El
pequeño Karol no lo sabía, pero Él, el Señor, ya lo había elegido. Había elegido su
familia, su entorno, su cercanía a la capilla de la Santa Cruz en su iglesia parroquial de
Wadowice, donde conoció al padre Kazimierz Figlewicz que luego fue su confesor y
guía espiritual y que, años más tarde,
cuando ya fue ordenado sacerdote,
estaba a su lado cuando celebro en la cripta de san Leonardo de Wawel su
primera misa.
“Las
manos de mi madre me enseñaron este misterio uniendo las manitas del niño para
la oración, me enseñaron a hacer la señal de la cruz, la señal de Cristo, que
es el Hijo de Dios vivo” decia en la visita a su ciudad natal allí a orillasdel rio Skawa. “Con profunda veneración beso el
umbral de la casa de Dios, de la iglesia parroquial de Wadowice, y
en ella el baptisterio, en el que fui injertado a Cristo y acogido en la
comunidad de su Iglesia (1983)
(…) Hoy, después de tantos
años, ¡cuán agradecido estoy contigo, mi madre, mi padre y mi hermano ! “ Allí había
escuchado por primera vez las palabras " Tú eres el Cristo (el
Mesías), el Hijo de Dios vivo " ( Mt 16,16 ).
Esta confesión de Pedro me llegó como un don de la fe de la
Iglesia.
Después
de fallecida su madre fue su padre quien se encargo de fortalecer la vida religiosa
de su hijo. Juntos peregrinaban a la cercana Kalwaria “ Ese itinerario desde niño, y más aún como sacerdote y
como obispo, me llevaba frecuentemente por los senderos marianos de Kalwaria
Zebrzydowska,… Iba allí con frecuencia y caminaba en solitario por aquellas
sendas presentando en la oración al Señor los diferentes problemas de la
Iglesia, sobre todo en el difícil período que se vivía bajo el comunismo.
Mirando hacia atrás constato como "todo está relacionado'' (Don y Misterio)
Ya mudados a Cracovia con su padre, para que Karol comenzara
sus estudios superiores, se familiarizo con Adam Chmielowski (Fray Alberto) fallecido en 1916. “Me pregunto a veces
qué papel ha desempeñado en mi vocación la figura del Santo Fray Alberto” a quien como Papa beatifico en 1983 y canonizo en 1989 y
quien ocupara “un
puesto preferente en mi recuerdo, y más aun, en mi corazón, fra Albert-Adam
Chmielowski (1845-1916) de Cracovia…..para mi era
una figura admirable. Espiritualmente me sentía muy unido a él. Escribí sobre
él un drama que titulé “Hermano de nuestro Dios”. Su personalidad me fascinaba.
Vi en él un modelo para mí….su historia me ayudó mucho a abandonar el arte y el
teatro y para entrar en el seminario…” (Levantaos,
Vamos!) p 167-168
Alli
en Cracovia conoció también a JanTyranowski, el sastre-apóstol : “Cuando me
encontraba en Cracovia, en el barrio Debniki,
entré en el grupo del "Rosario vivo'',
en la parroquia salesiana. Allí se veneraba de modo especial a María
Auxiliadora. En Debniki, en el período en el que iba tomando fuerza mi vocación
sacerdotal, gracias también al mencionado influjo de Jan Tyranowski, mi manera
de entender el culto a la Madre de Dios experimentó un cierto cambio. Estaba ya
convencido de que Maria nos lleva a Cristo, pero en aquel período empecé a
entender que también Cristo nos lleva a su Madre.”
En Don y Misterio Juan Pablo II se pregunta: ¿Cuál es la historia
de mi vocación sacerdotal? La conoce sobre todo Dios. En su dimensión más
profunda, toda vocación sacerdotal es un gran misterio, es un don que supera
infinitamente al hombre…La vocación es el misterio de la elección divina:
"No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros,
y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto
permanezca" (Jn 15, 16). "Y nadie se arroga tal dignidad,
sino el llamado por Dios, lo mismo que Aarón'' (Hb 5, 4).
"Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que
nacieses, te tenía consagrado: yo profeta de las naciones te constituí" (Jr 1,
5). Estas palabras inspiradas estremecen profundamente toda alma sacerdotal. Y
allí mismo reflexiona: Me veo así, en
aquella capilla durante el canto del Veni, Creator Spiritus y
de las Letanías de los Santos, mientras, extendido en forma de Cruz en el
suelo, esperaba el momento de la imposición de las manos.”
En ¡Levantaos, Vamos! Juan
Pablo II comentaba las palabras del cardenal primado Stefan Wyszynski del 11 de
mayo de 1946: «Ser obispo tiene en si mismo algo de cruz, por eso la Iglesia
pone la cruz en el pecho del obispo. Sobre la cruz hay que morir a sí mismos,
sin esto no hay plenitud de sacerdocio. Tomar sobre si la cruz no es fácil,
aunque sea de oro y este cuajada de piedras preciosas.»
