(de
una homilía de Karol Wojtyla para la celebración de Reyes en 1976 que habla de búsqueda y encuentro, mencionando con valentía
los impedimentos por parte del Estado en momento críticos de régimen comunista,
defendiendo los derechos de cada ser humano en ser respetado y no discriminado por creencias religiosas. De alguna manera muy actual en momentos en que
se trata de imponer en el mundo entero ideologías que no coinciden con
principios religiosos, éticos y morales de grandes mayorías tratando de imponer y unificar ideologías
ajenas a la esencia del ser humano que nada tienen que ver con la libertad de conciencia).
El
hombre busca a Dios. Cuando lo encuentra, como los Reyes Magos, a través de la
fe, lo busca en la fe, desea acercarse a él, a Aquel que ha encontrado, y alcanzar
finalmente la Belén eterna
Y
si aun no lo ha encontrado a través de la fe, busca la fe, busca la verdad, y así
busca a Dios. Decía san Agustín. «No te buscaría, si antes no te hubiera ya encontrado
» Todo hombre, antes de comenzar a buscar, de algún modo ya ha encontrado a
Dios. Si no lo hubiera encontrado en un significado inicial, fundamental, no lo
buscaría.
«O sabios del mundo, oh Magos, ¿A dónde vais con tanta prisa?» He aquí el gran símbolo de este gran impulso interior del hombre, un impulso a través de la fe y hacia la fe. Un impulso que no significa caminar en el vacío, es lo que nos subraya también la celebración de hoy. (Reyes) Es un camino hacia un encuentro. El hecho de que el hombre tienda a Dios, lo busque, incluso cuando ya lo ha encontrado, constituye una verdad fundamental del hombre, una dimensión humana, una demostración de la grandeza del hombre.
Es verdad que hay hombres que dicen: «no encuentro, no sé cómo llegar, no logro encontrar». Hay hombres a los que se les ha concedido la Gracia y han encontrado, pero a menudo la desaprovechan por ligereza y la pierden. Todo ello forma parte de la verdad del alma humana, de la verdad histórica y de la verdad contemporánea sobre el hombre. Sin embargo, todo ello habla de algún modo de su grandeza. Nos dice que efectivamente ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. Y precisamente por esto anda en busca de Dios, pues lleva en si su imagen y semejanza, porque no halla en ninguna otra cosa su satisfacción, su fin último, sino solo en Aquel de quien es imagen y semejanza.
(…)
Así
pues, si toda esta búsqueda de Dios en la que participamos los creyentes, los que aun sin creer buscan con corazón
sincero la verdad, y los que, como he dicho, no logran encontrar el camino a
pesar de desearlo ardientemente: si todo esto es propio del hombre, de su
verdad, de su grandeza, es difícil – desde un punto de vista de la dignidad
humana, desde un punto de vista humanístico – aceptar el ateísmo como programa político.
Porque se puede comprender que el hombre busque, pero no encuentre, se puede
comprender que le hombre niegue, pero no se puede comprender que se imponga al
hombre «se te prohíbe creer». Si quieres ocupar un cargo, alcanzar una posición
determinada, se te prohíbe creer, o por lo menos no se te permite manifestar
que crees. El ateísmo como fundamento de la vida nacional es un doloroso
malentendido desde le punto de vista de las premisas humanísticas. Pues hay que
respetar lo que es el hombre. Esta es la primera condición de toda convivencia
social y de toda igualdad entre los ciudadanos de un mismo Estado.
Si os hablo de ello es porque siento las inquietudes que existen en toda nuestra sociedad, especialmente en la sociedad de los creyentes de nuestro país, donde es sabido que creyentes constituyen una inmensa mayoría. Y a todos estos creyentes, con razón, les preocupa que el ateísmo no se convierta, abierta o indirectamente, en el fundamento de la vida nacional. Explicita o indirectamente, definiendo el carácter de nuestra unidad nacional de modo que incluya el ateísmo.
No podemos acallar las inquietudes que turban nuestros corazones, se trata fundamentalmente de un problema de ética social. Los obispos, los sacerdotes y todos los creyentes no podemos considerar esta cuestión con indiferencia. No puede subsistir una diferencia sustancial entre lo que somos, lo que sentimos ser, y la forma como se nos define y trata. Así, no puede admitirse que un grupo de hombres, un grupo social, por mas benemérito que sea, imponga a todo el pueblo una ideología, una opinión contraria a las convicciones de la mayoría. Todos, tanto creyentes como los no creyentes, constituimos este país. Pero no puede admitirse que sobre todos decidan los no creyentes contra la voluntad de los creyentes.
(…)
En esto están también incluidos todos mis buenos deseos para las familias, a fin de que puedan educar a sus hijos según sus convicciones cristianas. Nosotros no queremos inmiscuirnos en lo que atañe a las familias de los ateos. Es un asunto suyo, de su conciencia. Pero ¿qué más se puede decir a los millones de familias cristianas, sino que, cuando mandan a sus hijos a la escuela, tengan la seguridad de que la escuela no les imponga una visión materialista, una ideología atea?
El principio de libertad de conciencia y de religión se debe interpretar con todas sus consecuencias. Esta verdad de la libertad de conciencia y de culto ha sido proclamada por todos: por el Concilio Vaticano II y por la Carta de los derechos humanos establecidos por la ONU, e incluso por el documento de Helsinki. Es el derecho inviolable de la persona humana. Pero este derecho inviolable se debe considerar de modo inviolable. Toda condición de vida social, nacional, se ha de predisponer de modo que no viole este derecho, a fin de que la vida pública no cree privilegios desde arriba para unos – los no creyentes – y situaciones de inferioridad para otros – los creyentes – porque todos somos Polonia. Y todos queremos construirla, porque todos la amamos, porque es nuestra patria, porque es nuestra matriz. Y no es lícito tratar a estas inmensas multitudes de creyentes como ciudadanos de segunda clase, solo porque son creyentes.
(…)
(Fuente: L'Osservatore Romano)
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