“Sin embargo, tras el avance de este desierto
espiritual, podía advertirse una creciente turbación interior. El hombre
contemporáneo empezaba a darse cuenta del vacío de una vida sin raíces,
puramente terrena, carente de valores, una vida sin una identidad propia,
encerrada en sí misma. Aunque era un malestar aun sin nombre, vago,
inexpresivo, no le fue difícil entender que se trataba de una verdadera y
propia sed de paternidad. Y precisamente a este hombre en busca de sentido y también
en busca de los «otros», sobre todo, a estas nuevas generaciones literalmente
carentes de padres fue a qui9enes supo dar respuesta Juan Pablo II. Y no
lo hizo simplemente presentándose como
figura paterna, consoladora, protectora, sino, al contrario, proponiendo un
punto de referencia común, un unto de trascendencia.
Por eso podría decirse que
Karol Wojtyla fue el Papa de la Encarnación. Logro que el hombre volviera a
encontrarse con Dios y, así, permitió que este hombre tuviera una experiencia
profunda, vital, de Aquel que le dio el don precioso de la libertad. Porque
Dios, en su infinito amor, es respetuoso con la libertad del hombre, es más,
deja espacio para esta libertad, queriendo que el hombre – con sus tiempos, sus
dificultades e incluso sus traiciones – colabore con El en la realización del Gran
Proyecto :: completar la obra de la creación.
De este modo Juan Pablo II pudo
poner en marcha un proceso de espiritualidad, de nueva espiritualidad, un nuevo
modo de vivir hoy como cristianos, de «imbuir» la fe en la sociedad moderna sin
que se diluyera por ello su propia identidad. La nueva espiritualidad donde
finalmente los que con frecuencia desde tiempos inmemorables parecían ser «polos»
opuestos e incluso casi incompatibles – sagrado y profano, trascendencia e
inmanencia, cielo y tierra – se revelaran como dimensiones diferentes de una
misma realidad: el encuentro entre la acción humana y el actuar divino.
En fin, toda esa gente que
llegaba a la plaza de Sn Pedro había vuelto a llamar a Dios por su nombre –
aunque algunos solo lo balbucearan o lo hicieran tímidamente -, a considerarlo
presente en su propia vida. Y esto era
porque habían vuelto a ver a Dios Padre en el testimonio cristiano de Karol
Wojtyla, en sus palabras, en sus gestos. El mensaje evangélico, tal como él lo había
vivido y radicalmente practicado – es decir, como mensaje de amor, de
misericordia, de paz, de fraternidad, de tolerancia, de compartir – pudiera
llegar a todos y ser comprendido y
acogido por todos.
El hecho de haber mostrado el
rostro de Dios, reconocido sobre todo en el otro, en el prójimo, el señalar la
trascendencia como punto de encuentro para todos los hombres de buena voluntad
mas allá, por tanto de lenguas, naciones, razas y cualquier otra diferencia,
fue, pues, como abrir de par en par las puertas del cristianismo a toda la
familia humana.”
(Gian Franco Svidercoshi: Juan
Pablo II el Papa de la Encarnación) de “La búsqueda del Padre” UN PAPA NO MUERE,
La herencia de Juan Pablo II, Ediciones San Pablo, 2011
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