Adam Mickiewicz (1789-1855), nacido
justamente el año de la Revolución Francesa –y para los amantes de las
paradojas poéticas, el 24 de diciembre–, fue el mayor representante del
Romanticismo polaco y el máximo exponente de la Literatura polaca de su época5
. Tenía inicialmente vocación literaria, pero con el tiempo se convirtió además
en un activista político, un hombre apasionado que anhelaba la independencia de
Polonia. En su obra se encuentra una combinación peculiar de inicial admiración
hacia la Ilustración francesa con un pleno espíritu romántico, aureolado por
una humildad genuinamente religiosa. Realiza en sus obras una interpretación de
la historia de su patria desde una perspectiva espiritual, lo cual implicaba
una lectura redentora del sufrimiento recurrente en los destinos polacos. Su
visión, literaria, pero también filosófica, no se limita solo a un nacionalismo
más o menos ardoroso, sino que, en alguna de sus obras, como Los Antepasados
III, se puede encontrar una interpretación escatológica de la historia de
Polonia, a diferencia de la que tienen el resto de naciones.
Desde el punto de
vista de Mickiewicz, es justamente el sufrimiento colectivo asumido el que
convierte a Polonia en una nación iluminadora, capaz de enseñar un camino más
humano a las demás, que les enseñe las limitaciones del materialismo y la
posibilidad de caminar hacia una libertad más completa. El aspecto filosófico
más llamativo de Mickiewicz, que se trasluce en sus obras maduras, es que él se
veía a sí mismo como un ilustrado cristiano, situación peculiar que le habría
permitido hacer una interpretación en esta clave del triple lema de la
Revolución Francesa. Desde su punto de vista, ha sido Cristo quien, encarnándose
históricamente, habría libertado a los hombres, haciéndonos a todos iguales y
hermanándonos entre sí. En otros fragmentos de sus obras se puede encontrar una
mirada bastante crítica hacia los ilustrados franceses y hacia los postulados
ilustrados sin más. Como botón de muestra, valgan los siguientes ejemplos de
los Libros de la nación polaca y del peregrinaje polaco. Al hilo de su
particular interpretación de la historia europea, dice acerca de la Ilustración
francesa: “Mientras tanto, la idolatría se multiplicaba en Europa. Y al igual
que antes, entre los paganos, se empezó por adorar a ídolos que representaban
virtudes, después fueron diversos crímenes, más tarde hombres y bestias, y
posteriormente árboles, piedras y diferentes figuras dibujadas, lo mismo acabó
sucediendo en Europa.
[…]. Y hubo filósofos que alabaron todo aquello que los
reyes habían inventado” . Al referirse a la tragedia de la historia polaca
desde la perspectiva de la Pasión de Cristo, cada unade las naciones europeas
será uno de los personajes de la historia sagrada. ¿Quién será Francia? “El
Galo” desempeñará el papel del cobarde y acomodaticio Pilato, quien, ante el
inocente ultrajado, rehúsa ejercer la autoridad moral que debería y prefiere
quitarse el problema de encima con pretextos infantiles: “‘En verdad, no hallo
culpa en esta nación; y mi esposa, Francia, mujer temerosa, está atormentada
por malos sueños; mas prended a esta nación y torturadla’. Y se lavó las manos.
Y un gobernante francés dijo: ‘No podemos rescatar a este inocente ni con
nuestra sangre ni con nuestro dinero, porque mi sangre y mi dinero me
pertenecen; y la sangre y el dinero de mi nación le pertenecen a ella”7 .
