Citando la Carta de San Juan Juan recordaba los terribles acontecimientos que habían ocurrido en ese particular
santuario del campo de concentración de Brzezinka (Birkenau), Venia como “peregrino” a ese lugar donde habia estado ya muchas veces….a ese lugar “donde se ha llevado a cabo una particular victoria para la fe….
Esta victoria para la fe y para el amor la ha conseguido en este lugar – decía - un hombre, cuyo nombre es
Maksymilian María (Maximiliano María), su apellido: Kolbe… en este lugar, construido para la negación de la fe —de la fe en Dios y de la fe en el hombre— y
para aplastar radicalmente no sólo el amor, sino todos los signos de la dignidad humana, de la humanidad. Un lugar que fue construido sobre el odio y el desprecio del hombre, en nombre de una ideología loca. Un lugar que fue construido sobre la crueldad” al cual se entra por una puerta con una inscripción “
Arbeit macht frei”, que suena a mofa, porque su contenido se contradecía radicalmente con lo que ocurría dentro…
En este lugar del terrible estrago, que supuso la muerte para cuatro millones de hombres de diversas naciones, el p. Maximiliano, ofreciéndose voluntariamente a sí mismo a la muerte, en el búnker del hambre, por un hermano, consiguió una victoria espiritual
similar a la del mismo Cristo….el p. Maximiliano Kolbe ¿fue el único? Ciertamente, él consiguió una victoria que tuvo repercusión inmediata sobre sus compañeros de prisión y que tiene repercusión aún hoy en la Iglesia y en el mundo….y otras muchas victorias…. pienso, por ejemplo, en la muerte, en el horno crematorio de un campo de concentración, de la carmelita sor Benedicta de la Cruz, en el mundo
Edith Stein”
Venia para orar “para dar testimonio ante el mundo de lo que constituye la
grandeza del hombre de nuestros tiempos y de su
miseria. De lo que constituye su
derrota y su
victoria…en este lugar donde ha sido pisoteada de modo tan horrendo la dignidad humana, se ha conseguido la victoria mediante la fe y el amor.” Venia y se arrodillaba ante “Gólgota del mundo contemporáneo, sobre estas tumbas, en gran parte sin nombre….” “Me arrodillo delante de todas las
lápidas interminables – decía - en las que se ha grabado la conmemoración de las víctimas de Oswiecim en polaco, inglés, búlgaro, cíngaro, checo, danés, francés, griego, hebreo, yidis, español, flamenco, serbo-croata, alemán, noruego, ruso, rumano, húngaro, italiano….en particular, me detengo junto a vosotros, queridos participantes en este encuentro, ante la
lápida con la inscripción en lengua hebrea. Esta inscripción suscita el recuerdo del pueblo, cuyos hijos e hijas estaban destinados al exterminio total….. A nadie le es lícito pasar delante de esta lápida con indiferencia…Quiero detenerme, además, delante de otra lápida: la que está en lengua rusa..... Ante esta lápida no se puede pasar con indiferencia….finalmente, la última lapida: la que está en
lengua polaca. Son seis millones de polacos los que perdieron la vida durante la segunda guerra mundial: la quinta parte de la nación…
Una dolorosa cuenta con la conciencia de la humanidad. Sería necesario detenerse ante cada una de las lápidas….. ”
“Oswiecim. No basta visitar este lugar. En esta ocasión hay que pensar con miedo
dónde están las fronteras del odio, las fronteras de la destrucción del hombre por obra del hombre, las fronteras de la crueldad…Oswiecim es un
testimonio de la guerra.... de todos modos esta gran llamada de Oswiecim, el grito del hombre aquí martirizado debe dar frutos para Europa (y también para el mundo), hay que sacar todas las consecuencias de la
Declaración de los Derechos Humanos, como exhortaba a hacerlo Juan XXIII en la Encíclica
Pacem in terris. En ella, en efecto, queda «reconocida en su forma más solemne, la dignidad de persona a todos los seres humanos; y, en consecuencia, es proclamado como derecho fundamental de los mismos el de moverse libremente en la búsqueda de la verdad, en la realización del bien moral y de la justicia; y el derecho a una vida digna; a la vez son proclamados otros derechos relacionados con los antes mencionados» (Juan XXIII,
Pacem in terris IV; AAS 55, 1963, 295-296).
“¡Santo Dios, Santo Fuerte Santo Inmortal!
De la pestilencia, del hambre, del fuego y de la guerra
...y de la guerra, líbranos, Señor. Amén.”