Celebramos hoy la memoria litúrgica de santaClara (Invito visitar tambien posts etiquetados Santa Clara) y es oportuno recordar la
visita de Juan Pablo II realizada el 12
de marzo de 1982, con ocasión de celebrarse el VIII
centenario del nacimiento de San Francisco, el papa Juan Pablo II visitaba Asís,
lugar santo de Clara y Francisco. Una
jornada intensa de trabajo pastoral de día completo. Juan Pablo II
se encontró con los obispos de Italia en el convento de San Francisco; celebró
la Eucaristía con ellos junto al sepulcro del Santo; se reunió con los sacerdotes,
religiosos y religiosas en la catedral; visitó el monasterio de Santa Clara y, en
la basílica de Santa María de los Ángeles, habló a los fieles.
En la pagina del DirectorioFranciscano podemos leer todos los discursos pronunciados por el Santo Padre, textos tomados de L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 21 de marzo de 1982.
Las visita a las clarisas estaba fuera de programa y el papa, en su estilo espontaneo, lo aclaraba ni bien comenzara su alocución:
“Me proporciona alegría esta visita. No estaba prevista, pero un protector
vuestro oculto me ha dicho: hay que ir a las clarisas. He acogido esta
sugerencia porque es realmente difícil separar estos dos nombres: Francisco y
Clara, estos fenómenos: Francisco y Clara, estas dos leyendas: Francisco y
Clara.
Es difícil separar los nombres de Francisco y Clara. Es algo profundo, algo que
no puede entenderse sino con criterios de espiritualidad franciscana,
cristiana, evangélica; no puede entenderse con criterios humanos. El binomio
Francisco-Clara es una realidad que sólo se entiende con categorías cristianas,
espirituales, del cielo. Pero es también una realidad de esta tierra, de esta
ciudad, de esta Iglesia. Todo ha tomado cuerpo aquí. No se trata sólo de
espíritu; ni son ni eran espíritus puros; eran cuerpos, personas, espíritus.
Pero en la tradición viva de la Iglesia, del cristianismo entero, no queda sólo
la leyenda. Queda el modo en que San Francisco veía a su hermana, el modo en
que ella se desposó con Cristo; se veía a sí mismo a imagen de ella, imagen de
Cristo, en la que veía retratada la santidad que debía imitar; se veía a sí
mismo como un hermano, un pobrecillo a imagen de la santidad de esta esposa
auténtica de Cristo en la que encontraba la imagen de la Esposa perfectísima
del Espíritu Santo, María Santísima. No es sólo leyenda humana, sino leyenda
divina digna de contemplarse con categorías diferentes, de contemplarse en la
oración. Este es el lugar a donde llegan, desde hace ocho siglos, muchos
peregrinos para contemplar la leyenda divina de Clara junto a Francisco. No hay
duda de que ello ha influido mucho en la vida de la Iglesia, en la historia de
la espiritualidad cristiana. Ha sido uno de los momentos decisivos. La vida
dedicada totalmente a Cristo por parte de Francisco y de su hermana Clara, y de
tantos hermanos y hermanas de muchos lugares de Europa y del mundo, ha abierto
un camino para las vocaciones. Yo mismo he vivido muchos años cerca de un
monasterio de clarisas en Cracovia y conozco otros lugares de mi patria donde
la tradición viva de Santa Clara y San Francisco ha encontrado siempre eco a lo
largo de los siglos en la Iglesia y el mundo. Sólo quiero añadir la impresión
siguiente.
No es este un discurso oficial, es un
discurso improvisado. En este momento quiero deciros solamente, queridísimas
religiosas clarisas hermanas de Santa Clara, una preocupación que he
manifestado a los obispos con palabras claras. A vosotras os la quiero confiar
directamente: estoy preocupado y estamos preocupados los obispos de esta
tierra, porque comienzan a escasear las vocaciones femeninas, las vocaciones
religiosas femeninas. Parece como si la mujer contemporánea, sobre todo la
joven, no sintiera esta vocación. Por tanto, os invito a orar; deseo que
reproduzcáis en nuestra época el milagro de San Francisco y Santa Clara, porque
la joven, la mujer contemporánea, debe volverse a hallar en esta vocación, en
esta misión, en este espléndido carisma, escondido ciertamente y falto de
exterioridades aparentes, pero ¡cuán profundo, cuán femenino! Esposa verdadera,
el alma femenina es capaz de amor pleno e irrevocable hacia un esposo
invisible. Es verdad que es invisible, pero ¡qué visible! Entre todos los
esposos posibles del mundo, ciertamente Cristo es el Esposo más visible de
todos los visibles; es siempre visible, pero permanece invisible y visible en
el alma consagrada a Dios.”
San Francisco descubrió a Dios una vez, pero después lo volvió a descubrir
teniendo a su lado a Clara. En nuestra época es necesario repetir el
descubrimiento de Santa Clara, porque es importante para la vida de la Iglesia.
No os imagináis lo importantes que sois para la vida de la Iglesia vosotras,
escondidas, desconocidas; cuántos problemas, cuántas cosas dependen de
vosotras. Es necesario redescubrir este carisma, esta vocación; urge
redescubrir la leyenda divina de Francisco y Clara.
Una palabra final. El amigo mío que me ha sugerido, o más bien obligado, a
venir a las clarisas -lo conocéis- me ha dicho también que Santa Clara es
patrona celestial de uno de los medios de comunicación social. Por esto os
encomiendo también las comunicaciones sociales. Consideradas en cuanto tales
son estructuras misteriosas, diría yo, de la naturaleza, más que
sobrenaturales. Como todas las cosas de la naturaleza, como todas sus
estructuras, son al mismo tiempo su sujeto pasivo, capaz de asumir realidades
sobrenaturales; porque si con los medios de comunicación se transmite la
palabra humana, el pensamiento humano, ¿acaso no se puede transmitir la palabra
divina, la palabra evangélica? ¿Por qué no podría actuar con fuerza la palabra
divina a través de los medios de comunicación? «Inter mirifica», con
estas palabras comienza el documento conciliar sobre los medios de comunicación
social; os encomiendo este «Inter mirifica» y a las personas -algunas
están presentes- que dedican sus afanes a las comunicaciones sociales.” [Selecciones
de Franciscanismo, vol. XI, n. 32 (1982) 202-204; cf. texto italiano
en Acta OFM 101 (1982) 216-218]
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