Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

viernes, 4 de julio de 2025

Candido Pozo: Comentarios a las audiencias de Juan Pablo II sobre cielo, purgatorio, infierno

 




En septiembre de 1999 Alfa y Omega entrevisto al Padre jesuita Cándido Pozo (fallecido en 2011) profesor de Teologia y  autor de numerosos artículos y libros,  traducidos a varios idiomas, para pedirle sus puntos de vista con respecto a las Audiencias de Juan Pablo II sobre cielo, purgatorio, infierno y las perplejidades presentadas ante estas catequesis.

¿Hay elementos en la doctrina de Juan Pablo II sobre cielo, infierno y purgatorio que expliquen el impacto que ha producido en la opinión pública?
Supongo que el tema que más ha llamado la atención en no pocos ambientes ha sido la afirmación de que estas realidades no son un lugar, sino un estado. Pero confieso que me ha sorprendido tanta perplejidad ante una afirmación que no es precisamente nueva. Es lo que se venía enseñando en teología, con plena unanimidad, desde hace muchísimo tiempo. Ya san Agustín escribió: Sea Dios mismo, después de esta vida, nuestro sitio. Hans Urs von Balthasar comentaba espléndidamente la frase agustiniana: Dios es la «realidad última» de la creatura. Como alcanzado es cielo; como perdido, infierno; como examinante, juicio; como purificante, purgatorio. El primer tratado que se escribió en la Iglesia sobre las realidades últimas, lo hizo, en España, el año 688, san Julián de Toledo, después de una conversación en Toledo con Idalio, obispo de Barcelona, que se había desplazado a la capital del reino visigodo con ocasión del XV Concilio de Toledo. Es curioso que san Julián insista en que se evite el fundamentalismo en la manera de concebir las realidades posteriores a la muerte. Él sabe que infierno significa etimológicamente lo que está debajo; pero advertirá que no se tome la expresión al pie de la letra como localización del infierno. Lo bajo en un sentido espiritual es lo triste: de la misma manera que en lo corporal lo pesado va abajo, así lo que apesadumbra el alma, lo deprimente, lo triste, es lo que espiritualmente se considera abajo. Para san Julián de Toledo el fuego del purgatorio no es material, sino una metáfora para expresar el sufrimiento del alma que se purifica. Tampoco el valle de Josafat es una denominación geográfica, ya que Josafat significa el juicio del Señor. Lo que llama la atención es el talante contrario a una mentalidad fundamentalista que sería la que verdaderamente crea dificultades: ¿Se ha pensado en serio la impresión de aglomeración de un cielo concebido como lugar para todas las generaciones que han existido desde la creación del hombre? El alma que sobrevive al hombre, es una realidad espiritual (Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, 14; Pablo VI, Profesión de fe, 8).

Algunos han creído poder descubrir en la catequesis de Juan Pablo II sobre el infierno una especie de atenuación de los sufrimientos que se atribuían a la condenación, como también una cierta tendencia favorable a un infierno vacío.
En cuanto a la atenuación de sufrimientos, el Papa se ha limitado a advertir de la necesidad de estar atentos a la índole metafórica de determinadas expresiones que la Sagrada Escritura utiliza. Ya hace veinte años (mayo de 1979), la Congregación para la Doctrina de la Fe en su carta Recentiores Episcoporum Synodi, dirigida a los miembros de las Conferencias Episcopales del mundo entero, explicaba el fuego del infierno como la repercusión de la privación de la visión de Dios sobre todo el ser del condenado. Opinar que con ello se atenúa la seriedad de la condenación, sólo puede hacerlo quien subvalore todo sufrimiento que no sea físico. Lo que sí aparece en esta perspectiva es que la doctrina de fe sobre el infierno no implica una concepción de Dios que se complazca en torturar a sus hijos pródigos con un tormento infligido desde fuera. Es el hombre el que se cierra a Dios y se aleja de Él; la conciencia de haber errado el camino, que será nítida en la otra vida, más el aislamiento escogido por quien pretendió suplantar el puesto de Dios, constituyéndose egoísticamente en centro, implica el dolor eterno. Me cuesta trabajo entender que se considere esta situación como leve.

En cuanto al pretendido infierno vacío, Juan Pablo II lo rechaza. Explícitamente habla de unos condenados que son los ángeles caídos, los demonios, seres espirituales y libres (ignoro cómo ha podido llegarse a escribir que el Papa no afirmaba la existencia del demonio). Con respecto a la condenación de hombres, se limita, sin embargo, a reconocer que la Iglesia no tiene una especie de poder de hacer canonizaciones al revés, es decir, de declarar quién se ha condenado, de modo paralelo a aquel con que declara que un santo se encuentra en la bienaventuranza eterna. Por lo demás, si el infierno es un estado y no un sitio, no puede decirse simultáneamente que se admite el infierno, pero que está vacío; un estado que no se diese en nadie, simplemente no existiría.

¿Tiene el Papa una nueva perspectiva sobre el purgatorio?
Quizás pueda señalarse un desplazamiento de la idea del purgatorio como castigo a la del purgatorio como purificación, pero éste es un tema absolutamente tradicional. La afirmación del Salmo 15, 1-2 sobre la necesidad de no tener mancha alguna para entrar en la morada de Dios, era interpretada ya en el siglo III por Orígenes como referida al tabernáculo celeste. Por otra parte, la más profunda explicación de la teología del purgatorio se debe a una mujer, a santa Catalina de Génova (no se la debe confundir con la Doctora de la Iglesia, santa Catalina de Siena). Para ella, el purgatorio se refiere a almas que han muerto en gracia y que, por tanto, aman a Cristo. Ese amor se hace plenamente consciente al morir. Pero las manchas veniales o de pecados mortales perdonados y no plenamente purificados, impiden el encuentro con el Señor, la persona amada. Quien ama y se ve retardado de poseer a la persona amada, sufre. Y ese sufrimiento lo purifica. El purgatorio puede definirse como la purificación en el amor y por el amor. Este pensamiento es además frecuente en los místicos (por ejemplo, en san Juan de la Cruz) cuando establecen un paralelismo entre la purificación del purgatorio y ciertas purificaciones que tienen lugar en experiencias místicas, llenas de amor entre el alma y Cristo.

