¿Cuál es la historia de mi vocación sacerdotal? La conoce sobre todo Dios. En su dimensión más profunda, toda vocación sacerdotal es un gran misterio, es un don que supera infinitamente al hombre. Cada uno de nosotros sacerdotes lo experimenta claramente durante toda la vida. Ante la grandeza de este don sentimos cuan indignos somos de ello. La vocación es el misterio de la elección divina: "No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca" (Jn 15, 16).
Dios"nos ha llamado con una vocación santa, no por
nuestras obras, sino por su propia determinación y por su gracia" (2 Tm 1,
9).
(…)
Las primeras señales que de alguna manera salieron a luz
fueron durante la visita del Arzobispo
Metropolitano de Cracovia, Principe Adam
Stefan Sapieha a la parroquia de Wadowice cuando era estudiante, candidato a estudiar
filología polaca.
(…)
“En
ese período de mi vida la vocación sacerdotal no estaba aún madura, a pesar de
que a mi alrededor eran muchos los que creían que debía entrar en el seminario.
Y tal vez alguno pudo pensar que, si un joven con tan claras inclinaciones
religiosas no entraba en el seminario, era señal de que otros amores o
aspiraciones estaban en juego. En efecto, en la escuela tenía muchas compañeras
y, comprometido como estaba en el círculo teatral escolar, no faltaban diversas
posibilidades de encuentros con chicos y chicas. Sin embargo, el problema no
era ese. En aquel tiempo estaba fascinado sobre todo por la literatura, en
particular por la dramática, y por el teatro. A este último me había iniciado Mieczyslaw Kotlarczyk, profesor de
lengua polaca, mayor que yo en edad. El era un verdadero pionero del teatro de
aficionados y tenía grandes ambiciones de un repertorio de calidad…. He de admitir que toda aquella experiencia teatral ha
quedado profundamente grabada en mi espíritu, a pesar de que en un cierto
momento de mi vida me di cuenta de que, en realidad, no era esa mi vocación.
(…)
Sin embargo la
preparación para el sacerdocio fue de algún modo precedida por la que me
ofrecieron mis padres con su vida y
su ejemplo en familia. Mi reconocimiento es sobre todo para mi padre, que enviudó muy pronto. No
había recibido aún la Primera Comunión cuando perdí a mi madre: apenas tenía 9
años. Por eso, no tengo conciencia clara de la contribución, seguramente
grande, que ella dio a mi educación religiosa. Después de su muerte y, a
continuación, después de la muerte de mi hermano mayor, quedé solo con mi padre
que era un hombre profundamente religioso. Podía observar cotidianamente su
vida, que era muy austera. Era militar de profesión y, cuando enviudó, su vida
fue de constante oración. Sucedía a veces que me despertaba de noche y
encontraba a mi padre arrodillado, igual que lo veía siempre en la iglesia
parroquial. Entre nosotros no se hablaba de vocación al sacerdocio, pero su
ejemplo fue para mí en cierto modo el primer seminario, una especie de
seminario doméstico.
Naturalmente, al
referirme a los orígenes de mi vocación sacerdotal, no puedo olvidar la trayectoria mariana. La veneración a la
Madre de Dios en su forma tradicional me viene de la familia y de la parroquia
de Wadowice. Recuerdo, en la iglesia parroquial, una capilla lateral dedicada a
la Madre del Perpetuo Socorro a la cual por la mañana, antes del comienzo de
las clases, acudían los estudiantes del instituto. También, al acabar las
clases, en las horas de la tarde, iban muchos estudiantes para rezar a la
Virgen.
Además, en Wadowice,
había sobre la colina un monasterio carmelita, cuya fundación se remontaba a
los tiempos de San Rafael Kalinowski. Muchos habitantes de Wadowice acudían
allí, y esto tenía su reflejo en la difundida devoción al escapulario de la Virgen del Carmen. También yo lo
recibí, creo que cuando tenía diez años, y aún lo llevo. Se iba a los
Carmelitas también para las confesiones. De ese modo, tanto en la iglesia
parroquial, como en la del Carmen, se formó mi devoción mariana durante los
años de la infancia y de la adolescencia hasta la superación del examen final.
Durante
aquellos años mi confesor y guía espiritual fue el P. Kazimierz Figlewicz. Me encontré con él la primera vez cuando
cursaba el primer año de instituto en Wadowice. El P. Figlewicz, que era
vicario de la parroquia de Wadowice, nos enseñaba religión. Gracias a él me
acerqué a la parroquia, fui monaguillo y en cierto modo organicé el grupo de
monaguillos. Cuando dejó Wadowice para ir a la catedral del Wawel, continué manteniendo
contacto con él. Recuerdo que, durante el quinto curso del instituto, me invitó
a Cracovia para participar en el Triduum Sacrum, que empezaba con el llamado
"Oficio de Tinieblas" en la tarde del Miércoles Santo. Fue ésta una
experiencia que dejó en mí una huella profunda.
