Estoy espiritualmente con vosotros en el Coliseo, un lugar que evoca en mí tantos recuerdos y emociones, para realizar el sugestivo rito del vía crucis en esta tarde del Viernes santo.
Me uno a vosotros en la invocación tan densa de significado: "Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi, quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum". Sí, adoramos y bendecimos el misterio de la cruz del Hijo de Dios, porque es precisamente de esa muerte de donde ha brotado una nueva esperanza para la humanidad.
La adoración de la cruz nos recuerda un compromiso que no podemos eludir: la misión que san Pablo expresaba con las palabras: "Completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1, 24). Yo también ofrezco mis sufrimientos para que el designio de Dios se cumpla y su palabra camine entre las gentes. Asimismo, me siento cerca de los que, en este momento, se encuentran probados por el sufrimiento. Pido por cada uno de ellos.
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