(…) - pagina 15 de la presentación-144 en la
Revista de Teología citada al final.
d) Conclusión:
para una mistagogía o iniciación al Concilio La figura de K. Wojtyla es
altamente representativa no sólo por su condición de actor y protagonista del
Vaticano II que accede al solio pontificio, sino también por el hecho
extraordinario de hallarnos ante el caso de un padre conciliar que redactó una
reflexión sistemática sobre el Concilio con el título de La renovación en sus
fuentes. Sobre la aplicación del Concilio Vaticano II. Con este estudio,
—escribe en la última página—, el autor “desea pagar su deuda contraída con el
Concilio Vaticano II”.31 Ese ensayo, pensado para servir de guía a los trabajos
del Sínodo de Cracovia, tiene el hálito de un documento de iniciación y de
introducción a la doctrina y al mensaje conciliar, es decir, de mistagogía para
la participación en el misterio del Vaticano II. Además, el autor ha hecho
notar que el libro sale de la pluma de un pastor, de un obispo del Concilio,
que escribe como maestro de la fe, no desde la especialización del teólogo.32
La tesis fundamental de este ensayo puede ser expresada en estos términos: “El
Concilio trajo consigo un gran enriquecimiento de la fe, tanto en el sentido
objetivo como existencial. En el sentido objetivo, porque la verdad revelada encontró
en su enseñanza la expresión más plena y madura. En el sentido existencial,
porque creó condiciones para vivir la fe con más profundidad y madurez, para
aquellas actitudes espirituales que corresponden mejor al hombre contemporáneo
y especialmente al cristiano de hoy”.33 La renovación buscada por el Concilio
ha sido de manera eminente un enriquecimiento de la fe, conforme a ese pasaje
de la constitución sobre la revelación que afirma: “La Iglesia camina a través
de los siglos hacia la plenitud de la Verdad, hasta que se cumplan en ella
plenamente las palabras de Dios” (DV 8). Desde esta noción de enriquecimiento
de la fe se explica el alcance del Concilio pastoral querido por Juan XXIII y
por Pablo VI, porque “un concilio «puramente» doctrinal habría concentrado
preferentemente su atención en precisar el significado de las propias verdades
de fe, mientras que un concilio pastoral, sobre la base de las verdades que
proclama, recuerda o esclarece, se propone ante todo brindar un estilo de vida
a los cristianos, a su modo de pensar y de actuar”.34 Por ello, el Concilio
intentó sobre todo dar una respuesta a estos interrogantes: “qué significa ser
creyente, ser católico, ser miembro de la Iglesia”. “Estas preguntas de
carácter existencial —nos indica más adelante— estaban implícitas en el
problema central que el Concilio se planteó y que ha formulado en su
interrogación inicial: «Iglesia, qué dices de ti misma»”.35 Por lo demás, la
mutua implicación de esas cuestiones ha determinado la orientación pastoral del
Concilio Vaticano II. Por su parte, la teología tiene ante sí la tarea de
seguir analizando las opciones doctrinales del concilio pastoral: Escritura y
Tradición, la pertenencia común a Cristo y a la Iglesia por el bautismo, el
valor de las religiones no cristianas, la libertad religiosa, la persona humana
y su dignidad, la Iglesia y el mundo. El Vaticano II comporta un
“enriquecimiento de la fe”, que Wojtyla ponía en conexión con un concepto
existencial de la fe, que incluye tanto un “estado de conciencia” como una
“actitud creyente”. Lo primero se concreta en la “formación de la conciencia”
por relación a los grandes temas de la verdad revelada, al hilo del armazón
estructural que ofrece el Credo: creación, trinidad salvadora, redención del
hombre en Cristo y por la Iglesia, el pueblo de Dios peregrino hacia la
consumación escatológica. Lo segundo atiende a “la formación de actitudes”. Son
seis las actitudes que habría que inculcar en el espíritu de los creyentes:
misión y testimonio, participación, identidad y responsabilidad, actitud
ecuménica, actitud apostólica y construcción de la Iglesia como comunidad. El
sentido misionero, la responsabilidad cristiana y la actitud apostólica y
ecuménica pueden ser compendiadas en torno a esa actitud de la participación.
La actitud de la participación guarda profunda relación con la afirmación
conciliar: el Vaticano II ha ligado la misión salvífica a la triple potestad de
Cristo, sacerdote, profeta y rey, “uno de los filones centrales de la doctrina
conciliar sobre el pueblo de Dios”.
Y Wojtyla pasaba a explicitar cómo el
cristiano participa en el triple munus (oficio) de Cristo: munus sacerdotale,
munus propheticum, munus regale, que forma parte de la definición del laicado
(cf. LG IV, 31) y constituye asimismo el contenido del testimonio cristiano. A
todo ello nos inicia el bautismo, generando esa actitud por la cual el ser
humano se pone a sí mismo y al mundo en manos de Dios. El Vaticano II ha puesto
la participación en la misión profética de Cristo y del testimonio cristiano al
lado de la participación en el sacer docio de Cristo (cf. LG II, 12). El
enriquecimiento de la fe que propicia el Concilio aparece con especial densidad
en este momento, al hablar del “sentido de la fe”, que suscita el Espíritu de
la verdad, para “acoger no la palabra de los hombres, sino, como es en
realidad, la palabra de Dios” (1 Tes 2, 13). El cristiano que, imitando a
Cristo, es capaz de vencerse a sí mismo y dominar al pecado, participa en ese
señorío de Cristo y colabora a la realización de su reino. Es la realeza que se
ejerce como servicio (cf. LG IV, 36). Esta idea sustenta buena parte de la
reflexiones sobre el apostolado seglar y su compromiso en el mundo: “Siguiendo
el ejemplo de Cristo, quien ejerció su trabajo de artesano, alégrense los
cristianos de poder ejercer todas sus actividades temporales haciendo una
síntesis vital del esfuerzo humano, familiar, profesional, científico o
técnico, con los valores religiosos, bajo cuya altísima jerarquía todo coopera
a la gloria de Dios” (GS 43). Sirvan estas pinceladas para ilustrar esa tarea
pendiente de brindar a las nuevas generaciones de cristianos una mistagogía o
iniciación al misterio del Vaticano II. Enlaza esta tarea con una idea muy
acendrada en la valoración que K. Rahner hiciera del Concilio como comienzo y
como impulso37: “Un Concilio es con todo lo que decide y enseña solo un
comienzo y un servicio. El Concilio puede dar indicaciones y expresar verdades
doctrinalmente. Y por eso es solo un comienzo. Porque después todo depende de
que esas indicaciones y esas verdades arraiguen en el corazón creyente y
produzcan en él espíritu y vida. Esto no depende del Concilio mismo, sino de la
gracia de Dios y de todas las personas de la Iglesia y de su buena voluntad. Y
por eso el concilio es solo un comienzo”.
Fuente:
UCA donde se puede leer la presentación completa (34 paginas) presentada en un Congreso en la UCA bajo el titulo: El concilio Vaticano II: remembranza y actualización
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Revista Teología • Tomo LII • Nº 117 • Agosto 2015 Este
documento está disponible en la Biblioteca Digital de la Universidad Católica Argentina,
repositorio institucional desarrollado por la Biblioteca Central “San Benito
Abad”. Su objetivo es difundir y preservar la producción intelectual de la
Institución. La Biblioteca posee la autorización del autor para su divulgación
en línea. Cómo citar el documento: MADRIGAL, Santiago, El concilio Vaticano II
: remembranza y actualización [en línea]. Teología, 117 (2015).
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