Y como olvidar las
Misas de medianoche a cielo abierto en pleno y crudo invierno y las cruces que el gobierno comunista
mandaba derribar una y otra vez y volvían a ser reemplazadas. Allí en los
suburbios de Cracovia, ese entorno de NowaHuta donde los soviéticos querían
construir un “paraíso obrero”, una ciudad sin Dios, llego a ser un icono, un punto de partida sin
retorno. Ya nada seria igual. Ya como Papa, en su primer viaje a su patria nos ha dejado
una joya : la preciosa homilía en la Santa Misa en el Santuario de la Santa Cruz de Mogila,
un verdadero himno a la Cruz : Cuando, en los
alrededores de Kraków (Cracovia), surgía Nowa Huta —enorme complejo industrial
y una nueva gran ciudad: nueva Kraków—, tal vez nadie se daba cuenta de
que estaba surgiendo de hecho al lado de esta cruz, el lado de esta
reliquia que, junto a la antiquísima abadía de los cistercienses, hemos
heredado desde la época de los Piast. De nuevo estoy aquí, ante esta cruz, junto a la cual he
estado tantas veces como peregrino; ante la cruz que sigue siendo para todos
nosotros como la más preciada reliquia de nuestro Redentor. “¡Dejémonos envolver por
el misterio de la Redención! ..Como aquel centurión, yo soy la Cruz, que
en el momento de la muerte de Cristo confiesa: "Verdaderamente este hombre
era Hijo de Dios" ( Mc 15,39). Dejémonos envolver por el
misterio de la Redención. Todos estamos bajo la Cruz. Toda la
humanidad está continuamente bajo la Cruz. Nuestra nación ha estado bajo
la Cruz por mil años. Dejémonos envolver por el misterio de la Redención:
por el misterio del Hijo de Dios, en él se revela hasta el fondo lo que a veces
es tan difícil de resolver, el misterio del hombre. Y a través de todos
sus sufrimientos y humillaciones, se manifiesta su suprema vocación: el hombre. (Homilia en la Misa de la Santa Cruz en laCatedral de Varsovia, 1983)
Y en la canonización de la Beata Edvigis, Reina de Polonia como verdadero patriota emocionado y cautivado por la Santa
Cruz, tratando de expresar su intima unión con el pasado de su patria, “Quería destacar mi particular vínculo espiritual con
la historia de Polonia, de la cual la colina del Wawel representa casi una
síntesis emblemática” decia: “poniéndonos a la escucha de las palabras de
los Apóstoles, queremos decirte, nuestra reina santa, que tú, como pocos, comprendiste
esta enseñanza de Cristo y de los Apóstoles. En muchas ocasiones te
arrodillaste a los pies del Crucifijo de Wawel para aprender de Cristo mismo
ese amor generoso. Y lo aprendiste. Supiste demostrar con tu vida que lo más
grande es el amor. En un antiquísimo canto polaco cantamos:
«¡Oh
cruz santa,
árbol único en nobleza!
Jamás el bosque dio mejor tributo
que este que da a Dios mismo (...).
Inaudita bondad es morir
en cruz por otro.
¿Quién puede hacerlo hoy?
¿Por quién dar la propia vida?
Sólo el Señor Jesús lo hizo,
porque nos amó fielmente»
(cf. Crux fidelis, siglo XVI).
De este Cristo
crucificado de Wawel, de este Crucifijo negro, al que los habitantes de
Cracovia vienen cada año en peregrinación el Viernes santo, aprendiste, reina
Eduvigis, a dar la vida por tus hermanos. Tu profunda sabiduría y tu intensa
actividad brotaban de la contemplación, del vínculo personal con el Crucifijo.
Aquí la contemplación y la vida activa encontraban el justo
equilibrio. Por eso, nunca perdiste la «parte mejor », la presencia de Cristo.
Hoy queremos arrodillarnos junto contigo, Eduvigis, a los pies del Crucifijo de
Wawel, para oír el eco de esa lección de amor, que tu escuchabas. Queremos
aprender de ti el modo de actuarla en nuestros tiempos.”
En la peregrinación apostolica
a Polonia en la Misa celebrada en le campo de concentración deAuschwitz-Birkenau se arrodillaba ante "este Gólgota del mundo contemporáneo….