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El «cielo» como plenitud de intimidad con Dios  - Audiencia del Papa Juan Pablo II  21 de julio 1999

El infierno como rechazo definitivo de Dios – Audiencia del Papa Juan Pablo II 28 de julio de 1999

El purgatorio: purificación necesaria para elencuentro con Dios - Audiencia del 4 de agosto de 1999


jueves, 3 de julio de 2025

Ut Unum sint – carta del Papa Francisco al Cardenal Kurt Koch

 


Al cumplirse veinticinco años de la firma por parte de san Juan Pablo II de la Carta encíclica Ut unum sint el Papa Francisco le dirigía una carta,  fechada 24 de mayo 2020, al Cardenal Kurt Koch,Presidente del Pontifico Consejo para la Promocion de la Unidad de los Cristianos en estos términos: (copio textualmente del textooriginal en español en el sitio de la Santa Sede

“Con la mirada puesta en el horizonte del Jubileo de 2000, quería que la Iglesia, en su camino hacia el tercer milenio, tuviera en cuenta la oración insistente de su Maestro y Señor: “¡Que todos sean uno!” (cf. Jn 17,21). Por ello, escribió esa encíclica que confirmó «de modo irreversible» (UUS, 3) el compromiso ecuménico de la Iglesia Católica. La publicó en la Solemnidad de la Ascensión del Señor, colocándola bajo el signo del Espíritu Santo, el artífice de la unidad en la diversidad, y en este mismo contexto litúrgico y espiritual la conmemoramos y proponemos al Pueblo de.

El Concilio Vaticano II reconoció que el movimiento para el restablecimiento de la unidad de todos los cristianos «ha surgido […] con ayuda de la gracia del Espíritu Santo» (Unitatis redintegratio, 1). También afirmó que el Espíritu, mientras «obra la distribución de gracias y servicios», es «el principio de la unidad de la Iglesia» (ibíd., 2). Y la encíclica Ut unum sint reitera que «la legítima diversidad no se opone de ningún modo a la unidad de la Iglesia, sino que por el contrario aumenta su honor y contribuye no poco al cumplimiento de su misión» (n. 50). De hecho, «sólo el Espíritu Santo puede suscitar la diversidad, la multiplicidad y, al mismo tiempo, producir la unidad. […] Es él el que armoniza la Iglesia». Me viene a la mente aquella bella palabra de san Basilio, el Grande: Ipse harmonia est, él mismo es la armonía» (Homilía en la catedral católica del Espíritu Santo, Estambul, 29 noviembre 2014).

En este aniversario, doy gracias al Señor por el camino que nos ha permitido recorrer como cristianos en busca de la comunión plena. Yo también comparto la sana impaciencia de aquellos que a veces piensan que podríamos y deberíamos esforzarnos más. Sin embargo, no debemos dejar de confiar y de agradecer: se han dado muchos pasos en estas décadas para sanar heridas seculares y milenarias; ha crecido el conocimiento y la estima mutua, favoreciendo la superación de prejuicios arraigados; se ha desarrollado el diálogo teológico y el de la caridad, así como diversas formas de colaboración en el diálogo de la vida, en el ámbito de la pastoral y cultural. En este momento, pienso en mis queridos Hermanos que presiden las diversas Iglesias y Comunidades Cristianas; y también en todos los hermanos y hermanas de todas las tradiciones cristianas que son nuestros compañeros de viaje. Al igual que los discípulos de Emaús, podemos sentir la presencia del Cristo resucitado que camina a nuestro lado y nos explica las Escrituras, y reconocerlo en la fracción del pan, en la espera de compartir juntos la mesa eucarística.

Renuevo mi agradecimiento a todos los que han trabajado y siguen haciéndolo en ese Dicasterio para mantener viva la conciencia de este objetivo irrenunciable dentro de la Iglesia. En particular, me complace acoger dos iniciativas recientes. La primera es un Vademécum ecuménico para obispos, que se publicará el próximo otoño como estímulo y guía para el ejercicio de sus responsabilidades ecuménicas. En efecto, el servicio de la unidad es un aspecto esencial de la misión del obispo, quien es «el principio fundamento perpetuo y visible de unidad» en su Iglesia particular (Lumen gentium, 23; cf. CIC 383§3; CCEO 902-908). La segunda iniciativa es la presentación de la revista Acta Œcumenica, que, en la renovación del Servicio de Información del Dicasterio, se propone como un subsidio para quienes trabajan para el servicio de la unidad.

En el camino hacia la comunión plena es importante recordar el trayecto recorrido, pero también se necesita escudriñar el horizonte con la encíclica Ut unum sint, preguntándose: «Quanta est nobis via?» (n. 77), “¿cuánto camino nos separa todavía?”. Algo es cierto, la unidad no es principalmente el resultado de nuestra acción, sino que es don del Espíritu Santo. Sin embargo, esta «no vendrá como un milagro al final: la unidad viene en el camino, la construye el Espíritu Santo en el camino» (Homilía en las vísperas, San Pablo extramuros, 25 enero 2014). Por lo tanto, invoquemos al Espíritu con confianza, para que guíe nuestros pasos y cada uno escuche con renovado vigor el llamado a trabajar por la causa ecuménica; que Él inspire nuevos gestos proféticos y fortalezca la caridad fraterna entre todos los discípulos de Cristo, «para que el mundo crea» (Jn 17,21) y se acreciente la alabanza al Padre que está en el Cielo.

Francisco

miércoles, 2 de julio de 2025

Ut unum sint, el camino irreversible de la Iglesia

 


En el 25 aniversario de la promulgación de la Enciclica del Papa Juan Pablo II Ut unum sint sobre el empeño ecuménico, la  cátedra Yves Congar de la Facultad de Teología San Vicente Ferrer de Valencia y el Instituto de Estudios Ecuménicos de la Pontificia Universidad Santo Tomas de Aquino (Angelicumde Roma organizaron en noviembre de  2021, (entre el  24 y 26) el  XIX Simposio de Teología Histórica titulado Ut unum sint, el camino irreversible de la Iglesia.

En la cita sobre la cuestión ecuménica participaron alrededor de 45 especialistas e investigadores nacionales e internacionales.  El congreso fue inaugurado por el arzobispo de valencia Antonio Cañizares y la primera conferencia estaba a cargo del Cardenal Kurt Koch, presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cistianos.  Su ponencia llevaba el titulo de ¿Cuan largo es el camino que nos queda?  La situación ecuménica un cuarto de siglo después de UUS. El cardenal Koch finalmente no pudo estar presente pero ofreció su reflexión online.

El Simposio fue “un espacio de meditación, diálogo y estudio sobre los frutos y desafíos del camino hacia el encuentro y la unidad plena.”

