El 12 de mayo pasado, un día antes del día de Nuestra Señora de Fátima, celebramos la memoria litúrgica de San Leopoldo Mandic, aquel “fenómeno de una transparencia encantadora…pobre, pequeño capuchino… que se santificó principalmente en el ejercicio del sacramento de la reconciliación. siervo de Dios… el padre Leopoldo de Castelnovo, que, antes de hacerse fraile se llamaba Adeodato Mandic; un dálmata, como san Jerónimo, que debía tener, ciertamente, en el temperamento y en la memoria la dulzura de la encantadora tierra adriática, y en el corazón, y en la educación doméstica, la bondad, honesta y piadosa, de la valiente población véneto-balcánica. Nació el 12 de mayo de 1866, y murió en Padua, donde se hizo capuchino y donde vivió la mayor parte de su vida terrena, terminada a los setenta y seis años, el 30 de julio de 1942” (Papa Pablo VI en la homilía de la beatificación)
“San Leopoldo no dejó obras teológicas o
literarias, no deslumbró por su cultura ni fundó obras sociales. Para cuantos
lo conocieron, fue únicamente un pobre fraile, pequeño y enfermizo. Su grandeza
consistió en otra cosa, en inmolarse y entregarse día a día a lo largo de su
vida sacerdotal, es decir, 52 años, en el silencio, intimidad y humildad de una
celdilla-confesonario: «El buen pastor da la vida por las ovejas». Fray
Leopoldo estaba siempre allí a disposición, y sonriente, prudente y modesto,
confidente discreto y padre fiel de las almas, maestro respetuoso y consejero
espiritual, comprensivo y paciente.
Si lo queremos definir con una palabra, como
solían hacerlo en vida sus penitentes y hermanos, entonces es «el confesor»;
sólo sabía «confesar». Y justamente en esto reside su grandeza. En saber
desaparecer para ceder el puesto al verdadero Pastor de las almas. Solía
definir su misión así: «Ocultemos todo, aun lo que puede parecer don de Dios;
no sea que se manipule. ¡Sólo a Dios honor y gloria! Si posible fuera, deberíamos
pasar por la tierra como sombra que no deja rastro de sí». Y a alguien que le
preguntaba cómo resistía una vida tal, respondió: «¡Es mi vida!»…. San
Leopoldo hundía su ministerio en la oración y contemplación. Fue un confesor de
continua oración, un confesor que vivía habitualmente absorto en Dios, en
atmósfera sobrenatural..” (San Juan Pablo II en la homilía de la canonización)
“Desde el 25 de abril de 1909 hasta el 30 de julio
de 1942 acudían a Padua muchísimos fieles con el afán de encontrar el convento
de capuchinos (Plaza S. Croce) para ver la celdita-confesonario y en ella al
confesor llamado padre Leopoldo de Castelnovo. Con un estilo completamente
personal, muy suyo, escuchó las historias humillantes del pecado. Muere el
padre Leopoldo el penúltimo día de julio de 1942 y aquella celdita-confesonario
es, después del arca del Santo, la segunda etapa del que peregrina a Padua. Con
estos dos hijos de san Francisco la ciudad veneciana atrae a gente de todas
partes del mundo.
El padre Leopoldo se creyó y fue considerado y era
pura sangre dálmata. Nació el 12 de mayo de 1866 en Herzeg Novi («Castelnovo»
en italiano), pueblo situado en el entrante de las Bocas de Cátaro, que se
reflejan en el Adriático, en la diócesis de Cátaro en Dalmacia. Fue bautizado
el 13 de junio con el nombre de Bogdan (Adeodato) Juan. Seguramente se le
impuso el nombre de Adeodato, sin explicarlo más, debido al hecho de haber
nacido el último de doce hijos.
Desde el 25 de abril de 1909, ejerce el ministerio de confesor en
Padua hasta su muerte, a excepción de dos paréntesis: el de internado por
razones políticas (30 julio 1917 - mayo 1918), en cuyo tiempo, al no tener la
nacionalidad italiana, vivió como desterrado voluntario en Italia sur -Tora
(Caserta), Nola (Nápoles), Arienzo (Caserta)- durante la primera guerra
mundial; el otro paréntesis, a causa del traslado provisional a Fiume d'Istria,
del 16 de octubre al 11 de noviembre de 1923.Confesor
muy solicitado a pesar de su duro carácter…Los
paduanos mostraron sincero afecto al padre Leopoldo, como lo expresan las
líneas de un periódico y la carta de un obispo. «La Libertad», diario de Padua,
informaba el 31 de julio de 1917 sobre «la marcha de un capuchino benemérito» y
preguntaba: «¿Quién no conoce en Padua al padre Leopoldo, el buen hermano
capuchino? Apenas si salía del convento, no era orador, ni tenía pretensiones
de ocupar un puesto para figurar... Solamente atender con asiduidad al
confesonario. Perfecto asceta, buscaba la sombra. Y, sin embargo, todos corrían
a él en busca de consejo o de fortaleza. Todos los días y a todas horas había
siempre en la iglesia de los capuchinos alguien que preguntaba por el padre
Leopoldo: ricos, gente del pueblo, sacerdotes, profesores, profesionales,
obreros. Venían incluso de fuera de la ciudad, de lejos».( Fernando de
Riese Pío X, o.f.m.cap)
Invito leer completo el artículo de Fernando de Riese Pío X, o.f.m.cap.
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