Gian Franco Svidercoschi, profundo
conocedor y estudioso de la vida y obra
de Karol Wojtyla, escribió también el prologo al libro que el Papa Juan Pablo
II escribiera con ocasión del quincuagésimo aniversario de su sacerdocio. Se trata de Don y Misterio, libro que nació como consecuencia natural de un encuentro dela Congregación para el Clero y a raíz de las reflexiones vertidas
entonces por el Papa Juan Pablo II que se referían a su sacerdocio y que el
mismo admitiera “pertenecen a mis raíces más profundas, a mi experiencia
más íntima.” El libro cuenta con una Introducción del Santo
Padre, pero fue Gian Franco Svidercoschi quien escribió un prólogo para el
libro que fuera publicado en forma impresa por Librería Editrice Vaticana
en el año 2011. El texto puede leerse
completo en el sitio de la Santa Sede, sin el prólogo de Svidercoschi. Por
eso me permito publicarlo aquí en 4
posts. Quien lo lea detenidamente casi no se perderá detalle de la vida de
Karol Wojtyla, “encriptada” a veces en una sola palabra o frase.
Don y Misterio quince años después
de
Gian Franco Svidercoschi
“Al inicio de “Don y Misterio” Juan Pablo II relata
su primera experiencia como obrero, a la edad de 20 años, en una cantera de
piedra en Zakrzówek, en Cracovia. Experiencia que, después de la invasión de
Polonia por parte de las tropas de Hitler y después del cierre de la
universidad, fue obligado a hacer para
evitar acabar en un campo de concentración. Y, al recordar ese acontecimiento,
el Papa mencionó a Franciszek Labus, el hombre encargado en encender las minas
y del que él era el ayudante.
Labus fue una de las 140 personas y más – entre
parientes, amigos, maestros y guías espirituales, sacerdotes, obispos,
cardenales, pensadores, filósofos y santos-
que Karol Wojtyla mencionó en el libro con nombre y apellido. Y la razón era
que todas esas personas, directa o indirectamente, ejercitaron un influjo sobre
la formación y la maduración de su vocación sacerdotal.
Pues bien, Labus a primera vista, podría parecer una
figura secundaria, o insignificante, en comparación con el arzobispo Adam
Stefan Sapieha, el “querido Príncipe Metropolitano”, cuya vida representaba la
historia de la Patria misma según Karol. O, aún más, en comparación con los que
habían sido los modelos por excelencia del joven Wojtyla: San Juan de la Cruz,
Fraile Alberto, Adán Chmielowski, san Luis María Grignion de MOntfort, el cura
de Ars y san Juan María Vianney.
En cambio, incluso el descascarillador, el manso
desconocido descascarillador de Zakrzówek, fue muy importante para Karol tanto
en la decisión de hacerse sacerdote como en el ideal mismo del sacerdocio en
que Karol se identificaría y luego inspiraría su misión de obispo primero, y de
Pontífice después.
Volvamos a leer lo que Wojtyla escribió sobre
Franciszekk Labus: “Lo recuerdo porquer, algunas veces, se dirigía a mì con
palabras de este tipo: “Karol, tu deberías ser sacerdote. Cantarás bien, porque
tienes una voz bonita y estarás bien…” Lo decía con toda sencillez, expresando
de ese modo un convencimiento muy difundido en la sociedad sobre la condición
del sacerdote. Las palabras del viejo obrero se me han quedado grababas en la
memoria”.
No añadió otra cosa, Juan Pablo II. Aunque se
entendía bien lo que quería decir. Labus, sin maldad, sin rencor, le había dado
una imagen de sacerdote de aquella époa, y por encima, época de guerra, tenía
éxito, aunque no correspondía a su forma de ser sacerdote.
En efecto, según su manera de ser sacerdote en aquel
tiempo y según como lo profundizaría a
través del estudio y del ministerio pastoral, el sacerdocio significaba ser un
“adorador” de Dios, administrador de sus misterios y, al mismo tiempo. su
testigo entre los hombres.
Significaba consagrarse a ser fiel hacia una
decisión para siempre y basada en la centralidad de la Eucaristía, en renovar
cada día el propio sacrificio en Cristo. Y eso explica la extraordinaria
síntesis que Karol supo realizar en sí mismo entre vida contemplativa, basada
en una fuerte tensión mística, y vida activa, inmersa totalmente en la realidad
concreta del pueblo que lo había “elegido”.
Para Karol Wojtyla, entones, el sacerdocio no tenía
nada que ver con el clericaismo. No se trataba de una casa aparte, separada de
los hombres y lejos de sus problemas cotidianos.
“Los fieles – dijo en una entrevista de 1972, cuando
era todavía arzobispo de Cracovia – no necesitan funcionarios de la Iglesia o
eficientes dirigentes administrativos, sino guías espirituales, educadores”.
Y esta concepción del sacerdocio inspiraría una
visión de Iglesia que él, especialmente tras haberse saciado a sì mismo en la
escuela del Concilio Vaticano II, desarrollaría progresivamente tanto en el
plano teológico (la dimensión trinitaria de la fe) como pastoral (poner de
relieve los aspectos carismáticos, laicales y comunitarios) trayéndola consigo
mismo hasta la cátedra de San Pedro.
Pero, a decir verdad, los comienzos no fueron tan
fáciles. Ya en los primeros meses del pontificado, inició una violenta campaña
contra el nuevo Papa y su presunto intento de imponer el “modelo polaco” de
sacerdocio a toda la Iglesia universal. Juan Pablo II contestó firmemente
durante su primer regreso a la tierra natal, en junio de 1979, al hablar al
clero en Częstochowa. Pero de aquella respuesta, casi todos los comentaristas se
limitaron a tomar en serio sòlo la parte sobre el sacerdocio y el celibato, y
no tomaron en consideración la parte más importante, es decir donde el Papa
rechazaba .- citando sus palabras - una “visión
clerical de la Iglesia”.
Pero allí, en aquellas palabras, hubiera sido
posible reconocer la primera novedad del pontificado de Wojtyla: el comienzo –
y, no es casualidad, por parte de un Papa que cuando era muchacho, en sus
primeros pasos espirituales fue guiado por dos laicos: su padre y Juan
Tyranowski, que lo había introducido a la lectura de los místicos españoles –
entonces el comienzo de un proceso de de-clerializacòn en la Iglesia, con la
perspectiva de una honda renovación tanto en las instituciones como en la
relaciones dentro de la comunidad católica.”
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