“Estamos frente a la “Puerta de la Aurora”, lo
que queda del muro protector de esta ciudad que servía para defenderse de
cualquier peligro y provocación, y que en 1799 el ejército invasor destruyó en
su totalidad, dejando solo esta puerta: ya entonces estaba allí la imagen de la
“Virgen de la Misericordia”, la Santa Madre de Dios que siempre está dispuesta
a socorrernos, a salir en nuestro auxilio.
Ya
desde esos días, ella nos quería enseñar que se puede proteger sin atacar, que
es posible cuidar sin la necesidad enfermiza de desconfiar de todos. Esta
Madre, sin Niño, toda dorada, es la Madre de todos; ella ve en cada uno de los
que vienen hasta aquí lo que tantas veces ni nosotros mismos alcanzamos a
percibir: el rostro de su Hijo Jesús grabado en nuestro corazón.
Y
porque la imagen de Jesucristo está puesta como un sello en todo corazón
humano, todo hombre y toda mujer nos dan la posibilidad de encontrarnos con
Dios. Cuando nos encerramos dentro de nosotros mismos por miedo a los demás,
cuando construimos muros y barricadas, terminamos privándonos de la Buena
Noticia de Jesús que conlleva la historia y la vida de los demás. Hemos
construido demasiadas fortalezas en nuestro pasado, pero hoy sentimos la
necesidad de mirarnos a la cara y reconocernos como hermanos, de caminar juntos
descubriendo y experimentando con alegría y paz el valor de la fraternidad (cf.
Exhort. ap. Evangelii gaudium, 87). Cada día
visitan a la Madre de la Misericordia en este lugar multitud de personas
venidas de muchos países: lituanos, polacos, bielorrusos y rusos; católicos y
ortodoxos. Hoy lo permite la fluidez de las comunicaciones, la libertad de
circulación entre nuestros países. Qué bueno sería que a esta facilidad para
movernos de un lugar a otro se le sumara también la facilidad para establecer
puntos de encuentro y solidaridad entre todos, para hacer circular los dones
que gratuitamente hemos recibido, para salir de nosotros mismos y darnos a los
demás, acogiendo a su vez la presencia y la diversidad de los otros como un
regalo y una riqueza en nuestras vidas.
A
veces pareciera que abrirnos al mundo nos lanza a espacios de competencia,
donde “el hombre es lobo para el hombre” y solo hay lugar para el conflicto que
nos divide, las tensiones que nos agotan, el odio y la enemistad que no nos
llevan a ninguna parte(cf. Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 71-72).
La
Madre de la Misericordia, como toda buena madre, busca reunir a la familia y
nos dice al oído: “Busca a tu hermano”. Así nos abre la puerta a un nuevo
amanecer, a una nueva aurora. Nos lleva hasta el umbral, como en la puerta del
rico Epulón del Evangelio (cf. Lc 16,19-31). Hoy nos han
esperado niños y familias con las llagas sangrando; no son las de Lázaro en la
parábola, son las de Jesús; son reales, concretas y, desde su dolor y
oscuridad, claman para que nosotros les acerquemos la sanadora luz de la caridad.
Porque es la caridad la llave que nos abre la puerta del cielo.
Queridos
hermanos: Que al cruzar este umbral experimentemos la fuerza que purifica
nuestro modo de abordar a los demás, y la Madre nos permita mirar sus
limitaciones y defectos con misericordia y humildad, sin creernos superiores a
nadie (cf. Flp 2,3). Que al contemplar los misterios del
rosario le pidamos ser una comunidad que sabe anunciar a Cristo Jesús,
nuestra esperanza, a fin de construir una patria que sabe acoger a todos,
que recibe de la Virgen Madre los dones del diálogo y la paciencia, de la cercanía
y la acogida que ama, perdona y no condena (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 165); una patria que
elige construir puentes y no muros, que prefiere la misericordia y no el
juicio. Que María sea siempre la Puerta de la Aurora para toda esta bendita
tierra.
Dejándonos
guiar por ella, recemos ahora una decena del Rosario, contemplando el tercer
misterio gozoso.”
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