Juan
Pablo II nunca dejo de recordar que cuando los hombres se olvidan de la verdad y su conciencia, “se
olvida” en ellos la libertad y, en
consecuencia, se pierde la capacidad de
distinguir el bien del mal. La distinguen
solo los hombres responsables, o sea aquellos que responden al Amor. En Persona
y acto Karol Wojtyla habla de la verdad del hombre y de su libertad, o sea poseerse a sí mismo, que quiere decir
poseer la idoneidad de darse a sí mismo a los demás, cuando su amor los llama a
ser amor. La dramática belleza de la verdad
y la libertad la canta en el poema Cuando
yo pienso: Patria. El deseo de la verdad del bien y lo bello conduce al
acto de la creación, en el cual Dios ve que todo aquello que sus ojos encendieron
a su existencia es muy bello y muy bueno, y conduce al Juicio Final, en el cual
se rendirá cuenta si el hombre ha cumplido la justicia del Amor. En la comunión
con el Rostro (theos) de Dios Karol Wojtyla hacia de su propia vida una obra de
arte, buscando que fuera digna respuesta al Amor con el cual la belleza de Su
Palabra lo llamaba a la labor, para
resurgir. En toda bella obra de arte, pero ante todo en aquella cuando el
hombre es hombre, la invisible belleza eterna de Dios se convierte de alguna
manera en algo visible en el tiempo, se refleja en ello en la historia del
hombre que se extiende entre el Principio y el Fin, como el cielo estrellado se
refleja en las aguas del lago. Al final
veremos hasta qué punto ha sido enturbiado el reflejo del cielo estrellado en
nuestras aguas.
La
libertad no se posee como se poseen los objetos comprados. Todos los días hay
que luchar por la libertad. Es así que hay que luchar por el amor y su belleza,
es así que hay que luchar por la verdad y el bien. Es fácil perderlos y con
ellos perderse a si mismo. «La libertad,
la pagas con todo tu ser – por eso llamaras libertad a aquella, que mientras la pagas, te ayuda a
poseerte a ti mismo siempre de nuevo» El
antiguo epigrama que demanda de la libertad- quid sit veritas? Debería también extenderse a la pregunta sobre la
libertad – quid sit libertas? La respuesta debería sonar veritas atque libertas sunt vir qui adest. La
verdad y la libertad se producen en el profético ad-sum! De persona a
persona, en su parusía. De allí la parousia de Dios para todos los hombres.
Por medio de la comunión en la presencia reciproca de los hombres se desanuda
el camino que conduce a la Comunión con el Padre y con su Palabra filial, o sea
al Principio de la verdad y la libertad, que ocurren en la historia, y al Final
en la cual encontraran su consumación.
«La
libertad es una conquista continua, no basta solo con poseerla? Nos viene como un regalo. Pero se la mantiene
luchando. Regalo y lucha se inscriben en nuestros mapas secretos, y sin
embargo, evidentes.»
Todos
hemos recibido el don impagable de la vida, por eso es aun más apreciado el don
de la verdad y el de la libertad. El
drama de cada hombre se desanuda en la tensión entre el don de la vida y el don
de la verdad y de la libertad. Pero el don de la verdad y de la libertad es
necesario pagarlo con el don de la vida. Con ninguna otra cosa, porque cualquiera que fuese tiene un precio
bien determinado. Por eso la vida por la verdad y la libertad es inseparable del
heroísmo. En ello se revela la belleza del hombre – de aquel “sacerdote aun no
consciente”. De modo particular se revela en el heroísmo del sacerdote de la Eucaristía.
«
La verdad es una forma de amor» dice Juan Pablo II a los jóvenes durante uno de
los encuentros mundiales de la juventud. La verdad de hecho es la belleza del amor. Asi como el amor, también la verdad se
expresa con el trabajo real, o sea con el servicio a los demás, y con el
silencio real más que con las palabras. No debemos maravillarnos que los
hombres que viven de una manera tan real, quiere decir aquellos que aman a los demás
y les sirven en silencio real, no se arrodillan ni delante a la política ni a
la economía. Todo aquello que tiene un precio lo ceden a cambio de la verdad,
de la libertad, de la belleza, que solo
pueden consolar al hombre despertando en él la esperanza de no perder al final
nada de aquello pagado para conquistarla. Todo le rendirá ciento por ciento (Mt 19,29).
La
belleza de la verdad y del bien que surgen del amor se confía a los hombres
sencillos. A los hombres doctos se le confía solo cuando ellos “olvidan” sus
construcciones eruditas y se convierten a la sencillez de aquello que no tiene
precio. Una vez, en la oscuridad de un atardecer tardío, mi madre, una
campesina sencilla, escuchaba conmigo
los Nocturnos de Chopin. Cuando el piano se silencia me dice sólo
esto. «Esta música es tan triste que puede llegar a consolar también a un hombre
triste». En esos momentos el hombre
dirige la evolución del universo según las leyes pensadas en el misterio del Principio.
Son momentos en los cuales Dios nos revela a los ojos de los hombres un
fragmento de Su belleza que le da a la vida el sentido y el valor que no tiene
precio. Para esos momentos pascuales de la belleza Juan Pablo II ha escrito su correspondiente
antropología. La ha escrito como hombre y como sacerdote y ante todo con la vida, y solo en segundo término
con las palabras.
Stanislaw
Gryegel : Dialogando con Juan Pablo II,
Cantagalli, 2013
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