La noche del cónclave los jardines de la Curia de la Orden de San
Agustín estaban hasta los topes de luciérnagas. Pequeños y tibios fogonazos
luminiscentes iban y venían afanados entre los rosales, naranjos y el pequeño
pinar que conforma la terraza natural que hay en la Casa General. Pareciera por
un momento que algún técnico de los muchos medios de comunicación que durante
estos días copan cada centímetro de espacio con vistas a la cúpula de San Pedro
hubiera extraviado un tubo de led escacharrado y serpenteante en mitad de la oscuridad.
Este acontecimiento, hay que decirlo, adquiere significado para
quien hilvana la vida de pequeñas sincronías donde uno cree que habita y hace
hogar lo extraordinario.
Muchas horas después, en medio de la agitación del gentío que
llegaba a borbotones a la Plaza tras la fumata blanca, el cardenal protodiácono
fue congelando, rítmicamente, la sangre por fascículos. Enunció primero un
“Robertum Franciscum”, después un “Prevost” y por último un “León XIV”. Brincos generales, abrazos,
lágrimas, gritos de emoción y videollamadas a todas partes del mundo para decir
algo muy humano: estoy con mis hermanos donde ocurre lo extraordinario.
Es el primer Papa agustino en los casi 800 años que lleva la Orden peregrinando
por la tierra.
Santa incredulidad para los tomases que metían por primera vez el
dedo en la llaga de esta realidad misteriosamente transformadora que siempre se
las apaña para ensancharse sin atender a cábalas y supercherías. El padre
Robert, el cardenal Prevost, aquel compañero de estudios, el jugador que está
al otro lado de la cancha, “mi pastor en Chiclayo”... El que fuera Prior
General de la Orden durante 12 años es el nuevo Papa de la Iglesia
universal.
“¡Bendito Dios!”, repetía el padre Andrés Gómez, archivero
general, desde la cuarta planta de la Curia. Con las manos a la cabeza, yendo
de un lado para otro, monseñor Luis Marín palmeaba espaldas y se dejaba abrazar
las suyas.
Brincos generales, abrazos, lágrimas, gritos de emoción y videollamadas a todas partes del mundo para decir algo muy humano: estoy con mis hermanos donde ocurre lo extraordinario. Es el primer Papa agustino en los casi 800 años que lleva la Orden peregrinando por la tierra.
En plena
Plaza, frente al balcón de la Basílica, en idénticas condiciones se encontraban
el padre Alejandro, el padre Javier, el padre Daleng, el padre Wilson, Farrell
o Lam.
En la puerta, entre flashes y algarabía, el Postulador General y
el Ecónomo General se miraban y reían como dos chiquillos a los que los Reyes
les han traído unos regalos mucho mejores de los esperados.
La autenticidad bien acogida, de la dicha mayúscula sobrevenida
por un acontecimiento único, de pronto generó un movimiento espontáneo de
asombro, fraternidad y perplejidad, como si de pronto viéramos llegar por el
balcón de casa a un ser querido que, en un día especial, trae muy buenas nuevas
de la mano.
¡Qué bello es contemplar, registrar y participar en ese “mirad cómo se aman” dentro de la Orden!
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