Cuando miles de polacos tomaron camino del exilio y se instalaron en Francia,
la respuesta de esta –además de no ayudar– fue la de promulgar durísimas leyes
contra ellos, que implicaban el confinamiento de los polacos en determinadas
ciudades sin tener libertad de movimientos y la pérdida del derecho a la
protección de las leyes y autoridades civiles, quedando a disposición de la
policía, como si fueran maleantes peligrosos. Lógicamente herido en su orgullo
nacional por ello, Mickiewicz las integró en su obra desde una perspectiva
espiritual, muy crítica frente a los que dicen defender ciertos ideales verbalmente,
pero no lo traducen en la práctica cuando se trata de los mismos ideales para
otros. Nótese que Mickiewicz personifica a Polonia con la libertad misma: “Y la
libertad dirá a la segunda nación: ‘He aquí que estaba sumida en la angustia y
en la penuria y te pedí, ¡oh, nación!, la protección de tu ley y tu ayuda; pero
tú me arrojaste leyes’. Y la nación responderá: ‘Mi señora, ¿cuándo acudiste a
mí? Y la libertad responderá: ‘Acudí a ti con el ropaje de estos peregrinos,
pero tú me despreciaste; ve, pues, a la esclavitud, donde habrá el silbido del
látigo ruso y el crujir de los ucases”. En otros pasajes, el escritor polaco es
aún más directo, dirigiéndose directamente a una nación que decía tener grandes
ideales, pero en esa magnífica ocasión había renunciado a ejercerlos y ganarse
el respeto de Europa: “Gobernantes franceses y doctos hombres franceses:
habláis de la libertad, pero servís al despotismo. Caeréis entre vuestro pueblo
y el despotismo extranjero, así como lo hace una barra de frío hierro entre el
martillo y el yunque. […] Y gritaréis al martillo, a vuestro pueblo: ‘Pueblo,
perdona y detente, porque hablábamos de la libertad’. Pero el martillo dirá:
‘Decías una cosa y hacías otra distinta’. Y de nuevo caerá sobre la barra con
fuerza renovada”8 . Si París se había convertido –al menos en el mundo de los
deseos, que no en el de la práctica– en la patria de la defensa de la libertad,
la igualdad y la fraternidad en 1789, Mickiewicz le advierte a aquella
proféticamente: “Y no quedará piedra sobre piedra del gran edificio político
europeo. Porque la capital de la libertad será trasladada” 9. Hay un aspecto
más que merece la pena señalar de la innovadora obra del inquieto Mickiewicz,
en cuanto al peso que ejercerá en el humanismo de Wojtyła, y es su visión un
tanto filosófica de la capacidad literaria y antropológica del hombre: por
ejemplo, en su obra Konrad Wallenrod, se trasluce la idea de que “el amor y la
poesía eran capaces de superar los obstáculos y las discordias entre las
naciones” 10. Sería interesante calibrar, ahora que tenemos cierta perspectiva,
hasta qué punto Karol Wojtyła/ Juan Pablo II ha sido un digno heredero de los
ideales humanistas de Mickiewicz, más aún cuando este auguraba que los
sufrimientos redentores polacos eran la puerta para un futuro más esperanzador
y no para resentimientos estériles. De hecho, la posición liderada
eminentemente por este poeta-profeta se ha denominado como “mesianismo”, en el
cual Polonia es contemplada como una nación elegida para defender la Cristiandad
en los tiempos modernos, misión para la cual habría sido preparada por los
numerosos sufrimientos históricos experimentados, que la habría alejado de toda
soberbia colectiva. Polonia, con su desmembramiento, se asemejaba a un Cristo
crucificado, aparentemente muerto, pero como Él, a punto de resucitar y de
permanecer hasta el fin de la historia humana con los hombres mediante
unapresencia espiritual. Pues según Mickiewicz, Polonia vive en el alma de
todos los que la sufren y resucitará, librando de la esclavitud a todas las
naciones oprimidas de Europa, de tal manera que cuando “resucitase” la nación
polaca, cesarían las guerras en la cristiandad. El escritor polaco, desde esta
perspectiva, miraba con ojos perspicaces hacia lo que había sido el Cristianismo
históricamente –un liberador de la tiranía de Roma– y concluía que esa había
sido la verdadera revolución, pues había permitido la libertad, mientras que
otros sistemas europeos eran vistos como tiranías –sería el caso de Rusia–, o
como sistemas condenables, como, por ejemplo, las democracias burguesas que
practicaban el realismo político, sobre todo Francia, dedicándose a adorar a
nuevos ídolos11. Desde su punto de vista, el Cristianismo era la verdadera
revolución, pues permitía la irrupción de la iniciativa divina en la historia.
No satisfecho con mirar hacia el pasado, el gran escritor profetizaba una
segunda gran revolución, cuando en Polonia fuese posible vivir como una
auténtica comunidad humana; en ese momento se extinguirían todos los conflictos
entre los hombres. Como se ve, el gran legado intelectual de Mickiewicz a la
cultura polaca sería su propia evolución personal, desde una inicial postura
racionalista, en su época de juventud, a un mesianismo romántico propiamente
polaco, ya pertrechado de amplios conocimientos literarios, históricos y
artísticos, y de una mirada más madura y crítica, en la cual la experiencia
propia de Polonia se convierte en la clave para su libertad futura.
Invito leer articulo completo
Más allá de la Ilustración francesa: El
humanismo polaco de Karol Wojtyła (1ª Parte) Beyond the French Enlightenment:
Karol Wojtyła’s Polish Humanism (Part 1) ––––– NIEVES GÓMEZ ÁLVAREZ