Todas las ponencias, comunicaciones y reflexiones del Simposio fueron publicadas en forma de libro por la Facultad de Teología San Vicente Ferrer de la Universidad Católica de Valencia (UCV) bajo el titulo: Ut unum sint. El camino irreversible de la Iglesia

Tal y como explicaba uno de los directores del congreso, el profesor Andrés Valencia, el camino ecuménico que la Iglesia católica ha emprendido desde el Concilio Vaticano II «es un compromiso que no tiene marcha atrás». El Concilio «anima e inspira a toda la Iglesia a buscar caminos hacia la unidad plena y visible».

El XIX Simposio de Teología Histórica tuvo como objetivo «repasar y evaluar» los 25 años de camino ecuménico. «Las ponencias y reflexiones que presentamos en este libro», señalaba Valencia, «son el reflejo del progreso y también de las limitaciones que el camino ecuménico trae consigo».

El congreso internacional trabajó sobre los temas que marcan la agenda ecuménica, la cuestión sobre la verdad, el primado, la eucaristía, la eclesiología y, con ello, los ministerios.

 «Aún queda camino por recorrer», reconocía el director de la Cátedra de ecumenismo Yves Congar, «lo que implica aumentar los esfuerzos de diálogo y cercanía a todos los niveles en una actitud de escucha».

«En este camino es importante encontrar espacios para superar las barreras que hacen difícil el camino», añadia Andrés Valencia. «Encontrar una visión común de unidad es el desafío al que el ecumenismo se enfrenta hoy en día. Esto será posible a través de un diálogo sincero y verdadero».

 

Título: Ut unum sint. El camino irreversible de la Iglesia, Año de publicación: 2023, Colección: Series Valentina, nº 78

Publica: Universidad Católica de Valencia San Vicente Mártir

Edita: SIFTEL, Facultad de Teología San Vicente Ferrer – UCV

I.S.B.N. 978-84-86067-75-5

 

Fuente: UCV – Facultad de teología San Vicente Ferrer  

martes, 1 de julio de 2025

Ut unum sint – Audacia y dificultades en la unidad de los cristianos - George Weigel (2 de 2)

 


Una vision adelantada a su tiempo. 

Las mayores dificultades en el dialogo ecuménico occidental ya se habían dado antes que UtUnum Sint  se firmara.  El 4 de abril de 1995, el Secretario General del Congreso Mundial de Iglesias Dr. Konrad Raiser, dio una conferencia en el Centro Pro Unione de Roma, proponiendo lo que  el llamo un  “cambio paradigmático” en ecumenismo. Finalizando el segundo milenio, “un apartheid de hecho entre ricos y pobres” y”una degradación progresiva de toda la ecoesfera” requerían de un “urgente reordenamiento de la agenda ecuménica.”  Era hora, argumentaba Raiser de “dar vuelta la página sobre  esfuerzos pasados y concentrar todas nuestras energías en enfocarlas a temas del presente y futuro a la luz de la Palabra de Cristo”. Ese era el imperativo ecuménico contemporáneo.

El movimiento ecuménico tal concebido a partir de la Conferencia Misional de Edinburgo en 1910 –reunificación de los cristianos sobre las bases de una doctrina y practica consensuada – había llegado a su fin según el lider del Consejo Mundial de Iglesias, heredero insitucional dela iniciativa de 1910.  Lo que importaba eran las políticas ideológicas. La lucha  contra el calentamiento global era para las Iglesias más importante que  los debates acerca de nuestra visión ante Dios: la redistribución de ingresos resulto ser un tema cristiano más importante que la celebración de la Cena del Señor juntos. En la medida en que e reflejaba un sentimiento generalizado dentro de las autoridades representadas en el Consejo Mundial de Iglesias,  la conferencia de Konrad Raiser en Roma podría ser vista en el futuro como el fin del viejo ecumenismo. El movimiento ecuménico presentado en Ut Unum Sint era entonces el único movimiento ecuménico global que aún perseguía el objetivo original.

Un mes después de la publicación de Ut Unum Sint el patriarca ecuménico Bartolomé visitó Roma para la fiesta de San Pedro y San Pablo el 29 de junio y participó de la Misa solemne celebrada por el Papa en el altar papal en la Basílica de San Pedro. Durante la liturgia de la Palabra, Bartolomé y Juan Pablo II,  sentados uno al lado del otro,  en sendas sillas presidenciales frente al altar. El Evangelio se canto en Latín y en Griego y ambos presentaron sus homilías… en el Evangelio de Lucas Juan Pablo II  le recordó a Bartolomé que la misión de los primeros discípulos se centraba en estos términos: “El los envió de dos en dos “ (Lucas 10.,1)  

No presentaba un mensaje el texto? No sugería que “Cristo también los enviaba de dos en dos como mensajeros del Evangelio al Este y al Oeste?  “No podemos permanecer separados” insistió el Papa.

El Patriarca Bartolomé no respondió directamente a este requerimiento audaz. Su homilía sugería que no estaba preparado para comprometerse públicamente a la proposición de que se trataba de meras cuestiones de jurisdicciones las que separaban a los  ortodoxos y a la “vieja Roma”  como proponía Ut Unum Sint.   Ladeclaración conjunta firmada por el Papa y el Patriarca Ecumenico la tarde del29 de Junio decía que “un testimonio común de fe” era “particularmente apropiado en las vísperas del tercer milenio”.  Pero su declaración que el Gran Jubileo seria celebrado como “nuestro peregrinar hacia una real unidad” parecía señalar que la visión de Juan Pablo II para el milenio de Este y Oeste reunificados no llegaría a cumplirse según sus tiempos.

Sin embargo los testimonios y actos simbólicos de reconciliación continuaron avanzando en la agenda ecuménica de Juan Pablo II. El Viernes Santo el camino de la  cruz celebrado por el Papa en el Coliseo de Roma fue un nuevo acto ecuménico a mediados de los 1990. Las meditaciones para cada estación del Via Crucis de 1994 fueron preparadas por el Patriarca ecuménico. Las meditaciones de 1995 fueron escritas por la Hermana Minke de Vries, priora de las Hermanas de Grandchamp, una comunidad de monjas reformistas de la tradición calvinista. Y en 1997 las meditaciones fueron preparadas por Karekin I Sarkissian, Catolicos de todos los armenios y líder del la Iglesia Apostólica Armenia, con quien el Papa firmo una Declaración cristológica conjunta en diciembre de 1996.  . 

