La libertad es la
prerrogativa más noble del hombre. Desde las opciones más íntimas cada persona
debe poder expresarse en un acto de determinación consciente, inspirado por su
propia conciencia. Sin libertad, los actos humanos quedan vacíos de contenido y
desprovistos de valor.
La libertad de la que el
hombre fue dotado por el Creador es la capacidad que recibe permanentemente de
buscar la verdad con la inteligencia y de seguir con el corazón el bien al que
naturalmente aspira, sin ser sometido a ningún tipo de presiones,
constricciones y violencias. Pertenece a la dignidad de la persona poder
corresponder al imperativo moral de la propia conciencia en la búsqueda de la
verdad. Y la verdad —como ha subrayado el Concilio Ecuménico Vaticano II—
porque «debe buscarse de modo apropiado a la dignidad de la persona humana y a
su naturaleza social» (Decl. Dignitatis humanae, 3), «no se impone de
otra manera que por la fuerza de la misma verdad» (Ibid., 1).
La libertad del hombre en
la búsqueda de la verdad y en la profesión de las propias convicciones
religiosas que está relacionada con ella, para ser mantenida inmune de
cualquier coacción de individuos, de grupos sociales y de cualquier potestad
humana, debe encontrar una garantía precisa en el ordenamiento jurídico de la
sociedad, es decir, debe ser reconocida y ratificada por la ley civil como
derecho inalienable de la persona (cf. Ibid., 2).
(del Mensaje del PapaJuan Pablo II para la XXI Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero de 1988)
No hay comentarios:
Publicar un comentario