Ciertamente, vengo para orar junto con todos vosotros que habéis llegado aquí
—y al mismo tiempo con toda Polonia— y con toda Europa. Cristo quiere que yo,
Sucesor de Pedro, dé testimonio ante el mundo de lo que constituye la grandeza
del hombre de nuestros tiempos y de su miseria. De lo que constituye su derrota
y su victoria……”
En el ultimo viaje a su patria decia en Kalwaria: Cuántas veces he experimentado
que la Madre del Hijo de Dios dirige sus ojos misericordiosos a las
preocupaciones del hombre afligido y le obtiene la gracia de resolver
problemas difíciles, y él, pobre de fuerzas, se asombra por la fuerza y la
sabiduría de la Providencia divina! ¿No lo han experimentado, acaso, también
generaciones enteras de peregrinos que acuden aquí desde hace cuatrocientos
años? Ciertamente sí. De lo contrario, no tendría lugar hoy esta celebración. No
estaríais aquí vosotros, queridos hermanos, que recorréis los senderos de
Kalwaria, siguiendo las huellas de la pasión y de la cruz de Cristo y el
itinerario de la compasión y de la gloria de su Madre. Este lugar, de modo
admirable, ayuda al corazón y a la mente a penetrar en el misterio del vínculo
que unió al Salvador que padecía y a su Madre que compadecía. “
En este intento breve de bosquejo no quiero dejar de mencionar
al menos parte de la homilía de Juan
Pablo II en la celebración en la Colina de las Cruces Šiauliai (Lituania)
en su visita de 1993, una de las
homilías donde el Papa (si exceptuamos las homilías en su propia tierra) más ha
sentido y demostrado que comprendía al hombre sujeto a regímenes totalitarios
privado de libertad y “pisoteado” por un sistema, pues lo habia vivido en carne propia en su
patria.
El misterio de la Exaltación de la Cruz: ¡misterio central en la
historia de la salvación!
Estamos invitados a reflexionar sobre el misterio de la Cruz en
esta localidad, a la que hemos venido en peregrinación por tierra
lituana. Es el lugar mismo el que nos invita a hacer esto: se llama la
Colina de las Cruces (Monte delle Croci).
Venimos aquí – a la Colina de las Cruces - a recordar a todos los hijos e hijas de
vuestra tierra, sometidos a sentencias, enviados a prisión, a campos de
concentración, deportados a Siberia o Koluma y condenados a muerte.
Los inocentes fueron condenados. En vuestra patria entonces
hacía estragos un terrible sistema marcado por la violencia
totalitaria. Un sistema que pisoteó y humilló al hombre. Los
sobrevivientes, los que se libraron de tales horrores de violencia y muerte,
sabían que ante sus ojos, entre sus propios compatriotas y en sus familias, se
renovaba y completaba lo ya realizado en el Gólgota, donde el Hijo de Dios
"asumiendo condición de siervo", como hombre "se humilló a sí
mismo haciéndose obediente hasta la muerte" ( Flp 2,
7-8).
Así, la tragedia de la cruz fue vivida por muchos de vuestros
compatriotas. Para ellos, Cristo crucificado representó una fuente
inestimable de fortaleza del alma en el momento de la deportación y la
sentencia de muerte. La cruz ha sido fuente providencial de bendición para toda
la nación y para la Iglesia, signo de reconciliación entre los hombres. Ha
dado sentido y valor al sufrimiento, a la enfermedad, al dolor. Y hoy,
como ayer, la Cruz sigue acompañando la vida del hombre.
Pero la Cruz es, al mismo tiempo, también una
"exaltación". Al anunciar su muerte en el Gólgota, es decir, la
muerte en la cruz, Cristo dijo: "Es necesario que el Hijo del hombre sea
levantado" ( Jn 3 , 14 ).
Sí, por supuesto, se ha planteado. Esta elevación en la Cruz
abrió ante él un horizonte singular. El horizonte del sacrificio de la
Cruz abarcaba no sólo a Jerusalén, sino al mundo entero: "Cuando sea
levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí" ( Jn 12, 32 ).
Y lo que para los hombres constituye una aniquilación mortal, en
el horizonte del sacrificio de Cristo se convierte en la revelación del poder
divino: del poder de la Redención, de su poder salvador. "Es
necesario que el Hijo del hombre sea levantado, para que todo el que crea en él
tenga vida eterna" ( Jn 3, 14-15).
4. Cristo mismo nos asegura que en su cruz, en el Gólgota, se abre
el horizonte de la vida eterna para el mundo, para el hombre que, viviendo en
esta tierra, está sometido a la ley ineludible del morir.
Jesús nos asegura cuando afirma: "Tanto amó Dios al mundo que
ha dado a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no se pierda, sino
que tenga vida eterna" ( Jn 3 , 16 ).
Los hijos y las hijas de vuestra tierra llevaron cruces en este
monte que eran semejantes a la del Gólgota en la que murió el Redentor. De
este modo proclamaban la certeza de su fe en que aquellos de sus hermanos y
hermanas que habían muerto -o más bien: habían sido asesinados de diferentes
maneras- "tenían vida eterna".
El amor supera al odio mortal, que también se ha extendido
violentamente en nuestro continente europeo. Es el amor con que Dios amó
al mundo, en Cristo crucificado y resucitado.
La Cruz es un signo de este Amor.
La Cruz es signo de vida eterna en Dios”
:
En
el heroísmo de su personal “via crucis”
ha enseñado como se puede hacer frente a la enfermedad, soportar el dolor y
continuar a servir y a amar a los demás, sin empobrecerse en un pesimismo, ha
mostrado a un mundo asustado por el futuro, aterrorizado por el sufrimiento y
dispuesto a matar con tal de eliminarla del propio horizonte, que la vida del hombre
tiene siempre un valor inestimable y que esconde siempre un mejor. (Giovan Battista Brunori)