Juan Pablo II   trato por todos los medios de zanjar las animosidades religiosas que databan de  siglos con Europa del Este. Pero no todo se daba como hubiera planeado. Los planes para la canonización de Jan Sarkander, un mártir católico durante las guerras religiosas de comienzos del siglo 17 en Moravia, encontraron fuerte resistencia por parte de  los protestantes checos. Los líderes protestantes le enviaron cartas en duros términos al  Papa y al cardenal Cassidy argumentando que  Jan Sarkander habría querido influir a la fuerza en aéreas protestantes. Tanto Juan Pablo II como Cassidy demostraron,  tras exhaustiva investigación,  que Sarikander nunca había estado envuelto en violencias contra los protestantes, y que su canonización se realizaba en honor a su fiel dedicación sacerdotal, que le costó la vida.

La situación se mantuvo volátil  hasta que Juan Pablo II llegara a la Republica Checa el 20 de mayo. En la ceremonia de bienvenida, hizo llegar un especial saludo a sus amados hermanos en Cristo, los representantes de las distintas iglesias y comunidades cristianas y subrayó que había venido a Bohemia y Moravia como “peregrino de paz y amor”  Aquella tarde hablando a los jóvenes en el santuario mariano de Svatý Kopeček les dijo que el martirio de Sarkander  “tiene una extraordinaria elocuencia ecuménica” hablándoles a los cristianos separados de su mutua “responsabilidad por el pecado de la división” y de la importancia de la oración por el perdón de los pecados. “Sin dudas estamos en deuda unos con otros”, concluyó, reconociendo que el endeudamiento era el comienzo de la reconciliación. Durante toda su peregrinación a Bohemia y Moravia, el Papa pidió perdón por los errores de los católicos habían cometido en la historia de las tierras checas y perdonó a los protestantes por el daño que le habían hecho a los católicos.  Dos meses más tarde, en una peregrinación a Eslovaquia durante la cual canonizó a tres sacerdotes martirizados durante las guerras religiosas Juan Pablo II incluyo en su itinerario  el 2 de julio una visita al monumento en Košiče, para honrar a los calvinistas martirizados en 1687, debido a su rechazo en convertirse al catolicismo por  la fuerza.

Para 1997 fue resuelta una situación embarazosa y difícil  gracias al esfuerzo de Juan Pablo II y al líder local de Praga el Cardenal Miloslaw Vlk, quien había alabado públicamente el testimonio cristiano del reformador y héroe nacional checo Jan Hus, quemado en la hoguera por los católicos en 1415. Cuando el Papa regreso a la Republica Checa en abril de 1997,uno de los herederos de Hus, Pavel Czerny, líder de los Hermanos bohemios de la iglesia evangélica, participo con Juan Pablo II en un servicio ecuménico en la catedral de San Vito en Praga, conmemorando el milenio del martirio de San Adalberto,  primer evangelista de Bohemia.  En una ceremonia el 27 de abril el Papa reconoció el testimonio común a Cristo de  protestantes y católicos  bajo la persecución comunista.  En esos testimonios, dijo encontramos el coraje para perdonar y derribar las barreras de la sospecha y de la desconfianza recíprocas, para edificar la nueva civilización del amor” en la nueva democracia checa.  

El dialogo de anglicanos y católicos romanos continúo demostrando que era mas fácil romper las barreras de prejuicios de siglos que atravesar acuerdos teológicos. Cuando el arzobispo de Canterbury, George Carey, llego al Vaticano en Diciembre de 1996, Juan Pablo II admitió,  en observaciones al arzobispo y a su entorno,  que “los pasos a dar quizás no estén del todo claros para nosotros”.   Si bien, continuó, “estamos aquí para comprometernos a seguir  intentándolo”. Luego invito a sus hermanos y hermanas de comunión anglicana a reflexionar sobre los motivos y razones de las posiciones expresadas. Ordinatio sacerdotalis fue una de esas “posiciones” como así también la invitación de pensar en el ejercicio de una primacía papal que pudieran aceptar los anglicanos. Juan Pablo II evidentemente asumió que la invitación no había sido respondida muy satisfactoriamente. 

El estancamiento en el dialogo anglicano católico romano, la inhabilidad ortodoxa  de responder con una única voz a los constantes pedidos de Juan Pablo II por la reconciliación del milenio y el abandono del ecumenismo fundado teológicamente que pregonaba Konrad Raiser en su conferencia de 1995 –  hechos concretos  de la vida ecuménica de los 1990 – agregados a la probabilidad que pocos  católicos habían internalizado la visión del catolicismo ecuménico de Lumen Genitim  que comprometía a todos,    evidenciaba que Ut unum sint expresaba una visión adelantada a su tiempo, una visión a largo plazo en la historia.  Juan Pablo II reconocía que quizás habría algo de romanticismo  en el inmediato post conciliar  acerca de las posibilidades de una reconciliación eclesial pronta y completa dentro de Occidente y entre Este y Oeste. .Pero Ut Unum Sint  pide a los católicos romanos perseguir ese objetivo fiel y concienzudamente,  en la convicción que esto es lo que Cristo desea para su Iglesia. No será un camino fácil. Juan Pablo  II insistió que debe continuarse.

  (George Weigel: Witness of Hope, del capitulo 19 Only One World – A visión ahead of its time)

Ut unum sint – Audacia y dificultades en la unidad de los cristianos - George Weigel (1 de 2)

 


El 25 de mayo de 1995, a tan solo dos meses después de haber firmado Evangeliium Vitae Juan Pablo II presenta una nueva encíclica Ut Unum Sint sobre el imperativo de la unidad de los cristianos. . El titulo (Que puedan ser uno) conmemoraba palabras del Papa Juan XXIII que murió en 1963 con estas palabras,  de Cristo para sus discípulos,  en sus labios.  

Durante 16 años el activismo ecuménico de Juan Pablo II fue encarnando la visión articulada por el Vaticano II en Lumen Gentium, 8 –– la Iglesia católica necesariamente involucraba a todos los cristianos, quienes de alguna manera estaban relacionados al catolicismo por su bautismo. Sin importar lo que pensaran de la Iglesia católica, la Iglesia católica  los consideraba hermanos y hermanas en Cristo.

(..)

Quedaba algo  mas por decir además de lo que ya se había dicho y hecho? Juan Pablo II evidentemente consideraba que si, y la encíclica – iniciativa personal del Papa, profundizaba el concepto católico del ecumenismo haciendo lo que fue considerado el ofrecimiento papal más audaz a la ortodoxia y al protestantismo después de las divisiones de 1054 y el siglo XVI.

