Por esto, la creación
tiene la irrefrenable necesidad de que se manifiesten los hijos de Dios,
aquellos que se han convertido en una “nueva creación”: «Si alguno está en
Cristo, es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo» (2
Co 5,17). En efecto, manifestándose, también la creación puede
“celebrar la Pascua”: abrirse a los cielos nuevos y a la tierra nueva
(cf. Ap 21,1). Y el camino hacia la Pascua nos llama
precisamente a restaurar nuestro rostro y nuestro corazón de cristianos,
mediante el arrepentimiento, la conversión y el perdón, para poder vivir toda
la riqueza de la gracia del misterio pascual.
Esta
“impaciencia”, esta expectación de la creación encontrará cumplimiento cuando
se manifiesten los hijos de Dios, es decir cuando los cristianos y todos los
hombres emprendan con decisión el “trabajo” que supone la conversión. Toda la
creación está llamada a salir, junto con nosotros, «de la esclavitud de la
corrupción para entrar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rm8,21).
La Cuaresma es signo sacramental de esta conversión, es una llamada a los
cristianos a encarnar más intensa y concretamente el misterio pascual en su
vida personal, familiar y social, en particular, mediante el ayuno, la oración
y la limosna.
Ayunar, o sea aprender a cambiar nuestra actitud con los demás y
con las criaturas: de la tentación de “devorarlo” todo, para saciar nuestra
avidez, a la capacidad de sufrir por amor, que puede colmar el vacío de nuestro
corazón. Orar para saber renunciar a la idolatría y a la
autosuficiencia de nuestro yo, y declararnos necesitados del Señor y de su
misericordia. Dar limosna para salir de la necedad de vivir y
acumularlo todo para nosotros mismos, creyendo que así nos aseguramos un futuro
que no nos pertenece. Y volver a encontrar así la alegría del proyecto que Dios
ha puesto en la creación y en nuestro corazón, es decir amarle, amar a nuestros
hermanos y al mundo entero, y encontrar en este amor la verdadera felicidad.
Queridos
hermanos y hermanas, la “Cuaresma” del Hijo de Dios fue un entrar en el desierto de
la creación para hacer que volviese a ser aquel jardín de la
comunión con Dios que era antes del pecado original (cf. Mc 1,12-13; Is 51,3).
Que nuestra Cuaresma suponga recorrer ese mismo camino, para llevar también la
esperanza de Cristo a la creación, que «será liberada de la esclavitud de la
corrupción para entrar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rm 8,21).
No dejemos transcurrir en vano este tiempo favorable. Pidamos a Dios que nos
ayude a emprender un camino de verdadera conversión. Abandonemos el egoísmo, la
mirada fija en nosotros mismos, y dirijámonos a la Pascua de Jesús; hagámonos
prójimos de nuestros hermanos y hermanas que pasan dificultades, compartiendo
con ellos nuestros bienes espirituales y materiales. Así, acogiendo en lo
concreto de nuestra vida la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte,
atraeremos su fuerza transformadora también sobre la creación.
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