Para que la oración produzca esta fuerza purificadora debe
ser, por una parte, muy personal, una confrontación de mi yo con Dios, con el
Dios vivo. Pero, por otra, ha de estar guiada e iluminada una y otra vez por
las grandes oraciones de la Iglesia y de los santos, por la oración litúrgica,
en la cual el Señor nos enseña constantemente a rezar correctamente.
El Cardenal Nguyen Van Thuan cuenta en su libro de Ejercicios
espirituales cómo en su vida hubo largos períodos de incapacidad de rezar y
cómo él se aferró a las palabras de la oración de la Iglesia: el Padrenuestro,
el Ave María y las oraciones de la Liturgia[27].
En la oración tiene que haber siempre esta interrelación
entre oración pública y oración personal. Así podemos hablar a Dios, y así Dios
nos habla a nosotros. De este modo se realizan en nosotros las purificaciones,
a través de las cuales llegamos a ser capaces de Dios e idóneos para servir a
los hombres.
Así nos hacemos capaces de la gran esperanza y nos
convertimos en ministros de la esperanza para los demás: la esperanza en
sentido cristiano es siempre esperanza para los demás. Y es esperanza activa,
con la cual luchamos para que las cosas no acaben en un « final perverso ». Es
también esperanza activa en el sentido de que mantenemos el mundo abierto a Dios.
Sólo así permanece también como esperanza verdaderamente humana.
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