“El mensaje cristiano está estrechamente
ligado a la «visibilidad» de la Encarnación. Respecto a las demás religiones,
la Encarnación constituye la impresionante novedad del cristianismo. Dios se
hace hombre y, de este modo reconoce a todo ser humano una dignidad y una
libertad que nunca nadie le había dado. Jesús, el Hijo, irrumpe en la historia humana,
confirmando asi que todos los hombres son hijos de Dios y, como tales, hermanos
entre ellos, constituyendo una única familia.
Sin embargo, con el tiempo esta
verdad fundamental poco a poco se fue oscureciendo en las comunidades
cristianas, en su experiencia de fe, y, como consecuencia, se iba dilatando
cada vez más la «fosa» entre el mundo divino y el mundo humano. Para combatir el
protestantismo, en ocasiones la Iglesia católica había acabado por dar más
importancia a sus propias instituciones que a la dimensión espiritual. Luego,
con el Renacimiento, con la Ilustración, entro en escena el hombre demiurgo, el
hombre convencido de que podía convertirse en dueño de su propia vida, y así
ulteriormente había aumentado la distancia entre la tierra y el cielo.
Posteriormente llegaron los filósofos de la «muerte» de Dios. Llegaron los
exterminios del sigloXX, quede por si parecían borrar toda presencia divina.
Finalmente llego la secularización, la posmodernidad…
Dios Padre había desaparecido
progresivamente de la sociedad, de la vida cotidiana, de la conciencia misma de
muchos creyentes, para los que, no pudiendo «ver» a Dios, «oir» su voz, cada vez
se hacía más difícil captar las huellas de su presencia en su propia historia o
tratar de entender cual era su voluntad en las distintas circunstancias.
Entonces acababan recurriendo a un Dios mágico, plegado a su servicio, del tipo
New Age, haciéndose ilusiones de que podría satisfacer sus necesidades inmediatas,
aquí y ahora, pero que ciertamente no garantizaba la racionalidad de la fe y
mucho menos la existencia de un Creador.”
(Gian Franco Svidercoshi: Juan
Pablo II el Papa de la Encarnación) de “La búsqueda del Padre” UN PAPA NO MUERE,
La herencia de Juan Pablo II, Ediciones San Pablo, 2011
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