Cuando, después del
examen final, me trasladé con mi padre a Cracovia, intensifiqué la relación con
el P. Figlewicz, que ejercía el cargo de vicecustodio de la catedral. Iba a
confesarme con él y, durante la ocupación alemana, muchas veces lo visitaba. Aquel
1 de septiembre de 1939 no se borrará nunca de mi recuerdo: era el primer
viernes de mes. Había ido a Wawel para confesarme. La catedral estaba vacía.
Fue, quizás, la última vez que pude entrar libremente en el templo. Después fue
cerrado. El castillo real de Wawel se convirtió en la sede del Gobernador
General Hans Frank. El P. Figlewicz era el único sacerdote que podía celebrar
la Santa Misa, dos veces por semana, en la catedral cerrada y bajo la
vigilancia de policías alemanes. En aquellos tiempos difíciles fue aún más
claro lo que significaban para él la catedral, las tumbas reales, el altar de
San Estanislao, obispo y mártir. El P. Figlewicz fue hasta la muerte fiel
custodio de aquel particular santuario de la Iglesia y de la Nación,
inculcándome un amor grande por el templo del Wawel, que un día llegaría a ser
mi catedral episcopal.
Debo
nuevamente volver atrás, al período anterior a la entrada en el seminario. En
efecto, no puedo omitir el recuerdo de un ambiente y, en éste, de un personaje
de quien recibí verdaderamente mucho en ese período. El ambiente era el de mi
parroquia, dedicada a San Estanislao de Kostka, en Debniki, Cracovia. La
parroquia estaba dirigida por los Padres Salesianos, los cuales un día fueron
deportados por los nazis a un campo de concentración. Únicamente quedaron un
viejo párroco y el inspector provincial, pues todos los demás fueron internados
en Dachau. Creo que el ambiente salesiano ha tenido un papel importante en el
proceso de formación de mi vocación. En el
ámbito de la parroquia había una persona que se distinguía sobre las demás: me
refiero a Jan Tyranowski. Era
empleado de profesión, aunque había decidido trabajar en la sastrería de su
padre. Afirmaba que su trabajo de sastre le hacía más fácil la vida interior.
Era un hombre de una espiritualidad particularmente profunda. Los Padres
Salesianos, que en aquel período difícil habían reemprendido con valentía la
animación de la pastoral juvenil, le encargaron la tarea de establecer
contactos con los jóvenes del círculo del llamado "Rosario vivo''. Jan
Tyranowski llevó a cabo esta tarea no ciñéndose únicamente al aspecto
organizativo, sino preocupándose también de la formación espiritual de los
jóvenes que entraban en contacto con él. Aprendí así los métodos elementales de
autoformación que se vieron después confirmados y desarrollados en el proceso
educativo del seminario. Tyranowski, que se estaba formando en los escritos de
San Juan de la Cruz y de Santa Teresa de Ávila, me introdujo en la lectura,
extraordinaria para mi edad, de sus obras.
Después, pasados los años de la primera juventud, la cantera de piedra y el depurador del
agua en la fábrica de bicarbonato en Borek Falecki se convirtieron para mí en
seminario. No se trataba ya únicamente del pre-seminario, como en Wadowice. La
fábrica fue para mí, en aquella etapa de mi vida, un verdadero seminario,
aunque clandestino. Había comenzado a trabajar en la cantera en septiembre de
1940; un año después pasé al depurador de agua en la fábrica. Fue en aquellos
años cuando maduró mi decisión definitiva. En otoño de 1942 comencé los
estudios en el seminario clandestino como ex alumno de filología polaca, siendo
obrero en la Solvay. No me daba cuenta de la importancia que todo ello tendría
para mí. Únicamente más tarde, ya sacerdote, durante los estudios en Roma,
conociendo a través de mis compañeros del Colegio Belga el problema de los
sacerdotes obreros y el movimiento de la Juventud Obrera Católica (JOC),
comprendí que lo que había llegado a ser tan importante para la Iglesia y para
el sacerdocio en Occidente -el contacto con el mundo del trabajo- yo lo había
ya adquirido en mi experiencia de vida.
La maduración definitiva
de mi vocación sacerdotal, como he dicho, tuvo lugar en el período de la
segunda guerra mundial, durante la ocupación nazi. ¿Fue una simple coincidencia
temporal? o ¿había un nexo más profundo entre lo que maduraba dentro de mí y el
contexto histórico? Es difícil responder a tal pregunta. Es cierto que en los
planes de Dios nada es casual. Lo que puedo afirmar es que la tragedia de la guerra
dio un tinte particular al proceso de maduración de mi opción de vida. Me ayudó
a percibir desde una nueva perspectiva el valor y la importancia de la
vocación. Ante la difusión del mal y las atrocidades de la guerra era cada vez
más claro para mí el sentido del sacerdocio y de su misión en el mundo.