Lo verdaderamente nuevo de Ut Unum Sint fue indudablemente el conjunto de señales que se enviaba a todo el mundo dentro de la Iglesia Católica. Aquellos que consideraron el  Vaticano II una moda pasajera fueron  claramente informados que estaban equivocados.   La primera encíclica dedicada enteramente al ecumenismo aclaraba que el compromiso ecuménico del catolicismo era irreversible. La encíclica también desafiaba a aquellos que se cobijaban cómodamente en el dialogo ecuménico post conciliar.  Ut unum sint solicita a los profesionales ecuménicos recuperar el sentido de urgencia del tema. La desunión cristiana dificultaba aun más la proclama de la Palabra y  la superación del  abismo de razas, etnicidad y nacionalismos que dividían un mundo conflictivo y en peligro. Si los cristianos no podían reparar la unidad de la Iglesia, mal posicionados estaban para trabajar en la unidad de la raza humana.  Juan Pablo II  le pidió a los católicos de todo el mundo reavivar el compromiso del ecumenismo tan altamente posicionado durante los primeros años después del Concilio y tristemente opacado después.

En Ut Unum Sint Juan Pablo II también llamaba la atención su enfoque ecuménico hacia la Ortodoxia. Acercándose el Gran Jubileo Juan Pablo II estaba decidido hacer todos los esfuerzos posibles para zanjar la brecha del siglo XI antes de fines del siglo XX. Ante las críticas y la oposición ortodoxa que había recibido en los 1990´s la encíclica  de Juan Pablo II seguía insistiendo que los ortodoxos son “iglesias hermanas” con quienes la iglesia católica busca entera unidad en una diversidad legitima. El modelo de cómo podía vivirse esa comunión podría encontrarse en la experiencia del primer milenio… la sugerencia parecía clara porque no podría el catolicismo y la ortodoxia volver al status quo pre  1054? De tal manera se asumía que no había temas doctrinales de división de iglesias entre Roma y el Este, pero eso parecía ser la convicción de Juan Pablo II, a pesar de que algunos católicos y ortodoxos pensaran lo contrario.

La encíclica también hablaba del intento de  unidad de los cristianos con las comunidades de la Reforma, quizás con menores posibilidades que las evidentes en el llamado del Papa a los ortodoxos y temas mayores sin resolver, por ej. La relación de las Sagradas Escrituras con la tradición,  la naturaleza de la Eucaristía, los ministerios apostólicos y sacerdotales, la autoridad de la Iglesia y Maria como icono de la Iglesia.

La iniciativa más audaz de la encíclica de Juan Pablo II proponía a los cristianos ortodoxos y protestantes ayudarle a pensar como debería ser el pontificado que pudiera servirles en el futuro.   El ministerio del Obispo de Roma, decía, fue impuesto por Cristo como un ministerio de unidad para toda la Iglesia, La historia, errores humanos y el pecado transformaron ese ministerio en un signo de division…..   no obstante  la originalidad y audacia del ofrecimiento, Ut Unum Sint no recibió la atención de los medios que se le había dado a Evangelium Vitae. La audacia del ofrecimiento ecuménico de Juan Pablo II en Ut Unum Sint no fue respondida con la debida creatividad en las respuestas recibidas.

El protestantismo había cambiado dramáticamente desde el Vaticano II. Las comuniones con las cuales se había dialogado habían cambiado.-  El crecimiento del protestantismo entre evangélicos y pentecostales presentaba temas enteramente nuevos para las conversaciones ecuménicas entre católicos y protestantes. Estos temas no se habían tratado en Ut Unum Sint y muchos evangélicos en los Estados Unidos que admiraban la Evangelim Vitae y la promocionaron entusiasmados entre sus comunidades, se sintieron algo ignorados.

El ministerio del Obispo de Roma, escribe, en la intención de Cristo fue un ministerio de unidad para toda la Iglesia. Par algunos cristianos, admite Juan Pablo II, la memoria del papado “está marcada por recuerdos penosos. A tal extremo que nos sentimos responsables de eso, y me uno a mi predecesor PabloVI en pedir perdón”. A pesar de estos recuerdos, los cristianos de diferentes comuniones llegaron a comprender la importancia de un ministerio unificado al servicio de la iglesia universal, y algunos parecieron dispuestos a repensar el tema de la “primacía” del sucesor de Pedro en esos términos de ministerio unificador.  Juan Pablo II sintió una “responsabilidad particular” en avanzar en estos debates “siguiendo la solicitud que me fuera presentada de encontrar un camino de ejercitar una primacía que no debiera renunciar a lo que es esencial en su misión, y sin embargo abierta a nuevas situaciones. Tarea ingente – la llama – “que no podemos rechazar y que no puedo llevar a término solo.

Por lo tanto Juan Pablo II pide  “no podría la comunión real, aunque imperfecta, que existe entre nosotros”, sentar  las bases sobre las cuales los líderes cristianos y sus teólogos puedan trabajar para explorar el tipo de pontificado que podría servir a las necesidades de todos? El Obispo de Roma 941 años después del la desunión decisiva entre Roma y el Este, y 478 años después de la división de los cristianos occidentales y la Reforma luterana, pedía a sus hermanos y hermanas separados que le ayudaran a rediseñar el pontificado para el tercer milenio como servicio de unidad para toda la Iglesia de Cristo.

 (…)

(del capitulo 19 Only One World –la Unidad de los cristianos de Witness toHope - the biography of Pope John Paul II - George Weigel)

 



domingo, 29 de junio de 2025

Quien fue San Pablo?

 


SAN PABLO, APOSTOL PATRON DE LA CIUDAD DE ROMA

 

Judío de Tarso, en la actual Turquía, Saulo, ciudadano romano, culto, instruido en la escuela judía de Jerusalén, tenía una buena formación greco-helenista, conocía el griego y el latín. Hijo de un tejedor de tendales, había aprendido también el arte manufacturero del padre. Como muchos judíos de esa época, tenía un segundo nombre greco-latino: Pablo, elegido por una simple asonancia con su propio nombre. Impetuoso, valeroso y audaz, tenía buena capacidad dialéctica. Su personalidad emerge de los Hechos de los Apóstoles y de las 13 Cartas. No conoce a Jesús y es entre los primeros en perseguir a los cristianos, considerados como una secta peligrosa por derrotar. En las Escrituras es mencionado por primera vez en la narración de la lapidación de Esteban – primer mártir cristiano – en Jerusalén. Orgulloso sostenedor de la tradición judía, Saulo “trataba de destruir la Iglesia: entraba en las casas, tomaba hombres y mujeres y los metía a la cárcel” (Hech 8,3). Los discípulos lo temen y para huir de la persecución algunos se dispersan en varias ciudades, entre las cuales Damasco.

