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“"Tú lo dices: soy Rey" (Jn 18, 37).
“Así respondió Jesús a Pilato en un dramático diálogo, que el evangelio nos hace escuchar nuevamente en la solemnidad de Cristo, Rey del universo.
Esta fiesta, situada al final del año litúrgico, nos presenta a Jesús, Verbo eterno del Padre, como principio y fin de toda la creación, como Redentor del hombre y Señor de la historia.
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En la primera lectura el profeta Daniel afirma: "Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin" (Dn 7, 14).
¡Sí, Cristo, tú eres Rey!
Tu realeza se manifiesta paradójicamente en la cruz, en la obediencia al designio del Padre, "que -como escribe el apóstol san Pablo- nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados" (Col 1, 13-14).
Primogénito de los que resucitan de entre los muertos, tú, Jesús, eres el Rey de la humanidad nueva, a la que has restituido su dignidad originaria.
¡Tú eres Rey!
Pero tu reino no es de este mundo (cf. Jn 18, 36); no es fruto de conquistas bélicas, de dominaciones políticas, de imperios económicos, de hegemonías culturales.
Tu reino es un "reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz" (cf. Prefacio de Jesucristo, Rey del universo), que se manifestará en su plenitud al final de los tiempos, cuando Dios sea todo en todos (cf. 1 Co 15, 28).
La Iglesia, que ya en la tierra puede gustar las primicias del cumplimiento futuro, no deja de repetir: "¡Venga tu reino!",
"Adveniat regnum tuum!" (Mt 6, 10).”
(continuar leyendo la homilía)
"Adveniat regnum tuum!" (Mt 6, 10).”
(continuar leyendo la homilía)
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