El cardenal de Cracovia había recordado, en 1974, al auditorio curial que la experiencia del catolicismo polaco – en nombre del cual hablaba – era de gran vivacidad. A menudo en Polonia el numero de los jóvenes que pedían participar de los ejercicios espirituales superaba la disponibilidad de los lugares. “Y aquellos jóvenes de los que estoy hablando vienen muchas veces de las “grandes tinieblas” que los circundan, tinieblas constituidas por todo el sistema laicista y antirreligioso de la educación oficial”. Su testimonio venia de un catolicismo de pueblo y de una iglesia que luchaba en el sufrimiento. El cardenal de Cracovia también había recordado a Pablo VI y a la Curia que “los campos de concentración permanecerán siendo por siempre como los símbolos reales del infierno sobre la tierra. En ello se ha expresado al máximo el mal que el hombre es capaz de hacer a otro hombre”. El tema del mundo concentracionario había entrado poco en el magisterio pontificio., Por la experiencia cristiana de Wojtyla los “tiempos de prueba” habían sido la opresión nazi y las “grandes tinieblas” del ateismo. Maximiliano Kolbe – notaba el cardenal – había ofrecido su vida por otro hombre, en el marco del máximo mal representado por el universo concentracionario. “Murió un hombre, pero la humanidad se salvó” – concluía con un rasgo casia cristo-céntrico.
En el discurso de Wojtyal estaban presentes los grandes desafíos lanzados al cristianismo de los sistemas ateos, de las persecuciones, pero también de una vida que prescinde de Dios. Frente a una curia romana en dificultad, aquellas palabras manifestaban una fuerte convicción. Se podía entrever aquella parte de espiritualidad y aquel temple de hombre de oración, que emergen luego a lo largo de su pontificado. Wojtyal escribía al padre de Lubac, en plena crisis de la Iglesia, en 1999, con una nota de optimismo. “Tampoco yo pierdo la esperanza que la gran crisis que nos sacude dolorosamente conducirá a la humanidad a la vía real. Quizás esta no esté aún abierta, pero hemos esperado firmemente, esperamos siempre …”. Karol Wojtyla testimoniaba una convicción, madurada en una espiritualidad personal profunda y en una historia de casi cuarenta años de sufrimiento de una Iglesia y de un pueblo”.