podría ser diferente.
Los filósofos KUL eran una comunidad de amistad
personal e intelectual de gran rareza en la vida académica, un auténtico
equipo. Una vez que se le concedió el puesto de profesor en KUL en 1954, Karol
Wojtyla conmutaba de Cracovia a Lublin cada dos semanas. Y virtualmente cada
uno de esos viajes en los siete años siguientes, Wojtyla y sus colegas se
reunían en grupo para hablar del proyecto común en el que estaban
comprometidos; era una reunión de iguales que, como Juan Pablo II recordó
después, creaba la "gran ventaja" para cada uno, de aprender de las
distintas perspectivas y del trabajo actual de los otros.
Al mismo tiempo hubo argumentos reales y
diferencias intelectuales entre los filósofos de KUL, algunos de los cuales
(como el Padre Krapiec) tenían personalidades combativas. El continuo interés
de Karol Wojtyla en la fenomenología y sus investigaciones en desarrollo de la
filosofía moderna y contemporánea alarmó a algunos de sus colegas más
tradicionales, al igual que su estilo filosófico y profesoral. Tenía una manera
general de hacer filosofía "sin notas al pie de página": – uno de sus
primeros alumnos señaló más adelante que hacía filosofía "como un
campesino" – pues estaba mucho más preocupado con la cartografía del
terreno de las cosas-como-son que con la provisión de un extenso aparato
académico de citas y referencias cruzadas para cada propuesta o afirmación. El
Padre Wojtyla también era singularmente libre de esa "gravedad
profesoral" generalmente asociada con los académicos de alto nivel en las
universidades europeas.
Decir que la facultad de filosofía de KUL tenía
desacuerdos y, en algunos aspectos, rivalidades es simplemente decir que se
trataba de una facultad de hombres, no de ángeles. Lo más importante de los
filósofos de KUL fue la audacia de su intención. Ellos concibieron su proyecto,
en parte como respuesta a las circunstancias peculiares de su tiempo y lugar, y
en parte como respuesta a las condiciones culturales generales de mediados del
siglo XX. La gama de su alcance y su capacidad para arrojar luz sobre la
condición humana en situaciones muy diferentes sólo entraría en el foco de la
atención cuando el Profesor Dr. Karol Wojtyla, por entonces trabajando con un
nombre diferente, llevó la parte más aventurera del proyecto Lublin a un
audiencia cuyo número superó vastamente el número de lectores de las revistas
filosóficas polacas.
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