Por
lo que a mí se refiere, crecí en un mundo muy diferente del actual, pero, en
definitiva, las situaciones son semejantes. Por una parte, existía aún la
situación de “cristiandad”, en la que era normal ir a la iglesia y aceptar la
fe como la revelación de Dios y tratar de vivir según la revelación, por otra,
estaba el régimen nazi, que afirmaba con voz muy fuerte: “En la nueva Alemania
no habrá ya sacerdotes, no habrá ya vida consagrada, no necesitamos ya a esta
gente. Buscaos otra profesión·” Pero, precisamente al escuchar esas “fuertes”
voces, ante la brutalidad de aquel sistema tan inhumano, comprendí que, por el contrario, había una gran necesidad de
sacerdotes.
Este
contraste, el ver aquella cultura inhumana, me confirmó en la convicción de que
el Señor, el Evangelio, la fe, nos indicaban el camino correcto y nosotros
debíamos esforzarnos por lograr que sobreviviera ese camino. En esa situación,
la vocación al sacerdocio creció casi naturalmente junto conmigo y sin grandes
acontecimientos de conversión.
Además,
en este camino me ayudaron dos cosas: ya desde mi adolescencia, con la ayuda de
mis padres y del párroco, descubrí la belleza de la liturgia y siempre la he
amado, porque sentía que en ella se nos presenta la belleza divina y se abre
ante nosotros el cielo. EL segundo
elemento fue el descubrimiento de la belleza del conocer, el conocer a Dios, la
sagrada Escritura, gracias a la cual es posible introducirse en la gran
aventura del dialogo con Dios que es la teología. Así, fue una alegría entrar
en este trabajo milenario de la teología, en esta celebración de la liturgia,
en la que Dios esta con nosotros y hace fiesta juntamente con nosotros. Como es
natural, no faltaron dificultades.
Me
preguntaba si tenia realmente la capacidad de vivir durante toda mi vida el
celibato. Al ser un hombre de formación teórica y no práctica, sabía también
que no basta amar la teología para ser un buen sacerdote, sino que es necesario
estar siempre disponible con respecto a los jóvenes, a los ancianos, a los
enfermos, a los pobres, es necesario ser sencillo con los sencillos. La
teología es hermosa, pero también es necesaria la sencillez de la palabra y de
la vida cristiana. Así pues, me preguntaba: ¿seré capaz de vivir todo esto y no
ser unilateral, solo un teólogo? Pero el
Señor me ayudo; y me ayudo, sobre todo, la compañía de los amigos, de buenos
sacerdotes y maestros. Volviendo a la pregunta, pienso que es importante estar
atentos a los gestos del Señor en nuestro camino. El nos habla a través de
acontecimientos, a través de personas, a través de encuentros; y es preciso estar
atentos a todo esto. Luego, segundo punto, entrar realmente en amistad con
Jesus, en una relación personal con Él, no debemos limitarnos a saber quién es
Jesus a través de los demás o de los libros, sino que debemos vivir una relación
cada vez más profunda de amistad personal con él, en la que podemos comenzar a
descubrir lo que él nos pide. Luego, debo prestar atención a lo que soy, a mis
posibilidades por una parte, valentía, y por otra, humildad, confianza y
apertura, también con la ayuda de los amigos, de la autoridad de la Iglesia y también
de los sacerdotes, de las familias. ¿Qué
quiere el Seño de mi? Ciertamente, eso sigue siendo siempre una gran aventura,
pero sólo podemos realizarnos en la vida si tenemos la valentía de afrontar la
aventura, la confianza en que el Señor no me dejará solo, en que el Señor me
acompañará, me ayudará.
(Respuesta
del Papa Benedicto XVI a los jóvenes de Roma y de Lacio como preparación para la
XXI JMJ, 6 de abril de 2006)
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