Su herencia
Soy de la opinión de que la herencia dejada por el papa Juan Pablo II es la de
un gran testigo. Durante los trece años en que fui secretario para las
Relaciones de la Santa Sede con los demás Estados, tuve el privilegio de ser
recibido cada miércoles para informarle de la actual situación internacional y
recibir sus directrices.
De estas conversaciones recuerdo sobre todo el testimonio de un hombre de
Iglesia, que vivía sumergido en Dios. Siguiendo todo lo que he visto, siempre
he afirmado que todas las grandes decisiones o intervenciones pontificias
fueron pensadas no en el despacho, sino ante el tabernáculo de la capilla
privada.
Me parece, además, que el papa Juan Pablo II fue un defensor apasionado de la
dignidad de la persona y de sus derechos fundamentales, en especial el derecho
a la libertad de conciencia y religión.
La experiencia personal de los dos regímenes totalitarios del último siglo le
volvió especialmente sensible hacia los peligros que acarrean a los hombres de
nuestros días los sistemas que anulan la dimensión espiritual. El materialismo,
el consumismo, algunas aberraciones en materia de biotecnología, el
debilitamiento de la familia o, aún peor, el desprecio por la vida fueron
considerados por él tan nocivos como las ideologías del siglo pasado. Su
actuación al servicio de la humanidad lo llevó, en fin, a concebir la sociedad
internacional como una comunidad de naciones, en la que los más pudientes
ayudan a los menos afortunados… ¡como en una familia!
En las relaciones diplomáticas Juan Pablo II no se cansó nunca de repetir a sus interlocutores que el derecho y la justicia son el fundamento de una paz duradera.
Su persona, sus enseñanzas y sus viajes apostólicos le habrán dado sin duda
alguna a la Iglesia una visibilidad que le ha permitido –y le seguirá
permitiendo– cumplir mejor su misión espiritual, su compromiso ecuménico y su
aportación al diálogo interreligioso. Esta, a su vez, le ha hecho el don de
ser, a lo largo del camino de los hombres, un compañero de viaje que les
recordase con toda sencillez «que no solo de pan vive el hombre».
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