De
esta manera la visión de la Hermana Faustina se transformo en el ”puente” al
tercer milenio: un “un don de
iluminación especial, que nos ayuda a revivir más intensamente el evangelio de
la Pascua, para ofrecerlo como un rayo de luz a los hombres y mujeres de
nuestro tiempo.” Nadie sabía que traerían los aires del tercer
milenio, pero sin dudas los nuevos
progresos no estarían exentos de experiencias penosas. Tanta mas entonces la
necesidad de una “ luz
de la misericordia divina, que el Señor quiso volver a entregar al mundo
mediante el carisma de sor Faustina, iluminará el camino de los hombres del
tercer milenio.”. Por lo tanto el Papa explico que el Segundo Domingo
de Pascua seria a partir de entonces conocido como el Domingo de la Divina
Misericordia, porque quiso donar al tercer milenio el mensaje que le había sido
confiado a la Hermana Faustina, ahora Santa Faustina.
Juan
Pablo II recalco entonces en su homilía dos
temas que ya eran característicos de su pontificado. Había hablado frecuentemente
de la Ley del Don – la ley del donarse - que lleva en si la persona humana; los
enunciados de esta ley del Concilio Vaticano II que “el hombre puede descubrir
su ser mas intimo tan solo dándose sinceramente” había sido una de los textos del
Vaticano II mas mencionados en su magisterio. La Ley del Don no era, sin embargo, fácil de
llevar. Porque “no es fácil amar con
un amor profundo, constituido por una entrega auténtica de sí. Este amor se
aprende sólo en la escuela de Dios, al calor de su caridad. Fijando nuestra
mirada en él, sintonizándonos con su corazón de Padre, llegamos a ser capaces
de mirar a nuestros hermanos con ojos nuevos, con una actitud de gratuidad y
comunión, de generosidad y perdón. ¡Todo esto es misericordia!” Abrazar esa misericordia se hacia esencial si
pretendíamos que al tercer milenio le fueran perdonadas las penurias del segundo.
“En este amor debe
inspirarse la humanidad hoy para afrontar la crisis de sentido, los desafíos de
las necesidades más diversas y, sobre todo, la exigencia de salvaguardar la
dignidad de toda persona humana. Así, el mensaje de la misericordia divina es,
implícitamente, también un mensaje sobre el valor de todo hombre.
Toda persona es valiosa a los ojos de Dios, Cristo dio su vida por cada uno, y
a todos el Padre concede su Espíritu y ofrece el acceso a su intimidad.
Este mensaje consolador se dirige sobre todo a quienes, afligidos por una
prueba particularmente dura o abrumados por el peso de los pecados cometidos,
han perdido la confianza en la vida y han sentido la tentación de caer en la
desesperación. A ellos se presenta el rostro dulce de Cristo y hasta ellos
llegan los haces de luz que parten de su corazón e iluminan, calientan, señalan
el camino e infunden esperanza.” (homilía de la canonización de Santa Faustina)
No hay comentarios:
Publicar un comentario