El 31 de mayo de 1998, solemnidad de Pentecostés, el Papa Juan Pablo II publicó Ia Carta apostólica Dies Domini, que habia anunciado en el Ángelus del 9 de agosto del mismo año. Sobre esta Carta apostólica ya hay un post en este blog titulado Dies Domini – la santificación del domingo; solo quería llamar la atención sobre el mismo y agregar algunos datos.
Con respecto a Dies Domini leemos en Mercaba que se
trata de un documento que marca un hito decisivo – en el camino
de recuperación del significado del domingo en Ia conciencia de Ia Iglesia,
especialmente desde la promulgación de la Constitución Sacrosanctum Concilium
del II Concilio Vaticano, del 4 de diciembre de 1963, “el
primer documento
aprobado por los Padres conciliares. «Primicia del Vaticano II» la
ha llamado el Papa Juan Pablo II” en el ángelus del 12/11/1995 donde
además decia: La constitución Sacrosanctum Concilium sobre la
liturgia, aprobada el 4 de diciembre de 1963, fue, en cierto sentido, la
primicia del Vaticano II. Más que proceder a realizar una simple reforma
exterior del culto, quiso infundir en la comunidad cristiana una nueva
conciencia de la liturgia, como «cumbre a la que tiende la acción
de la Iglesia y, al mismo tiempo, fuente de donde mana toda su
fuerza» (Sacrosanctum Concilium, 10).
Ciertamente —como lo
recordaba el mismo concilio—, la liturgia no lo es todo . Se sitúa entre las
múltiples dimensiones de la vida eclesial, mientras que para los cristianos
supone y exige un camino incesante de conversión y
formación, de coherencia y testimonio. Pero dentro de estas coordenadas,
personales y comunitarias, no se puede dejar de reconocer el valor
verdaderamente central de la liturgia.
La constitución ilustra
bien el motivo de esta centralidad, situándolo en el horizonte de la historia
de la salvación. Frente a las múltiples formas de oración, la liturgia tiene
una estructura propia, no sólo porque es la oración pública de la Iglesia, sino
sobre todo porque es verdadera actualización y, en cierto
sentido, continuación, mediante los signos, de las maravillas
realizadas por Dios para la salvación del hombre. Esto es verdad
particularmente en los sacramentos, y de modo muy especial en la Eucaristía, en
la que Cristo mismo se hace presente como un sacerdote y víctima de la nueva
alianza. Lo que sucedió una vez para siempre en su muerte y resurrección se
representa y se revive sacramentalmente en el rito. De este modo, la Iglesia
que celebra se hace destinataria e instrumento de gracia, y quienes
se acercan a los sacramentos con las debidas disposiciones reciben sus frutos
de santificación y salvación
Invito además, para qien desee
profundizar en el tema leer el documento DiesDomini: catequesis de Juan Pablo II sobre el domingo de la Comisión Episcopal de Liturgia del Obispado de
Alcala, con detalles del contenido del documento
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