El evangelista san
Lucas, con respecto a los otros dos sinópticos, nos presenta una
pneumatología mucho más desarrollada.
En
el evangelio quiere mostrar que Jesús es el único que posee en plenitud el
Espíritu Santo. Ciertamente, el Espíritu actúa también en Isabel, Zacarías,
Juan Bautista y, especialmente, en la Virgen María, pero sólo Jesús, a lo largo
de toda su existencia terrena, posee plenamente el Espíritu de Dios. Es
concebido por obra del Espíritu Santo (cf. Lc 1, 35). De él
dirá el Bautista: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que
yo (...). Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego» (Lc 3, 16).
Jesús
mismo, antes de bautizar en Espíritu Santo y fuego, es bautizado en el Jordán,
cuando baja «sobre él el Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma» (Lc 3,
22). San Lucas subraya que Jesús no sólo va al desierto «llevado por el
Espíritu», sino que va «lleno de Espíritu Santo» (Lc 4, 1), y allí obtiene
la victoria sobre el tentador. Emprende su misión «con la fuerza del Espíritu
Santo» (Lc 4, 14). En la sinagoga de Nazaret, cuando comienza
oficialmente su misión, Jesús se aplica a sí mismo la profecía del libro de
Isaías (cf. Is 61, 1-2): «El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque me ha ungido para anunciar a los pobres la buena nueva...» (Lc 4,
18). Así, toda la actividad evangelizadora de Jesús se realiza bajo la acción
del Espíritu.
Este
mismo Espíritu sostendrá la misión evangelizadora de la Iglesia, según la
promesa del Resucitado a sus discípulos: «Voy a enviar sobre vosotros la
Promesa de mi Padre. Por vuestra parte permaneced en la ciudad hasta que seáis
revestidos de poder desde lo alto» (Lc 24, 49). Según el libro de
los Hechos, la promesa se cumple el día de Pentecostés: «Quedaron todos llenos
del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu
les concedía expresarse» (Hch 2, 4). Así se realiza la profecía de
Joel: «En los últimos días —dice Dios—, derramaré mi Espíritu sobre toda carne,
y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas» (Hch 2, 17). San
Lucas considera a los Apóstoles como representantes del pueblo de Dios de los tiempos finales, y subraya con
razón que este Espíritu de profecía se derrama en todo el pueblo de Dios.”
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