Por el camino a Damasco

Saulo se hace autorizar por el sumo sacerdote a llevar a juicio a los fugitivos a Jerusalén. “Y mientras iba caminando, al acercarse a Damasco, una luz que venía del cielo lo envolvió de improviso con su resplandor. Y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?». El preguntó: «¿Quién eres tú Señor?». «Yo soy Jesús, a quien tú persigues, le respondió la voz. Ahora levántate, y entra en la ciudad: allí te dirán qué debes hacer»” (Hech 9, 3-6). Fue acompañado a Damasco, donde por tres días, afectado por lo sucedido, no tomó “ni alimentos ni bebidas”. Al tercer día se presentó a él un tal Ananías al cual Dios, durante una visión, había pedido buscarlo y de imponerle las manos para que recuperara la vista. “Él es el instrumento que he escogido, para que lleve mi nombre ante las naciones, a los reyes y a los hijos de Israel; y yo le mostrare cuanto debe sufrir por mi nombre”, le fue revelado a Ananías. Pablo se hace bautizar, conoce la pequeña comunidad cristiana del lugar, se presenta en la Sinagoga y testimonia cuanto le ha sucedido. Comienza de aquí su apostolado. Se entretiene con los discípulos que se encuentran en Damasco, inicia a predicar con entusiasmo y enseguida llega a Jerusalén. Aquí conoce a Pedro y a los otros apóstoles que, después de una diferencia inicial, lo acogen y le hablan ampliamente de Jesús. Pablo los escucha, aprende las enseñanzas dejadas por el Maestro y fortalece su fe. Prosigue la predicación, pero se confronta con la hostilidad de tantos judíos y la perplejidad de diversos cristianos. Deja Jerusalén y regresa a Tarso, donde retoma el oficio de tejedor de tendales y continúa a dedicarse a la evangelización. Algunos años después Pablo, junto a Bernabé, entre los primeros judíos convertidos, llega a Antioquia e instaura estrechas relaciones con la comunidad cristiana.

Los viajes apostólicos

Después de una breve estadía en Jerusalén, desde Antioquía Pablo prosigue su misión entre los judíos y sobre todo entre los paganos – llamados “gentiles” – para otras metas. Tres son sus grandes viajes apostólicos. Durante el primero llega a Chipre y a diversas ciudades de Galacia, funda varias comunidades, luego regresa nuevamente a Antioquia y luego a Jerusalén, para discutir con los apóstoles si los convertidos del paganismo debían respetar o no los preceptos de la tradición judía. En el segundo viaje Pablo se dirige al sur de Galacia, luego a Macedonia y a Grecia. Se detiene en Corinto por más de un año y luego visita otras ciudades, entre las cuales Éfeso y Jerusalén, y se dirige nuevamente a Antioquia. Desde aquí parte para su tercer viaje. Se queda tres años en Éfeso, luego llega a Macedonia, Corinto y otras localidades, visita la comunidad que lo había acogido precedentemente y finalmente regresa a Jerusalén. Por motivo de las tensiones desarrolladas entre las comunidades que había fundado y los judeocristianos acerca de la observancia de algunas normas de la ley judía, se confronta con Santiago.

Hacia el martirio

Acusado por los judíos de haber predicado contra ley y de haber introducido en el templo un pagano convertido es arrestado, pero, bajo proceso, Pablo, en calidad de ciudadano romano, se apela al emperador y es transferido a Roma. Luego llega a estar en la cárcel en Cesarea y diversas etapas en otras ciudades. En Roma, donde se encuentra también Pedro, entra en contacto con la comunidad cristiana. Liberado por la falta de pruebas, luego, prosigue con su misión. Es arrestado una vez más bajo Nerón; condenado a muerte por el tribunal romano, es decapitado en la Via Ostiense, mientras Pedro, es crucificado en la colina Vaticana. La tradición refiere que el martirio de Pedro y Pablo ha ocurrido el mismo día: el 29 de junio del año 67. En sus tumbas surgen la Basílica de San Pedro y la Basílica de San Pablo fuera de los Muros.

(Fuente: Vatican News)

Quien fue San Pedro?

 


S. PEDRO, APÓSTOL PATRÓN DE LA CIUDAD DE ROMA

Su nombre era Simón, aunque más tarde Jesús lo llamó Pedro. Nació en Betsaida, vivía en Cafarnaún y era pescador en el lago de Tiberíades. El Maestro lo invitó a seguirlo junto a su hermano Andrés, y con Santiago y Juan los hizo testigos de grandes hechos: la resurrección de la hija de Jairo, la transfiguración, la agonía en el huerto de los olivos.

En su camino al lado del Mesías, Pedro se muestra como un hombre sencillo, franco y a veces impulsivo. A menudo habla y actúa en nombre de los apóstoles, no duda en pedir explicaciones y aclaraciones a Jesús acerca de la predicación o las parábolas, lo interroga sobre diferentes temas. Y es el primero en responder cuando el Maestro se dirige a los Doce. “¿También ustedes quieren marcharse?”, les pregunta, tras hablar en la sinagoga de Cafarnaún suscitando desconcierto incluso entre sus discípulos, muchos de los cuales deciden dejarlo. “Señor —contesta Simón Pedro—, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído, y sabemos que Tú eres el Santo de Dios.”

La confesión de fe

En Cesarea de Filipo, Jesús pregunta a los suyos: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”. Simón Pedro responde: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. (Mt 16,16).  Y Jesús afirma: “Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y las puertas del reino de la muerte no prevalecerán contra ella. Te daré las llaves del reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.” (Mt 16,18-19).

Este es el encargo que recibe Pedro: gobernar la Iglesia. Los Evangelios revelan que Jesús escoge a un pescador sin instrucción para gobernar su Iglesia. Se trata de un hombre que a veces no ve la voluntad de Dios, es instintivo: Pedro protesta cuando Jesús revela su cercana Pasión; quiere evitar el momento del lavatorio de los pies en la última cena, no acepta ese gesto tan humilde del Maestro; niega tres veces que conoce a Jesús tras su arresto.

No obstante, los apóstoles reconocen la misión que Jesús le confirió, de modo que es Pedro quien está al frente de ellos y toma diversas iniciativas. La mañana de la Pascua, al ser informado por María Magdalena de la desaparición del cuerpo del Maestro, corre a verificar lo sucedido junto a otro discípulo quien, a pesar de que llega primero, espera a Pedro y le cede el paso para que entre en el sepulcro antes que él.