El estallido de la guerra
me alejó de los estudios y del ambiente universitario. En aquel período perdí a
mí padre, la última persona que me quedaba de los familiares más íntimos.
También esto suponía, objetivamente, un proceso de alejamiento de mis proyectos
precedentes; en cierto modo era como desarraigarse del suelo en el cual hasta
ese momento había crecido mi humanidad.
Pero no se trataba de un
proceso únicamente negativo. En efecto, en mi conciencia contemporáneamente se
manifestaba cada vez más una luz: el Señor quiere que yo sea sacerdote. Un día
lo percibí con mucha claridad: era como una iluminación interior que traía
consigo la alegría y la seguridad de una nueva vocación. Y esta conciencia me
llenó de gran paz interior.
(El 6 de mayo de 1968 durante una visita a la fabrica de
Borek Falecki volveria a admitirlo) :
Esta gran fabrica – la planta química – fue también mi lugar
de trabajo por cuatro años durante la ocupación nazi. Durante estos años de
ocupación fue aquí que se formo mi llamado al sacerdocio. Primero mi llamado
fue formado en la cantera de piedra y más tarde, finalmente, aquí en esta
planta de soda, a pasos de esta iglesia. Y digo “esta” pensando en realidad en “aquella”
pues era una pequeña iglesia de madera, en realidad una barraca. Siempre que
paso por esta fabrica, y especialmente cuando lo hago cerca de la sala de calderas lo
recuerdo.
Me pregunto a veces qué
papel ha desempeñado en mi vocación la figura del Santo Fray Alberto. Adam Chmielowski -éste era su nombre-
no era sacerdote. En la historia de la
espiritualidad polaca Fray Alberto ocupa un lugar especial. Para mí su figura
fue determinante, porque encontré en él un particular apoyo espiritual y un
ejemplo en mi alejamiento del arte, de la literatura y del teatro, por la
elección radical de la vocación al sacerdocio.
(…)
Se me
ahorró mucho del grande y horrendo theatrum de la segunda
guerra mundial. Cada día hubiera podido ser detenido en casa, en la cantera o
en la fábrica para ser llevado a un campo de concentración. A veces me
preguntaba: si tantos coetáneos pierden la vida, ¿por que yo no? Hoy sé que no
fue una casualidad. En el contexto del gran mal de la guerra, en mi vida
personal todo llevaba hacia el bien que era la vocación. No puedo olvidar el
bien recibido en aquel difícil período de las personas que el Señor ponía en mi
camino, tanto de mi familia como conocidos y compañeros.
(..)
La
Providencia me ha ahorrado las experiencias más penosas; por eso es aún más
grande mi sentimiento de deuda hacia las personas conocidas, así como también
hacia aquellas más numerosas que desconozco, sin diferencia de nación o de
lengua, que con su sacrificio sobre el gran altar de la historia han
contribuido a la realización de mi vocación sacerdotal.
SACERDOTE!
Mi ordenación tuvo lugar
en un día insólito para este tipo de celebraciones: fue el 1 de noviembre,
solemnidad de Todos los Santos, cuando la liturgia de la Iglesia se dedica
totalmente a celebrar el misterio de la comunión de los Santos y se prepara a
conmemorar a los fieles difuntos. El Arzobispo eligió ese día porque yo debía
partir hacia Roma para proseguir los estudios. Fui ordenado sólo, en la capilla
privada de los Arzobispos de Cracovia. Mis compañeros serían ordenados el año
siguiente, en el Domingo de Ramos.
Había sido ordenado
subdiácono y diácono en octubre. Fue un lunes de intensa oración, marcado por
los Ejercicios Espirituales con los que me preparé a recibir las Ordenes
Sagradas: seis días de Ejercicios antes del subdiaconado, y después tres y seis
días antes del diaconado y del presbiterado respectivamente. Los últimos
Ejercicios los hice solo en la capilla del seminario. El día de Todos los
Santos me presenté por la mañana en la residencia de los Arzobispos de
Cracovia, en la calle Franciszkanska 3, para recibir la Ordenación sacerdotal. Asistieron
a la ceremonia un pequeño grupo de parientes y amigos. El 1de noviembre de 1946
fui ordenado sacerdote. El día siguiente, en la "Primera Santa Misa"
celebrada en la catedral, en la cripta de San Leonardo, el P. Figlewicz, estaba
a mi lado y me hacía de asistente. El piadoso Prelado falleció hace algunos
años. Sólo el Señor puede compensarlo por todo el bien que de él recibí.
(Fuente: Don y Misterio)
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