La liturgia del
Adviento nos va preparado espiritualmente a revivir el misterio que ha marcado
un cambio en la historia humana… el nacimiento de un Niño, que es también el Hijo
de Dios, el nacimiento del Salvador… que ha cambiado realmente el rostro del
mundo. ¿Acaso no es un testimonio de ello la misma atmósfera jubilosa que se
respira por las calles de las ciudades y de los pueblos… La fiesta de la
Navidad ha entrado en las costumbres como celebración incontrastable de alegría
y de bondad …. Esta floración de generosidad y de cortesía, de atención y
delicadezas, coloca a la Navidad entre los momentos más bellos del año …. ¡qué
carga de sentimientos o, a veces, de nostalgia, sabe suscitar! …..
Pero detrás de este aspecto
sugestivo, he aquí inmediatamente la manifestación de otros que alteran su
limpidez… su autenticidad. Se trata de los aspectos puramente exteriores y
consumísticos de la fiesta, que hacen correr el riesgo de vaciar a la
solemnidad de su significado auténtico, cuando se toman no como expresión de la
alegría interior que la caracteriza, sino como elementos principales de ella, o
casi como su única razón de ser.
La Navidad pierde entonces su
autenticidad, su sentido religioso, y se convierte en ocasión de disipación y
derroche, cayendo en exterioridades inconvenientes y descomedidas, que suenan a
ofensa para aquellos a quienes la pobreza condena a contentarse con las migajas.
Es necesario recuperar la
verdad de la Navidad en la autenticidad del dato histórico y en la plenitud del
significado que trae consigo.
El significado es que, con la
venida de Cristo, toda la historia humana ha encontrado su salida, su
explicación, su dignidad. Dios nos ha salido al encuentro en Cristo, para que
pudiéramos tener acceso a Él. Mirándolo bien, la historia humana es un anhelo
ininterrumpido hacia la alegría, la belleza, la justicia, la paz. Se trata de
realidades que sólo en Dios pueden encontrar su plenitud. Pues bien, la Navidad
nos trae el anuncio de que Dios ha decidido superar las distancias, salvar los
abismos inefables de su trascendencia, acercarse a nosotros, hasta hacer suya
nuestra vida, hasta hacerse nuestro hermano.
Así, pues: ¿buscas a Dios?
Encuéntralo en tu hermano, porque Cristo se ha como identificado ya en cada uno
de los hombres. ¿Quieres amar a Cristo? Ámalo en tu hermano, porque todo lo que
haces a uno cualquiera de tus semejantes, Cristo lo considera hecho a Él. Si te
esfuerzas, pues, en abrirte con amor a tu prójimo, si tratas de establecer
relaciones de paz con él, si quieres poner en común tus recursos con el
prójimo, para que tu alegría, al comunicarse, se haga más verdadera, tendrás a
tu lado a Cristo y con Él podrás alcanzar la meta que sueña tu corazón: un
mundo más justo y, por lo tanto, más humano.
Que la Navidad nos encuentre a cada
uno comprometidos a descubrir de nuevo su mensaje, que parte del pesebre de
Belén. Hace falta un poco de valentía, pero vale la pena, porque sólo si
sabemos abrirnos así a la venida de Cristo, podremos experimentar la paz
anunciada por los ángeles en la noche santa. Que la Navidad constituya para
todos vosotros un encuentro con Cristo, que se ha hecho hombre para dar a cada
hombre la capacidad de hacer se hijo de Dios.
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