La misión de Pedro

Después de la resurrección de Jesús, los apóstoles se reunen en el cenáculo, donde a veces se presenta el Maestro. Cada uno regresa a su propia vida cotidiana, y Pedro retoma su barca y sus redes. Y justo después de una noche en que estaba pescando, el Maestro se le aparece de nuevo, le pide que apaciente sus corderos y le predice con qué muerte glorificará a Dios (Jn 21, 3-19).

Después de la ascensión del Señor, Pedro es el punto de referencia de los apóstoles y de los primeros seguidores de Cristo. Comienza a hablar en público, a predicar y a hacer curaciones. El Sinedrio lo arresta y lo libera varias veces. Toma conciencia de la autoridad con la que habla y del entusiasmo de la gente a su alrededor. El número de los primeros cristianos aumenta poco a poco.

Pedro comienza a viajar de ciudad en ciudad anunciando la Buena Nueva. Regresa a menudo a Jerusalén, y es allí donde un día Pablo se presenta ante él y ante los otros apóstoles, dándoles testimonio de su conversión. A partir de entonces Pedro y Pablo viajan por caminos distintos, aunque se encuentran en Jerusalén. Pedro se confronta con Pablo muchas veces, acepta sus observaciones y consideraciones, y discuten sobre cómo orientar la Iglesia naciente. Por último los dos apóstoles llegan a Roma.

Obispo de  Roma

Pedro refuerza la comunidad cristiana de Roma, de la que es guía. Durante la persecución de Nerón, es hecho prisionero y luego crucificado cabeza abajo -como solicita él mismo porque no se siente digno de morir del mismo modo que el Señor-. Pablo, condenado a muerte por el Tribunal romano, será decapitado. Según la tradición, el martirio de ambos ocurre el mismo día, el 29  de junio del año 67. Pedro murió en el circo de Nerón y fue enterrado en la colina del Vaticano; Pablo, en la Via Ostiense. Sobre sus tumbas surgen las Basílicas de San Pedro y San Pablo extramuros.

Fuente: Vatican News

Solemnidad de San Pedro y San Pablo – Papa Leon XIV comunión eclesial y la vitalidad de la fe

 


La historia de estos dos apóstoles nos interpela de cerca también a nosotros, que somos la comunidad peregrina de los discípulos del Señor en nuestro tiempo. En particular, viendo sus testimonios, quisiera subrayar dos aspectos: la comunión eclesial y la vitalidad de la fe..

 

En primer lugar, la comunión eclesial. La liturgia de esta solemnidad, de hecho, nos hace ver cómo Pedro y Pablo fueron llamados a vivir un único destino, el del martirio, que los asoció definitivamente a Cristo. (…) Tanto Pedro como Pablo, por tanto, dan su vida por la causa del Evangelio.(…)

 

Sin embargo, esta comunión en la única confesión de la fe no es una conquista pacífica. Los dos apóstoles la alcanzan como una meta a la que llegan después de un largo camino, en el cual cada uno ha abrazado la fe y ha vivido el apostolado de manera diversa. Su fraternidad en el Espíritu no borra la diversidad de sus orígenes: Simón era un pescador de Galilea, Saulo en cambio un riguroso intelectual perteneciente al partido de los fariseos; el primero deja todo inmediatamente para seguir al Señor; el segundo persigue a los cristianos hasta que es transformado por Cristo Resucitado; Pedro predica sobre todo a los judíos; Pablo es impulsado a llevar la Buena Noticia a los gentiles. (…)  la historia de Pedro y Pablo nos enseña que la comunión a la que el Señor nos llama es una armonía de voces y rostros, no anula la libertad de cada uno. Nuestros patronos han recorrido caminos diferentes (…) . Sin embargo, eso no les impidió vivir la concordia apostolorum, es decir, una viva comunión en el Espíritu, una fecunda sintonía en la diversidad. Como afirma san Agustín: «En un solo día celebramos la pasión de ambos apóstoles. Pero ellos dos eran también una unidad; aunque padeciesen en distintas fechas, eran una unidad» (Sermón 295, 7). (…)  Todo esto nos interroga sobre el camino de la comunión eclesial. Esta nace del impulso del Espíritu, une las diversidades y crea puentes de unidad en la variedad de los carismas, de los dones y de los ministerios. Es importante aprender a vivir la comunión de ese modo, como unidad en la diversidad, para que la variedad de los dones, articulada en la confesión de la única fe, contribuya al anuncio del Evangelio.(…)

Los santos Pedro y Pablo nos interpelan también sobre la vitalidad de nuestra fe. En la experiencia del discipulado, de hecho, siempre existe el riesgo de caer en la rutina, en el ritualismo, en esquemas pastorales que se repiten sin renovarse y sin captar los desafíos del presente. En la historia de los dos apóstoles, en cambio, nos inspira su voluntad de abrirse a los cambios, de dejarnos interrogar por los acontecimientos, los encuentros y las situaciones concretas de las comunidades, de buscar caminos nuevos para la evangelización partiendo de los problemas y las preguntas planteados por los hermanos y hermanas en la fe.

Y en el centro del Evangelio que hemos escuchado está precisamente la pregunta que Jesús hace a sus discípulos, y que también nos dirige hoy a nosotros, para que podamos discernir si el camino de nuestra fe conserva dinamismo y vitalidad, si aún está encendida la llama de la relación con el Señor: «Y ustedes, […] ¿quién dicen que soy?» (Mt 16,15).

Cada día, en cada momento de la historia, siempre debemos prestar atención a esta pregunta.(…)

(de la Homilía del Papa León XIV en la santa Misa de laSolemnidad delos Santos Apóstoles san Pedro y San Pablo – 29 de junio 2025)

sábado, 28 de junio de 2025

Inmaculado Corazón de Maria

 




En su discurso a quienes habían participado del Simposio Internacional de la Alianza de los dos corazones d Jesús y Maria; en el ya lejano 1986 el Papa Juan Pablo II decía:


“En el corazón de Maria vemos simbolizado su amor maternal, su singular santidad y su rol central en la misión redentora de su Hijo. Es precisamente en relación a ese rol especial en la misión de su Hijo que la devoción al Corazón de Maria adquiere primordial importancia, porque mediante el amor a su Hijo y a toda la humanidad ella actúa de instrumento para llevarnos a El. El acto de confiarnos al Inmaculado Corazón de María que solemnemente proclame en Fátima el 13 de mayo de 1982, y nuevamente el 25 de Marzo de 1984, a la clausura del Año Santo Extraordinario de la Redención, radica en esta verdad del amor maternal de Maria y de su particular papel de intercesora. Si nos confiamos al Sagrado Corazón de Maria ella con seguridad nos ayudara a vencer la amenaza del mal, que tan fácilmente se arraiga en el corazón de los hombres de hoy y que en sus efectos inconmensurables ya grava sobre la vida presente y parece cerrar los caminos hacia el futuro!.”

Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios; no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien, líbranos de todo peligro,

¡oh siempre Virgen, gloriosa y bendita.

viernes, 27 de junio de 2025

Madre del Redentor acércanos al Corazon de tu Hijo

 



Nos hemos unido en la oración

contigo, Madre de Cristo:
contigo, que has participado
en sus sufrimientos ("conduluit")...
Tú nos conduces al Corazón de tu Hijo
agonizante en la cruz:
cuando en su despojamiento
se revela hasta el fondo como Amor.

Oh Tú, que has participado
en sus sufrimientos,
permítenos perseverar siempre
abrazando este misterio.

¡Madre del Redentor!

¡Acércanos al Corazón de tu Hijo!

 

(del Ängelus delPapa Juan Pablo II del 31 de agosto de 1986

 

Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesus

 


La solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús es una fiesta litúrgica que irradia una peculiar tonalidad espiritual sobre todo el mes de junio. Es importante que en los fieles siga viva la sensibilidad ante el mensaje que de ella brota: en el Corazón de Cristo el amor de Dios salió al encuentro de la humanidad entera.


Se trata de un mensaje que, en nuestros días, cobra una actualidad extraordinaria. En efecto, el hombre contemporáneo se encuentra a menudo trastornado, dividido, casi privado de un principio interior que genere unidad y armonía en su ser y en su obrar. Modelos de comportamiento bastante difundidos, por desgracia, exasperan su dimensión racional-tecnológica o, al contrario, su dimensión instintiva, mientras que el centro de la persona no es ni la pura razón, ni el puro instinto. El centro de la persona es lo que la Biblia llama «el corazón».


Hoy parece ya superada la incredulidad de corte iluminista, que dominó durante mucho tiempo. Las personas, experimentan una gran nostalgia de Dios, pero dan la impresión de haber perdido el camino del santuario interior en donde es preciso acoger su presencia: ese santuario es precisamente el corazón, donde la libertad y la inteligencia se encuentran con el amor del Padre que está en los cielos.


El Corazón de Cristo es la sede universal de la comunión con Dios Padre, es la sede del Espíritu Santo. Para conocer a Dios, es preciso conocer a Jesús y vivir en sintonía con su Corazón, amando, como él, a Dios y al prójimo.


La devoción al Sagrado Corazón, tal como se desarrolló en la Europa de hace dos siglos, bajo el impulso de las experiencias místicas de santa Margarita María Alacoque, fue la respuesta al rigorismo jansenista, que había acabado por desconocer la infinita misericordia de Dios. Hoy, a la humanidad reducida a una sola dimensión o, incluso, tentada de ceder a formas de nihilismo, si no teórico por lo menos práctico, la devoción al Corazón de Jesús le ofrece una propuesta de auténtica y armoniosa plenitud en la perspectiva de la esperanza que no defrauda.”

 (de la Audiencia General del Papa Juan Pablo II del 8 de junio de 1994) 


 

jueves, 26 de junio de 2025

El diálogo virtuoso entre filosofía y teología “Razón y Fe”

 


La encíclica Fides et Ratio del Papa Juan Pablo II representa un hecho de gran relevancia religiosa y cultural: vuelve a proponer al homo viator el camino de la inteligencia filosófica que, en la búsqueda de la verdad, se abre a la revelación cristiana.

La filosofía le es de ayuda a la teología por dos motivos que constituyen el método de investigación teológica: el auditus fidei y el intellectus fidei. Mediante el auditus fidei la teología entra en posesión de los contenidos de la Revelación; mediante el intellectus fidei la teología elabora una reflexión especulativa sobre la Revelación misma. En cuanto a la preparación de un correcto auditus fidei, la filosofía ayuda a la teología sobre todo de dos maneras: considerando la estructura de la conciencia y del lenguaje; aportando instrumentos para una comprensión coherente de la Tradición, de los pronunciamientos del Magisterio y de las reflexiones de los grandes teólogos (Fideset Ratio, n.65

En cuanto al intellectus fidei, la filosofía ayuda a la teología a identificar las estructuras lógicas y conceptuales en las que se articula la enseñanza de la Iglesia y la misma reflexión del teólogo. El debate, pues, se diversifica y se explica en base a las ramificaciones del saber teológico. Sobre todo la filosofía ayuda a  la teología dogmática a articular las reflexiones sobre el Misterio de Dios Uno y Trino y sobre la economía de la salvación, que culmina en la Encarnación y el Misterio Pascual, tanto de forma narrativa, como sobre todo de forma argumentativa. Además la teología dogmática presupone e implica una filosofía del hombre, del mundo y, más radicalmente, del ser, fundada sobre la verdad objetiva (id. nr. 66).

Por cuanto se refiere a la teología moral, esta presupone una ética filosófica que le permita hacerse comprender por todo hombre cuando utiliza los términos como “ley moral” “conciencia”, “libertad”, “culpa”, “responsabilidad personal” y los profundice a la luz de la fe. Más fuerte aún es la interacción entre filosofía y teología fundamental: la filosofía, de hecho, posee también una función “propedéutica” a la fe, demostrando verdades fundamentales para formular correctamente la cuestión de la relación entre Dios y el hombre, como por ejemplo la existencia y el conocimiento de Dios, la inmortalidad del alma, la racionabilidad y la credibilidad de la Revelación misma. Podría finalmente afirmarse que la filosofía es capaz de desarrollar una función “apologética”  por cuanto puede defender la fe corrigiendo perspectivas filosóficas erradas incompatibles con la teología cristiana (por ejemplo el relativismo ético). La Encíclica, por lo tanto, pone en evidencia que la razón filosófica es verdaderamente correcta en su despliegue cuando sabe reconocer dentro de su propia búsqueda el límite dado entre la desproporción entre sujeto consciente y objeto investigado. Además de este conocimiento, la filosofía está llamada a adoptar y expresar la exigencia de un acto revelador capaz de llenar el vacío evidenciado por la desproporción entre lo finito y el Infinito: acto que no puede provenir del hombre mismo, sino del Absoluto trascedente.”

Fuente:  Mario Pangallo  Totus Tuus, N. 3 mayo/junio/julio 2010